Quizás sea éste uno de los aspectos más estereotipados con que se deforma el pensamiento y la obra de Guevara. Tanto, que suele contener varios niveles de reducciones. En el primero, se segmenta al Guevara combatiente del Guevara organizador, del Guevara estadista, del Guevara ser humano integral/social. Es decir, se invisibiliza al Che revolucionario integral. El énfasis se pone aquí en la conquista armada del poder mientras se desplaza, invisibiliza y revisibiliza impropiamente las tareas revolucionarias de acumulación de fuerzas y de construcción del nuevo orden. Guevara resulta así únicamente un guerrero operativo. Alguien a quien la guerra convoca compulsivamente. Una especie de neurótico temido y rechazado (terrorista) o un convocador individuo romántico y heroico.
Un segundo nivel de reducción opera haciendo de Guevara un foquista. “Foquista” quiere decir alguien que “provoca” la revolución mediante una lucha armada guerrillera que reemplaza (elimina) o subordina toda otra práctica política. Estrictamente, el “foquismo” es tanto una expresión de militarismo como de mesianismo y de ausencia de proyecto. El foquismo confunde un medio o procedimiento (la lucha armada) con el proyecto. Curiosamente, el foquismo puede resultar tanto de un urgido voluntarismo como de un intelectualismo abstracto. La identificación de Guevara con el foquismo se hace posible porque la lucha armada específica de la Revolución Cubana tuvo algunos rasgos espontaneistas (el asalto al Cuartel Moncada, por ejemplo) y fue polémicamente socializada en la década del sesenta por un trabajo de R. Debray, ¿Revolución en la revolución?, al que se considera la biblia del foquismo. El foquismo constituyó una subideología significativa en la década del sesenta. Grupos armados (no necesariamente político-militares), principalmente rurales, surgieron en todo el subcontinente. El único que alcanzó el éxito fue el Frente Sandinista de Liberación Nacional que, superando sus desviaciones originales (1961), encabezó la insurrección popular nicaragüense que destruyó al régimen somocista (1979). La experiencia que culminó con el asesinato del Che en Bolivia (1967) suele ser referida como “prueba” del foquismo guevarista. El estereotipo, que admite fuentes de izquierda, centro y derecha, facilita a estas últimas descalificar, por ineficaz y fracasada, la lucha armada revolucionaria.
Desde luego el estereotipo foquista reitera todos los elementos reduccionistas contenidos en la excluyente fijación de un Guevara únicamente combatiente armado. Enfatiza, asimismo, una atribución estrechamente politicista (asalto al poder) a la práctica revolucionaria del Che y subraya los caracteres mesiánicos, voluntaristas y sacrificiales[16] de la lucha armada. Muchos ex-colaboradores o militantes de organizaciones efectiva o imaginariamente foquistas, asocian su experiencia pasada con una inclinación neurótica por el martirologio y la presencia de una exaltación necrofílica (culto a la muerte) en el seno de la izquierda armada y revolucionaria. Guevara puede ser asociado, mediante esta reducción, a tendencias oscuras y perversas, aberrantes y, también, como alguien a quien el sentido del deber revolucionario privaba del deseo y del disfrute de la fiesta y del goce. El guevarismo queda determinado, así, como algo militarizado y sombrío, cuyo atractivo, por aberrado, es perverso. Guevara se emparentaría con Drácula.
Por supuesto, y aunque no es del caso discutir en detalle esto aquí, el pensamiento y la práctica del Che nunca fueron foquistas. En realidad, el “foco guerrillero” debe ser entendido como una unidad móvil combatiente que se despliega al interior de una estrategia política de Guerra Popular Prolongada. Basta esta descripción para entender a la unidad móvil combatiente como una estructura político-militar que se expresa al interior de un trabajo político que contiene todas las formas de lucha, las abiertas y legales y las clandestinas e insurreccionales, incluyendo eventuales participaciones en elecciones y la articulación constructiva con lo que algunos llaman la “izquierda social”[17]. Guevara fue un combatiente en un proyecto por la transformación mundial, no un guerrero puntual. Esto no implica desconocer el carácter axial que asignó el Che, en su momento, a la lucha armada como mecanismo revolucionario y liberador fundamental en América Latina
Un tercer nivel de reducción respecto del papel de la lucha armada en el pensamiento del Che opera identificando la violencia política revolucionaria (destrucción del antiguo poder, de su lógica, de sus instituciones y conversión o liquidación de sus personificaciones) con una forma específica de ella: la guerra popular. La guerra popular es una expresión de la violencia revolucionaria y Guevara la teorizó para las condiciones de los pueblos oprimidos, en particular los latinoamericanos, en la década de los sesenta. En pocas líneas estas condiciones eran: a) la primacía absoluta en el área de los capitales monopolistas norteamericanos que subordinaban o atemorizaban a gobiernos títeres o débiles. Estos monopolios extremaban la coacción económica con su correlato inevitable, la brutal represión policial y militar ante las demandas y protestas populares. Igualmente, el centro imperial se reservaba el derecho a la intervención directa (República Dominicana, 1965-66) bajo el pretexto de “no permitir otra Cuba”; b) la inexistencia de una burguesía efectivamente nacional capaz de resistir las presiones imperialistas e incapaz y sin deseos, a la vez, de atender los reclamos populares. Esto conducía a una alianza entre las fuerzas de la reacción interna con las fuerzas internacionales más reaccionarias. Se constituía así una nueva oligarquía. Esta oligarquía moderna sostiene tanto el latifundio tradicional como la industria y el comercio más modernos, ligados a los monopolios; c) el dominio imperial y oligárquico, con sus formas extensivas de explotación, configura economías/sociedades deformes, ’subdesarrolladas’, que se sostienen mediante los bajos salarios, la precariedad del empleo y el desempleo, procesos que acentúan todavía más su carácter deforme; d) los anteriores procesos y situaciones generan una sensibilidad exasperada entre los sectores populares: cansancio de estar oprimido, vejado, explotado al máximo, cansancio de vender día a día miserablemente la fuerza de trabajo, cansancio de ver enfermarse y morir a los hijos por enfermedades curables. En resumen, las condiciones latinoamericanas eran: hambre del pueblo, protesta ante el hambre, temor, odio y represión policial y militar para aplacar o destruir la movilización popular[18] . En estas condiciones básicas, la unidad móvil combatiente, en el marco del despliegue de una guerra del pueblo, resultaba decisiva para configurar una conciencia de la posibilidad de la victoria por las armas contra el dominio oligárquico/imperial.
Para la coyuntura latinoamericana --ligada, además, con las exigencias de una revolución mundial--, Guevara sostiene la necesidad de la guerra popular revolucionaria. Pero admite, estructural y estratégicamente, la posibilidad de una toma popular institucional del poder: “Recuérdese nuestra insistencia: tránsito pacífico no es el logro de un poder formal en elecciones o mediante movimientos de opinión pública sin combate directo, sino la instauración de poder socialista, con todos sus atributos, sin el uso de la lucha armada”[19]. Luego, los objetivos estratégicos centrales del Che son la destrucción del imperialismo y la construcción de un poder socialista. Para alcanzarlos son viables tanto la lucha armada como la transición institucional. En la coyuntura latinoamericana de los sesenta, por razones objetivas y subjetivas y teniendo como referente la experiencia cubana, Guevara privilegia la lucha armada. Pero no la imagina ni la propone como una única receta estructural.
Propuesta la lucha armada para la coyuntura, Guevara señala, junto con su obligatoriedad y radicalidad, la diversidad de formas tácticas que ella admite: “Es lógico que todas las fuerzas progresistas no tengan que iniciar el camino de la revolución armada, sino utilizar hasta el último minuto la posibilidad de la lucha legal dentro de las condiciones burguesas”[20]. Desde luego, este hasta el “último minuto” no puede hacerse sino al interior de una estrategia de lucha armada.
Por lo tanto, Guevara nunca fue un ‘violentista’ a ultranza. Su tema central no fue la violencia armada popular, sino la toma popular del poder y la construcción del socialismo. Cuando se desplaza estos aspectos, entonces se puede presentar al Che como un guerrerista. El desplazamiento y la reducción facilitan invisibilizar las discusiones sobre la toma del poder, su carácter, y la necesidad y posibilidad de una organización social alternativa.
La vigencia de Guevara en este punto, entonces, tiene que discutirse desde la perspectiva de una toma popular del poder y la construcción de una sociedad alternativa. Insistamos que para el Che no se trata de un Gobierno de inspiración y resonancia populares, sino de una nueva composición, carácter y función del poder (poderes) social. De una toda nueva forma de producción y reproducción sociales. Y de la participación de los revolucionarios en esta nueva configuración. Si contestáramos que en la coyuntura actual no es posible plantearse ni el problema del carácter del poder, ni su toma popular, entonces asumiríamos que la nueva sociedad no es factible de ninguna manera: ni mediante una transición institucional ni tampoco por la vía armada. Guevara replicaría que al actuar así aceptamos las ‘imposibilidades’ tal como las determinan las burguesías locales y el imperialismo. Que, por el contrario, debemos rechazar esas imposibilidades y construir las posibilidades populares y que éstas son revolucionarias. Que esta construcción pueda hacerse institucionalmente, aunque con violencia, o tenga que asumir la forma de una lucha armada larga y cruel, no se sigue de ninguna receta. Se sigue del análisis histórico y de las necesidades y vitalidades populares. Para el Che, ser realista en política consiste en contribuir infatigablemente en la construcción de las posibilidades revolucionarias del pueblo.
Por lo tanto, la violencia armada popular, la unidad móvil combatiente, la guerra popular prolongada con base campesina, ni son recetas ni modas. Son estrategia y testimonio de una voluntad de transformación liberadora y radical. A quienes, desde la izquierda, asumen estos temas como estereotipos, rituales o como moda, ya sea para glorificar las armas, ya sea para anatematizarlas, ya sea para idolatrar, ya sea para ridiculizar, conviene recomendar discernimiento y respeto. No sólo por Guevara, sino también por las experiencias de lucha armada que hoy se dan abiertamente, con despliegues diversos, en México, Colombia y Perú. Esos combatientes construyen también, con sus errores y aciertos, la realidad de la historia política de nuestros pueblos. Convocan, nutren y concretan el imaginario popular, con sus mitos, derrotas y resurrecciones. Y anuncian, con su testimonio, sus logros y sus derrotas, nuestro futuro.
El Che vivió y murió, asimismo, para anunciar y construir nuestro futuro como latinoamericanos y seres humanos plenos en una tierra liberada. Entendido así, la irónica pregunta por su vigencia no sólo resulta grotesca, sino obscena. Quien es interpelador y movilizador de lo mejor que existe en cada uno de nosotros, nuestros discernimientos y sueños sociales y personales de liberación, no muere, sino que señala un trayecto que hay que hacer llenándose de historia popular, de sentimiento popular, de análisis popular, de imaginación y sensibilidad populares. Intentar llenarse de la historia de nuestros pueblos es el fundamento de la vigencia de Guevara. Tarea acumulativa nunca acabada, cada día reemprendida. Fe social y antropológica en el pueblo, confianza en uno mismo, autoestima, alegre dignidad, compromiso inclaudicable sin solemnidades, son la fuente de la vigencia de Guevara. Todos ellos son caracteres que nos invitan a leer y transformar la historia desde los oprimidos, los precarizados, los explotados y ofendidos que somos mayoría. Ojalá estas discusiones sumarias e incompletas puedan contribuir a esa lectura y transformación. La vigencia de Guevara no reside en una receta, sino en muchas, acumulativas y estratégicas luchas populares.