IV. Intervenciones
Muchos de estos campos temáticos fueron, durante 1997, presentados a y discutidos con distintos grupos de trabajo en Colombia, República Dominicana y Costa Rica. La primera sección fue también conocida en Chile y Argentina. Reproducimos aquí algunas de las inquietudes más reiteradas en esos espacios de encuentro.
Pregunta: Podríamos estar de acuerdo en que el imperialismo, en el sentido amplio de sistema de dominación internacional y transnacional, sigue vigente. Usted ha fundamentado ese diagnóstico y creemos que es correcto. Pero, el problema es, aun cuando sigue vigente, ¿cómo convocar contra él? Se nos ocurre una imagen provocadora. Mucha gente con la que trabajamos, sectores urbanos, podría decirnos: “Está bien, hay imperialismo, pero nos gusta”. O si no les gusta, no ven por dónde podría hacerse algo contra él. La cuestión no la vemos en el diagnóstico, sino en como organizar la resistencia y la transformación. Cómo movilizar. Y es que mucha gente puede que desee una transformación, pero no quiere asumirla, o sea ser protagonista de ella. Si usted quiere, no desea sacrificarse.
HG.-: Si, el problema político es siempre cómo movilizarse efectivamente. Ahora, pienso que en la intervención de ustedes hay distintos problemas o situaciones mezcladas. Primero, un asunto menor, de vocabulario, pero que podría apuntar hacia una actitud. Estrictamente, la gente no tiene por qué ‘sacrificarse’. Resistir no es un sacrificio, en el sentido de perder algo o todo por una causa ‘superior’, o en el sentido más laico de abnegación por causa de un sentimiento profundo. Cuando Guevara escribe que “en cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas”, no se está inmolando por nada o nadie, no está perdiendo nada. El está construyendo un proceso social y él mismo es parte de ese proceso, de ese trayecto. Esto quiere decir que él no es un medio para alcanzar algo superior, sino que el proceso mismo con el cual él se identifica es eso ‘superior’: el trayecto de liberación. Este tema de la construcción de la identidad lo trabajó Guevara con más amplitud aunque más abstractamente en El socialismo y el hombre en Cuba. Pero lo que me interesa destacar es que la idea de amar el sacrificio, del martirologio, la voluntad autodestructiva, no forman parte del universo político de Guevara porque él no acepta que el trayecto/proyecto de liberación sea algo externo y superior a su identidad liberadora, a la identidad que va consiguiendo con su resistencia y lucha cada combatiente. No existe ningún amor o enceguecimiento por la muerte en Guevara. El que resiste y lucha, aporta y construye, para otros y para sí. Y eso es producción de vida. Lo que ocurre es que en ese trayecto uno puede morir. Pero de lo que se trata es de testimoniar el vivir y producir vida.
Ahora, efectivamente en la década de los sesenta la izquierda latinoamericana tiene bastante de esta referencia al sacrificio. En muchos textos de Guevara, incluso, abunda el término “sacrificio”. El militante se sacrifica, sacrifica su familia, su vida, etc., por la causa. No interesa en este momento cómo es que se introduce en la izquierda este imaginario de la abnegación y del sacrificio, sino algunos de sus efectos políticos. El militante se sacrifica tanto por una idea moral superior, el socialismo, como por una verdad incontrastable: la verdad proletaria. El tiene el sentimiento moral correcto y también la verdad. Domina, incluso, el sentido de la Historia. Yo creo que es posible advertir adonde quiero llegar. Hay dos asuntos ligados pero distintos aquí. Primero, el que se sacrifica exige reciprocidad. La gente también debe sacrificarse por el socialismo y por la verdad. Segundo, no todos se sacrifican igual. Unos se sacrifican obedeciendo y mandando y otros sólo obedeciendo, porque el acceso a la verdadera idea moral y a la verdad está reservado a algunos. Políticamente esto puede traducirse en purismo, vanguardismo, mesianismo, sectarismo, verticalismo. Y por esas mutaciones inherentes a la práctica política, en burocratismo. Y si el guevarismo es eso, entonces no es un buen referente político popular. Pero mi punto es que sí lo es, porque no es este vanguardismo, ni este sectarismo. Ni burocratismo. Mi opinión es que para Guevara la lucha revolucionaria es creatividad viviente y trayecto en el cual se construyen o producen las identidades individual/sociales. Este es el tema de la identidad revolucionaria, que es proceso, construcción y diversidad, no unidad. En nombre de la unidad (del revolucionario, del movimiento) se exige, precisa y usualmente, el sacrificio. La “unidad” es un clásico fin superior propuesto en nombre de alguna verdad incontestable. Son aspectos para discutir profunda y tenazmente. Con terquedad guevarista.
Y bien,, lo que ustedes dicen es que la gente, sectores urbanos principalmente, no se siente convocada por “ideales superiores”. Y la gente tiene razón, porque no existen esos ideales superiores sino los trayectos de lucha. Y éstos deben surgir desde las identidades particulares. Entonces no es que la gente no quiera, sino que no puede participar adecuadamente en algo que siente le es ajeno, extraño y, peor, falsamente superior. Lo que quiere es participar en aquello de lo cual cada quien se siente parte y en lo que puede aportar. El triunfo de la dominación imperial es cuando uno empieza a sentirse parte de su construcción/destrucción, cuando uno se internaliza como “ganador”, como amo. Sea un ganador es un mensaje recurrente de la publicidad. Uno se transforma en ganador adquiriendo ciertas mercancías. El mérito del éxito está en las cosas, entonces, no en las personas. Para Guevara, el éxito está en la permanente conversión liberadora y liberante, revolucionaria, de las personas. Ese es el humanismo de Guevara.
El efecto político más importante de esto que parece abstracto es que la resistencia contra el imperio no sólo puede darse en cada lugar social, sino que debe darse en cada lugar social y desde cada lugar social. Aquí hay un alcance para la formulación guevarista de “llevar la guerra a todas partes”. Y esto quiere decir que la motivación inicial no es ideológica sino que debe ser sentida como algo personal. Entonces hay lugar y sentido para resistencias y transformaciones micro o locales (personales, de pareja, generacionales) y para transformaciones macro (de comuna, de región, nacionales, mundiales), generalizadas y estructurales. Hablamos de otra forma de entender la lucha por el poder social. Hablamos de transformar el carácter del poder para ganarlo. Siempre hay que ganar el poder, pero el poder no es algo que esté ahí y uno lo alcanza y lo usa. No es una cosa. Ganar el poder es transformar su práctica en la lucha de liberación y en lucha liberadora. Guevara, por ejemplo, es marcadamente igualitario como luchador en la guerrilla. Pero ahora estamos hablando de conceptos.
Entonces, la gente tiene que autoconvocarse como una cosa personal. Esto es guevarismo puro, si se lo desea. Esto quiere decir que debe internalizar de tal manera la lucha social que sea una cosa de su identidad, de su producción personal como sujeto humano. Aquí la lucha revolucionaria será invencible, aunque resulte puntualmente derrotada. Hay que entender que los sectores populares pueden ser derrotados porque la producción de su verdad no se sigue de una ley de la historia. Su verdad es una construcción que tienen que ir produciendo y ofreciendo. Siempre para crecer. Por eso hay que mirar de otra forma el trabajo político.
En otro ángulo, la lógica del sistema imperial divide y polariza constantemente el mundo social en ganadores y perdedores. Esto quiere decir que el capitalismo, y particularmente su globalización bajo esquema neoliberal, no es universalizable, no puede comprender positivamente a todas las personas, ni a todas las economías, ni a todos los sectores económicos. Digamos, el desarrollo universal es imposible para esta lógica. La fuerza de trabajo, por ejemplo, resulta precarizada, excluida y falsamente feminizada. Se produce, asimismo, una descampesinización. Lo que se está diciendo, en lenguaje clásico, es que hay contradicciones. Y que la manera de superarlas es transformar el sistema. Este es un planteamiento macro y corresponde a organizaciones (como los partidos) diagnosticarlo y decirlo adecuadamente en ese nivel y proponerlo adecuadamente en los lugares sociales particulares y en las luchas específicas. También, organizarse adecuadamente para ser eficaz en esas acciones. Los planteamientos macro no son recetas, esquemas, dogmas. Son discursos guía, matrices. Tienen que ser llenados de lugares sociales específicos, de identidades en construcción. Por eso los diagnósticos macro son siempre ofertas de discusión. Y de ello depende que la movilización sea vigorosa, sentida y eficaz (cambie el carácter del poder y lleve a la conquista de éste). Estamos hablando de otra manera, exigida por los tiempos, de trabajar la lucha política popular.
La lucha de clases, por ejemplo, forma parte de un discurso macro. O la lucha antiimperialista. En la década de los sesenta este tipo de discursos macro tenía como referentes ideologías de clase y nacionales con capacidad de resonancia, y esto quiere decir con diversos grados de legitimidad y vigencia sociales. También existía un material mundo socialista que reforzaba de diversas maneras esta resonancia. Hoy esas ideologías se han debilitado extremadamente y existen sociedades socialistas, pero la valoración que se hace de ellas suele ser negativa. No es que se hayan acabado las ideologías, pero el trabajo político no puede hacerse (menos empezarse) exclusivamente desde ideologías macro. Se hace necesario combinar vivencia/carencial e ideologías de transformación y, desde luego, en éstas tienen lugar las utopías y mitos que forman parte decisiva de las esperanzas populares y de su sensibilidad. No se puede convocar exclusivamente desde arriba y desde el conocimiento ilustrado, por decirlo así, sino que hay que propiciar la autoconvocatoria en todos los niveles. Este es el compromiso. Una de las tareas de los partidos y otras organizaciones macro es contribuir en todos los espacios para que se produzca esta autoconvocatoria, este compromiso. Y ser internamente un espacio de autoconvocación. Se trata de una acción que obliga en todos los niveles. Y su posibilidad objetiva es que tiene como referente conflictos efectivos y sentidos. La comprensión de cómo se sienten y cómo se resisten estos conflictos por parte de la gente, en la vida de todos los días, es central para una movilización contra el imperialismo.
En otro alcance, dadas las características saturantes de la actual dominación imperial, si la gente no hace de su resistencia y lucha transformadora una parte de su identidad, no llegará hasta el final. La lógica del sistema es brutal y si no puede cooptar algo, tiende a aniquilarlo. Luego, el tema de la autoproducción de identidad liberadora y liberante es estratégico. Digamos, no es versito. Al pueblo de Nicaragua, por ejemplo, la agresión durante la década de los ochenta logró ponerlo de rodillas. Y una de las razones para este resultado es que el pueblo de Nicaragua no alcanzó (no le dieron tiempo) a asumir su proyecto revolucionario como siendo parte de la identidad de cada quien. No estoy juzgando el proceso nicaragüense. Sólo estoy indicando algunas de sus situaciones como ilustración. Para llegar hasta el fin hoy la lucha revolucionaria debe formar parte de la identidad autoproducida de cada quien, identidad que es una articulación desde particularidades con otros y un proceso, no una cosa o naturaleza individual.
Quizás debería agregarse que existen hoy conflictos objetivos que se expresan mediante ideologías macro con buen nivel de resonancia. Los más importantes son los trastornos del medio natural, con su ideología que es el ecologismo radical, y también la sobrerrepresión libidinal. En este último, la principal ideología es el feminismo de nuevo tipo, pero sus protagonistas centrales en lucha son las mujeres populares con teoría de género. En relación con el conflicto libidinal (dominación patriarcal) debería poder articularse, asimismo, la lucha de los jóvenes. Sin embargo, yo la siento atrasada. Pero existe ahí un flanco objetivo que toca a la familia y a la escuela y a la sexualidad. Pienso que es de gran importancia configurar un movimiento de jóvenes. Estoy hablando de situaciones objetivas cuyas ideologías no pueden ni deben intentar desplazar, invisibilizar o negar otras asimetrías, como la clasista, o la destrucción de los pueblos y naciones indígenas, por citar dos sitios más de conflicto en las sociedades latinoamericanas. Simplemente quería enfatizar que los frentes libidinal, ambiental, económico y étnico/racial/cultural son objetivos y ofrecen múltiples lugares sociales y determinaciones para la lucha transformadora y revolucionaria. Son tiempos del Che, aunque la guerra no tenga exactamente la misma forma. Y esto no implica que ya no deban existir unidades móviles combatientes. Desde luego, no me estoy pronunciando ni a favor de recetas ni de contrarrecetas.
Pregunta: Entiendo que usted señala que la expresión de Guevara de “llevar la guerra a todas partes” debe entenderse, también, como una forma no armada de resistir en la cotidianidad. No me queda claro cómo sería esta guerra y por qué podría tener efectos revolucionarios.
HG.- El referente preciso de esa formulación de Guevara es la siguiente: “Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aun dentro de los mismos: atacarlo dondequiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral irá decayendo”. Ahora, quisiera que además de leer a la letra, reparáramos en la metáfora, y quizás hasta la parábola, que contiene el texto. Los victimizados por el sistema imperial y capitalista de dominación son tratados como fieras acosadas en dondequiera se encuentren: en la relación de hijos/padres, en la calle, en la relación de pareja, de trabajador informal, cuando van al fútbol, etc. Esto quiere decir que no existe afuera del capitalismo y que es éste el que desencadena una guerra total, o sea en todos los espacios sociales. Ray Bradbury, el de las Crónicas Marcianas, ha escrito varios cuentos sobre este rasgo de envilecimiento generalizado propio del capitalismo. Marcuse tuvo éxito librero con su Hombre unidimensional. Lo que interesa es que si no hay afuera del capitalismo, éste impone su cotidianidad degradada y sus identificaciones. Entonces la transformación revolucionaria tiene que pasar por la transformación liberadora de la cotidianidad y de las identificaciones. “Llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve” quiere decir también (aunque no exclusivamente) llevarla a la cotidianidad. Esto es lo que implica no darse un minuto de sosiego. Ni el enemigo debe disfrutar de un minuto de sosiego, ni la acción revolucionaria debe concederse minutos de sosiego. Sin embargo, dentro esta lucha sin término, deben existir espacios de goce y de fiesta. Obviamente, no con el enemigo. Y es que uno puede llevar este enemigo adentro.
Habría entonces que diferenciar entre violencia armada y violencia letal. La guerra en la cotidianidad (subjetivo-objetiva), como todas las guerras, es armada, en el sentido de que usa instrumentos, armas (transformaciones del habla y de la gestualidad hacia la pareja, por ejemplo), pero no es inmediatamente letal. Precisamente porque la cotidianidad del capitalismo mata, es letal, por sus rasgos saturadotes y su constancia, la cotidianidad construida desde la resistencia cotidiana y particular no mata, crea vida y hace vivir. Aquí es más importante crear un nuevo tipo de relación con los padres o con los ancianos y dar testimonio sin soberbia de esta nueva articulación que discursear o presionar a otros para que adopten el comportamiento con el que uno se ha comprometido. Entonces, en la resistencia y la lucha cotidianas hay violencia y hay armas, pero ellas no son letales, sino productoras de vida. Y como testimonio pueden estar orientadas, asimismo, contra el enemigo. Pero recordemos que el que mata es el capitalismo. Todas sus armas matan. Cuando uno las resiste, vive.
Todavía un aspecto. La vida cotidiana se trenza mediante referencias a signos y símbolos. Y esto quiere decir que la vida cotidiana es centralmente interpretación. Cuando se construye cotidianidad alternativa se está dando una guerra por la capacidad (calidad) para interpretar el mundo de todos los días y el de cada instante. La percepción de que este mundo es igual para todos es obviamente un mecanismo de la dominación. Hay cotidianidades y ellas deben vivirse popularmente, o sea liberadoramente, y esto implica reformular el sentido de los signos y de los símbolos. Y crear nuevos signos y símbolos. La cotidianidad debe expresar la estética popular. Sin esta nueva estética no habrá revolución. De nuevo, estamos ante un asunto estratégico. Se trata de dar la lucha por la capacidad de significar mundo. Esto no se puede regalar sin costo a los obispos, militares, medios masivos y pedagogos de la dominación. Ahora, no encontraremos, posiblemente, sólo una estética popular. Y esto quiere decir que ellas, las estéticas, serán liberadoras, pero ambiguas, lo que significa que debemos ser activos frente a ellas o, mejor, en relación con ella. Por ejemplo, podríamos discutir aquí un antipoema de Nicanor Parra que pienso expresa la sensibilidad popular y es arma contra la cotidianidad que mata. Es breve. Dice:
con 2000 años de mentira basta!”
Lo que quiero decir es que la guerra en la cotidianidad forma parte de una guerra cultural.
Pregunta: Asumiendo el sentido que es posible inferir de las prácticas revolucionarias del Che (por ejemplo su desinteresada entrega a la tarea militante permanente y cotidiana, su coherencia y convicciones y, sobre todo, su inclaudicable determinación transformadora), ¿en qué medida pueden reconocerse, estos sus caracteres, en el proceso cubano que él contribuyó a producir? ¿Puede decirse que vive el Che en Cuba?
HG.- Esta relación, desde otro ángulo, suele emplearse para desprestigiar a Guevara. Al parecer, entonces, la relación existe. Está en los textos que he comentado antes. Un escribidor recita que Cuba es hoy el país más pobre de América Latina, después de Haití, y “... vive en una prisión”. El de los ‘elogios’, señala: “El Che no fue un revolucionario exitoso. No liberó nada. En el caso de Cuba, la fama que ganó la ganó a la sombra de Fidel. Además, ¿se debe hablar de “liberación” en este caso? ¿Es Cuba libre?” Un tercero describe a Cuba como “una atroz y empobrecedora dictadura”. Me detengo en estas formulaciones porque podría darse, consciente o inconscientemente y siguiendo esta línea de descalificación, un esfuerzo para separar a Guevara del proceso revolucionario cubano. Es decir, Guevara es atractivo, pero el proceso revolucionario cubano es o ha sido siempre un fracaso. Por ejemplo, la estampa de Fidel Castro no se ve en las camisetas de nadie. Y tampoco nadie en América Latina, de fuera de Cuba, podría decir una palabra sobre la Constitución de ese país. Hay un gran desconocimiento sobre el proceso revolucionario cubano, tanto por la acción desinformadora de sus enemigos, que no es la mayoría pero es dominante, como por los estereotipos derivados de una beatería de izquierda que declara todo maravillosos y necesario y mete en un mismo saco las diversas facetas, ritmos y frentes de un proceso complejo. La desinformación es de antigua data y la de la izquierda se activó sistemáticamente con ¿Revolución en la revolución?, de R. Debray, publicado en 1967, pero que había sido precedido por El castrismo: la larga marcha de América Latina, ese mismo año.
Lo primero para poder dar indicativos de respuesta y discusión en este punto, ¿Vive el Che en Cuba?, es, entonces, aclararnos un poco sobre el carácter popular del proceso revolucionario cubano. Pienso que es útil distinguir aquí entre el régimen cubano, que es expresión socio-histórica de un despliegue sobre el cual, como en toda experiencia humana, los protagonistas no están en pleno control. El pueblo cubano no ha estado en pleno control de su proceso. El régimen revolucionario no ha hecho lo que ha querido, sino lo que ha podido o lo que le han dejado querer. Esto tiene que ver con las condiciones iniciales del proceso, con la agresión y el bloqueo, con los errores y deficiencias de su dirigencia, con su adscripción al mercado socialista y con su dependencia de la Unión Soviética, etc. Bueno, hay que distinguir este régimen socio-histórico, con sus logros y deficiencias, del proceso revolucionario cubano en cuanto hecho cultural popular cubano y latinoamericano, como fenómeno cultural popular.
En este segundo campo, el proceso revolucionario cubano habla a la memoria de lucha y con ello al horizonte de esperanzas de los pueblos latinoamericanos, forma parte de esa memoria en Panamá, Perú, Chile, Brasil, República Dominicana, Argentina, en fin, por todas partes. Aquí es donde opera con todo su vigor el mito del Che. Pero también la experiencia del pueblo de Cuba es para estos sectores un mito. Y esto quiere decir que Cuba y el Che convocan por todas partes a la resistencia y a la organización y a la transformación derivadas de los sentimientos, intereses y necesidades populares. Ambos mitos (y el mito Fidel) dicen: “Los desposeídos han echado a andar y ya nada los detendrá. Tú campesino, tú joven, tú indígena, tú mujer, puedes. Todos los pueblos pueden. Los sectores populares pueden generar las condiciones para su liberación”. Se trata de la fe antropológica que tiene que animar a los revolucionarios. Los diversos sectores populares, sobre todo los socioeconómicamente empobrecidos, viven principalmente de esta forma al proceso revolucionario cubano y no importa cuántos fracasos o dificultades tenga el régimen mismo o cuán lejos estén ellos de poder expresar su rebeldía en sus propios frentes y países, ese mito revolucionario está ahí, incluso tras las derrotas. Como hecho cultural popular la Revolución Cubana es un fuego que arde siempre aunque por el momento no haya incendios. Forma parte de una sensibilidad, de una espiritualidad. Y, desde luego, el Che mito es un convocador central para esta espiritualidad. En este sentido, incluso, el Che está más vivo fuera de Cuba. Y esto es normal. Cuesta mucho más ser guevarista cuando se sufre directamente el bloqueo, el burocratismo, la ausencia de productos básicos y se asume que la economía/sociedad cubanas tendrán que esforzarse un par de décadas para recuperar sus indicadores de hace 10 años atrás. Y esto significa mucho trabajo y mucho esfuerzo y muchas privaciones. Y Miami está ahí al frente. Y la propaganda. Y el colapso de tantas sociedades del socialismo histórico. Ahora, me imagino que los guevaristas cubanos son seres de una excepcional calidad humana. Y por “guevaristas” entiendo los que intentan seguir su actitud. Esto es difícil en Cuba, porque tener como ejemplo al Che no es fácil en ninguna parte. Y es más difícil en Cuba porque allí Guevara forma parte de la cultura oficial. No siempre esto es bueno. Más bien con frecuencia es negativo porque suele ligarse tanto con una dominación como con una ortodoxia. Y el socialismo de Guevara y su mito se movilizan contra toda ortodoxia. En todo caso, no se está ante algo sencillo y de una sola cara.
Ahora, como proceso socio-histórico es sabido que Cuba revolucionaria logra muy buenos resultados en salud, educación, seguridad social, algunos deportes y autoestima. Y que en estos tiempos difíciles procura preservar esos logros. Pienso que hay aquí una clara doble presencia de Guevara: su sentido de la justicia y la dignidad, su opción revolucionaria por los más pobres y ofendidos, y su terquedad y consistencia. Cuba es una sociedad de pobres socio-económicos con autoestima, solidaridad y dignidad. A esa sociedad los cubanos le han llamado socialismo. Y ahora, en estos momentos muy difíciles (en la primera parte de esta década la producción puede haber caído en más de un 40% y el bloqueo se ha intensificado) intentan preservar, para más adelante reforzar, esos logros. Creo que en esta tremenda consistencia y resistencia que alienta a la cubanía está presente Guevara. Por supuesto, Guevara no inventó esta cubanía.
También está presente Guevara en la solidaridad. El pueblo cubano es tenazmente solidario. Por decir algo cercano, lo fue con el pueblo de Nicaragua, lo fue con el pueblo de Chile. No sólo Guevara combatió en África. Y junto a los soldados están los médicos y los maestros y los pescadores y los técnicos. Donde puede, Cuba ayuda a los procesos populares. Me parece que en el internacionalismo y solidaridad sin reservas del pueblo cubano, en esa entrega más que generosa y que no tiene nada que ver con el te doy para que me des, se advierte el Che. Y esa solidaridad se manifiesta internamente en Cuba también.
Los anteriores parecen rasgos de una sensibilidad cultural. El Che estaría presente en esa sensibilidad. Pero para ello tiene que estar presente, asimismo, con su rigor y su entrega, en el Partido. Porque sin voluntad y coherencia políticas, en especial de sus dirigentes, esos rasgos culturales serían mera fachada, ritual. Ha habido voluntad política para preservar la ética de Guevara al interior del Partido. Y ello ha sido decisivo, junto a la conducción de Castro, para sostener el proceso, que ha sido una lucha dura, una lucha constante. No estoy diciendo que el Partido Comunista de Cuba sea perfecto. Ni siquiera que sea guevarista. Lo que estoy diciendo es que el ejemplo de Guevara está presente en sus mejores cuadros y estructuras, porque si no el proceso se habría caído. Y la dirección política es uno de los elementos que sostiene y refuerza el proceso, aunque quizás el partido sea también una parte de los desafíos de Cuba.
Muchos cubanos, pienso que la mayoría, ven su proceso como una lucha organizada en la que pueden triunfar. Un pobre que ha recuperado por sí mismo la dignidad es muy terco y probablemente no pueda ser vencido ni por la muerte. Cuba ha construido una sociedad civil llena de autoestima y dignidad que es inédita en América Latina aunque no sea perfecta. Pienso que esto es muy guevarista. Y también muy popular. Quizás parezca catecismo, pero si el Che vive en Cuba es porque en esa experiencia el pueblo organizado, no sólo la dirigencia, tiene un gran protagonismo. Y el pueblo organizado para una guerra larga contra la dominación y por la autoestima y dignidad de todos es central en Guevara. Una guerra cultural es algo con muchos y diversos frentes. Entonces, sí, yo creo que él está muy presente en Cuba. Y no es necesario que todos los cubanos tengan conciencia de ello. Y aunque la experiencia cubana actual finalmente se colapse, porque, como decía, los pueblos pueden ser derrotados, pienso que el pueblo de Cuba y Fidel Castro y el Che, míticos y orgánicos, y su socialismo de dignidad, ya no saldrán nunca de la memoria de resistencia revolucionaria de los pueblos de América Latina. Guevara vive.