Universidad de Costa Rica,

29 de octubre 2007. 

 

    Gracias a los compañeras y compañeros que organizan este encuentro sobre trabajadoras sexuales latinoamericanas, diez años después del primero, realizado en La Catalina. Gracias también por haberme hecho llegar la memoria de ese primer encuentro.
    Gracias por su presencia y también a los compañeros de la mesa (1).

    1.- Me refiero aquí principalmente a trabajadoras sexuales femeninas o feminizadas en tanto sectores vulnerables de la población que comercia sexualmente por razones directamente económico-sociales que podríamos considerar básicas: necesidad de educar hijos o de atender su salud, impedir la desagregación familiar, comprar una casa, etc., y que se encuentra en esa situación debido a una baja escolaridad, a una débil o inexistente oferta de empleos de calidad y poca capacitación para ellos, o al rechazo familiar o social por su orientación sexual, y que ejerce ese servicio debido a una demanda sexo-genital masiva que se podría considerar permanente, es decir estructural o sistémica. Mi referencia es enteramente latinoamericana.


    1.2.- Ese tipo de trabajadores sexuales genera desafíos sociales (no reconocimiento legal de sus calidades o invisibilización, discriminación y violencia incluida la policial), que no deberían ser confundidos con el tráfico de personas o la prostitución infantil forzosa o inducida cuyas figuras constituyen delito o deberían constituirlo.
    Tampoco me refiero aquí al tráfico sexual que se ejerce tanto para ganar dinero como para exhibir prestigios o adquirir status, ni a los circuitos corporativos locales e internacionales de la prostitución adulta femenina y masculina.
    
    2.- El comercio sexual ligado a las vulnerabilidades económica y social y de sexo-género e identidades constituye estructuralmente una desgracia para quienes lo ejercen y para las sociedades que lo producen. Isabel, una trabajadora colombiana del sexo, es precisa: “A las jóvenes que están pensando en empezar a trabajar en prostitución, yo a ellas les diría, por favor, no, prostitución, no (…) Es muy degradante cuando una tiene que llegar acostarse con un hombre que no conoce, no sabe quién es, cómo es, cómo huele, qué trae, qué enfermedades de transmisión sexual tenga” (Nuestra propia voz, p.67). En el oficio existe un alto potencial de degradación personal y de eventual pérdida de autoestima que no pueden atribuirse a las personalidades de las o los trabajadores sexuales. Estas personalidades, con sus capacidades y limitaciones, condensan y expresan producciones sociales.

    3.- Ahora, las sociedades que promueven una masiva demanda de sexo genital, uno de cuyos productos es el trabajo sexual, constituyen una desgracia por su falta de voluntad  política para crear sistemas educativos (capacitación y formación) que tiendan a eliminar la discriminación contra mujeres y otros sectores vulnerables, y por no potenciar políticamente empleos de calidad económica y humana. Son los temas de educación universal de calidad y no discriminatoria y de una tendencia al pleno empleo como antecedente de una sociedad del trabajo.


    Estas sociedades son asimismo una desgracia porque han logrado vincular la forma-mercancía con una obsesiva sexualidad genital de sesgo machista derivada de la ausencia de transferencias efectivas de poder tanto a las mujeres (ya sea la esposa ‘decente’ propiedad del varón o la ‘indecente’ prostituida, mujer pública) como a los sexualmente ‘diferentes’ y a la mayoría de ciudadanos y trabajadores. Hablo de la concentración de riqueza, poder y prestigio y, con ello, de la exclusión. El auge de la demanda sexual expresada por el negocio de la pornografía y la persistencia y ampliación de los sectores de trabajadores sexuales y de sus escenografías muestran a una sociedad sobrerrepresiva, neuróticamente fijada en el uso (utilización) de los vulnerables y en su acoso y  agresión (en este caso, fundamentalmente mujeres humildes y transexuales) y, por ello, violenta, y políticamente (es decir voluntariamente) infeliz. Una referencia dramática de este proceso de violencia e infelicidad generalizadas es la violación, asesinato y mutilación masivos de mujeres obreras y trashumantes en Ciudad Juárez. La impunidad de estos delitos no es casual, sino estructural.


    Esta realidad degradada se da cuando no es obligatoria de ninguna manera la fijación/reducción genital de la sexualidad y cuando conceptualmente, por ello,  podría no existir pornografía, demanda masiva de comercio sexual ni niños no deseados. Todo esto, conceptualmente, ya no debería “salir del closet” porque los armarios para esconder la sexualidad y la eroticidad han dejado, desde hace 40 años, de ser necesarios.


    Existe una articulación estrecha entre la violencia patriarcal, la violencia del mercado capitalista, la concentración de poderes y prestigios excluyentes y destructivos, la apología de la guerra, y la masiva demanda de un sexo degradado y tornado vulnerable, o sea que convoca violencia, provisto por la pornografía y las trabajadoras sexuales, y opuesto a un sexo reproductivo decente ‘sin violencia’ en el seno de la familia y el matrimonio. Esta violencia, que condena al socialmente producido como vulnerable, sostiene la costumbre de ubicar a las y los trabajadores sexuales bajo el escrutinio policial y moral y no como una actividad de servicios con las responsabilidades y obligaciones fijados por un Código de Comercio. Baste recordar aquí en Costa Rica la presión ciudadana y policial para que travestis abandonaran sus lugares habituales de captación de clientes en Heredia y Cartago centro y se reubicaran en oscuros espacios aledaños donde no dieran “mal ejemplo” y sus “delitos” y la represión policial quedasen ocultos. Hay que pelear por un iluminado “mall” aquí en San Pedro o en el centro de la Plaza de la Democracia para que ofrezcan abiertamente sus encantos y desencantos nuestras trabajadoras y trabajadores del sexo. No pareciera que sean un peor ejemplo para la juventud o los niños que la comida chatarra que ofrece MacDonalds o los vestidos ‘exclusivos’ de 700.000 pesos. Todas esas ofertas son mercancías y tienen demanda y consumidores.


    No falta quien asegura que servicios sexuales se han ofrecido desde siempre y se ofrecerán también hasta el último día de la experiencia humana. Bajo ciertas condiciones estos posicionamientos llevan razón. Si el dominio patriarcal y masculino no es combatido y revertido, se dará comercio sexual en la fila larga o corta del Juicio Final. Y si en el Paraíso, por un desliz del Espíritu Santo, se reitera la dominación patriarcal, habrá también allí comercio sexual y trabajadoras y trabajadores del sexo focalizadamente genital. Ello porque en estos trabajadores del sexo se materializa el mito de la “irrefrenable potencial sexual masculina” que, sin estos trabajadores como “válvula de escape”, pondría en peligro los cuerpos, y quizás las imaginaciones, de las mujeres y varones ‘decentes’ de ese mismo Reino.

    4.- El objetivo central, sin embargo, de estas observaciones sobre el comercio sexual es enfatizar que las asociaciones de trabajadoras y trabajadores del sexo constituyen sin duda un paso valiente y significativo en su capacidad eventual para reclamar jurídicamente derechos y obligaciones, es decir reconocimientos y acompañamientos sociales, pero también resultan insuficientes en relación con el dominio del orden patriarcal y masculino que bloquea las posibilidades de formaciones sociales eróticas sin trabajadores del sexo reductivamente genital y sobrerrepresivo. Esto indica, someramente, que el orden patriarcal y masculino es incompatible con la no discriminación, la tendencia al pleno empleo de calidad, con su meta, la sociedad del trabajo, o sea con la autorrealización de cada persona en su labor, e incompatible con un comportamiento moral básico no esquizofrénico o escindido. Sin que constituya sorpresa constituyen factores (e instituciones) de este orden patriarcal y masculino la acumulación de capital, la mundialización de la forma mercancía, la dominación neoligárquica y la lógica jerarquizada y “natural” de la institución católica. Por supuesto, no se trata aquí de exigir la abolición del trabajo sexual por razones morales o de salud biológica, sino de avanzar, lucha mediante, para crear políticamente las condiciones para que el trabajo sexual no exista, excepto como casos sin valor estadístico. Es el tema de una sociedad erótica. Gratificada. Feliz.

    5.- Como se advierte, existe un ‘buen poco’ que resistir y un ‘buen poco’ que transformar liberadoramente. Y este buen poco está por todo el mundo. Para que la demanda de trabajadoras y trabajadores del sexo genital tienda a disminuir y agotarse y para que en lugar de una sexista sociedad violenta podamos ocuparnos en producir instituciones propias de una sociedad de personas felices, aunque puedan entrar en diferencias y conflictos, hay que denunciar y transformar en todas partes este “buen poco”. El ‘buen poco’ educativo y religioso, por ejemplo. Esta transformación radical es hoy factible. Pero todo el sistema de dominaciones la declara imposible. Por ello, en un mismo movimiento, la organización social dominante produce a las y los trabajadores sexuales como copulables (deseables) y humanamente desechables y los reprime valorándolos también como delincuentes degenerados. Los voceros del sistema explican la situación enfatizando que la prostitución de mujeres y varones es una constante eterna de la humanidad. El “oficio más antiguo del mundo”. Si se busca un cura, lo atribuirá a la carnalidad y al pecado que acompañan a la especie. Miserables.

    6.- Termino aquí con alguna sugerencia que no debería parecerles disparatada. Uno de los aspectos que reclaman las trabajadoras del sexo es que  sus ingresos y ahorros, cuando los hay, no logran garantizar ni los logros económicos a que aspiraban (una casa, por ejemplo) ni sus años de retiro a partir de impuestos pagados al Estado, ni tampoco les permiten sostener las necesidades que demanda su empleo: guarderías para sus hijos, por ejemplo.


    Puede proponerse que estos y otros gastos del sector de trabajadoras sexuales sean cubiertos por este mismo Estado, ley mediante, y que las recaudaciones estatales para este efecto provengan principalmente de las grandes empresas y de las iglesias a quienes favorece el orden patriarcal, y de la publicidad que en los medios masivos utilizan el sexo-genital como gancho para sus ventas. Que paguen por su violencia disfrazada de piedad y negocio sagrados. Y conste que esa violencia no tiene precio porque es antihumana. Puede afinarse y ampliarse esta sugerencia… cuyo objetivo, además de recoger fondos, es principalmente visibilizar a las trabajadoras y trabajadores del sexo como función necesaria para la reproducción de las formaciones sociales patriarcales, denunciar y contribuir a desenmascarar el doble estándar moral de éstas, y, desde luego asegurar normativamente salud, capacidad de organización, necesidades básicas y fondos de retiro, ojalá manejados por ellas y ellos mismos, a estas trabajadoras y trabajadores.


    Concluyo con un saludo y felicitación calurosa para las trabajadoras sexuales en tanto colectivo social y humano, y en particular para Nubia Ordóñez, hoy presente en esta mesa, por estar saliendo de la penumbra y discriminación con organización, talento y ganas.