En momentos de asfixia/ahogo, cuando cuerpo y alma experimentan la proximidad de la muerte, puede resultar inevitable exasperarse. La palabra ‘exasperar’ carga dos alcances en español, uno suave, ‘lastimar’ y otro duro: “enfurecer”, “dar motivo de enojo grande”. En los días de agosto varios cronistas de Costa Rica resolvieron su exasperación atacando al presidente y, en un caso, borrándolo sin más del mapa político: no existe afirmó la ya célebre editora de opinión del periódico La Nación S.A., Giselle Mora: “Para resolver los problemas nacionales debe buscarse un mecanismo alejado de “lo pensaré mañana” (Lo que el viento se llevó) o de deuda sobre deuda (Madame Bovary) tan propios de épocas superadas.// Escuchar, proponer y dialogar necesita básicamente un mix de interlocutores compuesto por quienes generan riqueza y puestos de trabajo —los empresarios— y quienes están facultados para generar los cambios, los diputados (…). El resto sale sobrando” (LN: 23/8/2020, itálicas no están en el original). Como se advierte, voz y decisión racionales solo las tienen empresarios y diputados. Otros, como el Poder Judicial, la Procuraduría y el Gobierno Central o las Municipalidades…, o sea ‘el resto’ sobran cuando de política nacional se trata. Habrá que recordar que entre los seleccionados empresarios están los dueños de La Nación S.A. La autora señala que esta propuesta o receta suya está en la Constitución costarricense: “En la Constitución Política está la receta: la primera y la última palabra para gobernar” (no indica el artículo donde se afirma esto). Lo que esta Constitución señala en sus primeros numerales es algo distinto: “Artículo 1.- Costa Rica es una República democrática, libre e independiente. Artículo 2.- La soberanía reside exclusivamente en la Nación. Artículo 3.- Nadie puede arrogarse la soberanía; el que lo hiciere cometerá el delito de traición a la Patria. Artículo 4.- Ninguna persona o reunión de personas puede asumir la representación del pueblo, arrogarse sus derechos, o hacer peticiones a su nombre. La infracción a este artículo será sedición”. ‘La Nación’ del artículo segundo no es el periódico ni su constelación de empresas, por si acaso. Si estos empresarios (y los diputados como personas) quisieran arrogarse representar a los costarricenses (todos los ciudadanos, el pueblo) cometerían sedición. El sedicioso se alza contra el orden público. Ha de ser sometido y juzgado. Ahora, ‘sedición’ también significa sublevarse pasionalmente. Así, empresarios y diputados podrían amarse con delirio y, si no lo hacen en público, no pasa nada. No está prohibido. Eso sí, no se puede exhibir amorosa lujuria en la televisión ni en fotos de la prensa sin sufrir algún tipo de acusación judicial.
Como una dama ya había mostrado el camino, el columnista habitual de La Nación S.A., Jacques Sagot, arremetió directo (no tiene de otra) y descompasadamente al bulto: el presidente de la República. Hizo uso de un estilo pop, algo añejo. El motivo, los días que el presidente se tomó con su familia para sacudirse algo de la pesadilla que conmueve a todos los costarricenses. Los días de vacaciones ni siquiera inquietaron a la Asamblea Legislativa. Tampoco viajó con ellos Celso Gamboa. Escribe Sagot: “Fue un error. ¿Cuán grande? Del tamaño del Chirripó. El tipo de error que desnuda la naturaleza íntima de quien lo comete, y genera hacia él un desencanto irresistible” (Qué mal, Alvarado, qué mal, LN: 29/08/2020). Sagot acostumbra presentarse apasionado por el uso de las palabras. Bueno, al menos la palabra ‘error’ no corresponde a su pasión. Quiere decir solo ‘acción desacertada o equivocada’ (que uno podría aminorar disculpándose) y al que la técnica jurídica añade “equivocación de buena fe”. De nuevo, quien lo cometió pide disculpas sinceras y ya. Si se puede,repara. Sagot no lo juzga así. Lo cito: “Para mí su principal gazapo (también mal usado, no hubo embuste, por decir algo) fue la falta de solidaridad, el descriterio, lo inoportuno de su acción, el daño reputacional a su imagen”. El presidente viajó con esposa e hijos. Con su burbuja. Ojalá quienes tienen responsabilidades (y todos las tenemos) pudieran oxigenarse acompañándose de quienes quieren. Sagot, en su añeja pose pop, se pregunta: “¿Lo habrán recibido, en su destino, con toda la pompa y circunstancia, Ricardo Montalbán y Tattoo?”. El periódico concedió casi página completa a este Tattoo local. Termina así su texto: “Una de las peores aberraciones de la democracia consiste en haber generado ese tipo de gente que proclama orgullosa: ‘Mi ignorancia vale más que toda tu cultura”. Lo tomó de Ortega y Gasset (1883-1955), un pensador español que idealiza a las minorías nobles (que se esfuerzan) y teme a las ‘masas’ que desean disfrutar un buen vivir sin reparar que éste proviene del esfuerzo humano. Ortega fue aristocratizante y obviamente no previó el capitalismo pop de la transición entre los siglos XX y XXI. Sagot en este artículo (pese a que él mismo se experimenta no-masa) hace eco a la cultura pop (aunque odie “los porrazos y alaridos de Pink Floyd”). Y, es Sagot. Entristece su diatriba. Lastima a una familia y al voto ciudadano. Es la época.
Más sorpresivo quizás es que otra dama se acerque a la depreciación del presidente. Velia Govaere, con mascarilla en la foto, se añade al desahucio: “En este tumulto de angustias, necesitaríamos que don Carlos tuviera fuerza. No la tiene y su fragilidad decisoria es una debilidad colectiva” (Contra las cuerdas, LN: 01/09/2020). Bueno, el presidente nunca ha dicho que sea alemán o chino. Porta el vigor de un voto mayoritario y las debilidades y fuerzas de la población/ciudadanía en la que nació. El PAC-partido no ha existido nunca de modo que no se ha de buscar en él salida alguna. Govaere pidió votar por el candidato Carlos Alvarado y, dice bien, lo hizo para evitar el triunfo carismático. Pero pudo pedir votar en primera ronda por Piza (el más preparado) o por Antonio Álvarez. Álvarez hizo una campaña errática y no tuvo el apoyo de Óscar Arias. En la segunda vuelta un vocero de Arias (Antonio Pacheco) pidió votar por el dirigente carismático, pero de estos entreveros surge la realidad: el actual presidente ganó por sus características y su único rival de segunda vuelta perdió por sus propias características. El triunfo de Alvarado se lo debe a su trabajo. Y por supuesto él no es causante del déficit fiscal ni tampoco de la pandemia. Es dudoso estimar que alguien puede ganar una presidencia y, a continuación, derivar políticamente a cero a la izquierda. Tampoco quiere decir que por ganar una elección nacional costarricense se transforme en Ángela Merkel o Winston Churchill. Pero trabajó para dar la sorpresa y ganó. El peor político del país no puede ser. Es el que hay. Y, por la pandemia, requiere apoyo. Arrojarle excremento no ayuda a nadie. Las crisis son épocas en que se muestran autenticidades. Hay que cooperar para que Carlos Alvarado muestre vigor con las suyas. Basurearlo golpea a todos. Trabajar para que seamos mejores ciudadanos (dentro de un universo feroz de dificultades) ayuda al país y, de paso, aunque no se lo quiera, le ayuda a él. Lo contrario es suicida. Ninguna época es buena para suicidarse colectivamente.
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Conversación
Marta (Costa Rica). - Un poco por casualidad leí muy temprano esta mañana (un sobrino salía de viaje) y pude leer en La Nación un artículo de Estrella Cartín y Amalia Chaverri. Coinciden con usted y califican el artículo del señor Sagot de “…denigrante e irrespetuoso”. También señalan, sin referirse necesariamente a Sagot, que “se complace en destruir quien no ha logrado construir”. El artículo se llama "Ni apología ni diatriba"
HG. – Les agradezco el saludo y la felicitación. Deseo el sobrino tenga un viaje feliz y un todavía mejor retorno. Estimo que quien supervisa la página editorial debió explicar al señor Sagot que su artículo no podía publicarse en la forma que tal vez era la original (a lo mejor era peor y la versión publicada ya había sido retocada). O tal vez ese funcionario no leyó el aporte de su comentarista habitual. La Nación S.A. tiene dos colaboradores ‘especiales’. A veces coinciden un domingo. Uno es Carlos Alberto Montaner y el otro Jacques Sagot. Suelen exponer delirios y supongo que hacerlo hace parte de su felicidad e identidad. También leí temprano el artículo de Estrella Cartín de Guier y Amalia Chaverri, ambas filólogas. Me alegra por ellas hayan reaccionado. Lo de Sagot retorna sobre él y lo empequeñece. Vuelvo a agradecerle. Es grato saber que usted me lee.
CLASES VIRTUALES, APRENDIZAJES Y PANDEMIA
Leo, sin demasiada sorpresa, un reportaje e información de la periodista Daniela Cerdas en el periódico La Nación S.A. El título es inocuo, por general: “Pandemia potencia clases virtuales en las universidades” (5/09/2020). Bueno, la pandemia exige “burbujas”, “confinamientos” y ‘distanciamientos/separaciones en todos los campos, la venta de hamburguesas, la recolección de café y el comercio centroamericano, por ejemplo. Si no se está en esto, un horizonte probable es la enfermedad y la muerte. Y la prolongación de la enfermedad en secuelas incapacitantes. De modo que la suspensión de los cursos presenciales en los diversos planos de la educación no debía extrañar. Resultan necesarios ante una emergencia o crisis. Distinto es que las actividades no presenciales (una universidad las llama ‘a distancia y sincrónicas’) resulten unilateralmente elogiadas. Por ejemplo, en el reportaje referido, Luis Paulino Méndez, presidente del Consejo Nacional de Rectores, declara, de acuerdo al texto de la periodista Cerdas: “Méndez indicó que, con el proceso a distancia que están implementando por la Covid-19, están viendo todas las “bondades” que tiene el modelo. Consideró que se podría aumentar la cobertura, reducir los costos para que los alumnos no tengan que desplazarse hasta el campus universitario y que no deban tener un apartamiento cerca de la universidad.” Méndez se está refiriendo aquí exclusivamente a las universidades públicas. Las universidades privadas en Costa Rica acostumbran darse sus propias lógicas. Juan Montañez (Director General Regional para Centroamérica de la Universidad de San Marcos) “…relató que en Colombia se realizaron pruebas sobre el desempeño de los estudiantes en la educación superior y los resultados arrojaron que los alumnos de la educación virtual tenían mejor rendimiento que los que entraron con el modelo presencial. La actual Universidad de San Marcos, privada, nació en 1922 (Costa Rica) con el nombre de Escuela de Comercio Manuel Oregón. Desde 1974 se estableció como institución para universitaria (carreras más cortas que las universitarias y que titulan técnicos. La actual universidad San Marcos se configura como una institución regional).
Valeria Lentini (investigadora del Estado de la Educación, Costa Rica) no se queda atrás. Declara: “Las oportunidades que nos trae este experimento que está ocurriendo sin haberlo pedido, es que se actualiza la docencia en el uso de tecnología, mejora la infraestructura y conectividad, perdemos el temor a la tecnología para la enseñanza y el aprendizaje, promovemos la autonomía de los estudiantes, reducimos desplazamientos, y es una oportunidad para las zonas alejadas”.
En el último y breve párrafo de su reporte, la periodista inserta un reparo. Lo presenta el presidente del Consejo Nacional de Rectores, Luis Paulino Méndez: “…el rector del tec (sic) sí admite preocupación de que el alumno pierda la experiencia de la vida universitaria en medio de la educación virtual”. Ahí termina la crónica.
El reparo del rector Méndez no es menor. La ‘experiencia de la vida universitaria’ es la subtotalidad que hace del profesional universitario (o debería hacer) alguien distinto. No alguien superior, sino distinto por su cualificación. No deberían resultar idénticas, ni como profesionales ni como ciudadanos, una maestra de escuela que no estudió en la universidad y otra maestra que sí lo hizo. Observemos que en la existencia de todos los días la primera podría resultar maravillosa y la segunda un desastre. Pero se trataría de casos. La tendencia, en cambio, debería mostrar que las segundas y segundos consiguen con mayor economía sus objetivos que las primeras o primeros. Y la capacidad de autocrítica de las segundas/os debería hacerse más presente (se cuestionarían incluso si ‘todo’ parece marchar bien) en las segundas /os que en las primeras/os en las que ‘todo va bien’ es un juicio que puede contener algo muy distinto, e incluso incompatible, con el ‘vamos bien’ de las segundas. Se trata de un tema complejo aquí solo indicado.
El anterior 5 de agosto el mismo periódico, aunque en sus páginas de opinión, publicó un panorama distinto: “Por qué Zoom no puede salvar al mundo”. Lo firma un investigador Ricardo Haussmann (Cambridge) quien hizo equipo con investigadores de Harvard y de la Universidad IT de Copenhague (especializada en Tecnologías de la Información). Pueden equivocarse, pero se les contrata y paga como expertos. La revista Nature Human Behaviour publicará su informe. El artículo de Haussmann indica que la tecnología (saber hacer, diseñar) se basa en tres tipos de conocimientos: “…el conocimiento incorporado en las herramientas; el conocimiento codificado en códigos, recetas, fórmulas, algoritmos y manuales de uso; y el conocimiento tácito en los cerebros o know how (saber hacer). // De los tres, las herramientas y los códigos son fáciles de desplazar, pero el know how se mueve muy lentamente de un cerebro a otro a través de un largo proceso de imitación, repetición y retroalimentación, como cuando aprendemos a hablar un idioma nuevo o a tocar un instrumento musical” (…) Haussmann no está especialmente interesado en las clases universitarias. Le interesan los viajes de negocios. Lo dice así: “Sin acceso al know how global en persona las empresas locales han tenido dificultades para construir estructuras, reparar equipos o descifrar cómo mejorar las operaciones//. Nuestra investigación concluye que el mundo pagará un muy alto precio por la interrupción de los viajes de negocios, lo cual se tornará evidente en menos crecimiento de la productividad, menos empleo y menos producción poscrisis”. Es la razón por la que el zoom “no puede salvar al mundo”. Los aprendizajes se potencian por el contacto efectivo entre las personas y la imitación crítica de prácticas. Si lo que afirma Hausmann es correcto, conviene retornar a la práctica universitaria de la presencialidad. Para avanzar en aprendizajes (de estudiantes y docentes) nada la sustituye. Ahora, si lo que se quiere transmitir es autoridad y obediencia unilaterales e institucionalizadas el zoom es perfecto. No fue Hausmann quien formuló la sentencia. “El medio es el mensaje”. Luego, el mismo autor, derivó otra sentencia: “El medio es el masaje”.
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