Entrevista de Jürg Schiess para ILSA,
4 de junio del 2007.
Los derechos humanos, de todos modos débiles o aleatorios en América Latina, corren el riesgo de ser aún más frágiles con la globalización económica. Según Helio Gallardo*, la causa de que estos derechos incidan muy poco en la vida real y tengan grandes dificultades para resistir las presiones del gran capital, es que las sociedades latinoamericanas carecen de “una cultura, una sensibilidad generalizada hacia derechos humanos y ello porque nuestra historia conómico-social no es la historia europea”. Estima necesaria para generar tal cultura una lucha social constante en la que “los sectores populares produzcan su autonomía de identidad y cancelen las dominaciones y exclusiones que padecen”. Gallardo está convencido de que esta lucha tendría un efecto humanizador que llevaría a Estados de derecho más sólidos y, por lo tanto, a una mayor garantía de derechos humanos.
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¿Son los derechos humanos en América Latina letra muerta?
Helio Gallardo: Ese es un tema que tiene que ver con la existencia o no de un Estado de derecho. Lo más generalizado es decir que el Estado de derecho en América Latina es aleatorio y azaroso. Es decir: aunque esté la norma escrita, los circuitos judiciales no necesariamente van a fallar acorde con esta norma. Por lo tanto, aunque alguien tenga toda la prueba y la razón, no puede saber si un tribunal le va a dar esa razón.
¿Se puede aplicar este juicio general a todos los países en América Latina o existen entre ellos diferencias en cuanto a la realización del Estado de derecho?
Gallardo: Según los historiadores, los países que se acercan más al Estado de derecho son Uruguay y Chile. Allí, uno puede esperar el mejor trato en términos de interés público, de eficiencia funcionaria y de reconocimiento de derechos, en tanto fueros y capacidades jurídicas, en los circuitos judiciales. En el resto de América Latina, la idea del Estado de derecho es prácticamente un simulacro y los países se diferencian más bien por el grado de hipocresía con el que trabajan este simulacro.
¿Cuál es el país más hipócrita?
Gallardo: Colombia y México, entre los países medianos y grandes, son los casos extremos en violación de derechos humanos; Colombia es, además, el país que menos se ruboriza ante la violencia brutal que lo recorre y que más ignora las calidades y cantidades de violencia que quedan impunes. Guatemala ha trasgredido todo límite y sus autoridades políticas y culturales deberían hace ya tiempo haber sido juzgadas por delitos de lesa humanidad. Por supuesto, debería estar expulsada de Naciones Unidas y aislada. Pero no conozco el detalle de cada país. Imagino que los ciudadanos en cada lugar, en particular los más vulnerables, como los campesinos pobres y los desplazados, estiman que ellos están entre los peores.
¿Cómo juzga la situación del Estado de derecho en los países latinoamericanos en comparación con la situación en Europa?
Gallardo: En los países europeos, el Estado de derecho tampoco es perfecto. Pero en general, allí hay más reconocimiento de derechos humanos1 para la cudadanía y se los puede reclamar de modo más efectivo en los tribunales. Por supuesto, pueden existir grupos, especialmente inmigrantes, altamente discriminados, La diferencia con Europa tiene que ver con nuestra historia. Mientras que las revoluciones burguesas en Europa barrieron las clases sociales tradicionales, nuestras luchas por la independencia no cambiaron prácticamente nada la estructura oligárquica y la cultura social discriminatoria.
¿Cómo se puede alcanzar un mayor respeto a los derechos humanos en América Latina?
Gallardo: Derechos humanos no se cumplen si en una sociedad no existe una cultura correspondiente. Los europeos consiguieron esto hasta cierto punto a través de la economía dineraria y las revoluciones burguesas. En nuestros países, en cambio, tal cultura o sensibilidad no existe. Por lo tanto, se requiere una lucha social para darles legitimidad cultural a derechos humanos.
¿Una revolución?
Gallardo: El objetivo de largo alcance de esta lucha sería revolucionario. No sólo implicaría transformaciones en el marco jurídico y la vida real, incluidos cuestionamientos sobre la propiedad y la apropiación, sino también en el género humano. Estratégicamente, la lucha por una cultura de derechos humanos sería sobre todo un proceso de humanización
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¿Qué entiende por esto último?
Gallardo: Es humanizador todo lo que libera e incluye, y no es humanizador lo que oprime, explota, excluye y discrimina. En otras palabras, el proceso de humanización tiende a superar cualquier tipo de dominación. Por esta razón, la lucha por la cultura de derechos humanos sería principalmente una lucha popular.
¿Una lucha de clase?
Gallardo: No, una lucha de todos los individuos y sectores sociales que sufren asimetrías estructurales, sistémicas o situacionales. Llamo a estos sectores el pueblo social. Las mujeres son, por ejemplo, parte del pueblo social. Igual los niños, los civiles, cuando los miro en relación con los militares, y, desde luego, los obreros, es decir, todoslos que tienen que soportar uno o varios tipos de imperio(1).
¿Cuál sería el carácter de la lucha popular?
Gallardo: El pueblo político –así denomino al pueblo social que resiste a las dominaciones y lucha por transformarlas– tiene como referente de su lucha la producción de su identidad desde sí mismo. Al pelear contra las asimetrías que padece, desplaza su identificación inercial por la autoproducción de identidad efectiva desde su autonomía. De esta forma logra autoestima.
¿Qué es la identificación inercial?
Gallardo: Es la identificación que provee el sistema, la de la vida cotidiana. Es una identificación que asumo para permitir que se me domine, como si fuera natural. En un sistema patriarcal, la identificación inercial de la mujer es, por ejemplo, la de ama o administradora de casa y lugar sexual para el hombre.
¿A través de qué medidas el pueblo político puede alcanzar su autonomía?
Gallardo: Existen muchas formas de resistencia: entre otras cosas, se pueden realizar acciones y movilizaciones sociales, tratar de cambiar la realidad social en el entorno directo o más inmediato -por ejemplo, en la familia– a través del testimonio de algo distinto, participar en elecciones u organizarse. Es el tema del control local popular, que no designa un espacio pequeño o administrativo sino un ámbito de autorrealización que puede ser incluso la nación o el subcontinente. El punto más alto de expresión del pueblo político son los movimientos sociales.
¿Cómo puede la lucha del pueblo social, es decir, de sectores fragmentados, llevar a una cultura generalizada de derechos humanos?
Gallardo: La gente ya no debe verse como individuos o perteneciente solo a un sector en especial, sino como parte de un emprendimiento colectivo. Además, sus reivindicaciones sociales deben ser reconocidas por otros como legítimas, aunque no compartan los mismos intereses. La burguesía europea consiguió exactamente esto en su lucha por los derechos fundamentales y político-ciudadanos. Las luchas tercermundistas, las luchas de los afroamericanos o de las mujeres, en cambio, nunca alcanzaron la misma legitimidad cultural, ya que se restringieron demasiado a un sector específico y no tenían su fundamento en la existencia civil y humana del otro. Además, obviamente, nadan culturalmente contracorriente y esto torna más difícil la lucha
política.
¿Qué incidencia tiene la lucha por una cultura de derechos humanos en el Estado?
Gallardo: Una cultura popular de derechos humanos contribuye a la democratización de la existencia y también a reforzar los imaginarios de solidaridad o acompañamiento.. Los regímenes democráticos se componen de instituciones democráticas, es decir, instituciones que apoderan el principio de agencia humana, que potencian la autonomía del sujeto humano. Podríamos empezar a construir Estados democráticos y republicanos. Pero nadie tiene o consigue este tipo de instituciones si no lucha. Es la lucha popular la que genera mejores instituciones democráticas y compromisos republicanos.
Según la Constitución, Colombia es una de las democracias más perfectas de América Latina. Sin embargo, la realidad es diferente.
Gallardo: Estoy convencido de que gran parte de la explicación de este fenómeno radica en el hecho de que la Constitución no derivó de la lucha social efectiva, en la que la gente produjera su identidad y autoestima. Probablemente se trata de una Constitución producida por “especialistas” y “expertos”.
¿Cuáles son los obstáculos más grandes que impiden la lucha social en derechos humanos?
Gallardo: En América Latina se entiende derechos humanos con una perspectiva de casos jurídicos individuales y no como fenómenos sociales. Eso se debe a que nuestros circuitos judiciales y los grupos dominantes se han criado en la sensibilidad católica y a que la Iglesia católica está profundamente arraigada en la ideología del derecho natural clásico. A esta concepción se añade o sobrepone el imaginario moderno que hace de derechos humanos algo individual e innato, o sea la concepción iusnaturalista. Estos imaginarios se combinan de manera truculenta entre nosotros porque, estrictamente, para la jerarquía eclesial ningún ser humano tiene derechos, o sea, fueros, ante la voluntad de Dios. Pero esta perspectiva clerical choca con la sensibilidad moderna y popular. Entonces se pliega a regañadientes a la concepción moderna inicial. Esta perspectiva individualista, iusnaturalista, es una concepción muy cerrada e ideológica en tanto traslada la mirada jurídica propia de la producción de mercancías a las identificaciones (propietaristas) de los individuos y no permite o facilita a los sectores populares producir una cultura política hacia derechos humanos. El problema es que la población está atrapada subjetivamente por las concepciones y prácticas dominantes. En parte esto se debe a que los sectores que se han querido de izquierda han despreciado o relegado la lucha política por derechos humanos o los han asumido únicamente mediante criterios reivindicativos. Tenemos poca tradición de pensamiento crítico en este punto.
¿Qué concepción convendría a los sectores populares?
Gallardo: Derechos humanos no tienen ningún fundamento metafísico, no caen del cielo. Resultan más bien de un proceso sociohistórico y su fundamento es la matriz social moderna según la cual el ser humano es su autoproducción. Se tiene que asumir esta visión abierta y universal para crear una sociedad en la que derechos humanos se cumplan.
¿Cómo juzga la posibilidad de que en América Latina se construye este tipo de sociedades?
Gallardo: Soy escéptico pero animoso.. Las perspectivas para América Latina no son muy alentadoras, sobre todo, debido a los procesos de globalización.
¿Por qué?
Gallardo: La globalización es básicamente la universalización de la forma mercantil y del dominio de la sujeción de las normas jurídicas a las dinámicas del mercado y de la fijación 'natural' de éstas por estas mismas normas. La gente ve el mundo desde una sensibilidad jurídica que sacraliza la productividad y la eficacia económica tal como las dispone la acumulación privada de capital. Además, la llamada globalización implica la militarización de la economía, porque las inversiones de las empresas transnacionales no pueden funcionar si no existen ejércitos que castiguen la insurrección a la lógica de un capital internacional depredador. De tal modo, en el horizonte se divisa una dictadura mundial político-económica ante la cual no hay derechos humanos o estos se ven reducidos a un mínimo porque internacionalmente nuestras poblaciones están más cerca de ser consideradas no-personas que seres humanos.. Frente a esta situación, el escenario que se abre para los latinoamericanos, en particular para sus sectores más internamente vulnerables, es especialmente negativo.
¿En qué sentido?
Gallardo: Ingresamos a una peor era mundial de derechos humanos sin haber gozado nunca del clima de sensibilidad que estos derechos han tenido, por ejemplo, en los países de Europa occidental. Además, ingresamos en términos de capitalismo periférico y de sociedades neo-oligárquicas y excluyentes. En otras palabras: somos un espacio sumamente vulnerable a la reducción de derechos humanos que de por sí son ya retóricos y no se cumplen o se cumplen aleatoriamente. Juntos con los otros países del tercer mundo somos ya los primeros en sentir este retroceso: en las industrias de maquila, por ejemplo, en la militarización contra la emigración mexicana o en la existencia en Guantánamo de una cárcel para no-personas dentro del imaginario de la guerra global preventiva contra el terrorismo. Las señales y procesos están ya aquí.
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Notas
1 Helio Gallardo habla deliberadamente de derechos humanos y no de los derechos humanos. Omite el artículo los porque considera que derechos humanos es un concepto abierto, pues nació y se construye en luchas sociales. Subraya que el "los" es agregado por los interpretes metafísicos de derechos humanos que presentan su origen en la filosofía o en la religión, de modo que entregan una definición cerrada y sin movimiento.
* Helio Gallardo nació en Chile y emigró a Costa Rica después del golpe militar contra Salvador Allende en 1973. Es catedrático de la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, poeta, ensayista y autor de varios libros sobre temas político-filosóficos. Hace poco, la casa editorial colombiana “Desde Abajo”, que publicó sus libros Democratización y Democracia en América Latina y Derechos Humanos como Movimiento Social, lo invitó a dirigir el seminario “Lucha Social, Democracia y Derechos Humanos”.