Diciembre, 2015.
Me escriben desde distintos lugares pidiéndome una apreciación, más que sobre Venezuela, sobre el significado de las elecciones recientes de diciembre. Puedo ofrecer criterios desde fuera de Venezuela, o sea sin poder palpar e internalizar lo que los distintos sectores de su población viven. Es decir, cómo experiencian sus conflictos. Sin este referente existencial resulta difícil ofrecer un juicio político adecuado, especialmente por el papel que juegan los medios masivos y “democráticos” de ‘información’ en el subcontinente. En otro ángulo, puede resultar necesario ofrecer una opinión en una Costa Rica mayoritariamente desinformada sobre las realidades políticas de los latinoamericanos y en particular sobre procesos como el venezolano que, con sus aciertos y errores, van a contrapelo de lo que se quiere, los grupos dominantes quieren, los costarricense deseen. La experiencia venezolana es “mal ejemplo” para los políticos costarricenses y sus medios por sostenida, por traer a los escenarios políticos las experiencias de sectores postergados y humildes, ahora mejor o peor organizados, por ser un proceso que llamó a una articulación constructiva de los pueblos (y Gobiernos) latinoamericanos y caribeños, y que realizó acciones en ese sentido (ahí está el ALBA), y que, con estos alcances, puede ser caracterizada como popular, nacional y antimperialista. No es el menor de sus méritos que con estos caracteres haya logrado el apoyo, no sin trabajo, de sus Fuerzas Armadas. El proceso, que en esta elección de diciembre del 2016 tuvo como cabeza electoral al Partido Socialista de Venezuela, obtuvo un 42% del electorado. Esto, con una economía jaqueada y acosada. Obviamente, este 42% fue derrotado por un 58% de la oposición agregada en una Mesa de la Unidad Democrática. Entonces, se da una derrota, pero ésta es electoral aunque puede alcanzar significado institucional. Una oposición, que ha de verse si seguirá junta, domina numérica y cómodamente la Asamblea Nacional (Parlamento). Pero no está sola allí y tampoco domina en el resto del sistema político institucional.
Luego, aquí hay un primer factor: una derrota en las urnas no implica necesariamente una derrota del sistema político que ha ido construyendo, mejor o peor, el liderazgo chavista con contenido popular desde inicios de este siglo. No es una derrota de su sistema político institucional. Por el contrario, lo confirma porque el proceso popular venezolano tiene carácter electoral. Y el 42% de los votos, con una abstención del 26% (más baja que las presidenciales en Costa Rica) no es poca cifra aunque la elección haya estado polarizada. De cualquier forma, no constituyó un plebiscito. El 42% de los ciudadanos venezolanos votó a favor de seguir el proceso. No es poco. Es una derrota, pero tampoco este 42% es una votación que pueda subestimarse porque el referente central de esa votación lo determina, o debería determinarlo, un cambio del sistema de poder (bloque de poder) que ha existido históricamente no solo en Venezuela sino en América Latina. Lo que intenta Venezuela lo intentó Chile, con más limitaciones en cierto sentido, a inicios de los 70 del siglo pasado (Allende fue electo con poco menos del 39% de los votos) y la experiencia sobrevivió tres años. El proceso venezolano con contenido popular ya superó los 15 años. Hoy sufre una derrota electoral significativa, pero es eso, una derrota electoral. Superarla puede hacerse con trabajo político, corrigiendo o extirpando lo que está mal y reforzando lo que da muestras de estar bien. Fuerza institucional existe. Incluye a las Fuerzas Armadas. No es poco. Se trata de una fuerza que hay que sostener y mejorar.
La oposición habla del final del chavismo. Pero este chavismo es institucionalmente democrático, como lo muestra la elección en que la oposición gana con un 58% de los votos y se reconoce sin problemas su triunfo electoral. Mario Vargas Llosa, quien después que le concedieron el Nobel de Literatura ha retornado a su prematura ancianidad cavernaria, escribe: “Ahora lo importante es tener conciencia de que una fiera herida es más peligrosa que una sana y que los zarpazos del régimen moribundo pueden hacer todavía mucho daño a la golpeada Venezuela” (El País, Edición América, 14/12/15). ¿El opositor político una “fiera herida” y peligrosa? No es exactamente habla democrática. Vargas Llosa desea que la victoria electoral de sus amigos sea el inicio de un aplastamiento político y social. Puede llegar a serlo, pero por el momento no lo es. Al 42% que votó por el proceso y a sus dirigentes les toca evitarlo.
En Costa Rica la caverna menos torva admite que “La oposición tendrá que administrar sabia y serenamente su victoria, pues el cisne chavista todavía no ha cantado” (C. Urcuyo, La Nación: 13/12/2015). No está escrito que “el cisne” chavista muera. En este momento es minoría electoral, pero también expresa los tiempos que corren. El “chavismo” además resulta de una producción venezolana enraizada en su historia; si se lo trata con propiedad, prosperará. La Mesa de la Unidad Democrática es también producción venezolana (con alguna ayuda de sus amigos), pero por el momento es solo una alianza electoral ganadora.El banquete solo en apariencia les está servido. Ellos mismos pueden encargarse de liquidar su cena. Esta liquidación también sería parte de raíces históricas. Venezuela no tiene experiencia de existencia democrática. Su primer paso hacia ella la ha abierto el chavismo (con aciertos y errores). Los amigos de Vargas Llosa pueden sepultarla. Como se advierte, se juegan en ese país muchas más cosas que el control de una Asamblea y la salida de la cárcel de algunos dirigentes, queridos por algunos y menos queridos por otros. Y no estoy hablando de sentimientos chavistas.
II
Una segunda cuestión es que si el proceso iniciado por Chávez en Venezuela sigue una vía electoral, por el momento innegable y positiva, pero al mismo tiempo se propone no solo encabezar gobiernos sino desplazar a un bloque de poder y configurar un nuevo bloque político-cultural de poder, entonces una de sus tareas centrales consiste en intentar ganar toda próxima elección. Esto porque se trata de un proceso largo y, además, con enemigos (no solo opositores) poderosísimos. Entre los últimos están las personificaciones de la lógica de la economía mundial en curso, de una base económica local distorsionada (rica en petróleo pero al mismo tiempo débil por rica en petróleo) y marcos categoriales e imaginarios lentos de transformar porque provienen en parte de la cúpula del aparato clerical católico. La transformación no es tarea de unos cuantos gobiernos ni tampoco responsabilidad exclusiva de los dirigentes gobernantes. La población venezolana debe desear los cambios, educarse en ellos, constituir su identidad desde sí mismos en ellos. Por eso se trata de un proceso revolucionario. Si no, no lo sería. Solo se asistiría a un cambio de amos y tal vez lo que antes estaban económicamente peor mejorarían algo su situación. No es el peor mundo posible, pero se supone que no es el que una experiencia revolucionaria desea. Alguien habló alguna vez de un ser humano nuevo. Eso es lo que se desea. Pero tiene que irlo construyendo la gente misma, no se puede imponer.
Entonces, como parte del proceso, hay que ganar cada elección (entendidos como espacios autoeducativos y político-culturales) y cada mandato tiene que tener claro que se debe consolidar institucionalmente avances para que no puedan ser revertidos sin protesta popular y ciudadana si se llega a perder alguna elección. Si el proceso está claro, cada elección puede enfrentarse con aliados diversos con los que se puede tener discrepancias. Un error grave es polarizar los procesos sociales prematuramente porque ello facilita a los enemigos polarizar los eventos electorales. Es, en parte, lo que viene ocurriendo en Venezuela. Por la vía electoral, para avanzar sin polarizar no existe receta. Hay que aprender a leer la realidad interna y ser, como escribiría un neoliberal, proactivo con meta popular para incidir constructivamente en ella. Avanzar e incidir se relacionan con ir más lejos y distinto, pero también con consolidar, fortalecer, despejar caminos, inventar otros. Receta, que se sepa, no existe, porque un proceso político alternativo, popular, no tiene la capacidad ni la oportunidad para elegir sus enemigos. Una referencia persiste: la gente debe desear los cambios y protagonizarlos (si es así no importa equivocarse) y también ese buen deseo puede acompañarse de críticas. Interpelar y ser interpelados se llama ese juego. O diálogo constructivo. Pero “construir” no siempre significa ‘avanzar sin transar’. Se puede convenir en un paso atrás, pero no para descansar.
Desde este punto de vista, la forma política como se llegó a estas elecciones no debe repetirse, pero la derrota electoral no significa un final del proceso.
Todavía resulta prudente destacar un aspecto en este apartado. ¿Qué hacer cuando el enemigo y los opositores (la dirección siempre estará en manos de los enemigos) boicotean la economía y falta de todo o se especula y los votantes se van con quienes prometen remediar el caos porque toda la culpa es del Gobierno, en este caso de Maduro? Se puede agregar: la polarización (que se debe intentar evitar) falsamente ideológica se facilita por las fallas o desplome de la economía.
Lo primero que habría que decir es que ningún país latinoamericano, incluso Brasil, puede evitar que sus enemigos desquicien la economía. De hecho, hasta sin enemigos estas economías resultan desquiciables. Se trata de economías muy abiertas y que requieren de muchos insumos que provienen del exterior y, además, sin capacidad para presionar en los mercados existentes. Se tiene que tener claro esto para evitar sugerir o prometer a la población lo que en determinados momentos no resultará sostenible. Pero el proyecto mismo debe desde un inicio tener un plan de empleo, producción y abastecimiento de emergencia (o de guerra, si se prefiere) que se orientará a todos pero dará preferencias a los sectores más empobrecidos, rurales y urbanos, y a las capas medias bajas, a las mujeres solas, etcétera. Un abastecimiento de emergencia implica consumir con austeridad y producir y repartir con decencia (sin corrupción y venalidad cero). Implica aprobar legislación dura para castigar el acaparamiento y la especulación y más dura todavía si ella es protagonizada por sectores o grupos en el gobierno. Los castigos judiciales deben ser expeditos y públicos. Nadie debe salvarse de la cárcel por hacer buenos negocios (y política hostil) con las necesidades ciudadanas y populares. Por lo tanto ha de tenerse conocimiento de los mecanismos que podrían tornar eficaz, en el país y por regiones, la satisfacción de las necesidades de la gente en un marco de austeridad. En el caso venezolano, por ejemplo, la distribución sistémica puede pasar por los aparatos militares. Y el transporte y distribución al menudeo, en distintos planos, puede estar a cargo de las juventudes de las organizaciones, de los estudiantes y de la ciudadanía organizada en áreas y barrios. Se debe tener cuidado aquí de no golpear al pequeño comerciante. El ethos consiste en hacer de la necesidad fiesta, disciplina, encuentro, diálogo, crecimiento político. No es factible llevar a cabo revoluciones sin experimentar sufrimientos, pero los revolucionarios pueden transformar este sufrimiento en paso de victoria y robustecimiento de sentimientos positivos y articulaciones constructivas. Hay que dar especial atención aquí a los empobrecidos, a las capas medias urbanas y a los pequeños productores rurales. Fomentar su organización autónoma. No se debe permitir que las privaciones los desesperen y los envíen al bando rival. Y nada de celebraciones por los éxitos económicos (en particular en la distribución). Se trata de la guerra del abastecimiento y la producción. Se saluda lo que se hace y se vitorea cada logro, pero en el espíritu de una resistencia heroica y haciendo que las gentes sean protagonistas. Nos quieren matar de hambre, pero aquí estamos hambrientos y con sed, pero en la lucha. Y a quien se sorprenda delinquiendo, a la cárcel. Justicia pronta y cumplida. Y se publicita. Que se sepa.
El “que se sepa” anterior remite al frente de guerra de la comunicación social. Los medios de los poderosos de siempre tienen una organización continental y van a favor de la corriente tanto porque interpelan el aparente “sentido común” de las gentes como porque son los medios que la gente ve y escucha y repite mayoritariamente. No se les puede tocar porque de inmediato gritan “¡libertad de expresión!, van a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, a la Conferencia episcopal respectiva y a CNN y ya están montados. Por supuesto, mienten descaradamente, tergiversan, especulan, ridiculizan, conspiran. La fuerza con que circulan es su debilidad. Debe combatírselos bajo la bandera de que “Mienten” y por equipos especializados que recogen sus principales mentiras, día a día, semana a semana, mes a mes. Hay que mostrar y desnudar día a día sus mentiras. Ellos no pueden parar de mentir y uno no debe parar de mostrar que mienten. Así, en la medida que más mienten, gritan y circulan, más van perdiendo credibilidad. La contraofensiva tiene que hacerla prensa, televisión y radio responsables. No adulatoria ni existista ni mentirosa, sino responsable. Pero esta última por sí sola, perdería porque los otros tienen el dinero y apoyo internacional. La principal batalla es por ello la que socializa que los medios enemigos mienten y que a los periodistas profesionales se les violan derechos humanos al obligarlos a mentir. Por lo demás, es lo que hacen.
Se debe apuntar que en Venezuela, probablemente, y visto desde afuera, se cometieron al menos tres errores: no se tenía un plan económico de emergencia, se equivocó la ruta en la lucha por la información y comunicación sociales y los dirigentes centrales /Chávez, Maduro), especialmente el segundo, menos dotado, en lugar de jugar un papel de mitos vivientes (convocadores, catalizadores) personalizaron el proceso revolucionario y asumieron como protagonistas todos los conflictos. En América Latina esto ayuda a una polarización que, ya se señaló, no ayuda al proceso de desplazamiento de un bloque de poder y configuración de otro alternativo. Lo alternativo no es el socialismo sino la manera cómo lo interioriza la población y cómo lo materializa en la existencia cotidiana. Una existencia cotidiana nueva cuyo eje es la no discriminación. Por ahí va el socialismo o como se le quiera llamar. Por supuesto esa existencia cotidiana es expresión y condensación de muchos otros procesos.
III
Pienso ha quedado claro que la administración Maduro, gobierno que ha dado continuidad al proceso popular chavista, ha sufrido una derrota electoral importante, pero no decisiva en términos del proceso como tal, puesto que las cifras pueden ser revertidas más adelante. La reversión depende en parte del Gobierno, pero su actor determinante son sus bases sociales, ese 42% de ciudadanos que respaldó con sus votos a quienes administran este momento del chavismo. La administración Maduro debe autoexigirse sabiduría, cautela y firmeza, admitir interpelaciones e interpelar porque es el gobierno de Venezuela, de sus ciudadanos (este es uno de los desafíos de la vía parlamentaria: pueden surgir ‘enemigos’, pero si no delinquen, y eso lo resuelve la legislación y los tribunales, deben ser tratados como ciudadanos), aunque tenga un proyecto estratégico y busque desplazar un bloque de poder para asentar otro y, al hacerlo, busque transformar el carácter de los poderes sociales. No es sencillo, pero tanto la lucha armada (Cuba) como la vía electoral hacia la producción de un orden distinto, por alternativo en sentido fuerte, son vías complejas y con desafíos que se debe políticamente resolver sobre la marcha y con sabiduría.
En todo caso la fuerza motriz de un proceso revolucionario la portan los movimientos y movilizaciones sociales populares y ciudadanas (esto último en el caso de la vía electoral). Así, la fuerza del gobierno reside en la capacidad de incidencia de esos sectores populares para dar su carácter al proceso. Es probable que la experiencia venezolana no haya asumido en exceso (tal vez no lo ha asumido del todo) este factor. A la distancia se le ve personalista, caudillista, siguiendo una tradición que viene desde la Colonia (y quizás de antes, de las culturas originarias), caudillismo que se complementa con el énfasis en la pareja organización partidaria- masas, donde estas últimas son relativamente pasivas, presencia en la calle, consigna. Las direcciones dirigen entonces, con mayor o menor ilustración, con mayor o menor corrupción (en el sentido de extravío de carácter, no de venalidad) a sus masas. Este tipo de experiencia ha fracasado. No se discutirá aquí por qué. Ahora, la vía electoral propende hacia la figura recién descrita lo que no quiere decir que la lucha armada, bajo ciertas condiciones, esté libre de ella.
Ahora, sin efectivo protagonismo popular no existirá ni hombre nuevo ni revolución efectiva. No es un mal deseo de este expositor, sino una comprobación de lo que ha ocurrido en la historia de las sociedades modernas. Pongamos un ejemplo relativamente “neutro”, para evitar polémicas. Diversos sectores de la burguesía y sectores medios ilustrados empujan las revoluciones burguesas europeas que concretarán las sociedades de la modernidad. Tienen apoyo de “masas”. Pero “secuestran” su energía, la misma que les posibilitó ganar batallas contra el rey, la nobleza y los curas con la noción de ciudadano (e individuo). Cada individuo un ciudadano. Es decir alguien que acepta/asume el orden burgués como parte de su identidad. Estas masas descompuestas en individuos ciudadanos pueden interpelar al Estado pero solo en los términos que ese Estado concede escuchar. Bueno, esta es la historia que no pueden repetir las revoluciones que se desean populares y alternativas. En ellas las gentes, los sectores deben interpelar desde sí mismas, con voz propia, a todas las personificaciones de instituciones y estructuras. “Interpelar” no debe entenderse como algo grosero o imperativo, etcétera. Lo que busca enfatizar es que los movimientos populares no constituyen ‘masas’. Pueden hacer presencia numérica alta, pero sus grandes números no constituyen ‘masas’. En ellos impera una calidad diferencial determinada. Esto es tal vez lo que en Venezuela no termina de asumirse. Y lo que podría conducir a una derrota, esta vez sí, sistémica.
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