Si en una sociedad que se considera poderosa y ejemplo civilizatorio (esto último más sujeto, incluso internamente, a discusión), como EUA, concurren desafíos graves como la pandemia en curso y el racismo, su liderazgo político, democrático o no, debe encabezar la transformación de esos desafíos en problemas. El desafío es algo que nos reta. El problema es el mismo desafío, pero al que se intenta racionalmente dar respuesta. Si el desafío presenta urgencias, pues algunas respuestas intentarán racionalmente apagar incendios y otras buscarán, también con la racionalidad adecuada, evitar que los desafíos vuelvan a producirse. Es decir, existen problemas que urge resolver y problemas cuya exigencia pasa por buscar y diagnosticar desafíos sistémicos o estructurales. Si en estos últimos casos la búsqueda y el diagnóstico incurren en chapucería, entonces el incendio puede agravarse y la prisa y humareda distorsionan el desafío y quizás hasta impiden transformarlo en problema. Para el presidente Trump, por ejemplo, la pandemia (según él de origen y responsabilidad exclusivamente chinas) no constituye desafío para la sociedad estadounidense. Él contrae el virus y tres días después abandona el hospital. Sin mascarilla, por supuesto. La pandemia es un invento de sus opositores y de algunos cientistas “majaderos”. Si no constituye desafío, pues no es problema. Se puede incluso plantear argumentos al respecto. EUA es el país (hasta hoy) que realiza más pruebas de diagnóstico a su población. Más de 25 millones de pruebas. Es decir, ya habría hecho la prueba cinco o más veces a todo habitante costarricense. Si lo miramos así, la preocupación de su autoridad política por la salud de sus ciudadanos resulta la mejor, o una de las mejores, del mundo. Pero si reparamos en sus más de 200.000 muertos y los más de 8 millones de detectados como contagiados (ambas cifras al mes de octubre) se advierte que la pandemia allí no ha transitado de desafío a problema. En cuanto al racismo, Trump probablemente lo ve ‘natural’. No constituye desafío. Basta con que cada quien ocupe el lugar que le corresponde, y ya. Su opinión con seguridad es de una minoría en EUA, pero como es la del presidente, tiene su peso.
A las autoridades políticas (dentro de ellas las mediáticas) costarricenses les cayó encima una crisis fiscal y la pandemia. Dos desafíos que se combinan (no hay manera de enfrentar la pandemia sin concurso estatal en ningún lugar del mundo) y se presentan como un Desafío. La sensatez diría que ha de cuidarse la salud (es lo que se ha hecho, aunque no toda la población lo entiende) y que debe atenderse asimismo el déficit fiscal. Que toda la población costarricense muera por la pandemia constituiría una curiosidad planetaria, pero en realidad entristecería a muy pocos si consideramos a la población mundial. El déficit fiscal, en cambio, ya interesa (es un decir) al mundo. El país tiene deudas y debe pagarlas. Si no tiene cómo pagar, puede endeudarse más y pagar. Al endeudamiento interno le pueden entrar actores internos: gobierno y diputados. Solo se les exige buena voluntad y espíritu nacional. No es poca cosa. Sus decisiones pueden discutirse apreciando sus resultados por otros sectores, pero aquí existen tiempos cortos, medianos y largos que en la pandemia no se dan. A los circuitos financieros planetarios la salud de la población costarricense la tiene sin cuidado. Total, con la pandemia todos estamos (potencialmente) infectados. En cambio, la deuda resulta un compromiso financiero y ‘moral’ con acreedores externos. El país verá cómo le hace. El desafío pasa aquí local e internacionalmente, por la inexistencia o existencia del país. Hasta hoy, no hay manera de poner a sus sectores de acuerdo para que recuerden que el país Costa Rica son, o somos, todos. Influyen pasados de agravios, un sector público juzgado hinchado e ineficiente (el nombre público fue ‘Estado social de derecho’) y deseos muy gruñidamente sustentados de ganar yo para siempre y que pierdan otros también para siempre. A los distintos sectores enfrentados por el déficit les ocurre lo que a Trump. Resienten los desafíos, pero no desean o atinan a transformarlos en problemas nacionales. Para los circuitos financieros externos el país debe y eso es todo. Cuando uno debe, paga. Sectores de costarricenses tienden a asumir los desafíos bajo la forma de ellos se resolverán pasando por encima de otros a quienes juzgan como enemigos. Por esto, fracasan los diálogos (a estas alturas ya se les menciona con sorna). El país deja de existir aquí quizás porque nunca fue colectivamente producido. Es decir, producir un país es, por sí mismo, un desafío que ha de ser transformado en problema: salud, para el país, educación para el país, existencia cotidiana para el país, clubes como el Saprissa para el país (quiere decir que cada club contribuye con la Selección Nacional). Se trata de tareas colectivas. Que el país, bajo la forma de una etnia, quizá existe en algunos lo muestran, en la compleja crisis, las acciones y sentimientos solidarios que son múltiples y están alimentados por la generosidad. Un país requiere sentimientos nacionales generosos (no incluyen despreciar a extranjeros; si están aquí, son como nosotros: hospitalidad se llama).
Sin sentimientos nacionales no se pueden enfrentarse desafíos nacionales que han de ser transformados en problemas nacionales. La visión no-nacional querrá salidas que favorecen unilateralmente intereses particulares. Hoy, en el extremo casi, algunos piensan en acciones que los favorezcan en las elecciones del 2022. Pandemia y déficit fiscal en un país/economía de la periferia exige visión y sentimiento nacional con sensibilidad de largo plazo. No asumirlo así lleva a salidas unilaterales que conducen a nuevas crisis y violencias. En las crisis que se experimentan como terminales es cuando una racionalidad operativa ha de alimentarse de la generosidad que permite pensar en los ‘otros’ en el largo plazo. O sea, en el tren o bus al que pueden montarse todos no necesariamente de la misma manera y en la misma y única estación.
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Conversación
Berta, Hernán, Samuel (Costa Rica). – Nos parece usted privilegia o al menos antepone el desafío de la pandemia al de la crisis fiscal. Estimamos que el segundo tiene tanta importancia o más que el primero.
HG. – Probablemente redacté mal mi idea. La crisis fiscal es anterior a la pandemia en el tiempo y si no se resuelve con sabiduría (lo que requiere cooperación desde el exterior además de medidas internas) generará quizás un final para la Costa Rica que han conocido quienes nacieron después de la década de los cincuenta del siglo pasado. Es la del “Pura Vida” que hoy casi no se escucha o ve. Los alcances de esta crisis de resolverse mal o no resolverse son, como se advierte, de muy largo plazo. Contiene probablemente insolidaridades y violencias que hoy se manifiestan, pero a las que se considera remediables y que la acción gubernamental y la población mayoritaria buscan resolver. La crisis determinada por la pandemia versa sobre una existencia amenazada cotidianamente por la muerte pero que se resolverá cuando aparezcan las vacunas. El desafío es aquí que la población pueda conseguirlas y que sean seguras. Es decir que los daños de la pandemia deberían disminuir sensiblemente durante el año 2021. No desaparecerá del todo porque la infección tiene la capacidad de generar secuelas. Se trata de la vida y también de su calidad. La crisis fiscal también se relaciona con la existencia de la población y su calidad. Para este escenario no existe más vacuna que la solidaridad y sabiduría propias de un sentimiento nacional. Su principal desafío es que sectores de la población (y los distintos escenarios de la vida pública) experimentan este sentimiento nacional como su interés particular y esto los hace ver en los ‘otros’ un mal o enemigo al que hay que destruir. Es lo que hoy se llama “populismo”. Lograr que se esfumen los ‘populismos’ es tarea política permanente. No existe vacuna. Los populismos ustedes los encuentran en EUA, en Europa y, por supuesto, en América Latina. Los populismos pueden tener aspecto laico, pero son religiosos. Los otros, a los que hay que destruir son de naturaleza pecadora, malditos. Los desafíos se terminan exterminándolos o quitándoles todo oxigeno para que no respiren. Quien escribe no desea populismos de ningún tipo para Costa Rica, pero advierte su presencia y no desea que prosperen. Por desgracia contra ellos no existe vacuna y solo puede combatirlos la voluntad ciudadana y republicana de los costarricenses. Le debemos principalmente al teatro español el dicho “Tan largo me lo fiais”, pero estimo que la voluntad ciudadana y republicana es algo que los costarricenses pueden darse y que ello no depende de sentimiento religioso alguno.
Isabel, Mauricio, Ronald (Costa Rica). – ¿Quiénes son, exactamente, los que se enfrentan sin tener como referencia al país?
HG. – No creo haya solo dos bandos. Pienso que existen matices dentro y fuera de ellos. Hoy, domingo, 1º de noviembre, escribe en La Nación S.A. Óscar Arias. Él habla de monólogos y cámaras de eco: “Unos se validan mutuamente en la fantasía de que es posible salir adelante sin recortar el gasto público, tan solo cobrando más impuestos al sector privado (…) En la otra acera están quienes se niegan incluso a discutir la posibilidad de un aumento en los tributos y apuestan por un ajuste estructural al que le cabe, por arte de magia, la solución a todos nuestros problemas”. Para que les quede más claro, a los primeros les añade que aceptan “…un recorte del gasto público en abstracto, pero objetan toda propuesta concreta para alcanzar ese objetivo”. En este último campo, estimo, estarían sectores del gobierno. Y en el otro, el grueso de los empresarios. Quien esto escribe ha señalado que quienes solo hablan de “gasto público”, olvidando que el Estado también “invierte” (en salud, educación, carreteras, etc.) constituyen un sector al que cabría llamar “populista” y “neoliberal” a la tica y el otro sector se inclina por un Estado social de derecho con buenos salarios y convenciones colectivas para quienes trabajan para el sector público. Identifican al otro sector como evadiendo y eludiendo impuestos. En la ciudadanía en sentido amplio parecen hegemonizar los que califiqué como ‘neoliberales’ porque la mayoría de costarricenses tiene alguna experiencia negativa con los servicios públicos y también juzga a sus sindicatos como algo negativo (defensores de prebendas). Óscar Arias considera a estos sectores “enemigos”, pero las repúblicas democráticas no albergan ‘enemigos’ sino solo opositores y aliados. Esto quiere decir que sus diferencias se resuelven respetando la legislación. Esto torna árbitros de las contiendas al ejecutivo y al legislativo y juez al poder judicial. Célimo Guido y José Miguel Corrales (dirigentes de Rescate Nacional), con su llamado a los bloqueos y la deriva de éstos en agresiones a la policía, apremios a particulares y destrucción de bienes públicos (e integración del crimen organizado), debieron recibir un trato más estricto en los circuitos judiciales. Considerado su edad ameritaron recibir casa por cárcel y total prohibición de volver a azuzar a los que consideran son sus seguidores. Rescate...constituye, por sus hechos, un grupo aparte. Pero agita más sentimientos que ideas. En la situación costarricense oponerse por principio a un préstamo del FMI no es razonable. No por el préstamo en sí, sino que porque un acuerdo favorece la imagen internacional del país. Y esto es algo que el país necesita. Lo que se puede demandar es que el préstamo favorezca en todos sus aspectos al país. De hecho se trata de una negociación.Por desgracia tanto el poder Ejecutivo como la Asamblea Legislativa no proyectan hacia la ciudadanía la imagen que deberían proyectar en tiempos difíciles y esto tiene costos de desencanto y anomia ciudadana. Así, el panorama político se abre a populismos (enterremos a los rivales) que contienen derrotas ciudadanas. Intentos irreales se prolongan en derrotas efectivas. Así es la polìtica.