Libro, 1997.

 

 

 
  I. Asesinar a Guevara una y otra vez


    Leo, un poco al azar, en el principal medio periodístico comercial de Costa Rica, un artículo firmado por su director. Lleva como título El “foquismo sindical” y se orienta contra una huelga llevada a cabo por un sector de los trabajadores. Predice, neoliberalmente, que la huelga de los sindicalistas hará más por la privatización de los servicios de comunicaciones en el país que todo lo que han conseguido las presiones de organismos internacionales y de empresarios y políticos locales. Costa Rica, por razones que no viene al caso analizar aquí, no ha privatizado todavía ni la seguridad social, ni la educación superior, ni los servicios energéticos, de comunicaciones y agua. Tampoco los seguros y fondos de retiro. Para quienes desean hacer “buenos negocios” con estos rubros, el carácter público de los servicios despierta ira y veneno. Nada especialmente asombroso en esta fase de globalización bajo esquema neoliberal.

    Lo curioso es que, sin venir particularmente a cuento, el articulista se refiere al Che. Dice: “Don (sic) Ernesto Guevara pretendió convertir en teoría una ocurrencia: la de que, aunque no hubiera “condiciones objetivas” en un país para la revolución, era posible crear “condiciones subjetivas” a partir de la acción organizada, sistemática e implacable de un “foco” guerrillero”[2]. Desde luego, el pretendido periodista obtuvo su conocimiento de las ideas de Guevara o del Manual del perfecto idiota latinoamericano (que en este caso cumple adecuadamente con su título) o de las Selecciones del Reader’s Digest. O de una mezcla de ambos[3]. No interesa ahora, sin embargo, rebatir la grosera distorsión del pensamiento del Che, sino avanzar en el sentido de su alteración.

    Como Ernesto Guevara vive después de asesinado --en forma semejante a Emiliano Zapata o Manuel Rodríguez o César Augusto Sandino o Farabundo Martí-- el imaginario de la dominación requiere asesinarlo una y otra vez. El escribidor costarricense califica a Guevara de fantasioso, arrogante, despreciado en vida por los campesinos de Bolivia quienes lo habrían derrotado mucho más que el Ejército de ese país (?). Como no se puede evitar que el imaginario popular se sienta interpelado por, e interpele a su vez, a Guevara, se busca desfigurar su palabra y su acción para que se le recuerde mal. Para que no convoque y estimule. Para que no sea interlocutor de autoestima y dignidad. Se aspira a trivializarlo. El articulo al que nos referimos no oculta su rencor porque se evoque a Guevara: “Ahora que el ícono (sic) del Che Guevara reaparece reciclado en camisetas, llaveros, pulseras, pantallas de cine y hasta un libro de 850 páginas...”[4]. Ira, distorsión y frivolización se reúnen en ese párrafo calcado del estilo del Manual del perfecto idiota.

    Quizás el desplazamiento de la imagen del Guerrillero Heroico, propia de la década de los sesenta, por el narcoguerrillero, en la década de los noventa, condense adecuadamente los asesinatos simbólicos que se ejecutan día a día contra el Che. Este desplazamiento es, en el plano político, análogo al que las ciencias sociales de la dominación realizan desde el pobre como marginal (desarrollismo), al pobre como precarizado y excluido y declarado culpable (crecimiento neoliberal). Otros tiempos exigirían otros (o ningún) héroe. En el caso del escribidor costarricense que glosamos, la distorsión y la ira enseñan un mensaje claro: el Che fue un iluso y un arrogante divorciado de la realidad: nunca tuvo vigencia.

    Existe otra forma más sutil de procurar el desvanecimiento del Che. Se le reconoce su jerarquía ética, su apostolado revolucionario, su valor humano y su entrega personal. A fin de cuentas, es un símbolo[5]. Pero, se añade, éstos son otros tiempos. La tecnología, la industrialización y urbanización, el auge de los contextos de opción, ‘la’ democracia, el fracaso de la lucha armada o su descomposición, la reconfiguración de los ejércitos, la irrupción de una izquierda social, el éxito de nuevas economías emergentes (Taiwán, Corea, etc.) hacen de Guevara alguien quizás y hasta seguramente admirable, pero propio de un pasado ya superado. El chiapaneco Ejército Zapatista de Liberación Nacional, incluso, sería postguevarista[6]. Del Che quedarían su compromiso ético, su esfuerzo, su ilusión por construir una sociedad nueva. Pero esos caracteres ya no conducirían al luchador revolucionario armado, antiimperialista y continental, socialista, sino que podrían encarnarse también en el obrero que labora responsable y creativamente, en el empresario que se afana por competir y hasta en el administrador de empresas que defiende altos ideales. Así, parece que si el Che reviviera sería un gerente interesado en la producción eficiente para un inevitable y apacentado mercado globalizado. Y su antiburocratismo podría pasar como una forma de reingeniería empresarial. Pero lo óptimo es que su humanismo permanezca en el pasado. Hoy no son tiempos de grandes discursos, ni de románticos, ni de héroes. Tiempos pragmáticos aconsejan cierta nostalgia museológica por el Che, referente de una juventud y una ilusión que no volverán, pero también su desalojo. Guevara fue un encantador clásico y este es un desencantado tiempo del desencanto. El luchador revolucionario puede ser deglutido y desvanecido como un espectro puramente ético sin vigencia ni incidencia positivas. Mientras en el caso anterior se asesinaba a Guevara mediante su distorsión y frivolización, aquí se le liquida porque los tiempos presentes ya no lo necesitan ni admiten. En la primera situación, el Che nunca tuvo vigencia (la revolución es imposible). En el segundo, el testimonio ético del Che debe ser adaptado a los nuevos tiempos (la revolución o es neoliberal, y para ciertas “izquierdas” esto quiere decir ‘acomodarse’, o es imposible). Aquí lo asesinado, vía la sedicente admiración por un humanismo abstracto, es la complejidad del revolucionario[7].

    Ante la diversidad de los intentos simbólicos (anatema, ridiculización, culto, trastrocamiento, hipócrita admiración, benevolencia, elegante indiferencia) por enterrar al Che, nos detendremos muy sumariamente sobre algunos aspectos de su ideario. Precisamente aquellos que parecería que hoy no corresponden, o que se señala carecen de valor, porque “los tiempos del Che” serían “otros tiempos”. Discutimos directamente, por tanto, la proyección y vigencia de su lucha revolucionaria. Y desde luego, esta discusión no se inscribe en la premisa de que los tiempos que corren sean “los mismos tiempos”. Esto sería una manifestación de dogmatismo que el mismo Guevara habría repudiado y combatido. Lo que ocurre, más bien, es que los nuevos desafíos determinan problemas ya encarados, madura o prematuramente, por la práctica de Guevara en su tiempo. Para nuestro propósito, introduciremos tres argumentaciones sobre la vigencia u obsolescencia de Guevara. Remiten a la finalización del conflicto Este/Oeste, a la meta socialista del movimiento popular revolucionario y al carácter armado de la lucha revolucionaria. Se trata de tres temas articulados pero que, en este espacio, discutiremos por separado.

    La liquidación del conflicto Este/Oeste contiene el acabamiento de las luchas revolucionarias

    Se trata de un argumento en apariencia evidente y sencillo. Las tesis de Guevara sobre el imperialismo y las luchas anticoloniales y antineocoloniales que configurarían el movimiento revolucionario mundial, no tienen sentido en un mundo ideológicamente unipolar (democrático/capitalista) que, en lugar de enfrentar a socialismo y capitalismo, opone a países pobres y ricos. En el conflicto Norte/Sur, y especialmente en el contexto de la globalización, las ideas y la práctica de Guevara resultan inevitablemente arcaicas.

    Sin ánimo exhaustivo, comencemos por lo más grueso. El conflicto Este/Oeste se expresaba bajo la forma de un conflicto ideológico, pero su contenido histórico efectivo era la pretensión de una dominación (imperio) mundial. Que desaparezcan en la coyuntura algunos factores centrales del conflicto Este/Oeste, principalmente con la autodisolución de la URSS, no implica la desaparición del proyecto de dominación mundial.Lo que ocurre es que ese proyecto, en este momento claramente hegemonizado por EUA debido a su superioridad en la guerra, adquiere nuevas formas y se configura mediante nuevas prácticas.

    De hecho, la forma ideológica que revestía la confrontación Este/Oeste (socialismo/capitalismo, totalitarismo/democracia) es desplazada y reemplazada por ideologías que enfatizan aspectos tecnocráticos: eficiencia, competitividad y productividad --señalan los aparatos que construyen opinión-- determinan la posición y funciones de los pueblos, las naciones, economías y Estados en un único mundo mercadocéntrico. Se trata, obviamente, del dominio unilateral de la acumulación de capital y del fetiche mercantil en su base. Y, por ello, de un mercadocentrismo concentrador y centralizador a la vez que precarizador y fragmentador: potenciador y despotenciador. El único mundo propuesto por el mercadocentrismo es estructuralmente asimétrico y excluyente. Desde luego, un único mundo capitalista no puede ser universal. Ahora, la constatación de este fenómeno: que el mundo que se desea único por la dominación no tiene cupo ni oportunidades para todos (clases, razas, naciones, culturas, géneros, sectores, etc.) constituye el referente nuclear de las luchas contra el imperialismo y por el socialismo, es decir por la liberación nacional y la equidad humana. De modo que aquí, al menos, este núcleo duro del pensamiento de Guevara no aparece para nada desplazado por los ‘nuevos tiempos’. El mercadocentrismo es, sin discusión, una forma de imperialismo e imperio.

    El otro tipo de ideologías en uso, tras la liquidación del conflicto Este/Oeste, es enteramente politicista y se organiza en torno a la necesidad de un Gobierno Mundial. Las situaciones derivadas de los desafíos ambientales, las migraciones, el tráfico de drogas, las precariedades, desequilibrios y endeudamientos derivados del asimétrico modelo mercadocéntrico y de la tendencia en él al dominio del capital especulativo, las imperativas desrregulaciones que procuran dar más ventajas a las economías centrales y a los oligopolios y monopolios, es decir las necesidades internacionales y transnacionales propias de un desequilibrio sostenido[8], revitalizan las tesis de una nueva mentalidad política (Gorbachov) y las preocupaciones por avanzar hacia un Gobierno Mundial. La Guerra del Golfo y la Organización Mundial de Comercio serían signos, todavía aislados pero centrales, de este eventual gobierno. También la militarización de la lucha contra el narcotráfico, el “imperialismo” ecológico y la voluntad de hacer del “respeto” a derechos humanos una excusa para agresiones e intervenciones internacionalizadas. Se trata, es claro, de un Gobierno Mundial que administraría para potenciar las asimetrías propias del mercadocentrismo. Es decir de un Gobierno Mundial con hegemonía de la acumulación oligopólica de capital. Jurídicamente esto quiere decir un Gobierno Mundial sin ciudadanía universal. Ni hablar de universalizar derechos civiles. Socialmente significa un Gobierno Mundial sin referencia a las necesidades humanas de la mayoría de la población y de la humanidad en tanto género. Ante una ilegitimidad internacional y transnacional de esta magnitud (puesto que el desconocimiento de la realidad humana y social por parte del eventual Gobierno Mundial podría alcanzar, a finales del siglo, hasta un 80% de la población. El deterioro del hábitat natural, más desastroso todavía, podría remontarse, en el siglo XXI, a un 100%), resulta difícil imaginar la obsolescencia de las tesis antiimperialistas, especialmente de aquellas saturadas de pasión por un ser humano /(pueblo, cultura, clase, persona) liberado como es el antiimperialismo del Che.

    De modo que, desvanecido el desencuentro Este/Oeste, no ha desaparecido para nada el imperialismo. Y éste (occidental, blanco, cristiano, opulento, adulto, macho y, a fortiori, capitalista)) castiga, todavía más dura y tenazmente que antes, a los empobrecidos en las economías deformes, a las culturas diferentes, a los campesinos, a las ‘razas’ inferiores y a las mujeres y jóvenes. En cuanto diagnostico, al menos, el discernimiento antiimperialista de Guevara sigue vigente.

    Avancemos todavía un paso: el efecto político de desplazar las luchas por la liberación nacional social y humana mediante una fórmula como la del conflicto (o diálogo) Norte/Sur puede resumirse así. La relación Norte/Sur, en su lectura más crítica, enfrenta economías, Estados, naciones o pueblos como bloques. Esto supone un nacionalismo abstracto o falso que, naturalmente, puede constituirse y encontrar gratificaciones en las mesas de negociaciones. La lucha política por la liberación nacional, social y humana, en cambio, enfrenta y moviliza contingentes humanos, los diversamente empobrecidos, contra quienes los empobrecen, en cada formación económico-social específica. Para decirlo en términos literarios, los victimizados en Estados Unidos enfrentan a sus victimizadores, los victimizados en Colombia a sus victimizadores, los victimizados en Uruguay, a sus victimizadores. Y los victimizadores ocupan lugares sociales locales, nacionales, regionales y mundiales. Es una falsa liberación nacional y humana la que desvanece el conflicto que resulta de la dominación y el poder de los victimizadores. Es una falsa política económica la que ignora o finge ignorar que el opulento y poderoso es el factor dominante de una relación económico-cultural que produce empobrecidos. Sin lucha revolucionaria contra la dominación no existen ni nación ni ser humano. Este es el mensaje del Che. Y tiene vigencia.

    El punto anterior requiere de al menos un corolario. El sedicente conflicto Norte/Sur suele ser entendido como una tensión entre economías desarrolladas o centrales y subdesarrolladas o periféricas, oposición que podría resolverse mediante la ayuda/cooperación o los “buenos negocios”. La línea económica y geopolítica actual, la que domina desde los centros y que deben seguir sus aliados estratégicos en los países/economías de la periferia, es la de los buenos negocios. Desde luego, en todo “buen negocio” capitalista existen ganadores y perdedores. Estos perdedores son pueblos y naciones, clases, categorías y sectores sociales tanto en las regiones centrales como en las periféricas, subcontinente y continentes. Para el historiador estadounidense P. Kennedy, de la Universidad de Yale, por ejemplo, el África subsahariana es ya una región de perdedores. Sintetiza así su valoración: “Por desgracia, las proyecciones indican que en las próximas décadas la población africana casi se triplicará, y que el único acontecimiento capaz para frenarla sería un rápido crecimiento del sida”[9]. Como se advierte, se trata de perdedores absolutos. Para el mismo autor, las sociedades latinoamericanas también estarían entre los perdedores en esta época de buenos negocios. Para que no lo estuvieran, Estados Unidos tendría que “echarles una mano”[10]. La condición establecida por Kennedy supone, entre otros elementos espectrales, el restablecimiento de la “ayuda para el desarrollo”, es decir uno de los anatemas de la globalización bajo esquema neoliberal para la cual el desarrollo (o sea, el crecimiento), es efecto del mercado (buenos negocios). De modo que si ésa es la condición, entonces formamos parte de los perdedores. Para salir de allí necesitaríamos protagonizar una transformación fundamental de las actuales condiciones, locales, nacionales y globales, de existencia. Es decir, revolucionar las situaciones de muerte y mera sobrevivencia en procesos de vida. La formulación “local, nacional y global” tiene como referente la práctica antiimperialista del Che.

    Las discusiones anteriores muestran que privilegiar estratégicamente la oposición “Norte/Sur” impide asumir que en cada región de los pretendidos ‘Norte’ y ‘Sur’ existen quienes, por su posición económica, política y cultural, se benefician de los buenos negocios (Norte) y del conjunto de la organización social y otros, diversas configuraciones de mayorías (Sures), que se perjudican. Estos últimos, los que se perjudican y sus necesidades, no figuran en las mesas de negociaciones, o sus demandas figuran mediadamente, como una parte de los “buenos negocios” y de las “alianzas estratégicas” que enriquecen y potencian a las minorías.

    No menos ideológica, en el sentido de políticamente opaca para los intereses populares, es la traducción de la relación Norte/Sur como una oposición entre países ricos y países pobres. Las economías y poblaciones de los países centrales, en particular Estados Unidos de Norteamérica, no son “ricas”, sino opulentas y con ello derrochadoras, destructivas y desesperanzadas. Una sola cifra: con un 4% de la población mundial, Estados Unidos de Norteamérica devora más del 25% de los combustibles del planeta y es el primer productor mundial de gases con efecto invernadero. Los diversos “sures”, por el contrario, no son “pobres”, sino empobrecidos, es decir son producidos como pobres por la producción y el consumo opulentos, no factibles de universalizar. La estructura opulencia/empobrecimiento, a diferencia de la ideologizada pareja Norte/Sur, es, desde un punto de vista humano y político, básicamente perversa y autodestructiva y no admite negociaciones ni concesiones estratégicas, excepto bajo la premisa de mantener excluidas las necesidades humanas de la mayoría de la población mundial. La demanda por una nueva civilización mundial contiene apropiadamente el carácter de la lucha antiimperialista del Che.

    La ‘nueva civilización’ propuesta por Guevara es una cultura de sujetos y de instituciones y lógicas que potencian su autoconstitución. Por ello, el “pobre” o “empobrecido” no puede ser traducido como el “pobrecito” que mendiga su destino siempre incierto, o recibe pasivamente la ‘ayuda’ que se desborda o gotea desde los poderosos y opulentos. El empobrecido de Guevara es un sujeto social e individual potencial que produce su identidad y humanidad nuevas en la resistencia y lucha revolucionarias. La pareja Norte/Sur, en la cual el Sur es pobre y culpable, contiene la dominación cultural e ideológica del Norte como modelo (paradigma) cultural y civilizatorio. Si consideramos solamente las relaciones actuales entre modelo económico globalizado, polarización social mundial (opulentos/empobrecidos), con los efectos ambientalmente devastadores de esta polarización, y concentraciones mayoritarias de población sin o con insuficientes medios de existencia (coexistiendo con minorías que disponen sobreabundantemente de ellos), advertimos que el reclamo por una nueva civilización, determinada por el trabajo y las necesidades humanas y no por la lógica de acumulación de capital, que sostiene el antiimperialismo del Che, resulta todavía hoy más vigente que hace treinta años. Y se hace, asimismo, más patente su radicalidad fundamental.

    La imposible y risible meta socialista del movimiento popular

    Según esta visión, el derrumbe de los regímenes del socialismo histórico en Europa del Este y la autodisolución de la Unión Soviética, junto a las dramáticas dificultades y aislamiento del proceso revolucionario cubano y la pretendida transición al capitalismo de China y Vietnam, constituirían pruebas históricas tanto de la imposibilidad del socialismo como de la ausencia de alternativas para el capitalismo. La construcción del socialismo sería así un sueño de ilusos o de nostálgicos o de dementes. Guevara habría quedado definitivamente en el pasado y allí, incluso, su ideal no habría sido sino un espejismo.

    Desde luego, el argumento anterior descansa en la identificación absoluta entre la experiencia histórica de la Unión Soviética (y otras sociedades del socialismo histórico en el siglo XX) y el proyecto socialista, que es un movimiento histórico caracterizado bien por Gorbachov, remitiendo a Lenin, como “muchos intentos”[11]. El socialismo como movimiento que realiza muchos intentos supone más voluntad y acción revolucionarias que instituciones, pleno dominio de la crítica y autocrítica y ausencia de dogmas, pasión e imaginación sosteniendo los análisis. Socialismo es un nombre para la creatividad viviente de los pueblos que se liberan. Es el socialismo en el que creyó y por el que luchó el Che. Sabiéndolo proceso. Entendiendo que su marcha era larga y difícil y que sufriría reveses, pero que debía realizarse.

    “Debía realizarse” señala tanto la urgencia por caminar en el proceso (asumir el trayecto) como la perentoriedad obligatoria de asumirlo. El socialismo, además de ser creatividad viviente de los pueblos en lucha de liberación, designa una alternativa, en sentido fuerte, del capitalismo y del imperialismo. En el idioma castellano, ‘alternativa’ puede ser dicho en su sentido débil: significa aquí elegir una opción entre otras. Como en la película cubana, se puede elegir, según sea el deseo, helado de fresa o de chocolate. Pero ‘alternativa’ tiene, asimismo, un sentido fuerte que no permite optar: el socialismo es alternativo del capitalismo, en su sentido fuerte, estimaron Marx y Engels, porque, excepto que la autodestrucción sea un valor cultural, el capitalismo no es elegible ya que erosiona y destruye las bases de todo valor: la Naturaleza y el ser humano[12]. Luego, el socialismo que, recordemos, no es dogma sino muchos intentos y trayecto, es obligatorio porque su alternativa, el capitalismo, no resulta elegible.

    La imposibilidad de un planeta Tierra para todos los seres humanos es hoy más evidente que en el siglo XIX. Como ya indicamos, el refuerzo positivo de tres despliegues: modelo económico fundado en el lucro y materializado mediante tecnologías fragmentarias, devastación ambiental derivada de la tensión entre opulencia y empobrecimiento mundiales, e inadecuadas concentraciones de la población en relación con los medios de existencia, constituyen un Triángulo de las Bermudas en el que puede desaparecer la especie humana en el siglo XXI. También, y desde la mitificación que hacen las minorías dominantes de la “explosión demográfica”, podemos ser víctimas, en el próximo siglo, del más vasto y conmocionador genocidio de la historia. Por lo menos una cosa es segura: el planeta recuperará su equilibrio ambiental, con seres humanos o sin ellos. Por eso es obligatorio construir la alternativa recurriendo a la resistencia, la creatividad y la lucha de todos los sectores populares que resienten, intuitiva o analíticamente, situacional o estructuralmente, la práctica represiva, criminal y autodestructiva del capitalismo.

    Lo patéticamente risible, en este campo, sería por tanto y más bien, que no existiese alternativa. Guevara imaginó alguna vez el socialismo[13] como un trayecto largo y lleno de dificultades en el que en ocasiones se extravía la ruta y hay que retroceder, o en el que la vanguardia camina demasiado rápido y se distancia del pueblo, o en el que la burocratización lo exaspera y desmoviliza. Pero, en todos los casos, el socialismo es el nombre de un testimonio y de una lucha con los que se va construyendo una nueva identidad, siempre renovada. De modo que puede llamarse “socialismo” a procesos muy diversos e incluso incompatibles. El de Guevara, orientado hacia una nueva forma de cultura y civilización, es alternativo del capitalismo en un sentido fuerte. Guevara aspira y construye el socialismo porque siente la inviabilidad humana y el hipócrita universalismo falso del capitalismo individualista (en realidad, mercadocéntrico). Al mismo tiempo, siente al socialismo como creatividad de los pueblos (él suele escribir ‘masas’) a los que determina como entes multifacéticos que se ponen en condiciones de hacer su propia historia. Movilización permanente, participación en las decisiones, educación y una sostenida maduración ideológica son, en la estimación del Che, las herramientas que potenciarán a los pueblos para avanzar en el socialismo. Esta concepción, obviamente, no es tributaria ni de las dictaduras antinacionales que se construyeron en Europa del Este bajo el apelativo de “democracias populares” o comunistas, ni del “socialismo en un solo país”, productivista, mercantilista, chato y degeneradamente burocrático que culminó con la autodisolución de la Unión Soviética y la entrega de las esperanzas, deseos y necesidades del pueblo ruso a Boris Yeltsin y al capitalismo

    De hecho, para finalizar este punto, es conveniente recordar que, en vida, Guevara, sin afán provocador, criticó duramente el dudoso internacionalismo proletario de las economías y Estados que configuraban el mundo socialista y su relación con la lucha anticolonial y antineocolonial de los pueblos empobrecidos (Discurso de Argel, 1965). Considerando aquí como socialismo la liquidación de la explotación del hombre por el hombre, el Che enfatizó que si esta proceso se estanca o retrocede, por responsabilidad de quienes se dicen revolucionarios, no resulta legítimo ni siquiera hablar de construcción del socialismo[14]. En las relaciones económicas internacionales entre los pueblos en proceso de construcción del socialismo y en lucha por la liberación, Guevara propuso, por ejemplo, la transferencia efectiva, no mercantil, de bienes de capital y tecnología. Menciono este aspecto porque, en su forma capitalista, es decir como “buen negocio”, esta trasferencia constituye un aspecto central del planteamiento de una “transformación productiva con equidad” de la CEPAL, en la década de los noventa. Con el mismo vigor combatió Guevara tanto contra un “socialismo” que se derivaría inercialmente del incremento de las fuerzas productivas, plan mediante, como del que eventualmente surgiría por la acción unilateral de la educación, la propaganda o una ‘revolución cultural’. En ambas desviaciones percibió el Che la ausencia del pueblo y su inevitable correlato: el burocratismo. La pertinencia de los puntos de vista y de la crítica de Guevara acerca de la construcción del socialismo fueron plenamente confirmados en la década del ochenta por la “perestroika” con que la dirección soviética quiso evitar o retrasar el colapso de su experiencia histórica. Desde luego, la reforma soviética pretendía avanzar hacia ‘más socialismo’ tornando todavía más dominante la ley del valor (carácter mercantil de los bienes). Esta, como se sabe, en opinión de Guevara, torna imposible el socialismo[15]. Si las pruebas históricas constituyen evidencia, los diversos colapsos de las sociedades del socialismo histórico a finales de este siglo mostrarían la vigencia, como discusión, tanto de la perspectiva del Che, como del diagnóstico sobre el socialismo que se construye contra el capitalismo del marxismo original.