F-7144 Seminario marxismo y teoría política
LOS TRABAJADORES NADA TIENEN QUE PERDER CON LA REVOLUCIÓN
1.- Antes de la consigna final “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, el párrafo antecedente del Manifiesto del Partido Comunista (1848) señala: “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar” (itálicas no están en el original).
1.1.- La observación de Marx-Engels se seguía de su análisis de lo político y la política en las sociedades avanzadas de Europa en la segunda mitad del siglo XIX. De acuerdo a su crítica de la economía política el capitalismo avanzado enfrentaba en lo político/cultural al trabajo vivo (obrero-productivo), creador de riqueza, con el trabajo muerto (capital bajo sus formas de medios de producción y capital-dinero). En la política se proclamaba un régimen democrático de individuos libres con derechos ciudadanos generales cuyas formas ocultaban la explotación inherente a la dominación de clases y el imperio dictatorial de la clase burguesa. Los Estados nacionales respectivos sancionaban la legitimidad de esta explotación e imperio. De modo que tanto el individuo libre, como el régimen democrático y el Estado de derechos no eran sino fetiches de un sistema de codicia privada y ciega que destruía y trastrocaba tanto el sentido del trabajo humano como su base natural, el planeta. Contra este sistema levantaban las banderas de una reapropiación procesual de sus existencias por los productores (economía) y un gobierno al que llamaron al que llamaron ‘dictadura del proletariado’. Esta dictadura no era sino el régimen democrático de gobierno de los trabajadores.
2.- Para Marx y Engels lo que ocurre en lo político (economía, propiedad, medios de producción, intercambios) es en último término la realidad humana (social) efectiva (resulte ella humana o antihumana). Las conflictividades inherentes a esta realidad generan las condiciones para una existencia fetichizada que comprende tanto instituciones y sus lógicas como una espiritualidad (subjetiva) que facilita asumirlas como realidad e incluso como fundamento y sentido último de la existencia. En este sentido, si los trabajadores directos realizaban una revolución económico-político-cultural nada tenían que perder porque Estados e iglesias, por ejemplo, eran fetiches que los tornaban explotados y miserables y los trataban como tales. Les impedían alcanzar estatura humana y no los reconocían como apropiadamente humanos. En Inglaterra, en la mitad del siglo XIX, más de la mitad de los trabajadores eran mujeres y niños (9 a 11 años) y se podía exigirles laborar hasta 18 horas diarias. La enfermedad que producía más muertos era una relacionada con la miseria y el hacinamiento: la tuberculosis. La mortalidad infantil en los hogares pobres se elevaba al 50%. En El capital, Marx detalla: “La maquinaria, en la medida en que hace prescindible la fuerza muscular, se convierte en medio para emplear a obreros de escasa fuerza física o de desarrollo corporal incompleto, pero de miembros más ágiles. ¡Trabajo femenino e infantil! fue, por consiguiente, la primera consigna del empleo capitalista de maquinaria. Así, este poderoso remplazante de trabajo y de obreros se convirtió sin demora en medio de aumentar el número de los asalariados, sometiendo a todos los integrantes de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edades, a la férula del capital. El trabajo forzoso en beneficio del capitalista no sólo usurpó el lugar de los juegos infantiles, sino también el del trabajo libre en la esfera doméstica, ejecutado dentro de límites decentes y para la familia misma” (El capital, Cap. XV, Maquinaria y gran industria. Apropiación de las fuerzas de trabajo suplementarias). Resulta fácil entender, en este contexto, que los trabajadores y sus entornos ya lo habían perdido todo y que sus luchas podrían devolverles algo (menor jornada de trabajo, más salario, vivienda, atención médica, etcétera) que beneficiara su existencia humana. Pero en los centros del capitalismo europeo se re-descubrió que sus formas generales de existencia podrían mejorarse con la explotación de territorios y poblaciones fuera de sus fronteras europeas. Este tipo de imperialismo se extendió entre 1880 y 1914-1970 y se concentró especialmente en el reparto de África. Las transferencias de riqueza desde las colonias hicieron factible una mejoría de la calidad de vida de los trabajadores en los centros europeos: principalmente Inglaterra, Holanda, Italia, Francia, España, Estados Unidos, etcétera).
3.- La expansión colonial europea permitió trasladar formas de superexplotación de la fuerza de trabajo (y el saqueo de riquezas materiales) a África y Asia e incorporar a sus propios trabajadores en el sistema de existencia europeo. Los trabajadores sentían mejorar sus condiciones de vida (jornadas de trabajo, salarios, acceso a la educación y salud, formas de organización, reconocimiento, etcétera). Se mantenía la explotación, pero ya no se trataba en estos centros de un capitalismo bárbaro. Los trabajadores empiezan a tener algo (o mucho) que perder. Es desde estas condiciones que se propone para sus luchas revolucionarias una organización de vanguardia. Es ya la historia del siglo XX y comienza con una polémica entre Lenin (1870-1924, bolchevique, revolucionario) y E. Bernstein (1850-1932, social demócrata no revolucionario, revisionista teórico, reformista en política) en el que segundo acepta la meta socialista pero vía la organización de los trabajadores, el sufragio universal (régimen democrático) y las transformaciones parciales. Es en este espacio, no por la disputa entre personalidades, sino en el complejo de una economía mundo y sus realidades geopolíticas que toma forma el partido de vanguardia. Con él quizás los trabajadores supieron que sí se tiene siempre algo que perder.
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