Para Pensamiento Crítico Latinoamericano. 

Conceptos Fundamentales

Santiago de Chile, 2005 

 

 

 

    Antecedentes

    En la transición entre siglos la expresión ‘Nuevo Orden’ admite al menos dos antecedentes. Bajo la forma de Nuevo orden Económico Internacional (NOEI) fue discutida y recomendada en 1974 por la Asamblea General de Naciones Unidas. Su declaración pública refería a un inédito concepto de desarrollo global que comprendiera necesidades y deseos de todos los seres humanos de la Tierra, a la urgencia de reconocer la diversidad o pluralismo de las sociedades y culturas y de resaltar el equilibro que debe existir entre el ser humano y la Naturaleza. El NOEI se orientaba a erradicar las causas básicas de la pobreza, el hambre y el analfabetismo, de la contaminación, de la explotación y de la dominación internacional. Fue una propuesta del Tercer Mundo, presentada y discutida con entusiasmo, e ignorada posteriormente por las prácticas de poder mundial, regional y nacional. Castigados por el ‘antiguo orden’, que para algunos tiene cinco siglos, el Tercer Mundo se mantuvo postergado y, todavía más, escindió de sí al Cuarto Mundo.

    El segundo afluente es quizás más recordado, por reciente y por emanar del mayor imperio sobre la tierra. George Bush, el padre, proclamó, en 1991, en el marco de la primera intervención contra el pueblo de Irak y su gobierno y del colapso de las principales sociedades del socialismo histórico (Unión Soviética, Europa del Este), la búsqueda de un Nuevo Orden Mundial. Esta última fórmula ignoraba completamente la propuesta del NOEI y proponía la reestructuración geopolítica y económica de las relaciones internacionales de modo de garantizar tanto la acumulación transnacional de capital como la hegemonía estadounidense autoconfirmado como gendarme universal. Era una receta breve que combinaba buenos negocios, seguridad global y factura mundial. Estados Unidos proponía así su control sobre las organizaciones internacionales, su liderazgo en la producción, acopio y venta de armas y tecnologías de guerra, y su necesidad de pasar la cuenta geopolítica a todas las naciones.

    La iniciativa de Bush se insertaba en el contexto más amplio de una economía que, apoyada en las tecnologías de punta, globalizaba a las corporaciones transnacionales, potenciaba el dominio incontrarrestable de los movimientos financieros y especulativos de capital y tendía a transformar al planeta en puntos de inversión privilegiada cuyas redes tornaban, para algunos, obsoletas las estructuras de los antiguos Estados nacionales, en particular las de los más débiles. La soberanía nacional comenzó a ser tratada como un rasgo tribal. Este mundo ‘enredado’, sin embargo, siguió produciendo pocos ganadores y muchos perdedores.

    Para efectos ideológicos, la época que nacía se saludó como interculturalidad, interdependencia y desaparición del imperialismo. Ahora cada cual, individuo, empresa, nación (?) tenía que hacerse responsable por su destino. Liquidado por retiro forzoso el Este, desaparecía el enfrentamiento Este//Oeste que dominó la geopolítica después de la Segunda Guerra Mundial y se abría la senda o para los buenos negocios ‘Norte-Sur’ o ‘Sur-Sur’, siempre, por supuesto, dentro la matriz de buenos negocios ‘Norte-Norte’, o, para los más optimistas, de la solidaridad y cooperación entre el Norte y el Sur e incluso entre el Sur y el Sur. El comercio global tornaba prescindibles o puramente administrativas las prácticas de poder.

    Para América Latina esto significó básicamente enfatizar la estabilidad de sus economías, liberalizar su comercio y promover las exportaciones relegando como improcedentes (o tribales) las políticas internas que no tuviesen como finalidad inmediata una inserción competitiva en el mercado global. Se llamó a esto Consenso de Washington. Se propuso materializarlo en un Tratado Hemisférico de Comercio Preferencial (su nombre oficial es Tratado de Libre Comercio de las Américas) que debía echar a andar en el primer quinquenio del siglo XXI.
 

    Guerra preventiva global

    Se estaba, aunque no sin conflictos, en esto, cuando se produjo el ataque contra Nueva York y Washington en septiembre del año 2001. El suceso abrió paso a la Doctrina de Guerra Preventiva Global contra el terrorismo anunciada y practicada por la administración de G. Bush hijo. Como toda guerra preventiva, es eterna. Cualquier lugar del planeta y cualquier Estado pueden ser designados como un espacio oscuro que anida terroristas o los favorece convocando así a su ataque y eventual destrucción. Con este criterio, sin que estuviese demasiado claro lo que ocurrió efectivamente en septiembre del 2001, fueron ya castigados los territorios y poblaciones de Afganistán e Irak. Están en lista, no importa los motivos, Corea del Norte, Irán, Siria y, en América Latina, Cuba. A la serie podrían ingresar Venezuela y Bolivia. Dada la incontrarrestable capacidad de violencia del Estado que enunció la guerra preventiva, y su miedo histórico revestido de fundamentalismo mesiánico, más las inevitables codicias económicas, la guerra preventiva sólo admite objeción política. Por el momento, es lo que existe.

    Conviene destacar inicialmente al menos tres aspectos de la guerra global preventiva. El primero es obvio: qué acciones u omisiones constituyan ‘terrorismo’ y quienes sean ‘terroristas’ lo determina unilateralmente el Estado o Gobierno que procede a castigarlos discrecionalmente porque posee esa capacidad. De esta manera, por ejemplo, Estados Unidos puede cometer cualquier arbitrariedad, crimen, violencia o abuso contra la población prisionera en su cárcel de Guantánamo y ello no constituirá terror de Estado, sino acciones de justicia infinita. De parecida forma, el gobierno ruso ejercerá cualquier brutal violencia imaginable contra la población de Chechenia cuya voluntad de independencia nacional califica como terrorista. El terror de Estado ruso, geopolíticamente consentido, se legitima en términos de su necesaria seguridad interna. Las acciones defensivas y agitativas de los nacionalistas chechenios, en cambio, los ubican fuera del género humano.

    Un segundo aspecto de la guerra preventiva en nombre de la seguridad global es que ella rompe con el paradigma geopolítico que dominó la mayor parte del siglo XX. Tras la segunda Guerra Mundial, y para evitar una nueva, se fundó la institución de las Naciones Unidas con su Asamblea General. Esta asamblea es interesante porque en ella cada Estado, no importa su tamaño, cultura, población, color, riqueza, etc. vale un voto. Belice un voto, República Federal Alemana un voto, El Reino Unido un voto. Estados Unidos un voto. El Salvador un voto. La asamblea responde a una sensibilidad democrática, o sea es un espacio que faculta para expresarse, dialogar, hacer alianzas y llegar a acuerdos negociados y respetuosos. Al menos, nadie está obligado a votar contra sí mismo. Como propuesta, la Asamblea General constituye un factor civilizatorio porque se apoya en el criterio de que el planeta podrá alcanzar la paz aunque existan culturas diversas, formas económicas diversas, gobiernos diversos, Estados diversos, siempre y cuando esos diversos se reconozcan como legítimamente humanos, o sea no delincan, y se acompañen. La asamblea es parte de un imaginario hermoso en las relaciones internacionales, aunque esté secuestrado por un clasista y geopolítico (y potencialmente delictivo) Consejo de Seguridad. Cada Estado un voto. Cada pueblo o etnia un igual. Cada cultura, una expresión legítima de humanidad. Y la obligación de escucharse, dialogar, negociar y votar.

    Esta Asamblea General hermosa es la que votó la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948. Fue estudiada y discutida en el Consejo Económico y Social de ese mismo organismo. Se trata de la declaración histórica que se adoptó como convenio internacional en la década de los sesenta. Este imaginario es el que se ha interrumpido o roto para siempre porque el paradigma de la guerra preventiva afirma la capacidad y obligación (moral, legal) unilateral de Estados Unidos, y a quienes Estados Unidos consienta, para castigar a los Estados, pueblos, naciones, regímenes políticos, culturas e individuos que el mismo Estados Unidos estime amenazan o podrían amenazar en algún momento su Seguridad Nacional o, lo que para este Estado es lo mismo, “la paz del mundo”.

    Una declaratoria unilateral de guerra preventiva eterna, que desdeña incluso la instancia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, significa que la agenda de intereses particulares de Estados Unidos se sobrepone a cualquier otra agenda y que su propia agenda está dominada por una geopolítica caracterizada como amenaza militar y represión. A este programa se agregan hoy, con oportunismo, países títeres como los de la antigua Europa del Este, el Reino Unido, España y, cínicamente, Rusia. Es decir que este ‘nuevo orden’ intenta incluso desestabilizar la voluntad comunitaria de la Unión Europea. La geopolítica retrocede así a inicios del siglo XX. Sólo que entonces nadie poseía armamento nuclear o con efectiva capacidad de destrucción global.

    América Latina no se da voluntad para criticar esta agenda que trasforma de un solo tajo el paradigma de relaciones internacionales vigente. El nuevo paradigma reclama propia la desigualdad entre Estados de acuerdo a su capacidad militar y el derecho y obligación moral de los Estados más fuertes para agredir territorios y liquidar poblaciones de los Estados más débiles, de aprovechar sus riquezas, instalarles gobiernos y modernizarlos de modo que los asaltantes materialicen buenos negocios no necesariamente compartidos. Estrictamente, la guerra preventiva torna innecesarios los ‘acuerdos’ de libre comercio y a la OMC. Y aunque la ideología de derechos humanos sigue manejándose para justificar las agresiones, ellos aparecen disminuidos, postergados o violados impunemente en cuanto se busca seguridad mediante violencia. La barbarie se impone como justicia porque se propone dar seguridad a la población de Estados Unidos y a los intereses de sus empresarios. Esta áspera ideologización se encuentra en el ya clásico descriptor iusnaturalista de derechos humanos y de Estados ‘bien ordenados’ del siglo XVII, John Locke, y también en el apacible filósofo republicano del siglo siguiente, Immanuel Kant. Civilizatoriamente constituye hoy un dramático retroceso.

    Un alcance: incluso la iniciativa de comercio preferencial para las Américas es asumida por la administración Bush como un factor integrado a su geopolítica de seguridad global. Por ello estos acuerdos comerciales podrían ser ignorados, si esa es la voluntad geopolítica de Estados Unidos, unilateralmente.

    La guerra preventiva no agota aquí, sin embargo, sus alcances. Quienes impulsan el nuevo paradigma internacional buscan asimismo enraizarlo en la realidad humana y ciudadana de los habitantes de Estados Unidos, desean que alcance fuerza y cohesión internas para la movilización permanente que exige una guerra infinita. La guerra no es solo global sino total. Un intelectual de ese país escribe, glosando a Bush júnior:

    Ahora, cada estadounidense debe saber cuál es su deber. Los padres tienen el deber de educar bien a sus hijos. Los maestros tienen el suyo, que es representar a su país y enseñar a los estudiantes con el debido respeto.// Las corporaciones tienen el deber de funcionar honestamente y con total transparencia. Los beneficiarios de la seguridad social tienen el deber de buscar trabajo. Los adictos a las drogas y al alcohol tienen el deber de arrepentirse y retribuir a la sociedad. Y los sacerdotes, pastores y rabinos tienen el deber de ser un ejemplo viviente de Dios. La era del “si te gusta, hazlo”, se terminó, al igual que se acabó el tiempo de limitarse a observar a los regímenes terroristas. La acción ha reemplazado a la apatía y el patriotismo tiene una nueva causa. Y las seductoras teorías del relativismo moral donde ciertas verdades son consideradas como meras construcciones culturales, deberían ser rápidamente enterradas.[1]

    En este frente, como se advierte, el Nuevo Orden es el tiempo de las obligaciones, no de las capacidades y facultades humanas El Nuevo Orden trae su propia Edad Media consigo. Estructuralmente entonces no es tiempo de derechos ni de subjetividades. Es ‘época de seguridad’, no de apuesta, aventura creativa y compartida, y compromiso. La geopolítica de la ‘postmodernidad’ enseña su rostro totalitario. Dicho sumariamente: como contrapartida de esta capacidad letal para destruir el planeta, algunos Estados aspiran a alcanzar un dominio total sobre su población para orientarla contra otras poblaciones. El grotesco lema de Huntington, the West against the Rest, parece adquirir viabilidad. Y en este momento, que es crucial, la ciudadanía estadounidense parece decidida a cambiar derechos jurídicamente vigentes por seguridad improbable. Es posible imaginar lo que ocurrirá en todas partes y en todos si los delirios de los políticos estadounidenses actuales consiguen prosperar.