2.- Esperanza y utopía en las luchas populares latinoamericanas
   
    Hemos indicado, sumariamente, algunos sectores populares que hoy testimonian y materializan la esperanza en América Latina y el Caribe. Examinaremos, también muy esquemáticamente, las condiciones sociohistóricas de su lucha y sus posibilidades para constituirse como agentes de trama social popular y de espiritualidad liberadora.
   
           • movilizaciones de los pueblos profundos u originarios

    En torno al Quinto Centenario de la Conquista de América se autoconvocó en América Latina una movilización indígena u originaria de nuevo tipo. Los movimientos de los pueblos profundos de América en este siglo habían estado dominados o por el indianismo (separación y retorno al pasado) o interpelados destructivamente por el indigenismo (integración con alcance genocida). Si bien la movilización de los pueblos y naciones indígenas en torno al Quinto Centenario no consiguió uno de sus objetivos, la articulación continental de las luchas af    roamericanas, indígenas y de los trabajadores, es también claro que redefinió el sentido de sus experiencias específicas de lucha, abriendo paso a movilizaciones indígenas de nuevo tipo. Este movimiento de los pueblos y naciones originarias se ha venido constituyendo sobre la demanda de autonomía, territorialidad (su combinación supone el control del manejo sobre sus recursos naturales), reconocimiento y solidaridad para resolver carencias básicas. Por decirlo así, un pueblo como el mapuche (Chile) materializa su esperanza en su capacidad para construirse y darse autoestima en cuanto nación mapuche que contribuye desde sí misma a construir con otros (distintos) un Chile que se promueve, como un proyecto de diversos, a la humanidad. Los mapuches ponen en práctica su derecho a crecer desde sus raíces para ser parte de un proyecto chileno y humano. Recientemente, por ejemplo, se han movilizado para impedir la tala de bosques de pino por empresas madereras depredadoras en el marco de una lucha por la recuperación de sus tierras productivas y de la capacidad productiva sostenible de la tierra. Como se advierte, se trata de una movilización hacia adelante pero desde raíces. Y también de una lucha que sostiene la legitimidad e importancia tanto de la otredad (los mapuches no desean ser homogeneizados ni hegemonizados) como del reconocimiento y la búsqueda de
articulación.

    Estos elementos se encuentran también en la lucha que sostienen destacamentos de tzeltales, tzotziles, choques, zoques y tojolabales en Chia-pas. Aquí la autoestima se expresa como lucha armada catalizadora de un amplio frente político revolucionario por la construcción de un México sin impunidad, democrático, sin discriminación y humanamente deseable y sostenible en el que todos puedan construir, mostrar y compartir su dignidad. Conviene recordar que el detonante de este movimiento catalizador fue la puesta en ejecución de una de las materializaciones hemisféricas del proyecto globalizador neoliberal: el Tratado de Libre Comercio de las Américas.

    Igualmente, en Ecuador un frente amplio político, Pachakuti, de raíz indígena pero no excluyente, encabeza o acompaña luchas por una econo-mía/sociedad sin discriminación, sin deuda externa, solidario, democrático, sin corrupción. Para estos sectores, no resulta posible construir un Ecuador digno sin la contribución efectiva de sus pueblos profundos, hasta ahora invisibilizados, silenciados o utilizados.

    Todas estas movilizaciones de los pueblos originarios (y otros) poseen, sin duda, limitaciones y defectos y cometen errores. Pero marcan también un campo ético, político y utópico, una nueva sensibilidad cultural popular. La vigorosa afirmación de la legitimidad de la otredad, por ejemplo, facilita entender al movimiento popular y al pueblo social como articulación de diversos y no como unidad. Este rasgo, derivado de un reposicionamiento, es importante porque reivindica el carácter estratégico que de la lectura de sus raíces sociales y de su memoria de lucha hacen los combatientes particulares y específicos, en este caso los pueblos profundos. Ofrecerse desde uno mismo, sin negarse o diluirse, para ser con otros en un emprendimiento colectivo que no elude las diferencias y conflictos, es un constitutivo de la fuerza y esperanza populares. Y esto afecta muy terrenalmente a los procesos sociales. No es lo mismo proclamar la necesidad de una reforma agraria propietarista y mercantil que luchar por un empleo de la tierra como raíz y fundamento. Cuando la necesaria reivindicación campesina por la tierra se nutre de la esperanza y utopía indígenas podemos imaginar otro subcontinente. Y desde luego, ponernos en marcha para tratar de construirlo.

 


           • movilizaciones y tramas del ecologismo radical

    Dentro de los grupos que denuncian y combaten de distintas maneras las prácticas e instituciones que deterioran el ambiente, es posible distinguir a los grupos que se autodeterminan como ecologistas radicales, es decir que ligan su preocupación por el hábitat natural y social no sólo con el señalamiento de signos de su deterioro, sino con un esfuerzo por comprender y alternativizar los mecanismos, especialmente económicos, de producción de esos efectos. La comprensión del desafío ecológico como la reacción de una totalidad a la que se manipula fragmentariamente (racionalidad instrumental) supone establecer una relación fundamental entre los hábitats natural y social (articulación sistémica de ambientes) e incorporar las identidades de denuncia y lucha radicales como un factor de esa totalidad. Esto implica asumir materialmente la estrecha vinculación que existe entre los procesos micro y macro sociales y evidenciar que la lucha ecológica, y con ello la existencia humana, carece de exterior, de modo que la identidad de lucha debe ser producida en la lucha misma y se liga o asocia con la producción de la vida humana.  Por decirlo con una imagen religiosa: un mundo sostenible, sin depredación irreversible y sin potenciación del deterioro humano en la producción de bienes, belleza y virtud, constituye la trama histórica que hace posible a Dios y, literal y simbólicamente, torna efectiva su promesa de Vida Eterna. Dicho fuera del imaginario religioso,  sin lucha ambiental específica y permanente no existe el ser humano. La esperanza de los ecologistas enseña así la forma inexorable de su pertenencia a una lucha específica y, a la vez, la trascendencia inmanente y liberadora (genérica) exigible a la existencia (vida) real.


    Además de sus combativas tramas o redes de relaciones políticas locales e internacionales para la denuncia y la movilización, el ecologismo radical testimonia el carácter de una esperanza que debe materializarse aquí para ser infinita o trascendente. Apareciendo muchas veces como una práctica secularizada y con referencias científicas, muestra entonces su capacidad de convocatoria religiosa y teológica en clave libidinal (trato amoroso o erótico con el mundo). El ecologismo radical resulta así decisivo y estratégico tanto para un redimensionamiento de la vivencia de la fe religiosa como para la construcción de nuevas y vitales instituciones eclesiales.
 
    La capacidad de convocatoria social de la esperanza y utopía ecologista no se limita a los sectores religiosos. Las características analíticas y científicas (críticamente disciplinarias) de sus denuncias y el rango ético de su práctica atraen a jóvenes y estudiantes, a amplios sectores medios, a artistas e intelectuales y a los movimientos de los pueblos originarios cuya raíz cultural les facilita articularse vigorosa y constructivamente con el ecologismo. Aunque menos frecuente todavía, el eje libidinal (instintivo o de vida) que sustenta el carácter estratégico del ecologismo radical lo acerca a los movimientos de mujeres y debería aproximarlo de diversa manera a los jóvenes en cuanto sector popular sobrerreprimido. En otro ángulo, la frecuente denuncia que hacen los ecologistas del amparo y responsabilidad estatales en las prácticas de los agentes destructivos, transforma la esperanza de este movimiento en un nucleador material de la sociedad civil entendida no como sociedad burguesa bien ordenada, sino como sociedad civil emergente que aspira a un emprendimiento colectivo humanamente bien ordenado. Este último aspecto muestra, asimismo, que la esperanza y utopía que determinan la identidad de resistencia y lucha del ecologismo radical permite reasumir, desde lo mejor de su historia, el carácter político, eventualmente contestatario, de las Organizaciones No Gubernamentales y la definición de su accionar estratégico como uno centrado, más que en la capacitación, aunque sin excluirla, en la formación humana (eutoeducación popular).

    Todavía un punto: el ecologismo radical apunta hacia la producción político-cultural de la especie humana, hoy negada por las fragmentaciones e imperios étnicos y socio-culturales. En la historia ha existido una especie biológica pero disociada internamente por la guerra, las desconfianzas, los odios y la codicia. Empeñarse radicalmente en producir ética, política y culturalmente la especie humana (un emprendimiento colectivo abierto) es un desafío decisivo del siglo XXI.
   
           • movilizaciones del campesinado

    La lucha por la tierra que se trabaja y cuida es una constante latinoamericana. Fundada objetivamente en la injusticia social de la gran propiedad agraria (latifundio), la expropiación indígena y la precariedad minifundista, posee su antecedente fundamental en la primera gran movilización política de los sectores populares en el siglo XX: la Revolución Mexicana. La injusticia social inherente a la propiedad señorial de la tierra y, consecuentemente, a las formas de su empleo económico y cultural, ha permanecido relativamente invariable durante los diferentes procesos de modernización que han emprendido los sectores dominantes durante este siglo. Por ello, la reforma agraria ha sido una bandera de resistencia y lucha de todos los proyectos populares: encabezó las medidas de transformación del proceso revolucionario cubano, fue intentada vigorosamente por la Unidad Popular y la lucha campesina extraparlamentaria en Chile (1970) y constituyó un factor fundamental de las movilizaciones populares en el esfuerzo revolucionario de los pueblos centroamericanos durante la década de los ochenta. Hoy día se expresa con fuerza y capacidad de convocatoria singulares en el Movimiento de los Sin Tierra brasileño y es un factor del alzamiento socio-político de Chiapas.

    La esperanza campesina es desafiada en la actualidad con particular dramatismo. La globalización neoliberal, en el mismo movimiento que precariza y fragmenta al conjunto de los trabajadores y altera la geografía física y humana de los países subdesarrollados, arrincona al pequeño y mediano campesino con la instalación de los grandes consorcios agroindustriales (maderas, frutas, granos) orientados depredadoramente hacia la exportación y transforma sin tregua los ámbitos rurales en atracciones turísticas en el marco básico de una libre comercialización de la tierra que favorece su acaparamiento por el gran capital. La mutación del agro recibe asimismo el impacto de la minería devastadora. Estos procesos concentradores de opulencia y poderío y en el que reinan las mercancías acentúan la descampesinización bajo las formas de la emigración (física y espiritual) no deseada, la proletarización y una mayor subordinación al mercado y reificación capitalistas.

    En estas condiciones, la resistencia campesina a la extinción, fundada en su reivindicación por la tierra como raíz de vida y no como mera posesión mercantil, vigoriza su perfil cultural sin perder su carácter socioeconómico. Se trata de la propiedad de la tierra para trabajarla y para crear, mediante ese trabajo, seres humanos. El empleo capitalista y transnacional de la tierra, que supone su administración global y abstracta, es así políticamente alternativizado por un proyecto social y humano, planteado por desposeídos, que sostiene su esperanza estratégica en la tierra como raíz cultural o de vida. La cultura campesina se muestra de esta manera como un referente económico y utópico indispensable para la sobrevivencia de un planeta que albergará durante la primera mitad del próximo siglo a más de 9.000 millones de seres humanos.

    La lucha campesina condensa el valor económico-cultural de la pequeña propiedad administrada particularmente que nuclea y proyecta solidaridad hacia los hábitats humano y natural. Se vincula así objetivamente con el movimiento ecológico y con su eje libidinal. Su esperanza puede ser articulada estratégicamente, entonces, con el movimiento de mujeres, de jóvenes, de pueblos y naciones originarios, y, como indicaremos más adelante, con el de los creyentes religiosos antiidolátricos.
   
           • luchas sociales de la mujer con teoría de género

    En la segunda mitad de este siglo se gestaron las condiciones para la expresión de un feminismo de nuevo tipo, fundado en la reivindicación no de la igualdad de la mujer, sino del reconocimiento de la legitimidad de su otredad. Básicamente, esto quiere decir que ser mujer no implique inferiorización, dominación o discriminación. La reivindicación de la otredad como expresión legítima de humanidad (porque cada quien y cada grupo es diferente u otro) es, sin duda, una bandera más amplia que la que apropiadamente levanta el feminismo de nuevo tipo. Su raíz enfrenta la universalidad falsa de la modernidad, presa en la racionalidad (cálculo) de su expresión capitalista y proyectada (descentrada) en su juridicidad y en su cultura. La reivindicación de la otredad permeó, durante la Conquista, las posiciones críticas y contestatarias de Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas y permite hoy enfrentar la nortecéntrica homogeneización falsa propuesta  e impuesta como expectativa por la administración global de la planetarización neoliberal. La inevitabilidad y legitimidad de la otredad reivindica las inevitables raíces particulares de la experiencia humana y, con ello, la necesaria administración particular de esa experiencia. Al proponerse así, la legitimación de la diferencia reivindica tanto el sentido fundamental de las microespacios sociales (trama social) como los valores de la autoestima y de la participación efectiva.

    La legitimación feminista de la otredad, entonces, posee un valor utópico universal e implica un paradigma cultural alternativo al de la dominación vigente. Así lo han entendido, por ejemplo, los movimientos de las naciones y pueblos originarios de América que han asumido esta reivindicación desde sus propias condiciones de lucha.

    La determinación de la reivindicación específicamente feminista está dada por la dominación masculina y patriarcal. Ella se condensa en la familia y en el conjunto de las instituciones y lógicas sociales. Por tratarse de un eje de dominación omnipresente, la lucha contra él no puede sino poseer alcance político. En América Latina la reivindicación feminista de la otredad ha sido adoptada y enraizada fecundamente por las luchas sociales de la mujer popular. Elevada al protagonismo de la lucha tanto por los regímenes de Seguridad Nacional como por la guerra contra la fuerza laboral desatada por las doctrinas de un mercado total con exclusión, la mujer popular (organizada en el barrio, en torno a la escuela y, básicamente, en los distintos frentes de resistencia social) ha aprendido a vincular constructivamente su protesta y respuesta ante las disfunciones que  asedian a sus familias con la construcción y apropiación de una autoestima desde las que gesta las condiciones de su nueva identidad como luchadora social, como mujer esposa, madre o hija, como personalidad autónoma, y como ciudadana. Su esperanza utópica combina así la peculiaridad libidinal de todas las situaciones de dominación social con los ejes estratégicos de la discriminación social y cultural (economía política y dominación simbólica). La esperanza es sostenida aquí por las luchas multiformes de la mujer (en el barrio, en el centro de trabajo, en la iglesia, en la escuela) popular latinoamericana y caribeña animada por una teoría de género que evita el antagonismo o paralelismo con las luchas sociales de los trabajadores a las que más bien nutre con una herramienta de crítica que devela otro de los rasgos con que se naturaliza la dominación: el imperio masculino y patriarcal. Con esa herramienta, también los luchadores sociales varones pueden afirmar mejor los caracteres de su autocomprensión y de su autoestima, y su capacidad para contribuir efectivamente en el despliegue de un proceso integral de liberación. Las específicas luchas de mujeres populares con teoría de género, usualmente desplegadas por redes sociales de reconocimiento, cooperación y solidaridad, se vinculan y convocan intuitivamente a las luchas ecológicas, de jóvenes, creyentes antiidolátricos y por los derechos humanos, y más mediadamente pueden articularse, también por su referente libidinal, a las luchas campesinas e indígenas de América.
   
           • luchas de los jóvenes

    Aunque sería inadecuado hablar actualmente de un movimiento de jóvenes en América Latina y el Caribe, es también posible constatar la existencia de una gran cantidad de expresiones multiformes de contestación de los diversos sectores que configuran, abstractamente desde un punto de vista social, la categoría ‘juventud’.  El fenómeno no puede sorprender por al menos dos razones básicas:

    a) el modelo de globalización neoliberal potencia las expectativas y deseos, pero disminuye la oferta de medios (empleos, ingresos) para alcan-zarlas. Los sectores más golpeados por la ausencia y debilidad de la oferta laboral son los jóvenes y, particularmente, las mujeres jóvenes. En el mismo movimiento, y para las minorías privilegiadas, el sistema propone, en el marco de una provisoriedad dependiente, la ausencia de esperanza como horizonte ético, gestando las condiciones para el temor e irritación culturales cuyas salidas se encaminan unilateralmente hacia un consumo mercantil (que puede ser de iglesias, drogas, automóviles, ropa, seres humanos, etc.) por definición siempre insuficiente. Una sociedad que se autodeclara a la vez ferozmente competitiva y sin alternativa lesiona una estructura fundamental de la experiencia humana y ello irrita, desconcierta y polariza pasividades y agresividades, particularmente entre los jóvenes;

    b) la globalización neoliberal acentúa la destrucción del tejido social y su recomposición fragmentaria y segmentada. Digamos, desgarra y opone entre sí a instituciones (como la familia nuclear) y sectores que debían responder a un mismo o semejante desafío social. Las luchas contestatarias y reivindicativas de los jóvenes tienden por ello a presentarse dispersas de un modo que facilita el no ponerse en condiciones de valorar e internalizar la necesidad de discernir y asumir el eje estratégico que da sentido a sus variadas protestas y propuestas. Para sí mismos, entonces, los jóvenes se expresan fragmentaria y puntualmente, sin alimentar la continuidad de su esperanza y sin tributar, en apariencia, mayoritariamente a la plural esperanza social.

    Pese a esta situación de fragmentación, sin embargo, las luchas de jóvenes y estudiantes mantienen su potencial de utopía transformadora. Entendidos estratégicamente como un sector que sufre directamente el imperio de la economía libidinal bajo la forma del adultocentrismo, la esperanza juvenil posee como frente inmediato de lucha a la familia (a la que podría reconfigurar como un espacio de acompañamiento, es decir de reconocimiento y acompañamiento, y no de autoritarismo) y, desde ella, a todas las instituciones que proporcionan identificaciones 'adecuadas' o idóneas para la reproducción del sistema, incluyendo la “rebeldía” que suele atribuirse a la lucha de los jóvenes. Al mismo tiempo que enfrenta los autoritarismos y ‘paternalismos’ que castran y matan, la lucha de jóvenes y estudiantes debería tender a expresarse en el frente de una crítica de la sexualidad focalizadamente genital y reproductiva (cargada de falsa responsabilidad y culpa) impuesta por el adultocentrismo. En este segundo frente, también derivado de las pugnas libidinales resueltas masculinamente por el adulto y falocentrismo, los jóvenes pueden hoy aspirar a una transformaciòn de su sexualidad, y de la sexualidad social, en erotismo, es decir a su reconocimiento y práctica como un factor de relacionalidad (con otros, con la Naturaleza) fundamentalmente creativo y autocreativo. En estos frentes de lucha, para nada ajenos a la idea/valor del logro de una cultura del trabajo y no del empleo, los jóvenes pueden articularse constructivamente con las luchas de mujeres con teoría de género, con los estudiantes y creyentes religiosos comprometidos en la transformaciòn de estructuras y situaciones autoritarias y sobrerrepresivas, con los luchadores por derechos humanos y con el movimiento ecologista. Formidable trama de relaciones sociales que constituiría el fundamento de la esperanza en la construcción de una sociedad que realiza su proceso de autoestima sin pecado ni culpa y con responsabilidad creadora. Este es un horizonte que los jóvenes no pueden permitir que desaparezca.
   
           • creyentes religiosos antiidolátricos

    Aunque fuertemente debilitada en su proyección social por determinaciones carenciales internas, que le impidieron atender con fuerza los desafíos eclesiales, sociales y políticos específicos de un movimiento de creyentes religiosos, la Teología Latinoamericana de la Liberación aportó al imaginario de éstos varios elementos claves. Entre ellos, destacamos:

    a) la tesis/valor de que el Dios de la Vida es (o se muestra históricamente como) un efecto de relaciones sociales de liberación. Testimoniarlo como parte de la alianza que entrega Vida Eterna es, por tanto, contribuir a la causa de un mundo liberado de sábados (instituciones e institucionalizaciones), fetiches o ídolos cuya adoración mata;   

    b) la tesis/valor de que el pueblo de Dios está compuesto por todos los se-res humanos, creyentes y no creyentes religiosos, en todas las culturas, que luchan de buena fe por transformar condiciones y situaciones de opresión en experiencias de vida creadora.

    Ambas tesis/valores son macroecuménicas, en el sentido de que superan las eclesialidades y religiosidades restrictivas poniendo en primer lugar una experiencia de la fe antropológica y religiosa. Para el creyente religioso, el principal desafío consiste en vivir su fe desde y en experiencias de liberación o antiidolátricas que son, a la vez, procesos de conversión personal y de testimonio social.

    Al mismo tiempo que decantaba, aunque sordamente, estas tesis, la Teología Latinoamericana de la Liberación potenció, con suerte variada según las regiones, Comunidades Eclesiales de Base que deberían haber constituido el fundamento de un movimiento social de creyentes religiosos y de una Iglesia Popular. Precisamente, la ausencia en la Teología de la Liberación de un tratamiento orgánico de las tesis/valores antes mencionados, impidió que estas comunidades de base (todavía con fuerte presencia contestataria en Brasil, México, Colombia y Ecuador) tejieran, acumulación de fuerza mediante, la trama social que les hubiera permitido  desplegarse como movimiento social liberador.

    Pero la ideología y la práctica antiidolátricas, fundamento sociohistórico de la esperanza del creyente religioso de todas las culturas, está como decantación y oferta, en el seno de nuestros pueblos empobrecidos, explotados y religiosos. Se trata aquí de recaracterizar material y orgánicamente la esperanza porque un proceso masivo de autotransformación y de producción de autoestima en América Latina no podrá hacerse sin los creyentes religiosos. Ni contra ellos.
   
        • defensa y promoción de derechos humanos y por la democratización de la existencia
   
    Los diversos núcleos que se mueven en torno a la promoción y defensa de derechos humanos (educadores, activistas, profesionales) poseen un espacio particular e importante en la construcción de la esperanza popular. La práctica de derechos humanos, muchas veces restrictivamente orientada hacia la denuncia de delitos de lesa humanidad, como la tortura, el terror estatal o el genocidio, está en realidad ligada con la proposición de una ética de no discriminación, de participación plena (ciudadanía), orientada a la satisfacción de las necesidades de todos y de cada uno y a la resolución no violenta de los conflictos. Se trata de enunciados básicos para cualquier programa popular, es decir planteado desde las víctimas que aspiran a transformar sus condiciones de victimización y a que tendencialmente no se produzcan nunca más víctimas. Convocante utopía, bella esperanza que muestra el carácter radicalmente político de la denuncia, defensa, promoción y educación por derechos humanos que, desde una perspectiva popular, consisten en transferencias de derechos (capacidades) en un sentido liberador.

    Precisamente porque la defensa y promoción de derechos humanos se inscribe en relación con un proyecto de satisfacción de necesidades, participación responsable y no-violencia, es que resulta posible vincular estas luchas con las de los movimientos que se esfuerzan por hacer avanzar en sus países los procesos de democratización, sus lógicas e instituciones. El régimen democrático puede entenderse restrictivamente como una forma de gobierno o, amplia y radicalmente, como una forma de existencia, como una cultura de vida. En este último sentido, que es el sentido popular, la existencia democrática se realiza a través de la participación social entendida como aporte de sujetos (dándole carácter) a las instituciones y lógicas que configuran la existencia social. Aquí, la esperanza utópica se manifiesta tanto en el seno de las democracias restrictivas como en las ‘democracias’ de partido de Estado (México) bajo la forma del anhelo y la construcción de sujetos plenos o republicanos. Esta aspiración, económica, libidinal y cultural, muestra el carácter estratégico que poseen para los sectores populares los procesos efectivos de  democratización.
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   Marzo, 1999.
   
    Post Scriptum  de julio del 2007.
   
     En los primeros años del siglo XXI han venido decantándose movimientos ciudadanos que han dado triunfos a electorales a candidatos que al menos han pretendido ser diferentes y que, tras su éxito, han buscado reforzar constitucionalmente sus victorias en un esfuerzo por constituir economía, nación y Estado con base popular. Han convocado a una Asamblea Constituyente, se han dado, o están en proceso de darse, nueva legalidad y reivindican tanto un control nacional de sus recursos como los valores republicanos de un emprendimiento colectivo con dirección popular. Se trata de los movimientos ciudadanos con conducción carismática y realidades políticas diferenciadas que se gestan y procuran desplegarse en Venezuela, Bolivia y Ecuador.

    Todos ellos conforman una nueva apuesta con contenido popular. Los tres arriesgan los desafíos de no tener tiempo o espacio para leer críticamente las experiencias populares fracasadas durante el siglo XX (Chile o América Central, para citar dos procesos relevantes) o prolongadas como triunfo carencial, como en el caso del proceso revolucionario cubano. A diferencia de Cuba, se insertan en el subcontinente e inciden, proponiéndoselo o no, día con día en él.

    Los procesos iniciados en Venezuela, Bolivia y Ecuador son de largo aliento y pueden desviarse hacia regímenes personalistas y verticales que atienden las necesidades de los más humildes pero no crean las condiciones para que ellos y sus organizaciones se autotransfieran capacidades (económico-sociales y culturales) que los lleven a consolidarse como núcleos sociales que testimonian un poder alternativo. Con sus debilidades, riesgos y fortalezas testimoniales estos procesos constituyen hoy también señales de esperanza. No se debe permitir que sus enemigos (variados y de diverso encono y fortaleza) los aíslen ni se debe colaborar en que ellos mismos se tornen autistas a través del mesianismo, las urgencias que difuminan o postergan el carácter estratégico y humanizador (emprendimien-to colectivo, reposicionamiento del carácter del poder, lógicas democráticas, recaracterización de la ciudadanía y con ello del Estado, economía centrada en las necesidades y en el trabajo, cultura del reconocimiento y el acompañamiento) de los procesos efectivamente populares.

    Decantaciones y virtualidades en el camino de las esperanzas. Venezuela, Bolivia y Ecuador ya han logrado trizar y descomponer el Consenso de Washington. El panorama popular latinoamericano de esta primera década del siglo XXI cuenta con ellos. Entraron con mérito en la historia de quienes han hecho del fragor de la plural voluntad popular de lucha victoria y mito. Corresponde aprender de estos pueblos y no dejarlos solos.
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