El segundo artículo de Jacques Sagot que nos interesa tiene un título curioso: “Página 15: Gregarismo” (LN: 23/12/2020). ‘Página 15’ es el nombre de la sección de opinión del periódico La Nación S.A. La principal ponencia es, por supuesto, la expuesta en el editorial. En cuanto a gregarismo, en español resulta palabra agresiva. Designa un “seguimiento ciego”, una voluntad de agregación sin mayor conciencia (o sea mecánica), propia de animales con escaso o nulo juicio. Como se sabe, los seres humanos se autoconstituyen como animales políticos, no meramente gregarios. ‘Gregario’ alude a una agrupación irracional (y por ello ciega) y mecánica, es decir que carece de discernimiento ético. Así, puede resultar vana, descocada, irresponsable o, si se prefiere, incluso suicida. El cuento de Sagot imagina y expone la narración de un teléfono celular en un momento en que estos artefactos han subordinado bajo su poder a los seres humanos. Sagot o el editor de la página de opinión condensan así su contenido: “Me temo que estamos asistiendo a un proceso de desmaquinización de la máquina”. Los artefactos electrónicos (en este caso los teléfonos celulares) han sometido a los seres humanos, pero a la vez copian o portan los caracteres de sus esclavos..
El cuento de Sagot se inicia de esta manera. Al parecer, habla su propio celular: “¡Cuán gregarios nos hemos hecho los teléfonos celulares! ¡Más, mucho más de lo que jamás lo fueron los seres humanos, ahora reducidos al rango ontológico de adminículos electrónicos!”. Se ha producido una revolución política. Los celulares reinan o están por doquiera en el poder y los seres humanos no pasan de títeres de ellos. Sagot no explica cómo podría producirse este cambio. El peso de los celulares en las sociedades actuales es función de la comunicación humana (o pseudo humana, si se quiere) que los instrumenta y de la que son portadores y no de su base material. Los drones que desencadenaron la liquidación, en enero del 2020, del militar iraní Qasem Soleimani (y muchas otras personas próximas) seguían órdenes de la cúpula política asentada en Washington. Los celulares solo poseen la dudosa autonomía de descomponerse. Su deterioro puede seguirse de una programación humana o de una fatiga o destrucción de materiales. De manera inversa, los celulares por sí mismos no logran que un hincha de Saprissa se torne fanático de Alajuela. Puede transmitir lo que se les antoje a sus usuarios, pero no puede crear, por sí mismo, al menos este mensaje: “Liga campeón, Saprissa segundón”. Isaac Asimov (1920-1992) estableció la genética de los celulares con sus leyes de la robótica (formulaciones matemáticas impresas en sus senderos positrónicos): un robot no hará daño a un ser humano; un robot debe cumplir las órdenes de los seres humanos, excepto que entren en conflicto con la primera ley, y un robot debe proteger su propia existencia siempre que esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley. De modo que, por respeto a los autores de ciencia-ficción, Sagot debe explicar técnica y convincentemente la revolución política lograda por los celulares porque la idea de que la creatura humana se alza contra Dios es bíblica y judía y la de que sus producciones técnicas o tecnológicas se alzan contra él se deriva de Frankenstein. La novela que habla de Frankenstein se publicó en 1818. El imaginario expuesto en “Página 15: Gregarismo” es tributario de inicios del siglo XIX. Como estamos en el siglo XXI y se desea hacer ciencia-ficción (aunque se trate de sátira) quien tiene este deseo ha de explicar el alzamiento de los celulares.
Pero en realidad Sagot no escribe sobre los celulares. Su idea, algo más aldeana, es que los celulares se comportan como los humanos en cuyas sociedades fueron creados. Obsérvese que estos celulares no imitan a sus creadores inmediatos (científicos, tecnócratas y empresarios) sino lo que Sagot estima hábitos de las gentes comunes. Quien cambió la comunicación, Steve Jobs, es descrito como objeto de burla (guasa cuya motivación parece derivada del despecho). Redacta Sagot: “En lugar del monumento a Carlomagno, aparece en cambio el estadounidense, en t-shirt, chancletas, comiéndose una hamburguesa, apretando botones, ajustando tuercas, una cocacola en la mano, los anteojitos icónicos de la genialidad, todo ello en un garaje desvencijado, en sórdida barriada de Los Ángeles”. Algo común en Sagot es su rebajamiento de quienes alcanzan éxito. El logro ajeno parece tomarlo como insulto personal. Sobre Jobs añade que “La sustitución de Cristo por Stevie no fue, en este caso, juzgada herética. Desde su canonización reciente, muchas catedrales lo incluyeron en sus pórticos, transeptos y rosetones”. Los transeptos son corredores en el interior de los templos. Sagot no ha terminado con Jobs. Habla el celular: “Salí en la estación Bill Gates, allá por la Sainte-Chapelle, derruida recientemente y reconstruida, según el estilo conocido como kitsch californiano, para acoger el sagrado corazón de Steve Jobs. La víscera yace dentro de una urna de plástico rosa, al pie de una efigie amarilla de Ronald McDonald. Es curioso, nosotros, machina erectus, seguimos experimentando inquietudes religiosas ancestrales que no nos sientan bien”. Jobs nunca mostró obsesiones divinizantes. Quiso el éxito empresarial y lo logró con su trabajo y el de otros (a quienes organizó). Sagot suele mostrar ira y desprecio por los éxitos ajenos. De los cantantes, dice que desafinan. De Jobs, que generó un culto y que su ‘genialidad’ se plasma en ‘anteojitos’. Jobs padeció un mal que lo llevó a la muerte. Sagot sufre enfermedades que no le facilitan la existencia. Así, tienen Jobs y Sagot algo en común. Pero si Jobs hubiese conocido a Sagot no lo habría despreciado. A Sagot en cambio los éxitos de Jobs le irritan tanto que lo hace figura central de un cuento deplorable de socio-ficción que resulta, quizás casi como siempre, autobiográfico.
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Conversación
Irene, Pastora, Julia (Costa Rica). - ¿Por qué escribe usted contra Jacques Sagot? Nos parece que él hace lo suyo y estimamos lo hace bien. A las y los costarricense nos hace falta un crítico y él lo es.
HG. – No estimo escribir contra Jacques Sagot a quien solo conozco por sus artículos en el periódico. Examino cómo construye algunas de sus ideas porque a mi parecer las elabora mal. Como Sagot es una personalidad en Costa Rica, creo sano mostrar algunos de sus defectos para que no se le imite. Como talante, la crítica es sana, pero exige asentamientos y procedimientos adecuados. De no mostrarse así la crítica abre numerosos frentes a la descompostura cuyos fundamentos suelen estar asimismo en la incomprensión. Puedo ejemplificar parte de lo que digo con otro texto de Sagot, más próximo en el tiempo (“Un descubrimiento muy instructivo”, en La Nación S.A., 06/01/2021). “Cuando toco un concierto y dejo que los aplausos y los vítores (…) empapen mi cuerpo y mi alma, siempre me digo a mí mismo: <Recuerda que, en este oscuro teatro, entre esta muchedumbre eufórica y agradecida, habrá siempre, en algún rincón del recinto, una persona por lo menos, que detestó absolutamente tu espectáculo>”. En realidad, y probablemente por sus enfermedades, Sagot no da conciertos de piano. Suele ofrecer jornadas pedagógicas sobre música a las que acompaña con el piano. A este último tipo de eventos generosos no suele concurrir público que ‘deteste absolutamente’ a quien los ofrece. Se aplaude el desprendimiento, sea gratuito o no. En relación con este tema me parece conocer solo un trabajo de autor, El principito, de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), que suele gustar a todos. El Quijote debí leerlo obligatoriamente en el colegio y no me pareció. En especial sentí flojos los versos que insertó Cervantes en él. A veces lo releo en parte y me disgusta menos. Pero a las ocasiones en que Sagot invita a escucharlo comentar música, acompañándolo con algo de piano, solo asiste gente agradecida y nadie concurre para disgustarse. Es solo un ejemplo de cómo Sagot exagera sus argumentos. Su texto habla sobre los rechazos que en vida experimentamos todos los seres humanos, por razones muy diversas. Pero ese específico caso que narra está mal construido. En esas veladas solo se encuentran personas agradecidas, incluyendo a Sagot. También algunos pueden haberse dormido.