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Categoría: En Periódicos
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Universidad Omega, Nº 109,
diciembre del 2020.

 

A la memoria de Juan Stam (1928-2020), profeta vigoroso, distinto y bello.  
                
   Jacques Sagot (n. 1962) es una personalidad costarricense conocida por sus destrezas y conocimientos musicales y, algo menos quizás, por sus comentarios periodísticos y escritos. Una parte de estos últimos es publicada preferentemente (pueden ocupar una página entera) por el principal diario del país, La Nación S.A. Por su constancia, Sagot ha de ser considerado uno de los “intelectuales” (o “publicistas”) oficiales del periódico. En este sentido conviene destacar aspectos de algunas de sus más recientes notas (diciembre del 2020) en el diario. Sus opiniones pueden ser utilizadas para acercarse a lo que se juega políticamente en la Costa Rica de este peligroso 2020. El primer artículo es del 17 de diciembre (2020) y tiene como título “La enfermedad de nuestro tiempo”, cartel que no oculta el ascendiente que sobre el costarricense Sagot tiene el ensayista español José Ortega y Gasset (1883-1955). Los tiros y sablazos parecen ir aquí dirigidos contra la “opinión pública”. Al menos así lo anuncia su primer párrafo: “Existe una cosa que se llama la opinión pública. Es una nefasta, perjudicial, extremadamente limitante preocupación moderna, en particular, por supuesto, para aquellos que tengan así no fuese más que un poquitín de presencia mediática”. Sagot no parece advertir que, además de faltar alguna coma en su texto, el periódico en el que escribe y él mismo (con sus ascos, rabietas y enfermedades, por él tornadas públicas) encajan en su descripción. La Nación S.A. es el principal, sino el único, partido político del país. Existe para crear opinión pública o reforzarla. Y Sagot sin duda hace parte de quienes tienen “así no fuese más que un poquitín de presencia mediática”. O no tiene espejos o los miles que lo reflejan no le dejan verse. O quizás sus juicios solo se apliquen a otros y nunca a sí mismo. Los dioses se conceden ese rasgo. Ellos son perfectos o su poder vela fallas. Los ofensores o pecadores son los otros siempre.

   Ahora, en realidad, una “opinión pública” resulta inevitable, por ciudadana, en una sociedad actual (o moderna) que se desea republicana y democrática. La manera más socorrida de intentar menoscabarla consiste en integrar al mercado en ella (si se vende, es bueno para todos) y articularlo con un cuasi monopolio de medios de comunicación (como el que opera en Costa Rica y que tiene como eje el vínculo entre La Nación S.A. y Canal 7). El cartel no se alcanza, sin embargo, porque en la opinión pública confluyen también las familias, la educación formal y las iglesias, la existencia cotidiana con sus fuentes variadas (económica y personal, por ejemplo), y la presencia internacional. Esto, por decir algo. Luego, existe una opinión pública amplia (que nunca cubre a todos: los menores no han de ser abusados sexualmente, por ejemplo, o Costa Rica es ‘blanca’ y ‘opiniones públicas’ sectoriales. Unas y otras pueden presentar matices que las diferencian. Un “No al machismo” podría contener tonalidades, controversias y hasta brechas no franqueables. Igual el “existe una cosa que se llama la opinión pública”, de Sagot. El hombre piensa mucho o poco, no sabemos, pero conceptualiza mal.

   Si se equivoca el punto de partida, resulta casi forzoso extraviar ruta y metas. En su artículo, Sagot termina por culpar de todo al capitalismo efectivamente existente: “La sociedad anarcocapitalista e hiperconsumista comienza a engullirse a sí misma (…) No solo vende lo que es vendible, también lo privado, lo íntimo”. Puede ser, pero no vale para Costa Rica. Se requirió una pandemia para que el país descubriera sus “cuarterías”. Y ya a finales del año de la pandemia ellas dejaron de existir para los costarricenses. Faltaba más: el país no produce cuartería alguna. Eso se deja para la Nicaragua comunista de Ortega o para Venezuela. Costa Rica no produce cuartería ninguna. Aunque sean de propiedad privada, las cuarterías no “venden”. Quienes habitan cuarterías son ciudadanos libres o delincuentes o nicas. En efecto, la sociedad moderna nos oculta cosas y las lógicas que potencian producirlas. Pero siempre habrá Ray Bradburys o Garcías Márquez o Juan Stames que nos facilitarán verlas o intuirlas. Sagot prefiere apostar por otro camino: “Somos habitantes del theatrum mundi (teatro del mundo)”. Es un concepto muy antiguo. Platón estimaba que los seres humanos funcionan como actores de una obra que no habían escrito. Hace decir a Sócrates (en El banquete) que los seres humanos han de saber actuar tanto el drama como la comedia. Pero Platón hablaba desde y para un mundo antiguo del cual el cristianismo inicial e institucional tomó mucho. En la sociedad moderna, en cambio, el ser humano es responsable por lo que hace de su sociedad. Jesús de Nazaret no tiene época. Trata a los otros como prójimos y serás tú mismo. Hazte responsable por tu sociedad. Nada está escrito. El ser humano es dios para el ser humano. Los horizontes les hablan a los seres humanos de su libertad si se hacen prójimos. Por supuesto, casi nadie le hace caso a Jesús. Las personas, en particular los latinoamericanos, escogen representar la comedia que, según ellos, ha escrito Dios. Sagot se inscribe en otro camino: para él los seres humanos se entregan hoy a la venta de “…sus propias entrañas, sus vísceras, su sangre, sus humores, su linfa, su jugo pancreático, sus tripas… todo está en venta y todo se presenta en forma espectacular. Y está ese monstruo que es <la opinión pública>, amorfa, anónima, masa, que califica nuestras ofrendas al culto del Dios Mercado”. Retornando a Platón, los seres humanos, de acuerdo a Sagot, no saben actuar ante esta “tragedia”. Lleva algo de razón. Ni él ni las mayorías de hoy se esfuerzan por producirse como prójimos. Le temen y huyen a la cruz. Aunque en ella esté la vida.
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Conversación

Ernesto (República Dominicana). -  El saludo cordial de siempre. Me llamó la atención que dedique el artículo a una persona, Juan Stam. A su muerte. ¿Alguien especial?

HG. – Sí, Juan Stam fue alguien especial. Cristiano, protestante, pastor, doctor académico, teólogo, esposo, padre, protagonista permanente de encuentros y solidaridades, persona vivaz, alegre, constante. Se enamoró de los latinoamericanos, en especial de los más pobres y perseguidos. Coincidimos en varios espacios, pero no fuimos particularmente cercanos. Tampoco amigos. Quisiera su ejemplo no se perdiera porque si la mayoría de cristianos de este subcontinente viviera y comunicara su fe como él, la región y el mundo serían otra cosa. Admiraríamos a todos con nuestro compromiso por una existencia digna y vivida con esfuerzos y alegrías colectivos siempre compartidos. Mi deseo, que sé no se cumplirá, es que el testimonio de Juan Stam nunca muera.

Sandra, Mercedes, Víctor (Costa Rica). - ¿Por qué ve usted en Jacques Sagot ecos de Ortega y Gasset?

HG. -  Lo hice presente por el título de su artículo. Ortega (1883-1959) escribió un libro, para él importante, cuyo título es “El tema de nuestro tiempo”. En su vertiente negativa este tema es la aparición de las masas, las aglomeraciones movidas por un Estado que las manipula, pero a la vez las consiente. Ortega estima que la humanidad verdadera reside en el individuo cultivado y excepcional. El Estado que produce masas queda atrapado por el mediocre sentido común de éstas. Si todos tienen acceso a los celulares, esto deviene en pérdida de calidad de vida. La primera gran derrota humana de la sociedad moderna es su estímulo, consciente o inconsciente, a la aparición de masas y la segunda la gestión de un Estado que las consiente y halaga. El ser humano que se ha de promover es el liberal individuo aristocrático. De estos individuos depende la calidad de la existencia humana. En los diversos escritos públicos de Sagot encontramos este rechazo a la adjudicada mediocridad del individuo-masa y la excelsitud del individuo que rechaza ser masificado. Sagot mismo rechaza ser masificado. Los celulares criticados en el artículo constituyen masa. Las creaciones de Steve Jobs masifican y hacen del mundo un lugar estúpido. Es probable que las lecturas de Ortega se abran tanto a estas simplificaciones como a espacios que potencien pensamiento efectivo.