Instituto Teológico de América
Central (ITAC), mayo 2006.
1.- Los compañeros del Instituto Teológico de América Central me han solicitado que sostenga con ustedes una conversación bajo el título de “¿Adónde va América Latina?”. Les agradezco a ellos la invitación y a ustedes su presencia.
Bueno, lo primero es que ‘América Latina’ es un nombre cómodo que puede contener realidades y racionalidades encontradas e incompatibles. Supone, por tanto, un alto nivel de abstracción. En la práctica esto quiere decir que de lo que diga no se sigue ninguna aplicación sociohistórica inmediata. Igual que cuando haga una referencia histórica debe pensársela más como ilustración de un concepto que como análisis social.
Lo segundo es que probablemente América Latina no va para ningún lado, sino que la llevan. No es lo mismo que uno vaya, que que lo lleven. Y, de repente, ni nos llevan. Otros van, China, por ejemplo, y de paso hacen que nos ocurran cosas. También podríamos preguntarnos, ¿adónde llevamos entre todos, aunque con distintas responsabilidades, a América Latina?
Ahora, si conservo la pregunta, ¿adónde va América Latina?, está tiene relación con de ¿donde venimos? O si lo prefieren, ¿adónde nos llevan? contiene la pregunta cómo nos han traído hasta aquí. Y, todavía mejor, ¿cómo nos tratan? Se puede dar a esto otro enfoque, por ejemplo, ¿quiénes nos han traído hasta aquí? Pero ustedes se ven como buenas personas y no voy a maltratarlos con esta última truculencia.
2.- Haré varios indicativos, cinco, respecto de factores que han incidido en traernos hasta aquí. Obviamente me refiero a procesos.
a) Nos ha traído hasta aquí la forma actual de la mundialización mercantil. Este proceso, que ustedes conocen como proceso civilizatorio al decir de los antropólogos culturales, en el que el Sur se hace Norte bajo la dominación de éste, sorprendió a los dirigentes y poblaciones latinoamericanas mirando para otro lado. 30 años después seguimos sorprendidos, tanto que algunos políticos ganan elecciones ofreciendo el desarrollo, o sea la elevación generalizada de la calidad de vida, cuando este fenómeno dejó de ser considerado, excepto “milagros” como el de Irlanda, como posibilidad efectiva desde hace más de 20 años. La mundialización ofrece crecimiento, no desarrollo. Incremento del PIB, no del PNB. De hecho, hablar de PNB es una forma de populismo, de nacionalismo estrecho, un sentimiento atávico, como la solidaridad. Con la mundialización se acaban las naciones, por lo menos las latinoamericanas, y se transforman en puntos de inversión privilegiada.
b) Hasta aquí nos ha traído asimismo el fracaso de lo que la prensa exaltó en la primera parte de la década pasada como Consenso de Washington. Básicamente consistía en estabilidad macroeconómica, desrregulación, privatización de activos públicos, y honrar los compromisos internacionales, como la deuda externa. El Consenso de Washington no trajo el crecimiento. México, Argentina y Chile fueron exhibidos internacionalmente en ese tiempo como prueba de su éxito bajo la dirección de Salinas de Gortari, Carlos Menem o la coalición “democratacristiana y socialista” que gobierna mi país de origen. México se derrumbó en 1994, Argentina ingresó al siglo XXI con hambrunas y marchas ‘piqueteras’ y Chile mantiene su “éxito” derivada de una dictadura empresarial-militar que disciplinó la fuerza de trabajo con el terror de Estado y que se sostiene con un desempleo medio del ocho o diez por ciento y el incremento de la distancia entre opulentos y empobrecidos, una Constitución autoritaria y la apatía ciudadana, sin olvidar mencionar que probablemente su modelo sea ambientalmente insostenible.
c) También hemos llegado hasta aquí en la ominosa tranquilidad del fracaso de las instituciones de las democracias restrictivas, con instituciones y lógicas excluyentes --propiedad excluyente, prestigio excluyente, por ejemplo--, democracias que han sido los regímenes de gobierno dominantes desde la década de los noventas. Como la ciudadanía y la población no advirtieron mejoría significativa en sus condiciones de vida y muerte (deuda social, deuda en derechos humanos, por ejemplo) hoy empieza a dibujarse una tendencia a aceptar autoritarismos si éstos son eficaces en mejorar oportunidades para los más humildes en educación, vivienda, salud, empleo, seguridad, recortar la informalidad. Como ustedes sabrán, la media latinoamericana de familias en la miseria o pobreza se acerca más al 50% que al 45% de la población. Ya que he mencionado algunas cifras, digamos que Costa Rica tiene buenos números: desempleo entre el 5 y 6%. Pobreza y miseria alrededor del 21%. Crecimiento superior a la media latinoamericana. Sus malas cifras más importantes son inflación (13%) y abstención ciudadana (35%). Un incremento del coeficiente Gini fue, si no revertido, al menos detenido (iba hacia el 0.5 y debe estar en el 0.47 o algo así). Debido a este mal desempeño de las instituciones de las democracias restrictivas, y también debido a que la gente empezó a votar por candidatos que no son agradables al sistema (populistas, nacionalistas, indios, terroristas), podríamos estar a las puertas de un nuevo ciclo de autoritarismos disfrazados de racionalidad, consensos salvadores entre personalidades egregias, tecnocracia, o simplemente tradicionales. Para ello, sin embargo, tendrá que existir autorización o empeño, o ambos, de Estados Unidos.
Excursus sobre el ‘fracaso’ de las instituciones de las democracias restrictivas
Los signos del fracaso de las instituciones democráticas avanzadas principalmente en la década de los noventas son tanto la decisión de la ciudadanía de no participar en elecciones “porque todos son iguales” o “no hay por quien votar” o porque se está demasiado ocupado en la sobrevivencia, como la paulatina transformación de una voluntad que agradecía las instituciones democráticas (muchas veces asociadas con el fin del terror de Estado o la guerra civil) por una actitud que las tensa con simpatías autoritarias que podrían resultar más efectivas en atender las cuestiones económico-sociales (o la seguridad de la propiedad y la vida) y en recaracterizar al menos la venalidad de los políticos y en castigar algunas impunidades. En un país como Costa Rica, la abstención ciudadana sobrepasa ya el 35%. Hace diez años era del 20%. En El Salvador, un país polarizado, la abstención supera el 50%. En una región que sufre varias guerras, como Colombia, vota algo menos de un 55%. Más grave, los jóvenes son quienes menos se sienten atraídos por el circuito electoral al que quizás ven como farsa. Parecen resentir existencialmente la ausencia de proyecto de país, de comunidad, de ilusión nacional, y también la debilidad de las tramas sociales básicas: familia, pareja, trabajo, cultura. En varios países, la gente, en especial jóvenes, se va, emigra.
Por supuesto en este fracaso han jugado un papel los partidos que dejan de ser ideológicos para expresar ‘consensos’ entre cúpulas y minorías que son las que se favorecen con la dominación y los mecanismos de discriminación y venalidad que existen en la economía, en el aparato estatal, en la cultura, etc. Los partidos se volvieron pragmáticos, sus dirigencias se reparten el país entre ellas y, cuando todavía resta algún pudor, administran sin robar demasiado pero siempre con impunidad. La abstención ciudadana expresa así sentimientos encontrados: impotencia, fastidio, exasperación, protesta. Por ello este retiro electoral puede conducir a explosiones sociales.
El punto anterior tiene que ver con lo que nos han hecho las minorías reinantes y los entornos internacionales con los que se asocian. Pero nosotros, la gente común, tampoco hemos cuidado por nosotros mismos. A la desagregación de las tramas sociales básicas por la informalidad, la acentuación del sexismo y el espectáculo, el tráfico de drogas, el ensimismamiento ligado a la sobrevivencia, el agravamiento de la inseguridad, no hemos reaccionado con resistencia en la base, con el levantamiento sistemático de movilizaciones y movimientos sociales, con el esfuerzo por reconstituir tramas sociales y de denunciar y atacar la desagregación. O con la exigencia socio-política y ciudadana de asumir la miseria y la pobreza como una lucha por derechos humanos, es decir que pone en cuestión el carácter del Estado. Las ONGs, alguna vez progresistas, se han transformado mayoritariamente desde la década de los noventa en un modus vivendi de capas medias que combina proyectos y clientelas. Muy pocas, y usualmente con escasos recursos, acompañan procesos populares y se comprometen en ellos. Los partidos y organizaciones de izquierda, allí donde los hay, mantienen su enfoque politicista para el cual las tramas sociales básicas y los movimientos sociales que se expresan desde ellas son “pordioseros de la lucha de clases”, la única lucha estratégica porque es la única que conduce al socialismo. En Costa Rica, por dar un ejemplo ingrato, los templos católicos, ocupados en algún momento por campesinos reclamando justicia o por inmigrantes no deseados o adictos miserables, en lugar de fortalecer sus pastorales llevándolas sin tregua hasta las raíces de la injusticia, eligen poner rejas alrededor de las iglesias. Portones con candado para que solo ingresen a esos espacios la ‘gente bien’, la modosita, la que reza ordenadamente. Entonces este abandono del cuidado de nosotros mismos, esta perversión del pudor, este no querer percibir la degradación de las tramas sociales y el no actuar para transformarlas liberadoramente, es el otro foco, el social-popular, de la crisis de las instituciones de las democracias restrictivas, pero también de la posibilidad de que la crisis se resuelva en salidas autoritarias. No hemos sabido mostrar nuestra indignación, ira, coraje organizados. No hemos sabido entrarle a la participación social y ciudadana desde esta mayoría que se compone de múltiples minorías. Y quienes lo hacen creen que la respuesta está en ganar electoralmente a esta mayoría para acceder al Gobierno o al Estado. Por eso también en parte nosotros nos hemos traído hasta donde estamos.
d) Haber mencionado a Estados Unidos trae a colación la dimensión geopolítica del mundo actual. No se habla demasiado por aquí acerca de que la última invasión de Irak, realizada en contra de la voluntad del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, retrotrajo las relaciones internacionales en su dimensión geopolítica al período previo a la Primera Guerra Mundial. El mundo actual hace de la fuerza armada aplicada unilateralmente la última razón de las relaciones internacionales. La doctrina de guerra global preventiva contra el terrorismo, proclamada por Estados Unidos, pero practicada desde hace mucho por Israel (y por el mismo EUA), seguida por Rusia y anunciada también por Francia, liquidaron en la práctica las Naciones Unidas. Koffi Anán, por pudor, debía haber renunciado hace rato. En estos momentos Estados Unidos, con complicidad de los medios masivos comerciales, prepara una intervención unilateral contra Irán. En América Latina el punto posee importancia por al menos dos razones: los Tratados de Libre Comercio son vistos por Estados Unidos como parte de su estrategia de seguridad nacional y por ello puede ignorarlos cuando lo estime propio para su fortaleza, y cualquiera de nuestros países puede ser calificado como parte del Eje del Mal (ya lo son Cuba y Venezuela, quizás Bolivia) y atacados, defenestrados sus gobiernos, asesinados sus dirigentes y diezmadas y aterrorizadas sus poblaciones. No existe ningún poder oficial hoy sobre la tierra que pueda impedir estos crímenes. El ‘terrorismo’ o “eje del mal” o “lugar oscuro” en el planeta puede ser asociado con migraciones no deseadas, propagación del sida, daño ambiental, narcotráfico o enseñanza de la idolatría e irrespeto a la jerarquía en el ITAC. No tiene la menor importancia el contenido de verdad de aquello que “justifica” el ataque. Colaboran con este ambiente deplorable los medios masivos y comerciales de comunicación. Si ustedes creen que esto no afecta a Costa Rica pueden leer hoy en La Nación S.A. a un catedrático universitario que declara que si los sindicatos en Costa Rica quieren pronunciarse sobre el TLC deben pasar a la clandestinidad como organizaciones militares o paramilitares. Voy a citarles parte del texto para que ustedes comprueben cómo se propaga hoy esta sensibilidad de gorilas. La premisa es que los trabajadores organizados se ponen fuera de la ley al pronunciarse sobre el TLC:
"Por ello, en países donde personas se han agrupado con intereses políticos, militares y paramilitares, han pasado ya a la clandestinidad, pues sus propósitos comúnmente son desestabilizadores del sistema político constitucional. // De ahí que se los proscriba, no solo por pretender quebrantar el orden constituido, al cometer actos ilícitos (asesinatos y secuestros “políticos”, robos, extorsiones, terrorismo de todo tipo…) que convierte a sus miembros en posibles ajusticiables penales y civiles, sino también por las acciones u omisiones con las que hayan afectado a la sociedad" (Wilberth Arroyo Álvarez: ¿Sindicatos o grupos políticos?, La Nación, 23/05/06).
Como se ve, los trabajadores costarricenses que marchan en la calle contra el TLC y hacen huelgas de hambre o bloqueos son iguales a Bin Laden y debe ajusticiárseles penal y civilmente. O sea, a la cárcel y sin empleo ni dinero. Y esto lo escribe un catedrático universitario. Tiempo de ratas.
Por lo demás, la opinión no es nueva por estos lados. Cuando los tumultos por la “modernización” del Instituto Costarricense de Electricidad, ley por la que se repartía entre unos pocos políticos y empresarios el activo público de las comunicaciones y la energía, una señora, señorita o viuda, ignoro su condición, de apellido Gordienko, determinó a quienes se oponían al robo y la venalidad como “terroristas pasivos”, o sea, en el lenguaje de época, como no-personas. Es decir, humanoides sin ninguna capacidad jurídica que deben residir en Guantánamo. Los costarricenses pura vida, sin embargo, se mueven en este tiempo de degradación y violencia como si solo existiera el Mundial de Alemania o el gran desafío existencial fuese más espacio en la cochera para un segundo carro. Esta insensibilidad que, con respeto por los brutos, podríamos calificar de ‘bestial’, forma parte también del “donde nos encontramos” o hasta donde nos han conducido. Y nos hemos dejado. No hemos cuidado de nosotros mismos. Tiempo de ratas.
e) El inevitable fracaso social nacional de las experiencias democráticas consensuales y restrictivas ha dado lugar decíamos a que determinadas poblaciones en el siglo XXI comiencen a sufragar masivamente por candidatos no deseados por el sistema: Argentina, Brasil, Venezuela, Uruguay, Bolivia, existe esa posibilidad aunque se ha diluido en México, también en Perú, Ecuador, Nicaragua y El Salvador y no falta quien incluya en este fenómeno a Chile. La prensa ha comenzado a hablar del “retorno de la izquierda” y la inevitable y siempre furiosa caverna ha comenzado a vociferar “populistas”, “nacionalistas”, “locos”, “terroristas”. El Departamento de Estado de EUA inventó hace unos meses la teoría de que ser electo no es nada, que lo que lo hace a uno democrático es cómo se comporta después del triunfo. Es decir, si favorece los negocios de sus corporaciones. Desea “monitorear” las democracias. No ha tenido por el momento éxito con su doctrina. Pero cuidado porque ellos tienen el "tic" de la intervención directa. Volviendo al punto, desde luego, no existe tal ‘retorno de la izquierda’. Las experiencias con referente o contenido popular más significativas, aunque diversas, son las de Venezuela y Bolivia. Ambas, son experiencias básicamente politicistas, o sea ubicadas en el campo y en los criterios donde fueron derrotadas las ‘antiguas’ izquierdas del siglo XX y por ello, y por su soledad relativa, son procesos todavía frágiles. Por supuesto el proceso venezolano posee más recorrido y el proceso boliviano recién inicia su camino. Ambos gobiernos, con el de Cuba, han firmado recientemente un Tratado Comercial de los Pueblos que camina ahora junto al Alba, el Mercosur, el Alca, los tratados bilaterales o regionales de EUA, la Comunidad Andina y la Comunidad Sudamericana de Naciones, todos procesos que deberían contribuir a integrar, excepto dos, de diversas maneras, el subcontinente pero que en la práctica, algunos como efecto no deseado, desarticulan, enfrentan y debilitan.
Esto quiere decir que América Latina se encuentra en proceso de intensificar sus desagregaciones históricas derivadas de sus instituciones excluyentes. No es raro que fuerzas internas e internacionales nos tengan como nos tienen. Casi a su regalado gusto. Se han desviado de este referente en el último período, con diversos caracteres, los gobiernos de Argentina, Venezuela y Bolivia.
3.- Un par de observaciones sobre el proceso bolivariano y el boliviano que pueden ser considerados en el marco de una resistencia: el primero contiene tanto factores personalistas y mesiánicos como también esfuerzos de organización social desde la base (fortalecimiento autónomo de tramas sociales). Como en este momento o fase el instrumento básico de acción socio-política es el ejército la tendencia más fuerte es la autoritaria (concentración de poder y su utilización vertical) y su efecto más peligroso la polarización social con alejamiento de sectores medios. Internacionalmente la experiencia bolivariana no ha podido ser aislada, pero podría serlo, entre otras cosas porque internamente lo adversa la jerarquía católica. Y que no haya sido aislada no puede tampoco traducirse como que florece irresistiblemente.
En cuanto a la experiencia boliviana, el gobierno del MAS debe transformar su fuerza electoral en fuerza política y cultural, evitar la polarización y el aislamiento internacional, recuperar las riquezas naturales de Bolivia y avanzar en crear trabajo para que su población mayoritaria pueda atender sus necesidades elementales en el mismo proceso en que se da estatura humana. Lo anterior se dice fácil pero significa encarar a grandes propietarios y corporaciones e incluso a la jerarquía eclesial. El gobierno del MAS enfrenta desagregaciones internas, rurales, obreras, incluso entre la población aymara, y también podría ser estrangulado internacionalmente. Para quienes no conocen la información, Bolivia tiene unos 9 millones de habitantes de los cuales casi el 40% es rural, y su ingreso per cápita es de unos 890 dólares. Costa Rica le empata en población rural, pero tiene un ingreso de unos 4.300 dólares per capita. La agricultura aporta al PIB en Bolivia el 14.6%; en Costa Rica, el 8.4%; en Irlanda 3.5%; en EUA: 1.6%. Son cifras para que ustedes constaten el ‘atraso’ boliviano. Algunos, investigadores de la iglesia católica, estiman que Bolivia ha logrado superar a Brasil como el país con peor distribución interna de la riqueza. El 10% más rico se apropia del 46% de la riqueza. El 10% más pobre, del 0.17%. En los primeros años de este siglo este 10% más rico aumentó en 11% su apropiación. El 10% más pobre perdió 20% de su ya débil capacidad.
4.- Por último, no nos han traído hasta aquí, pero podrían llevarnos a otra parte, en el largo plazo, las movilizaciones y movimientos sociales campesinos (cocaleros bolivianos y MST brasileño, por ejemplo), los ecologistas radicales, la movilización del Grito de los Excluidos, surgido de la pastoral social brasileña, el proceso de encuentro nacional, social y político del Pachakutic ecuatoriano, el esfuerzo catalizador revolucionario, hasta el momento frustrado, del EZLN mexicano, la posibilidad de avanzar en la construcción de un movimiento social de derechos humanos, las luchas de mujeres con teoría de género y la transformación liberadora del espacio familiar como ámbito patriarcal. Incluso ustedes a lo mejor querrían agitar y organizar, desde hoy mismo, en sus comunidades, en sus grupos familiares, en su barrio, un nuevo y amplio frente ecuménico y macroecuménico de luchadores políticos desde su fe religiosa, frente antiidolátrico, evangélico, que recogiera, superara y fuera más allá de lo que fue esa acción de minorías que se llamó Teología latinoamericana de la liberación.
Pero como me pidieron hablar de lo que existe y no de lo que podría ser, aquí me callo. Gracias.
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Esta presentación fue publicada en la Revista de Ciencias Religiosas y Pastorales Senderos, Año XXVIII, N° 85, septiembre-diciembre 2006, San José de Costa Rica.