II. Introducción a las culturas del amor y del odio


    El descubrimiento y desentierro de los restos de Ernesto Guevara, ocultados en Valle Grande, Bolivia, tras su asesinato en 1967, precipitó reacciones variadas, desde las que confundieron y confunden memoria, admiración y conmemoración con fetichización, hasta las que encontraron en este suceso, en buena medida patético[21], un refuerzo para sus motivaciones contra las experiencias de lucha populares. En Costa Rica, una secuencia de artículos publicados en el principal medio comercial escrito del país facilita introducir elementos para una discusión tanto sobre la profunda vigencia del pensamiento político del Che como sobre algunas de las características de la transformación social de su experiencia de lucha en mito (o mitos) e iconografía.

    El fuego fue encendido por un artículo muy frágil titulado nada originalmente Los huesos del Che[22]. El escrito, que se quiso de homenaje, recogía desvaídamente y con errores de bulto[23] varios lugares comunes extraídos de la vida y obra de Guevara, y recordaba el texto de una carta de 1965 en que el Che señalaba a C. Quijano, director del semanario Marcha, que “el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esa cualidad”[24]. La afirmación suscitó una respuesta anatematizadora titulada No me amés, Che[25]. Aunque este último artículo estaba orientado a descalificar al autor del texto de homenaje --señalándolo como una personalidad delusoria (que se protege de la inseguridad con ritos y mitologías)--, en lo que se refiere a Guevara realizaba la siguiente afirmación: “Que el Che haya dicho que ‘el odio es una loable emoción que transforma al hombre en una fría máquina de matar. Efectiva, violenta, selectiva’, no altera las convicciones de una persona con una mente delusoria. El Che declaró que ‘debemos proseguir en la senda de la liberación aunque cueste millones de víctimas atómicas’. Esto tampoco significa que no nos amaba mucho. Más bien convierte en ‘un corazón generoso’ a una personalidad claramente antisocial. Convierte a un sociópata definido por sus propias palabras en ‘una mente preclara’ o sea, digno de admiración y respeto. De mi parte, yo estoy satisfecho de que el Che no me hubiera amado. Ni a mi patria ni a sus instituciones”.

    Guevara aparecía, según este texto, como un sociópata y antisocial. Se trataría, es claro y para una lectura generosa, de un guerrero del “otro bando”, es decir de alguien que tiene por finalidad central matarnos y debe ser, por tanto, absolutamente repudiado. Sin embargo, incluso esta lectura ‘generosa’ carece aquí de asidero.

    En primer lugar, para poder reducir a Guevara como un guerrero “del otro bando”, el autor de No me amés, Che, procede a descontextualizar y a falsear su pensamiento. Guevara nunca escribió “que el odio es una loable emoción que transforma al hombre en una fría máquina de matar. Efectiva, violenta, selectiva”. Escribió, en cambio: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”[26]. No se trata, como se advierte, del odio como un carácter de la persona, sino del odio como factor y función operativos en una dialéctica de resistencia y liberación gestada al interior de una guerra declarada y en curso contra los pueblos.

    Guevara tampoco afirmó jamás que la liberación debía hacerse con o contra bombardeos atómicos. Sí señaló, en cambio, que la solidaridad del mundo socialista, en especial de la URSS, con la lucha anticolonial y antineocolonial, debía ejercerse sin limitaciones: “El ominoso ataque del imperialismo norteamericano contra Vietnam o el Congo debe responderse suministrando a esos países hermanos todos los instrumentos de defensa que necesiten y dándoles toda nuestra solidaridad sin condición alguna”[27]. En el año de la crisis de los misiles (1962), habló así un día antes de la conmemoración del 1º de mayo: “Recuerden, compañeros, que en este año de 1962 no estamos solos, que no hemos estado solos en estos últimos años, que hemos recibido siempre a tiempo el consejo sabio, a tiempo la advertencia tremenda a los que amenazan nuestras fronteras.// Debemos seguir serenos, debemos mantener nuestro paso, debemos luchar por mantener y acrecentar nuestras conquistas y debemos luchar con todas nuestras fuerzas para que las fuerzas de la paz se impongan; debemos mostrar nuestra potencia para que no se equivoquen con nosotros, para que no pongan en peligro la paz del mundo aquí, por nuestra propia seguridad y por todos los pueblos del mundo. La imagen de fuerza que dé Cuba al mundo entero debe ser una advertencia para los imperialistas y debe ser un faro para todos los pueblos semicoloniales. Es decir, compañeros, nuestra responsabilidad es enorme”[28].

    Lo anterior implica que la caracterización de Guevara como un sociópata y un antisocial irresponsable se sigue de un manejo fraudulento de sus opiniones. Por lo demás, históricamente, armamento nuclear, y contra civiles desarmados, sólo ha sido empleado por Estados Unidos de Norteamérica para culminar su guerra contra Japón. Nadie ha considerado sociópatas a quienes asumieron esta decisión. El resultado fue humanamente cruel y moralmente reprobable, pero militar y políticamente la acción fue exitosa y sus defensores la exaltan indicando que salvó la vida de millares de combatientes norteamericanos. Es decir que, aun avalando la falsificación de su pensamiento, cuando Guevara pide al combatiente popular que supere sus limitaciones naturales mediante un sentimiento de odio hacia el enemigo, no enfatiza sino lo que se pide a todo soldado: que trate al enemigo con la lógica implacable de la guerra, que es destrucción del otro o autoaniquilación. Este punto elemental fue trágicamente escenificado en 1997 mediante el asalto relámpago que aniquiló a los combatientes del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru que mantenía rehenes en la casa del embajador japonés en Lima. La acción del comando militar peruano fue saludada en su momento por la prensa dominante como ejemplar, heroica y apropiada. Aun en este nivel, entonces, la formulación de Guevara sería, además de escasamente original, sólo criticable por los guerreros y publicistas del ‘otro bando’ inevitablemente interesado en que sus enemigos luchen poco y luchen mal.

    Sin embargo, las opiniones de Guevara no sólo fueron directamente falseadas, sino que además están descontextualizadas. En efecto, la tesis de que un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal, forma parte del Mensaje de Guevara a los Pueblos del Mundo a través de la Tricontinental. Este llamado examina la realidad de la violencia militar focalizada en un mundo que proclama haber alcanzado la paz tras la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial. Guevara ejemplifica esta violencia con los conflictos de Corea y Vietnam. Señala: “Todo parece indicar que la paz, esa paz precaria a la que se ha dado tal nombre sólo porque no se ha producido ninguna conflagración de carácter mundial, está en peligro de romperse ante cualquier paso irreversible e inaceptable, dado por los norteamericanos. Y, a nosotros, explotados del mundo, ¿cuál es el papel que nos corresponde? Los pueblos de tres continentes observan y aprenden su lección en Vietnam. Ya que, con la amenaza de guerra, los imperialistas ejercen su chantaje sobre la humanidad, no temer la guerra, es la respuesta justa. Atacar dura e ininterrumpidamente en cada punto de confrontación, debe ser la táctica general de los pueblos.// Pero, en los lugares en que esta mísera paz que sufrimos no ha sido rota, ¿cuál será nuestra tarea? Liberarnos a cualquier precio”[29].

    Luego, el mensaje de Guevara se inscribe en un doble contexto: la realidad de la dominación geopolítica imperial y, por tanto, de la guerra, y la realidad (de diverso nivel) de las luchas por la liberación ejemplificadas en ese momento por la resistencia vietnamita (que vencería en la década siguiente) y múltiples otros esfuerzos de guerra insurgente popular (Colombia, Guatemala, Perú, etc.). En cuanto, para Guevara, la dominación imperial no es algo exterior o ajeno a las realidades de los pueblos colonizados o neocolonizados, sino que se expresa en la estructuración de la dominación interna (‘nacional’): oligarquía, fuerzas armadas, aparatos de justicia, iglesias nativas, etc., la lucha liberadora es revolucionaria, popular, nacional y continental/mundial. Es una guerra determinada por las condiciones del dominio imperial, no por la voluntad de los pueblos. La voluntad de estos últimos no es la guerra sino la de liberarse.

    El eje de la implacable guerra guevarista está constituido, por tanto, no por el odio (este es instrumental), sino por la pareja liberación/dominación. Si se entiende así, la guerra resulta un ejercicio de autoestima, o sea de amor de los pueblos por sus raíces, de amor de las personas por su dignidad. La guerra es un trayecto de autodignificación y, con ello, testimonio que convoca a todos a liberarse. Sin ser abstracta (puesto que su punto de partida es la movilización contra la dominación colonial y neocolonial), la guerra guevarista es una proposición de liberación universal. Escribe el Che: “Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita (...) En esas condiciones, hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismo fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización”[30]. Como se advierte, el amor por los pueblos se testimonia construyendo una nueva sensibilidad y una nueva cotidianidad. Esta última, por definición, intenta convocar, por su energía liberadora, universalmente.

    Debido a este último alcance, el carácter convocador del esfuerzo de liberación, el satisfecho rechazo que el autor de No me amés, Che hace del amor guevariano expresa al menos dos contenidos distintos a los que quiso manifestar: el primero es que el amor de Guevara incluye a los individuos que personifican a las lógicas e instituciones de la dominación en lo que tienen de posibilidad y potencia humanas. El triunfo de la guerra liberadora posibilitará también la conversión de ellos. El segundo es que el rechazo del amor guevariano es más bien signo de una identidad humana autocastrada que expresión de una plenitud satisfecha. El autor de No me amés, Che rechaza el sentimiento universal de liberación/amor guevarista porque no puede salir de su sensibilidad de odio/guerra que él se imagina y ‘vive’ como paz y caridad. El guerrerista y violentista, aunque no sociópata, resulta ser quien es incapaz de asumir un programa/proyecto/trayecto de universalidad efectiva que, sin paradoja, pasa por una guerra defensiva y liberadora. Cuando se rechaza este amor, se niega asimismo lo que existe de humano en uno mismo. Pero este es un efecto histórico-social, no una disfunción psicológica.

    El anterior fue un camino largo para introducir la contraposición entre las culturas del amor y del odio. Recorrámoslo ahora, más políticamente, a partir de una consideración sobre la utilización y funciones de la fuerza y de la violencia como medios para resolver conflictos propios, o sea históricos, de la coexistencia humana.