1.- Adam Smith (1723-1790) suele hoy ser recordado por el vínculo imaginario entre la lógica de un mercado y una “mano invisible” que hace que la afluencia de diversas acciones de compradores y vendedores resulte para todos ellos igualmente beneficiosa aunque sus intereses sean distintos. Esta “mano invisible”, resultado del interés propio, no exige ni la voluntad ni la conciencia común de quienes concurren al mercado. Para efectos inmediatos funciona como un orden espontáneo en el que lo diverso o singular actúa como complementario, sin conflicto alguno. El recuerdo de este tópico smithiano suele ser polémico ya que se utiliza contra la intervención del gobierno en la economía (impuestos, por ejemplo, o protección de algún sector) y también a favor de una libertad ‘natural’ de cada individuo, carácter que constituiría parte de su naturaleza.
2.- La idea de un orden por naturaleza al que están ligados los individuos (con sus respectivas naturalezas), sin embargo, forma parte de escenarios imaginarios propuestos en los siglos XVII y XVIII y que remiten no solo a la economía, sino a distintas versiones de un ‘estado de naturaleza’ para la experiencia humana (Hobbes, Locke, Rousseau) y asimismo a una teleología, que puede ser deísta, que ve un Arquitecto hacedor del mundo como orden sistémico, ‘cual reloj’, complejo y óptimo. Se trata desde luego de una cuestión teológica (es decir de una disputa, consciente o no, por el poder político-cultural) y que fue propuesta, en su forma relojera más acabada, por un coetáneo de Smith, William Paley (1743-1805). Escribe: “Al observar un mecanismo tan sencillo como un reloj a nadie se le ocurre dudar que éste es el producto de una creación, que es el resultado de un trabajo intencional. A ninguna persona en su sano juicio se le puede ocurrir pensar que un mecanismo como el del reloj, con sus engranajes dentados, su solenoide y su bobina dispuestos de manera precisa entre sí para funcionar y medir el tiempo es consecuencia de una sucesión de casualidades que, progresivamente, han ido dando forma a sus partes y que, además, han dado con el acople entre sí de dichas partes para dar con la función deseada. ¡Nadie que no esté loco puede pensar que un reloj es consecuencia del azar! Así pues, ¿quién puede pensar que un organismo como el humano, mucho más complejo que el de un reloj, es producto del azar? A ninguna persona razonable se le puede ocurrir negar que todo ser vivo, con sus partes dispuestas entre sí idóneamente, cada una cumpliendo su función, su finalidad, interdependientes entre sí es el producto de un artesano sumamente hábil y poderoso que nos concibió. Nadie en su sano juicio puede dudar que somos criaturas de Dios”. El argumento de Paley, por teológico, remite a una tradición, pero también se inscribe en el ethos moderno que nace. No existimos en un “valle de lágrimas”, determinado por el pecado, sino en un orden que funciona acoplada y mecánicamente (Newton) como el mejor de los mundos factibles. El punto se vincula con la Ilustración y el racionalismo y sus tendencias político-culturales a ignorar/velar algunos conflictos determinados por las nuevas formas de producción del sí mismo humano, vía su ‘naturalización’. W. Leibniz (1746-1716) enuncia esta idea/sentimiento: vivimos en un mundo comparado con el cual otro cualquiera hubiera sido peor. Se existe en un mundo resuelto por Dios y Dios siempre elige lo óptimo, en su alcance de lo mejor y mejorable. El planteo contiene un derecho natural y proactivo que se desprende también o solo de los individuos que hacen/son el mundo. Es decir, un iusnaturalismo.
3.- El criterio/deseo común de un orden ‘natural’ lo comparten autores diversos. Su diversidad puede constatarse en su referencia antropológica: para Hobbes (1588-1679) la naturaleza del individuo humano es la de un mecanismo que se aleja de lo que teme y se acerca a lo que desea. Carece de alma. La igualdad se da porque cualquier ser humano tiene la capacidad para dañar absolutamente a otro. Esta potencia debe transferirse para que el poder de dar muerte (castigar) se concentre en una figura sobrehumana a la que llama Leviatán. Es referencia bíblica ((Job, 41). En Locke (1632-1704), en cambio, el carácter humano lleva notas de su libertad, igualdad, racionalidad y propiedad. Su ambiente remite a ellas y busca su reproducción. En Hobbes encontramos un óptimo político absoluto. Locke propone uno relativo ya que Gobierno y Estado podrían resultar disfuncionales y ser reemplazados. Sus absolutos son aquí el estado de naturaleza y los caracteres humanos. Pero ambos autores coinciden en que el ‘orden’ es figura (humanamente administrada) de una divinidad en la tierra. De este ethos moderno se nutren, y en él se insertan, la ‘mano invisible’ de Smith, el Relojero de Paley y los derechos fundamentales o humanos de Locke. Y, por supuesto, la saga heroica de Marvel Comics (Iron Man) o Rambo.
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