1.- Mientras la Invasión de América y el comercio de esclavos africanos, la Reforma de la religiosidad cristiana, el Renacimiento, la Revolución científica, el auge del comercio, en especial del dinero que engendraba más dinero, y la producción agraria, determinaban un primer Gran Centro del Mundo (Europa), las guerras en territorio europeo limitaban por desgaste ese proceso de nucleación y dominio. Eran guerras determinadas por intereses de familias dominantes (realeza) ocupadas en el dominio sobre Europa o alguna de sus áreas. Para intentar poner fin a estas guerras, y evitar nuevas, sus actores centrales se reunieron en Westfalia (región alemana) en 1648 y allí firmaron dos acuerdos de paz (Osnabrück y Munster) con la finalidad de acabar la guerra de los Treinta Años en Europa Central (Sacro Imperio Romano-Germánico) y la guerra de los Ochenta años entre España y los Países Bajos (Holanda).
2.- El Sacro Imperio Romano Germánico se formó en el siglo X con la pretensión de reanimar el Imperio Romano. Finalizó su existencia a comienzos del siglo XIX como resultado de las guerras napoleónicas. En términos no exactos (porque sus fronteras cambiaban) comprendía regiones de lo que hoy es Alemania, Austria, Países Bajos (Holanda), Eslovenia, Liechtenstein, Suiza, Eslovaquia, Hungría, Polonia, República Checa, Italia, Francia, Bielorrusia, Croacia, Lituania, Rumanía, Serbia. Su guerra interna (derivada inicialmente de opciones ‘religiosas’: reforma y contrarreforma, o protestantes y católicos), desde 1618 a 1638, no podía sino afectar a toda Europa. La conflictividad religiosa se seguía del principio ‘de tal rey o señor, tal religión’ (una expresión inicial de religión de Estado y control interno de su población) que indicaba que cada gobernante decidía la religión de las poblaciones residentes en sus territorios. El asunto solo tiene apariencia religiosa. Condensaba pugnas señoriales por territorios, bienes económicos, políticos y culturales a los que únicamente se podía calmar con esponsales, la guerra y el sometimiento.
3.- Una referencia del carácter feroz de las guerras mencionadas lo presenta la liquidación de población. En los territorios del Sacro-Imperio ella cayó en un 30% y en lugares específicos de Alemania y otras zonas el descenso llegó al 50% y 65%. La población masculina en Alemania se vio mermada en un 50%. La gente era liquidada directamente por la guerra, las migraciones forzadas, el hambre y enfermedades derivadas de la devastación y de la ocupación de los territorios por mercenarios que requerían alimentación y codiciaban bienes.
La guerra de los Ochenta años (guerra de Flandes, 1568-1648) enfrentó a las provincias de los Países Bajos (17 provincias en ese tiempo) con la cabeza del imperio español (Casa de Austria, Habsburgos: Carlos I de España o Carlos V (1500-1558) del Sacro-Imperio, católico, sobre quien recaían los títulos de Soberano de los Países Bajos, Rey de España, Rey de Nápoles, Rey de Sicilia, Archiduque Gobernador de Austria, Rey de los romanos, Emperador del Sacro-Imperio. Uno de sus sucesores, ya disminuidos sus dominios, Felipe IV (1604-1665) debió enfrentar (y perder) esta guerra que convocó también a Inglaterra y Francia y a lo que hoy es Portugal. En el período, España debió soportar asimismo intentos de fraccionamiento interno (Cataluña). Las conjunciones de guerras debilitaron su poder en Europa y América y elevaron el de Francia y Portugal. Simbólicamente el ocaso de España había sido avisada en 1588 (Felipe II) por los hechos negativos de lo que los ingleses llaman irónicamente la Armada Invencible y los españoles la Armada Felicísima o la Armada no Vencida. Las disputas de intereses entre familias “reales” tomaban entonces las formas de “leyendas negras” sobre personas, familias, religiosidades y nacionalidades emergentes.
4.- En los tratados de Westfalia participaron el emperador del Sacro-Imperio (Fernando III de Habsburgo), los reinos de España, Francia y Suecia, los Países Bajos y sus aliados. Sus acuerdos debilitaron al Sacro Imperio R-G y favorecieron la autonomía de los Estados o reinos independientes. El papado vio disminuida asimismo su poderío puesto que cada reino o Estado resolvía su religiosidad. Desaparecían tutelas globales y se imponían poderes nacionales. Entre las naciones emergentes se beneficiaron Francia y los Países Bajos, también Inglaterra. Más conceptualmente, la desintegración de un orden cristiano reforzó la autonomía de cada Estado (lo que precipitó migraciones forzadas de población) y precipitó el auge de una razón de Estado nacional (soberano) como principio de las relaciones internacionales. Las guerras pasaron de ser pretendidamente confesionales y familiares a conflictos determinados por Estados y sus acuerdos y desacuerdos. El 'orden' interno dependía de cada Estado. Cuando hoy Henry Kissinger pide un nuevo Westfalia para el siglo XXI se refiere a acuerdos regionales con alcance mundial entre Estados nacionales internamente inmunizados que excluya las agresiones entre ellos (sin eliminar la guerra de las relaciones internacionales) y asegure ‘buenos negocios’ entre pares. Obviamente Westfalia 1648 se abrió a nuevas formas de conflictos (internos por la consolidación del poder burgués) e internacionales (por el control de mercados, imperialismo moderno). Pero Westfalia fue un peldaño político en la conformación de un nuevo orden internacional (y nacional) para grupos emergentes. Para Kissinger, la Asamblea General de Naciones Unidas equivale al Papado de inicios del siglo XVII.
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