F-1020 Filosofía y derechos humanos


EL MANEJO DE CONCEPTOS: NORBERTO BOBBIO Y DERECHOS HUMANOS

1.- Norberto Bobbio (1909-2004) es un autor reconocido por sus ensayos de filosofía política, en especial acerca del Estado, derechos humanos y régimen democrático. En su libro “Introducción a la Teoría general de la política” (1985) escribe: “Derechos del hombre, democracia y paz son tres momentos necesarios del mismo movimiento histórico: sin derechos del hombre reconocidos y protegidos no hay democracia; sin democracia no se dan las condiciones mínimas para la solución pacífica de los conflictos. En otras palabras, la democracia es la sociedad de los ciudadanos, y los súbditos se convierten en ciudadanos cuando les son reconocidos algunos derechos fundamentales; habrá paz estable, una paz que no tenga la guerra como alternativa, solamente cuando seamos ciudadanos no de este o aquel Estado, sino del mundo” (pág. LVIII, itálicas no están en el original). En la referencia aparecen menciones centrales para este seminario: sin Estado de derecho no existen derechos humanos ni régimen democrático de gobierno. Podríamos llamarlas cuestiones prácticas, aunque se propongan ser analíticas. Y, también, la ausencia de guerra entre Estados, cuestión que se perfila como una referencia de horizonte o deseo que únicamente deja en claro que la paz se entiende como situación estructural mundial (cierta racionalidad básica y aceptación cultural generalizados, un tipo planetario de sociedad civil) y no solo como ausencia de conflictos armados.

2.- Examinemos sumariamente parte del vocabulario que utiliza Bobbio a quien suele caracterizarse como socialistaliberal o, más europeamente, como social-demócrata. Primero, la sustantivación de la democracia. La observación nos dice que, excepto como concepto-valor, no existe La Democracia sino que lo que se da son regímenes democráticos sociohistóricos de gobierno que pueden variar de país en país porque resultan de distintas historias económicas, culturales y políticas. Desde estas experiencias puede formarse un concepto que supera el ser meramente una palabra que designa un campo u objeto sobre el que, por insuficientemente determinado, no alcanza efectos de conocimiento efectivo. Tampoco los regímenes democráticos de gobierno pueden pensarse ignorando las determinaciones geopolíticas (los sistemas y subsistemas de poder mundial y regional). Si utilizamos conceptualmente el término ‘régimen democrático de gobierno’, advertimos que él suele aplicarse de manera impropia al homologar experiencias de la Grecia antigua (en  este caso quizás como reminiscente homenaje) con sociedades actuales: EE.UU., por ejemplo, tendría un régimen democrático de gobierno. Pero sus gobiernos no resultan electos por una mayoría ciudadana, sino indirectamente por electores. Costa Rica también poseería un régimen de gobierno democrático pero él se deriva, cada cuatro años, de un directo voto ciudadano. En segunda ronda, si la hay, gana quien obtiene más votos. La elección costarricense supone una ciudadanía efectiva, pero la abstención se ubica entre el 30 y 40% (33-34 por ciento en la última elección del 2018).  En la disputa entre Trump y Hillary Clinton (2018) la abstención fue de un 45%. Si la ciudadanía se abstiene con cifras tan altas como las de EUA y Costa Rica, resulta difícil hablar de una elección popular. Para el discernimiento liberal, el ‘pueblo’ designa a la ciudadanía. En otra referencia, el gobierno de Nicaragua es electo periódicamente y se permiten distintos partidos en las elecciones, pero en este 2018  al menos (y también durante la dictadura de la familia Somoza) resultaría difícil aplicar el término “democrático” al ejercicio de gobierno de la pareja Ortega-Murillo o a los de la familia Somoza. Desde el punto de vista de la abstención, la última reelección de Daniel Ortega marcó, según sus opositores, un 70% de abstención y, de acuerdo al conteo oficial, alrededor de 34%. Aquí los principales bandos enfrentados califican las cifras de sus oponentes como “falsas” o “fraude” y, además, el triunfo de Ortega, efectivo o fraudulento, se daba por descontado. Obviamente, vistos desde el ángulo de la participación electoral y de la confianza que depositan los ciudadanos en la institucionalidad electoral, los regímenes ‘democráticos’ de EUA, Costa Rica y Nicaragua no son idénticos ni tampoco se asemejan a la Atenas de Clístenes (570-507 a.C) donde una reconfiguración forzada o autoritaria de sus poblamientos (ingeniería social) y de sus ciudadanos aseguraba la participación entusiasta de ellos tanto en la discusión política (sentido de la convivencia) como en las elecciones o sorteos en los que se designaba autoridades transitorias. No existían políticos profesionales especializados, como hoy, y el término para llamar a este régimen democrático de Atenas era isonomía o igualdad de los ciudadanos ante la ley. Estos ciudadanos eran varones libres. Y usaban esta libertad para interesarse, al menos en Atenas, en la política y lo político. Recuerda Benjamín Constant (1767-1830): “Sin la población esclava de Atenas, veinte mil atenienses no habrían podido deliberar cotidianamente en la plaza pública” (Discurso sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos). Aunque hoy existiesen esclavos, los ciudadanos y ciudadanas modernos se interesarían más en sus negocios o en sus desafíos privados que en la política. Estiman carecer de tiempo para ella o pagan a otros para que se ocupen de la existencia social. Además, y teniendo siempre como referente a Atenas, ésta fue una ciudad-Estado y en la actualidad el régimen democrático se predica de Estados nacionales. Bobbio, sin embargo, remite a ‘la’ democracia determinándola como la  “sociedad de los ciudadanos” opuesta a la ‘sociedad de los súbditos’, pero es que tampoco ‘los ciudadanos’ existen fuera o por encima de las condiciones históricas de su producción. En la Atenas de Clístenes los ciudadanos resultaban determinados tanto por la isonomía ya mencionada, como por una isegoría (capacidad para participar en asambleas resolutiva de los asuntos públicos, discusión previa) y una isomoiría (igualdad en la propiedad de la tierra). Y también por el patriarcalismo y una economía centrada en la esclavitud, el comercio y la guerra. Todos estos factores daban sentido específico a su régimen democrático, el más significativo entre las ciudades griegas antiguas pero cuyo funcionamiento no puede homologarse con los actuales regímenes democráticos.

3.- Contemporáneamente, Robert Dahl (1915-2004), un autor prestigioso, ha propuesto el término/concepto de poliarquía (gobierno de muchos y diversos) como algo alcanzable, a diferencia de ‘democracia’, referente meramente ideal. La poliarquía resulta entonces un tipo de ‘democracia’ que asume sus defectos, quizás insalvables, pero a la vez contiene y reproduce logros en relación con gobiernos que deben aceptar la diversidad, y conflictos, entre los grupos diferenciados que constituyen las sociedades actuales. ‘Poliarquía’ designa así un régimen democrático defectuoso, pero al mismo tiempo deseable porque, bajo ciertas condiciones, no puede materializarse otro mejor. Dahl determina las poliarquías como parte de procesos para alcanzar regímenes efectivamente democráticos, pero es escéptico respecto a que estos últimos sean alcanzables.

3.1.- Dahl ubica las poliarquías en sociedades que valora modernas, dinámicas y pluralistas (MDP). Sus rasgos generales básicos serían: a) difundir institucionalmente el poder, la influencia, la autoridad y el control entre “una variedad de grupos, asociaciones y organizaciones, restándolo a cualquier centro único”; b) sus instituciones promueven “actitudes y creencias favorables a las ideas democráticas” (La democracia y sus críticos, p. 301). Enemigos del primer movimiento serían los autoritarismos inherentes a la concentración de poder y el ejercicio unilateral de status. Por ejemplo, la concentración de propiedad, riqueza y los autoritarismos sin réplica (adultocentrismo, patriarcalismo, racismos, revelaciones divinas). O la subordinación de los poderes civiles a una concentración de poder militar. La segunda vertiente encontraría enemigos en las prácticas religiosas discriminatorias por oficiales y que aprovechan ser parte de una sensibilidad difusa e inercial (y, eventualmente, de reconocimiento estatal) y también la escuela autoritaria centrada en enseñanzas (pedagogismos autoritarios) y no en experiencias de aprendizaje en la que todos los integrantes de un colectivo aprenden a desaprender y a comunicar sus experiencias de enriquecimiento personal y grupal. Volviendo a Bobbio, para éste los súbditos devienen ciudadanos cuando les son reconocidos algunos derechos fundamentales. Para Dahl, los ciudadanos pasivos se vuelven ciudadanos activos (con derechos y deberes) cuando autoconstruyen y se autopropian de su principio de agencia ojalá en todas las instituciones sociales (economía, familia, sexualidad, iglesia, existencia cotidiana, medios masivos, etcétera). Para Dahl, “Lo decisivo de una sociedad MDP es que por un lado inhibe la concentración del poder en un conjunto único y unitario de actores (adultos, machos, opulentos, religiosos, militares, ‘blancos’, por ejemplo) y, por el otro, busca el apoderamiento de un cierto número de actores relativamente independientes. A raíz de su poder y autonomía, los actores son capaces de resistir el dominio unilateral, competir entre sí para obtener ventajas, entrar en conflictos y negociaciones, y perseguir objetivos propios independientes” (op. cit., págs. 301-302, itálicas no están en el original).
 
    Para Bobbio, “…Derechos del hombre, democracia y paz…” vienen de la mano. Para Dahl, en cambio, el régimen poliárquico de gobierno, lo que Bobbio llama “la democracia” se nutre de resistencias, luchas, competitividades, conflictos, negociaciones y diversidades que suponen objetivos propios e independientes.

   Esto es solo un aspecto de cómo un discurso abstraído de la sociohistoria (Bobbio) permite sentenciar dogmáticamente asuntos para la constitución de un régimen poliárquico (democrático) de gobierno. Podemos imaginar el nivel de fantasía contenida en fórmulas como “Derechos del hombre, democracia y paz son tres momentos necesarios del mismo movimiento histórico: sin derechos del hombre reconocidos y protegidos no hay democracia; sin democracia no se dan las condiciones mínimas para la solución pacífica de los conflictos (…) habrá paz estable, una paz que no tenga la guerra como alternativa, solamente cuando seamos ciudadanos no de este o aquel Estado, sino del mundo” (itálicas no están el original). Se afirma todo esto mientras en el mundo efectivo existen ciudadanos que no son tolerados ni en su país no en el resto del planeta. Deben huir. Constituyen una de los rostros de la población sobrante (un tipo de no-personas) generados desde distintos factores del sistema-mundo.

   El punto ha sido reconocido por el mismo Bobbio (en lo que se refiere a derechos humanos): “… los derechos humanos, por muy fundamentales que sean, son derechos históricos, es decir, nacen gradualmente, no todos de una vez y para siempre, en determinadas circunstancias, caracterizadas por luchas por la defensa de nuevas libertades contra viejos poderes. El problema del fundamento, sobre el que parece que todos los filósofos están llamados a dar su propio parecer, o mejor del fundamento absoluto, irresistible, indiscutible, de los derechos humanos, es un problema mal planteado: la libertad religiosa es efecto de las guerras de religión, las libertades civiles, de las luchas de los parlamentos contra los soberanos absolutos, la libertad política y las sociales, del nacimiento, crecimiento y madurez del movimiento de los trabajadores asalariados, de los campesinos con pocas posesiones o de los jornaleros, de los pobres que exigen a los poderes públicos no sólo el reconocimiento de la libertad personal y de la libertad negativa, sino también la protección del trabajo frente al paro, y los instrumentos primarios de instrucción contra el analfabetismo, y sucesivamente la asistencia de la invalidez y la vejez, todas necesidades que los propietarios acomodados podían satisfacer por sí mismos” (Bobbio: El tiempo de los derechos, págs. 17-18). El planteamiento es aquí claro: derechos humanos se siguen de luchas sociales diversas que pueden comprometer guerras. El universo de democracia, paz y derechos humanos o no se da del todo o resulta polemizable. La perspectiva es precisa: la fuente de derechos humanos diversos no resulta de una ideología universalista (el individualismo o el iusnaturalismo, por ejemplo), sino de luchas sociales específicas que consiguen algún grado de legitimación socio-cultural. Esto explica tanto su fuerza como su fragilidad.

4.- La dinámica del esquema siguiente puede contribuir a entender el desconcierto lírico y conceptual de Bobbio. Las sociedades modernas y contemporáneas se expresan en el siguiente cuadro. En él se insertarían tanto ‘la’ democracia (un referente ideológico de las minorías dominantes) como el régimen poliárquico de gobierno determinado por Dahl.

  

                                                                                           
  Desde este cuadro se puede dibujar la dinámica de reconocimientos sociales (identificaciones inerciales e identidades):

 

   Cualesquiera universalidades socio-históricas han de incorporar “diversos”, no “iguales intercambiables” porque la materialización social de la existencia humana contiene distintos que podrían imaginarse iguales, pero que nunca lo son en situación. Así, todo ‘humanismo’ ha de centrarse en relacionamientos de distintos, no en individuos-piezas iguales intercambiables.
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