En el libro "Abisa a los compañeros pronto",

Perro Azul, 2a edic. ampliada, Costa Rica, 2000. 

 

    La noción de ‘exclusión’ remite casi de inmediato a la imagen de poner a alguien o algo por fuera, es decir en el exterior de nuestro ámbito y, con ello, en la situación de ser considerado y tratado como un objeto. Esta imagen es sólo en apariencia sencilla. Contiene, por decir lo menos, la referencia a la exclusión como un proceso. De aquí que el o lo excluido sea en realidad el efecto de un proceso de expulsión del que nosotros formamos parte. El excluido resulta de un efecto de tramas de relaciones y, también, de una voluntad o lógica de exclusión. La exclusión del excluido no depende de sí mismo, sino de quienes lo excluyen. Esto quiere decir que alguien puede comportarse objetivamente de una manera indeseable (groseramente, por ejemplo), sin por ello ser puesto ‘en el exterior’ y tratado como un objeto. De hecho, cuando se reprende el comportamiento que estimamos impropio de un niño o de un estudiante no solemos ponerlos ‘afuera’ de nuestro proyecto humano (o de humanidad), sino únicamente lo reprendemos o cuestionamos desde parámetros que estimamos legítimos.
 
    La lógica (o voluntad) de exclusión puede darse, asimismo, respecto de algo. El señalamiento típico es la Naturaleza. La sensibilidad moderna suele entender, y con ello posibilita tratar, la Naturaleza como algo exterior, como un mero campo de operaciones para las tecnologías productivas. La representación de que formamos parte sustancial de ella y que, por tanto, debemos cuidarla, como aspecto fundamental de nuestra posibilidad de vida, es bastante reciente (los economistas eran una minoría de ‘exagerados’ todavía en la década de los setenta). Incluso hoy, en avisos pagados por agencias internacionales a la televisión mundial,  se propagandiza al planeta como el “el hogar común”. La intención es buena, pero bastaría convertir ‘hogar’ en ‘casa’ o ‘techo’ común, para advertir que ‘hogar’ no condensa, por lo menos en el habla coloquial, la idea de que “somos fundamental e ineludiblemente eso” y que acarrea un resabio de objetivación, es decir de poner algo definitivamente afuera. Dicho directamente: no es lo mismo afirmar que comparto el hogar con una liebre o una encina que reconocer que esa liebre y esa encina son parte de mí mismo y que mi comportamiento hacia ellas también las constituye. Es decir que encina, liebre y yo somos aspectos diferenciados de lo mismo y nos necesitamos (exigimos) mutuamente.     

    “Excluir” contiene, por lo tanto, la voluntad de poner a alguien o algo afuera de nosotros con la intención manifiesta o inconsciente de tratarlo como objeto.     

    Visto así, ‘excluir’ no se opone frontalmente a ‘incluir’ como parece ser la opinión de muchos. Lo contrario de la exclusión no es “una sociedad donde quepan todos”. Se puede incluir a otro y tratarlo como objeto. Se puede incluir a muchos y tratarlos como objetos. Esto puede darse en la relación de pareja. O en el trato con los hijos. O en el manejo que los adolescentes dan a sus padres. El más visible ejemplo de ‘inclusión’ con tratamiento masivo de los otros como objetos se da en la relación laboral salarial (explotación capitalista). Es cierto que en ella el obrero ‘colabora’, pero permanece siempre ajeno (distante, fuera) del empresario y de la lógica de la acumulación. Los obreros son un medio, u objeto, para la acumulación de capital. Para las ganancias. Piénsese solamente en las obreras y obreros de la maquila, tan presente en México.

    Quizás convendrá, todavía, en notas tan introductorias como éstas, examinar mas de cerca la situación de ‘inclusión’ (cooperación) propuesta por la relación salarial (capital/fuerza de trabajo). En ella, hemos señalado, se distancia a los obreros y obreras, se les pone fuera de un proyecto de ‘humanización’ (capitalista) y se les invisibiliza como seres humanos. En la practica, se les revisibiliza como factores de la acumulación, de la ganancia. En el proceso resaltan los factores del proceso de exclusión: exteriorización u objetivación, invisibilización y revisibilización. Conviene recordar esta imagen. La lógica de la acumulación de capital impide a los obreros darle carácter, su carácter, al proceso de trabajo, al proceso productivo, en el que son o constituyen un factor fundamental. Y que tiene para su vida personal, asimismo, un significado decisivo (sin empleo, el obrero muere). Sometidos a la organización capitalista de la producción los obreros no pueden darle, entonces, carácter a un aspecto constitutivo de sus existencias y de su vida. 

    Si ‘exclusión’, según este comentario, no se opone frontalmente a inclusión, puesto que se puede ‘excluir incluyendo’, ¿qué es lo contrario de exclusión?

    Lo opuesto a exclusión es participación. Si se permitiera a la obrera no solo ‘cooperar’ sino también participar en el proceso productivo, entonces le daría su carácter personal al proceso de trabajo y al producto que contribuye a generar. Su labor seria creativa. Ahora, en castellano, ‘participación’ se dice de distintas maneras, o con diverso alcance. Cuando llueve, todos se mojan, solía decir la gente, y esto puede traducirse como cualquiera que sale a la calle o al campo cuando llueve participa de la mojada, aunque no se lo haya propuesto ni ello haya figurado en su plan del día. Este es el sentido mas débil de la noción de participación. Que le toque a uno algo sin tener arte ni parte en el asunto.     

    El segundo alcance de participación lo encontramos cuando asistimos a una fiesta (especialmente si no nos han invitado). En cuanto entramos al lugar, tratamos de sacar el mayor provecho posible del asunto. Bebemos y comemos, chanceamos, enamoramos a la dueña de casa, etc. ‘Participar’ quiere decir aquí’ “sacar algo”, conseguir algo que estimamos provechoso para nosotros. En América Latina toda la gente tiene la triste experiencia de la participación de los partidos en el botín electoral (administración publica).     

    La tercera forma corresponde a la noción fuerte de ‘participación’. El mismo ejemplo de la fiesta sirve. A esa fiesta podemos aportar (llevar) nuestro más sano humor, una guitarra, nuestro sentido versificador, alegría, la voluntad de servir y acompañar en el placer del encuentro propio de una tarea común: la de hacer de la fiesta un goce efectivo y compartido. Aquí ‘participar’ significa hacer nuestro aporte a la fiesta, al proyecto común, para que él sea un éxito. Podemos traducirlo de otra manera: en esta ultima situación, le entregamos (nuestro) carácter a la fiesta, le imprimimos nuestro sello de sujetos, sin que ello signifique que nos apropiamos (excluyentemente) de la tarea común.

    Ya vemos que ‘participar’, en su sentido fuerte, quiere decir ponerse en condiciones de aportar como sujetos a la tarea común.

    Excluir, por el contrario, consiste en impedir que otros puedan participar como sujetos en la tarea común. Tareas comunes son, por ejemplo, construir la humanidad; para los creyentes religiosos, avisar el Reino; para los padres y los hijos, configurar y preservar una familia; para los vecinos, cautelar la seguridad del barrio y controlar el buen uso de los fondos del Municipio; para los ciudadanos, construir un México para los mexicanos; para estos mismos (con todos los demás seres humanos), preservar las condiciones que permiten la reproducción de la vida en el planeta. En cada uno de esos proyectos y tareas (procesos) uno puede poner su sello (aportar autónomamente desde sí mismo), es decir comportarse como sujeto.

    ‘Excluir’ se articula, así, aunque con efectos destructivos, con explotar, discriminar, inferiorizar, impedir, retener, etc., todas ellas formas diversas de dominación. La voluntad de excluir no consiste simplemente en ‘echar al otro afuera’, sino en una relación cuyo sentido es el de la discriminación/dominación. Excluye, por tanto, aquello o aquel que tiene poder o capacidad para excluir. Y lo que se excluye, todo el tiempo, es la capacidad que tiene el ‘otro’ (es decir, aquel a quien se construye socialmente como el otro) para alcanzar su estatura de sujeto. Excluir consiste en no querer reconocer o ser incapaz de reconocer en el otro, en el diverso, en la diversidad de la experiencia humana, la condición (dignidad) de sujeto.     

    Desde luego, quien niega a otros (por determinaciones económicas, libidinales, políticas o culturales), el reconocimiento de su estatura de sujeto, rebaja en el mismo movimiento su propia condición de sujeto, no alcanza su debida estatura humana. La exclusión se muestra así como una forma inapropiada, deshumanizada, del empleo del poder. Y como una antiespiritualidad (o sea como una lógica que priva de vida, como algo que, en definitiva, mata).     

    Para terminar esta aproximación, quizás convenga recordar una imagen que algunos han logrado transformar en tópico. Para ellos, en las actuales condiciones de exclusión que sufren las economías/sociedades latinoamericanas (globalización globalista y neoliberal), quienes hoy tienen empleo (o sea quienes de alguna manera son funcionales para la acumulación transnacional de capital, para los “buenos negocios”), son ‘privilegiados’ porque al menos no han sido excluidos (1). Esta percepción es profunda (y, por sus efectos, perversamente) errónea. En primer lugar, porque no entiende la relación de exclusión como una negación de la condición de sujeto (antiespiritualidad) que puede demandar la cooperación, es decir una ‘inclusión excluyente’ fundada en el dominio, la sobrerrepresión, la superexplotación y el acallamiento. En segundo lugar, porque bloquea el análisis de las diversas figuras y lógicas sociales que históricamente ha asumido la exclusión en América Latina (etnocentrismo y racismo contra los indígenas, masculinismo y patriarcalismo contra mujeres, jóvenes y ancianos, oligarquismo y militarismo contra los ciudadanos y el  pueblo, cientificismo y academicismo contra el saber común, clericalismo contra los creyentes religiosos, etc.), al reducirlas todas al actual “huracán de la globalización”. Este desvío es más serio cuando quienes   pregonan estas ocurrencias son teólogos, porque entre nosotros esas expresiones sociohistóricas de discriminación  constituyen formas de idolatría y se han materializado en las instituciones idolátricas dominantes. Y, todavía, esta imagen invisibiliza que las actuales condiciones de labor (informal o asalariado en América Latina) para los más empobrecidos de entre nosotros: pobladores rurales, mujeres, afroamericanos, naciones originarias, maquileros, están dominadas por la precariedad y la incertidumbre, por la zozobra y las tendencias a la configuración de circuitos de empobrecimiento sin esperanza. Y que en esto consiste, en ultimo termino la exclusión: en que nos ponen (o nosotros ponemos a otros) en situaciones en las que se pierde la esperanza, es decir la capacidad de resistir, de organizarse y de confiar en que es posible alcanzar, todo el tiempo, mediante testimonios y hechos de liberación, la estatura de sujetos.

    Mencionemos únicamente el efecto político inmediato más perverso de la imagen que dice que los quienes tienen hoy empleo pueden considerarse privilegiados en relación con los ‘excluidos’, entendidos estos últimos ideológicamente como los sin empleo, no utilizables o desechables. Si esto fuera así, ¿en que consistiría la inclusión? ¿En insertarse en la sobreexplotación, en la feminización falsa del mercado laboral, en los circuitos que despedazan la Naturaleza, en tener acceso al mercado de automóviles briosos, sólidos y lujosos, en consumir drogas autodestructivas, en solazarse en los círculos de la idolatría, del racismo, del patriarcalismo, etc.? Salta a la vista que el reclamo político por inclusión no contiene estas demandas. Al menos no para los sectores populares. En lenguaje de proyecto liberador, cuando se habla de inclusión la demanda exige la construcción de otra calidad para la existencia. De una existencia que uno se sienta feliz de producir (autoestima). Es decir, de que se nos permita contribuir para gestar condiciones económicas y culturales en donde para todos y para quien se hagan posibles la estatura y dignidad de sujetos (autonomía y autoestima liberadoras y creativas).        

    En síntesis, “incluir” consiste en contribuir desde uno mismo para que los otros sean sujetos y nos contribuyan para que alcancemos también nuestra más plena estatura. El mercado capitalista no es incluyente de muchas y  variadas formas. Pero tampoco lo son, hoy, la familia autoritaria, las iglesias clericales y rígidamente jerárquicas, las democracias restrictivas o la falsa cultura de minorías. En los Evangelios, el centro de la antihumanidad contenida en los procesos de exclusión fue admirable y complejamente planteado mediante la parábola del samaritano.                                               
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     (1) Así, por ejemplo, escribe P. Richard: “Hoy ser explotado es un privilegio, pues al menos se está dentro del sistema” (Teología de la solidaridad en el contexto actual de economía neoliberal de libre mercado, p. 226). La ocurrencia se relaciona con la equivocada pretensión de una ‘sociedad donde quepan todos’ (Cf. CETELA/DEI: Por una sociedad donde quepan todos). En realidad, en el orden capitalista todos tienen cabida aunque bajo formas diversas y segmentadas Esto ‘incluye’ a los “eliminables”. Esto es así porque el capitalismo se configura mediante una lógica que carece de exterior.  
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   Guadalajara, México, abril, 2000.                     
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    Referencias

    Duque, José (editor) Por una sociedad donde quepan todos. Cuarta Jornada Teológica de Cetela, CETELA/DEI, San José de Costa Rica, 1996.
    Gallardo, Helio: Habitar la tierra, A.P.D., Bogotá, Colombia, 1996.
    Richard, Pablo: "Teología de la solidaridad en el contextoi actual de economía neoliberal de libre mercado, en El Huracán de la Globalización (F. J. Hinkelammert, compilador), DEI, San José de Costa Rica, 1996.
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