Universidad Omega,
Semanario Universidad,
Nº 120, marzo 2022.


   
   La invasión militar que una, al parecer, vigorosa Rusia, desató sobre una menos poderosa Ucrania, es publicitada (ellos estiman informan), en los medios periodísticos de los países que meramente observan el drama, mediante la exaltación del dolor humano de ancianos que resienten el desamparo y la destrucción de sus espacios de existencia, la angustia de madres en fuga con sus pequeños, a veces llorosos, en otras perplejos por los súbitos y misteriosos cambios. Aquí la guerra es la novedad siempre amarga y brusca para los civiles no combatientes y los extranjeros. La guerra se muestra como algo que los malos hacen contra los buenos y uno está, firme y compasivo, porque le parece justo, con los últimos.
   
   No siempre ha ocurrido así. La principal acción criminal de guerra que se conoce (si se juzga por el carácter de las víctimas) la ejecutó un país occidental al que se valora democrático y que crea y alberga personas libres y racionales: Estados Unidos. Su presidente (Harry Truman, 1884-1972) resolvió lanzar un ataque atómico (se acababa de crear la bomba respectiva) contra dos ciudades japonesas (Hiroshima y Nagasaki), o sea sobre poblaciones humanas no directamente combatientes. Hiroshima (bombardeada el 6 de agosto de 1945) fue señalada desde un inicio. Nagasaki (la bomba les explotó el 9 de agosto) en cambio, se eligió porque el avión que cargaba el artefacto atómico no tenía suficiente combustible para alcanzar su meta original, Kokura. Otros incidentes hicieron que, por fin, el artefacto letal masivo se lanzara sobre Nagasaki.
   
   Uno de los primeros informes que se emitió sobre Hiroshima fue el siguiente: “«Visité Hiroshima el 30, condiciones espantosas, arrasada en el 80%, todos hospitales destruidos o seriamente dañados, inspeccioné dos hospitales provisionales, condiciones indescriptibles, efectos de bomba misteriosamente graves, muchas víctimas aparentemente restablecidas tienen recaída repentina fatal debido a descomposicion de glóbulos blancos y otras heridas internas y mueren actualmente en gran número. Más de 100.000 heridos, aproximadamente, que siguen en hospitales provisionales situados en los alrededores, carecen totalmente de material, apósitos, medicamentos, ruego inste alto mando aliado a enviar inmediatamente por paracaídas socorros centro ciudad, necesidad urgente grandes cantidades apósitos, algodón, pomada para quemaduras, sulfamidas, además de plasma sanguíneo y material para transfusiones, acción inmediata muy conveniente enviar igualmente comisión investigación médica sigue informe, confirme recepción»”. Los números rápidos de los muertos por los ataques oscilaron entre 105.000 y 120.000 personas. Heridos, unos 130.000. Pero la radiación desplegada por los artefactos atómicos genera lesiones y enfermedades que aparecen mucho después de la exposición directa a ella. El año 2014 se atendía aún en Japón a sobrevivientes del ataque atómico que padecían de tumores malignos (cáncer) localizados en los pulmones, estómago, hígado, leucemia (cáncer de las células productoras de sangre).

   Considerando solo un periodo de doce meses finalizado en marzo de 2015, el hospital de sobrevivientes de la bomba atómica de Hiroshima atendió a 4.657 víctimas oficiales, o sea reconocidos. De los decesos de sobrevivientes de la bomba atómica que se produjeron en el hospital hasta marzo de 2014, cerca de dos tercios (63%) se debieron a tumores malignos (cáncer), cuyos principales tipos fueron: cáncer de pulmón (20%), cáncer de estómago (18%), cáncer de hígado (14%), leucemia (8%), cáncer intestinal (7%) y linfomas malignos (6%).
   
   En Nagasaki, considerando solo  un periodo de doce meses finalizado en marzo de 2015, el hospital de la Cruz Roja Japonesa establecido en esa ciudad atendió como pacientes externos a 6.030 sobrevivientes reconocidos y admitió a otros 1.267 como pacientes internos. Su cuidado conllevó 36.260 consultas externas de sobrevivientes y 23.865 consultas externas de hijos de sobrevivientes, lo que patentiza el costo de los efectos de las armas nucleares en la salud de la segunda generación. El hospital de Nagasaki también atendió 18.187 consultas de sobrevivientes hospitalizados y 12.878 consultas de hijos de sobrevivientes. En el hospital de Nagasaki, el 56% de los decesos de sobrevivientes de la bomba atómica registrados en el periodo de doce meses finalizado en marzo de 2014 se debió al cáncer, cuyos principales tipos fueron: cáncer de pulmón (38%), cáncer de hígado (12%) y cáncer de estómago (9%). Por otro lado, el 24% de los decesos de sobrevivientes se debió, en conjunto, a cáncer de colon, del sistema linfático, de vesícula biliar o de páncreas.
   
   Curiosamente, la prensa, digamos occidental, no centró en ese momento su primera información sobre las víctimas y los padecimientos de los ciudadanos japoneses, sino que celebró la proeza bélica con una mezcla de júbilo y sorna. The New York Times tituló: “Lanzada la primera bomba atómica sobre Japón: el misil es igual a 20.000 toneladas de TNT. Truman advierte al enemigo de una <lluvia de miseria>”. Los Angeles Times propuso: “La bomba atómica golpea a Japón. El más destructivo poder humano castiga a Japón”. El Dayly Mirror fue más gráfico y popularizó: “Los hombres con gafas negras dejan caer la primera bomba atómica y exclamaron 'Oh My God’ mientras la ciudad desaparecía en un hongo de fuego”. El Dayly Express tituló: “La bomba que ha cambiado al mundo”. “Los japoneses se rendirán”. El Chicago Dayly News se aproxima al desprecio racial: “La bomba atómica condena a los niponcitos (japos)”. Los periódicos estadounidenses experimentan y comunican la alegría de un triunfo. Es de alguna manera ‘normal’. EUA perdía muchas vidas en esa guerra. Los combatientes japoneses luchaban bravamente y por lo que valoraban la dignidad cultural, política y religiosa de su pueblo. Sabían serían derrotados, pero igual peleaban.
   
   Lo que aquí se critica es que se busque simpatía hacia un bando (Ucrania) explotando el dolor humano de gentes sencillas (sin posibilidad alguna de defensa) para condenar al otro bando. Todos los involucrados en una guerra son seres humanos, tienen familia, aman y son amados. Todos quiere decir ucranianos y rusos, soldados y civiles. Los responsables por el sufrimiento de estos seres humanos son los dirigentes políticos de unos y otros bandos que no supieron (y tal vez no quisieron) resolver sus desencuentros. Y, sosteniendo este insano paralelismo, la estructuración de un ‘orden’ mundial que posibilita los desencuentros radicales porque estima sacar beneficios particulares de ellos. En este sentido la población costarricense (que sabiamente clausuró su cuerpo militar) debe ser informada de un modo tal que confirme que la guerra no resuelve nada. Que Costa Rica ha optado por el diálogo que supone encuentros, desencuentros y acuerdos que anulen la guerra como salida. Las distintas formas de hostilidad actuales terminarán por destruir a la especie. Ingenuamente, no lo estimamos saludable.
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