Las agradezco la oportunidad de poder conversar con ustedes en este encuentro sabatino (23, julo, 2022) respecto a Estudios Latinoamericanos, pero les advierto que no soy especialista en el tema. Suelo escribir sobre realidades de este subcontinente, pero tengo algunas dificultades respecto a lo que designe el concepto ‘latinoamericanos’, seres humanos a los que reuniría y determinaría distintamente ese concepto o la denominación. Pero la invitación la hacen amigos y se agradece y las discusiones que se abrirán en este espacio, sin duda nos ofrecerán algo. La presencia del catedrático español, Manuel Alcántara Sáenz, obviamente contribuirá con nuestra reflexión.
1.- Un especialista en Estudios Latinoamericanos, Guillermo Gómez Santibáñez, de la Universidad Politécnica de Nicaragua, inicia uno de sus artículos (reproducido en Internet) “¿Qué son los Estudios Latinoamericanos? con una referencia de Simón Bolívar (que él, Gómez Santibañez, ha elegido). La referencia de Bolívar es la siguiente: “No somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos de nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de propiedad y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado”. La referencia aislada de Bolívar resulta conversable o discutible, según sea el ánimo. Bolívar no solo no es indio/indígena, sino que hace parte de un colectivo social complejo que ha querido (y conseguido en ocasiones) conquistar (y despojar) a estos ‘indios’ incluso de sus creencias más radicalmente identitarias. Su espiritualidad (algo más amplio que su religiosidad) es una de ellas, aunque aquí el triunfo de los conquistadores, cinco siglos después, no es total, aunque parece irreversible. La propiedad de la riqueza, bienestar o miseria, según se juzgue, es entre nosotros, incierta porque nuestros mercados no resultan centrales. Ahora, Bolívar desciende de guerreros feroces, implacables conquistadores, ávidos de oro y prestigio. Por razones que aquí hoy no se tocarán, Bolívar desea en su momento disputar sus poderes mediante la guerra. Otra guerra. En el origen de la historia de los mestizos pueblos latinoamericanos los derechos nacen de la guerra. Se trata de conflictos extremos porque quienes resultaron vencedores en ellos demandan lo que consideran la continuidad de una conversión cultural impuesta por los conquistadores iniciales. Quienes parecen triunfar en ellos exigen/imponen la conversión cultural de los vencidos, no en el sentido ya suficientemente dramático de que se experimenten militarmente derrotados, sino en el más terrible por radical –y quizás no factible de cumplir-- que es que abandonen sus identidades e identificaciones históricas y asuman las que sus enemigos (las guerras escinden a las poblaciones en amigos y enemigos) les imponen. Sin considerar este aspecto de la historia de nuestras comunidades falsas resulta difícil entender la ferocidad despiadada y muchas veces gratuita de los regímenes de Seguridad Nacional (Brasil, 1964-1985, Chile, 1973-1990, por hacer dos referencias). Estos regímenes, aunque inspirados desde el exterior, constituyen una eclosión de nuestra historia. Ella dice que no constituimos comunidades.
Al nacer, Bolívar fue bautizado como Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios. Dos de los nombres de los indígenas mapuche, que los españoles no lograron derrotar en su conquista de Chile, eran algo más sencillos: Lautaro (calvo veloz) y Caupolicán (piedra de cuarzo azul). En la composición inicial de lo que serán (o tal vez alguna vez llegarán a constituir) los pueblos latinoamericanos se encuentran distancias que después (es decir en este siglo y en el XX) se transformaron en la constitución de sociedades con barreras y estancos: los capitalinos y los provincianos; los opulentos/propietarios y los empobrecidos con poco o nada; los militares y los civiles, los ordenados (religiosos) y sus fieles, las mujeres y los varones por hacer cinco referencias de desencuentros.
El punto avisa un enfoque conceptual: las sociedades latinoamericanas se constituyen internamente mediante estancos (separaciones) paralelos. El punto afecta a cada sociedad ‘nacional’, y también a las regiones: América Central y el Caribe, por ejemplo: deberían articularse efectiva y solidariamente, aunque fuese solo para ‘dialogar’ y comerciar con EUA y con el resto del mundo. Cada país por separado constituye un interlocutor débil. Una articulada área del Caribe, en cambio, y por ejemplo, sería estratégicamente o interlocutor o sector (esto tendríamos que resolverlo desde nosotros) o área del poderío mundial estadounidense (que una mayoría valora planetario) sin perder sus identidades/identificaciones específicas. El criterio no afecta el carácter o articulado (o desarticulado, que es lo que existe) de los Estudios Latinoamericanos y no impide ni bloquea los estudios de casos o situaciones nacionales, sino que los sitúa en espacios aislados que los tornan más comprensibles y con ello alimentan la discusión. Sin discutir, una expresión de la projimidad evangélica, nunca empezaremos a conocernos ni a respetarnos y acompañarnos. Ambos procesos resultan decisivos para quienes llamamos con alguna comodidad, que creemos sin neblinas, latinoamericanos. Ignorar las neblinas promueve tanto los desencuentros como los reconocimientos falsos. Ellos abundan inercialmente entre los latinoamericanos y desvían o bloquean que podamos referirnos con sinceridad a un ‘nosotros’. Así, los estudios latinoamericanos pueden surgir desde efectivos nosotros o desde otros (que incluyen a los falsos ‘nosotros’) que, como reclamaba el Chavo del Ocho, “no nos tienen paciencia”. Tratando urgentemente de llegar hasta nosotros mismos ‘no nos tenemos paciencia’ y nos enorgullecemos al considerarnos otros (específicos, especiales: apropiados, los correctamente elegidos, indicados, identificables, aunque falsos). Cuando hablamos de “latinoamericanos” sin más, no es seguro que nos estemos refiriendo a algo determinado que no resulte banal. Los latinoamericanos resultamos diversos y solemos no reconocernos unos a otros. Muchos costarricenses desprecian a los ‘nicas’. Otro tanto de chilenos solía hacer lo mismo, es muy probable que lo sigan haciendo, con peruanos y bolivianos y envidiábamos a los argentinos (bonaerenses, en realidad) y brasileños (sin conocerlos, verdaderamente).
2.- Los Estudios Latinoamericanos deberían quizás centrarse más, o centrarse del todo, en nuestras divisiones y descalificaciones subcontinentales internas. Para conocerlas, discutirlas y comenzar a superarlas. Ellas dicen más de quienes somos (o nos consideramos) que las guerras ‘nacionales’ que nos recuerda una historia que valoramos nuestra y que no siempre (o nunca) lo ha sido. Hoy día las guerras entre ‘nuestras’ naciones escasean porque resultan muy caras y porque geopolíticamente se nos informa que el enemigo reside en otros continentes. La represión política interna no califica de ‘guerra’ porque se hace contra comunistas, homosexuales, mujeres y jóvenes, y para la represión los grupos embestidos carecen de nacionalidad y humanidad plena o alguna. Sin que tenga nada de pintoresco, en la guerra entre Argentina y el Reino Unido (1982), Estados Unidos apoyó a Inglaterra, pese a acuerdos como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). El Reino Unido es uno de sus socios europeos, o del mundo real. Chile también apoyó a Inglaterra en esa guerra porque lo gobernaban militares y éstos apuestan a no perder. Naciones Unidas, por suerte no administrada por latinoamericanos, considera las islas que generaron la guerra como efectivos “territorios disputados” lo que significa que los gobiernos de los Estados que los estiman propios deben discutir la situación, alcanzar un acuerdo racional en un tiempo prudente y proceder a respetar el acuerdo. En la tarea podrían colaborar otros Estados (previa aprobación de los contendientes, suponemos).
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3.- En fin, que en relación con Estudios Latinoamericanos no terminamos de comenzar porque su objeto no son primariamente colectivos efectivos sino poblaciones desagregadas que caminan por un piso/ruta común, pero dejan que quienes caminan detrás o de frente lo borren una y otra vez mientras entonan sin desafinar el himno nacional que estiman corresponde. No deseamos acumular o sumar humanidad.
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