Centro de Cultura Popular
José Figueres Ferrer,
25 de abril del 2012.
UN POETA JOVEN
Luis Chaves
En el cambio de milenio, la editorial Perro Azul publicaba un libro con una tapa poco menos que genial: contra un fondo verde, la imagen de un carro (un grabado en madera del artista Hernán Arévalo); arriba, el título Adquisición de un automóvil; abajo, el nombre del autor, Helio Gallardo.
Era un libro de poesía. Ya el título lo apartaba de poemarios con nombres genéricos como Los columpios del silencio o Vientre de nácar o Los espejos del alma, etc. El contenido, cumpliendo la promesa de portada, lo llevaba a otra categoría. Eran textos audaces, una voz joven, arriesgada, y el autor no era precisamente quinceañero. Aquellos no eran ejercicios líricos ni llantos de poetas mal enamorados ni pseudo existencialismo. Adquisición de un automóvil estaba, está, construido con tres materiales fundamentales: lenguaje áspero, música concreta, conciencia de clase.
Ana Istarú escribió el prólogo de esa edición. Dice, “poesía inconveniente, disonante… que detona sus explosivos sin derramar un solo decibel, poesía severa, seca, precisa, categórica… reflexiva, como conviene a un hombre que hizo del pensar su extraño oficio”.
Helio Gallardo nació en Osorno, Chile, en 1942 y vive en Costa Rica desde 1973. Es filósofo, ensayista y profesor universitario. En la página 21 de su debut literario está el poema que prefigura Para subir al Jomalú, su tercer libro.
Publicado por primer vez también por el sello Perro Azul en 2002, Para subir al Jomalú se reedita ahora en Editorial Germinal como versión revisada y corregida por el autor. Dice Gallardo en el prólogo: “Este texto se escribió a inicios del siglo XXI para las chicas y chicos de Chile… No intenta llamarles la atención ni convencerlos de nada. Versa sobre la historia del país donde crecen. La única historia de un lugar o un tiempo no existe, excepto como ideología… Para subir al Jomalú no transmite la historia oficial, aunque hable de sus instituciones. Su trama la constituyen otros gritos, otros sentimientos, otros sueños”.
Es este un texto que avanza con ráfagas y con las pausas que hay entre ellas. Es político sin ser panfletario, es una reflexión sobre la identidad sin ser patriotero, es una declaración de amor sin ser sentimentaloide.
Helio Gallardo echa mano de todas las herramientas que puede, la épica, el ensayo, la ironía, la sociología, la historia, el periodismo, los avisos económicos, la cinematografía y demás. En Para subir al Jomalú, Gallardo lleva la sintaxis hasta sus límites físicos y sonoros pero no como experimento literario, sino como condición inevitable de lo que narra. Sólo así se puede contar lo que cuenta. La RAE queda corta para los lugares a los que llega el ser humano. Tampoco se equivoca el escritor Adriano Corrales, que en la contraportada dice “…es una relectura de sí misma y de la historia colectiva a partir de la misma poesía”.
Para subir al Jomalú llama las cosas por su nombre. La derecha es la derecha, la izquierda es la izquierda. En el medio están las personas que las gozan o las padecen. Hay también autocrítica y reflexión. Hay el espejo que devuelve la dimensión humana a todas las acciones de los terrícolas. No cae en el tic de los que podríamos llamar los-crítico-constructivos, aquí hay emociones de un hombre vulnerable que tanto siente compasión como ira, serenidad como rencor.
Tenemos entonces a un escritor que ha renovado, aunque nadie se entere, la poesía regional. Helio es heredero del mejor Roque Dalton. No es menor el hecho de que venga de-fuera-de-la-poesía. Helio Gallardo, por la sombra, sin reclamos ni quejas, se ha convertido en un autor fundamental. Probablemente ni tenga idea de lo que está haciendo y eso solo lo mejora. Por eso su poesía no da cátedra, se sienta a escuchar.
INTERVENCIÓN EN LA PRESENTACIÓN DE "PARA SUBIR AL JOMALÚ"
Helio Gallardo
Gracias por llegar a esta convocatoria de la Editorial Germinal. Y a su editor, Juan Hernández por la publicación bella de este libro difícil de mover en el mercado. Igual por la palabra generosa de Luis Chaves en su presentación. La considero excesiva, pero me deja contento. No nos ha llovido, y eso es bueno. Destaco a algunas de las personas amistosas conocidas que observo entre ustedes. Adriano Corrales, luchador cultural infatigable y escritor. Alfredo Trejos, de quien no se si lucha demasiado, pero que hace surgir poemas adonde otros no vemos nada. Y distingo un chileno, Pedro Parra Sanhueza. Gracias por llegar, Pedro. No eres una sorpresa y es conmovedor y bello sentirte aquí. Tú sabes que este libro también lo has escrito con tu vida y la de tu familia y camaradas.
La ficha del libro dice que se trata de poesía/literatura chilena. A mí no me simpatizan en exceso los poetas. Tal vez porque cultivé un estereotipo sobre ellos. La primera vez que asistí a un encuentro de poesía, él se desarrolló de la siguiente manera o al menos eso me pareció. Se nombraba al poeta, mujer o varón, más de los segundos que de las primeras, y el mencionado se levantaba, iba a una mesa, como ésta, que hacía de altar, y leía sus textos, no muchos. Y luego de un aplauso que se oía algo administrativo, retornaba a su silla. Algunas de las cosas que se leían eran, como corresponde a poetas, conmovedoras, sugerentes. Pero no se hacía mención de ellas. Era como si no hubieran sido pronunciadas. El poeta que seguía se levantaba, serio, ocupaba su sitio en la mesa y leía sus líneas. Nadie refería al trabajo de otro. Nadie decía, aunque fuera a la carrera: “Me pareció bello (o terrible) lo que acabo de escuchar”. O “¡Qué bruto!”. Tal vez reservaban el comentario para el café o vino posterior. Bueno, nunca me enteré.
De ese encuentro se me prendió el estereotipo de que ningún poeta escucha a otro poeta. Cada cual en su cosa. Por supuesto, el estereotipo es una burrada. Los poetas, como todo el mundo, articulan muchas voces, ruidos y melodías. Pero yo me encadené a esa representación congelada y, desde entonces, cuando coincido en un espacio donde voy a escuchar a poetas o escritores, no son sinónimos, suelo leer algo de quien me ha acompañado en la mesa, aunque luego, como hoy, se haya escapado alegando que desde el auditorio se escucha mejor. Mi estereotipo dice que él retornará no a su silla, sino a su mundo, un mundo desde el que detesta salir porque está lleno de voces que le dicen todo de un modo que lo hace temblar. En mi estereotipo, los poetas nunca duermen. Sueñan sin reposo.
Ah, para que no se me entienda mal y se piense que el asunto va contra los poetas, ¡tampoco me simpatizan mucho algunos chilenos!
Gran parte de lo anterior es para explicar que voy a leer un texto de Luis Chaves a quien desde su nacimiento debieron entregarle una cédula de escritor gigante. El salvoconducto para irrumpir en la existencia de todos nosotros se lo ha ganado solito, es decir volcando su carácter a las voces que lo animan y acompañan. Tiene fama, pero ella está por debajo de la que se merece.
El texto que voy a leer es lírico, aunque está en prosa. Es un cuento existencial, de su mundo, y al mismo tiempo sugiere varios otros. A mí hay una parte que me gusta mucho y otra parte que me gusta muchísimo más, pero no les voy a decir cuáles son. Ustedes encuentran este texto en la revista Paquidermo.com/
Luis lo dedica a César Manso y Adrián Poveda. Lamento leer tan mal.
Cigarros sueltos
La penúltima imagen suya que guardo es tres cuartos de cuerpo asomado por la ventana de copiloto del pick-up, precedido por una carcajada prodigiosa, gritando “¡chupame el boli!”, la mano derecha anclada en el techo, la zurda agarrando el paquete de acuerdo al código internacional de señales del mundo civilizado: la señal de chupame-el-boli.
No sólo no pude replicar, si no que recibí una mirada desmaterializadora de mi madre, con quien caminaba por la acera rumbo a no recuerdo dónde, al tiempo que el resto de los peatones dividían el festejo entre el pick-up que se alejaba pitando y este servidor, la cabeza clavada en el pavimento. A los doce años aquello fue un jaque mate mortífero, una humillación municipal.
Recuerdo con precisión lo que vi por metros infinitos: el gris del cemento, una raya transversal interrumpida por algún brote mínimo vegetal, manchas negras que eran chicles fosilizados, gris de cemento, la tapa ovalada de un medidor del AyA, otra raya transversal, un envoltorio de cremoleta, los fósiles de goma de mascar, la tapa del AyA, el pretil del final de la acera, una mini represa de basura en el caño, el asfalto de la calle, y así por un par de cuadras. La cabeza inclinada por un peso que, visto con el catalejo de la edad, era una tontería pero que en aquel momento fue una derrota termonuclear.
Piyama fue el macho alfa del barrio. Algunos años mayor, extrovertido, provocador, intenso. Era el dueño del play, el goleador de las mejengas, el que había besado a alguien, el traficante de revistas porno y el que sabía botar el humo por la nariz.
Una época de mi vida se resume en esa extensa tarde de vacaciones, en las gradas de la pulpería, sentado entre colegas, esperando que Piyama saliera, con cigarros sueltos para todos, a contarnos alguna de sus historias.
Ahora entiendo que Piyama es un elemento lateral de lo que me quedó de aquellos años. Lo central, que entonces sucedía en segundo plano, fue participar del pequeño cosmos del barrio que giraba alrededor de la pulpería. Ya no recuerdo de qué hablaba Piyama aquella tarde interminable que lo escuchábamos atentos, enamorados; en cambio todavía puedo ver a los vecinos entrando y saliendo de ahí, conversando con Rosa o Tulio, los pulperos, saludándose, cotejando rumores, mirando con reprobación a los proto delincuentes y zánganos que obstaculizábamos la entrada y salida de la pulpe.
Pensaba en todo esto cuando leí recientemente la noticia de la Ley Antitabaco. No voy a detenerme en las generalidades, si bien esperaba un sentido más crítico de ciertos sectores de la llamada opinión-pública, alguna voz que dijera: esta parte tiene sentido, esta no. Parece que la tónica fue tragarse con vaselina el paquete talibán completo. Lugares cerrados, estamos de acuerdo. El resto es, en el mejor de los casos, corrección política. Tampoco soy fumador. Sucede, apenas, que no me creo el discurso sanitario. La salud no tiene que ver con estas modas. La salud, opino, tiene que ver con la dignidad. Pero claro, yo creo que salud nada tiene que ver con vivir 90 años.
Pero permítanme volver a lo que iba: esta ley prohíbe la venta de cigarros sueltos. Supongo que habrá algún argumento sesudo de los escolásticos de Cuesta de Moras. Sin embargo, lo que veo es un ataque a esas células de identidad, de vida barrial, de núcleos comunales. Protegemos el concepto Pricesmart y le damos con el hacha a la economía residual, de resistencia, que son las pulperías.
Las pulperías (lo que representan) merecen desaparecer. Este es el subtexto de esta y otras leyes recientes. Pero, como una versión centroamericanizada del Esteves de Pessoa, nada espero tampoco.
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La última imagen suya que guardo es ésta: cargando dos bolsas de tela una mañana de domingo en la Feria del Agricultor de Zapote. Es impresionante el poder del fenotipo y la memoria. Como un escultor dotadísimo, reconocí a Piyama adentro de una masa deforme y móvil. Me le acerqué por detrás y le dije: -¡eso, Piyama! Se detuvo, puso las bolsas en el suelo y pensó, Chaves, estás gordo. Y vos además de gordo, calvo, respondí en mi cerebro de doce años, saldando mentalmente la lesión del pasado. Chocamos manos (jamás un abrazo con aquel macho alfa de la infancia), conversamos brevemente y nos despedimos, jalados por nuestras familias, cruzando una última mirada de cuarentones neutralizados.
Siguió su camino entre los trameros y yo, movido por la síntesis, sentí la necesidad de lo que sigue. Puse mis bolsas en la acera, me arrodillé y las agarré de las manos para decir, en tono pentecostal, Ariana, Julia, hijas mías, la vida se parece a la resignación. Pá -dice la mayor-, estás estripando las lechugas.
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Hasta aquí el texto de Luis Chaves. Gracias Luis por escribirlo y compartirlo.
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“Para subir al Jomalú” es un texto escrito para niños y jóvenes chilenos de este siglo. Supongo que ellos no leerán con frecuencia y tampoco atenderán textos extendidos o que comprendan explicaciones. En todo caso, “Para subir al Jomalú” fue escrito para ellos con la pretensión de que quizás algunos de entre ellos quieran apoyarse de alguna manera en él para posicionar sus desafíos.
Si intento observarlos en esta sala algo penumbrosa, no distingo entre ustedes ningún niño o joven chileno. Entonces no leeré el cuerpo central de este texto, porque no es para ustedes y tendría que explicarlo. Sí voy a leer una sección cuyo alcance se puede introducir con unas pocas (y malas) palabras. Pero eso será más adelante.
“Para subir al Jomalú” está dedicado a dos personas. Eloísa Lara Soriano y Raúl Gallardo Lara. Se les caracteriza como “… nacidos y muertos en Chile”. Viendo la primera edición de este trabajo, alguien me preguntó si ellos habían sido torturados y asesinados por la dictadura empresarial-militar chilena. Esto porque en parte el libro habla de ese régimen y de la Unidad Popular. No. Eloísa Lara Soriano es mi abuela. Es una de las mujeres que me crió. En el sur de Chile, en provincia, a las abuelas como la mía uno les dice “abuelita”. Eloísa Lara viuda de Gallardo fue mi abuelita. Murió en un hospital de alguna enfermedad propia de una existencia no cuidada en exceso. Raúl Gallardo Lara es el nombre de mi padre. No conocí a mi madre. Me contaron que murió poco después de nacer yo. Me criaron por tanto mi abuelita y una tía, la menor de sus hijas, hermana de mi padre. Lo hicieron en el espacio, creado por Raúl Gallardo, de una familia extensa que giraba en torno a la madre de mi padre, mi abuelita, y era financiada principalmente por su hijo mayor. Mi padre también murió a la edad en que le correspondía. No era tampoco de mucho quejarse ni de ver médicos.
Por esos motivos de vida de inexplicable complejidad yo fui el nieto favorito de mi abuelita que tuvo los suficientes retoños como para elegir.
Mi padre fue, como cada quien en este mundo, una persona especial. Trabajó desde muy joven, quizás desde que salió del Liceo, para sostener la familia. Se le podían apreciar muchos talentos. Escribía rápido y bien acerca de cualquier cosa. Realmente sobre cualquier cosa. O al menos eso me pareció siempre. Dibujaba. Pintaba. Podía acceder a la música. Sus escasos manuscritos eran inconfundibles por su letra pareja y vigorosa que siempre creí podía leerse desde cualquier distancia. Cargó voluntariamente con muchas obligaciones de una familia extendida sin haber sido nunca adinerado. Es decir, fue generoso cuando resulta más difícil. Conmigo y con un hermano fue amplio, comprensivo en extremo y desplegaba, como casi con nadie, una fantástica, humorística e infantil imaginación, que es tal vez la única manera acercadora de tener sentido del humor. Fue asimismo una figura lejana porque trabajaba día con día y noche con noche. Muchas horas. Por las mañanas, dormía. A este hombre de mano y corazón abiertos con sus gentes, y tímido o parco, le debo una desencuentro duro.
Mi padre era director y coordinador de una cadena de periódicos en las provincias del sur de Chile. Por la sala de la casa que habitábamos pasaban muchos de los grandes propietarios de tierras de ese sur, comerciantes, industriales, alcaldes, senadores, diputados, abogados. Hablaban con mi padre. Después entendí le daban instrucciones. Desde muy temprano me llamó la atención la estolidez sin gracia, pomposa, de esas personalidades reconocidas. En un Chile posterior les habría calzado como hecha a la medida la expresión “ordinarios esféricos”, o sea vulgares y soberbios por todos los lados. Aturdidos, ignorantes, codiciosos, mezquinos. Es probable que se sintieran a gusto mirándose en sus espejos. De niño y joven no lograba entender por qué mi padre los recibía y escuchaba. Ellos entraban y salían como a la carrera. Nunca les vi llegar con unos dulces o un libro o un recuerdo para la madre de mi padre. Personalidades con dinero y prestigio, pero flacos en todo excepto en la flatulencia desprendida de su altanería y codicia. Esto último lo entendí más tarde.
El “más tarde” fue algún momento entre los 16 y los 19 años. Mi padre, ese dulce trabajador sin pausa, era un funcionario de esas gentes innobles. Su servidor. Uno de sus espejos. Estaba a sus órdenes. Inatento y expuesto, esa realidad me entró de un solo golpe y me dejó perplejo. También indignado o asqueado. Mi padre a veces iniciaba o completaba sus trabajos en una sala escritorio en el que solo se atesoraban libros, revistas y papeles, borradores y escritos que no se podían tocar. No eran secretos. Constituían el orden de un desorden para alguien con memoria visual. Solo él podía encontrar entre esas colinas de papeles lo que casi no le requería búsqueda. Una medianoche bajé hasta ese escritorio y le pregunté (tenía en la mente un diálogo que ya frente a él olvidé) por qué él trabajaba para esa gente, para qué les redactaba discursos e intervenciones. Para qué intentaba inútilmente hacerles ver bien. No miré el rostro de mi padre mientras le decía lo que esa noche le dije y que aquí quizás mal recuerdo. Él me escuchó, cuando terminé no dejó pausa ninguna y replicó: “Creo que no comprendes. No comprendes del todo”. Quizás yo no esperaba respuesta alguna por parte de él. Hoy me sigue pareciendo que esa noche hablé solo para mí mismo. Retorné a mi cuarto. Nunca más, que recuerde, se tocó el tema. Alguna vez le ayudé a ayudar a esa gente poderosa. También, nos distanciamos. Otros sucesos, por desgracia dolorosos, más adelante, nos permitieron ayudarnos sin llegar a sincerarnos.
Años después, cuando casi no nos veíamos, mi padre me contó por teléfono que tenía un sueño recurrente conmigo. Me veía desnudo escribiendo a máquina. Supongo quiso advertirme me cuidara. Hace unas horas, leyendo la dedicatoria de este libro, pensé que esa noche en que no conversamos, él tampoco me había comprendido. En la que quizás fue nuestra única noche de cercanía, ni él ni yo supimos decir ni hacer mucho. La distancia, disfrazada de respeto y cariño, o indiferencia, era algo común entre muchos varones, padres e hijos, conocidos que podrían haber llegado a amigos, chilenos. Esa noche yo no supe que entre nosotros se interponía un miedo, o muchos y que había que enfrentarlos. Él quizás lo sabía, pero no pudo o no quiso iniciar nada. Esa noche el hijo no supo pronunciar un “Te quiero, papá, aunque no entienda”. Tampoco me salió acercarme y abrazarlo, sin decir nada. Y él, un artista, un creador con muchas visiones, no logró producir la única respuesta balbuceable: “Yo también te quiero mucho, hijo”. No recuerdo que mi padre se acercara nunca hasta tocarme.
Sin duda le debo a mi padre y a mi abuela haber escrito, ya anciano, “Para subir al Jomalú”, aunque el libro no trate sobre ellos. He escrito y publicado otros libros, pero este es el único que me he sentido obligado a escribir. Quisiera creer que a él, Raúl Gallardo Lara, el autodidacta y tímido, de chilena provincia, le hubiera gustado que yo lo escribiese, aunque quizás resintiera contenidos y procedimientos. Tal vez alguna vez le hubiera mostrado el libro a alguien confiándole: “Este es un libro de mi hijo Helio. Es extraño y contiene en exceso desbordes, oscuridades y turbulencias. De repente es malo. Pero a mí me hubiera gustado tener sus sentimientos y escribirlo”.
Aunque ustedes no lo crean, el anciano de esta noche no habla nunca de su persona ni de una familia que quizás no lo fue nunca. Lo hago hoy, entre casi desconocidos, porque me debía una conversación con mi padre generoso, infranqueable y distante. Nada puede ser recuperado ya entre nosotros. Pero es bueno para ambos recordar que pudimos salvar nuestros afectos y no supimos hacerlo.
Le debo al amor intransable de mi abuela el haber comprendido que los sentimientos todos, los gratos y los temibles, son la parte más importante de uno mismo. Y que no se deben ocultar, ocurra lo que ocurra, porque no sobreviven a la tumba si no se expresan cuando se tienen. Jamás me dijo una palabra sobre esto. Se limitó a elegirme y a exponerme siempre como su nieto favorito. Siento que le debo todo, aunque no supe tampoco cumplirle bien a esta mujer formidable que nunca me extendió facturas.
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Ya dije que “Para subir al Jomalú” narra a los niños y jóvenes de Chile una historia de su país en menos de sesenta páginas. Prejuzga que ellos no tendrán mucha paciencia y se ha organizado de modo que pueda leerse partiendo de cualquiera de sus espacios. En sesenta páginas nadie puede contar una historia de ninguna población y este texto no busca informar sino hacer sentir.
Como ustedes no tienen por qué sentir como niños y jóvenes chilenos, (probablemente no sabrían qué hacer con esas emociones), limitaré mi lectura a un apartado del libro cuyo contenido puede explicarse previa y brevemente sin aburrir en demasía.
Chile, y con él toda América Latina, es una región de masacres. El año de 1907 se desató en la ciudad de Iquique (está muy al norte de Santiago, lejos) la conocida con el nombre de Matanza de la Escuela de Santa María de Iquique. Se asesinó allí a obreros del salitre y a sus familias que, como una sola presencia, solicitaban mejores condiciones de trabajo. Los acribillados fueron quizás más de 3.000, tal vez 5.000. Nadie los contó. Presidía el país un señor Pedro Montt. Dirigió a los criminales un militar que llevaba por nombre y apellidos los de Roberto Silva Renard, quien ya había ejecutado masacres de obreros en Valparaíso y Santiago. Entre los obreros asesinados en Santa María de Iquique estaba el español Manuel Vaca quien tenía como medio-hermano al también español Antonio Ramón Ramón. Aunque estos medio-hermanos se conocieron tarde, se hicieron emocionalmente inseparables. Antonio no estaba en Chile en el momento de la huelga y marcha de los trabajadores del salitre. Manuel Vaca, como todos sus compañeros, fue liquidado en la Escuela Santa María. Antonio Ramón Ramón viajó desde Argentina a Santiago de Chile al enterarse muy tardíamente del asesinato de su hermano. El 14 de diciembre de 1914 esperó en la calle Viel al general masacrador y le asestó varias puñaladas sin lograr matarlo. Lo dejó sin embargo inútil para mantener su carrera militar. Antonio Ramón fue apresado y juzgado varias veces. Entre circuitos judiciales y presidios su figura se torna borrosa y se extravía, excepto para la memoria anarquista y para los trabajadores.
Las ocho letras que siguen se ocupan de Antonio Ramón Ramón y de su hermano y de sus gentes. Se les considera a todos señales de una historia de Chile. Se inician con una alusión a dos cuecas mencionadas previamente en el texto más amplio y finaliza con fotogramas actuales.
PARA SUBIR AL JOMALÚ (situaciones)
I
(Lucha de clases le llaman)
La rosa y el clavel hicieron un juramento
y pusieron de testigos
a dios la Constitución y a un regimiento. La letra
cueca agrega
un pensamiento. La rosa viste de espinas
el clavel de sentimientos. La espina acosa al clavel
y éste se traga el cuento. Cuando quiere despertar
resulta violado y muerto.
II
(¿Palos con ella?)
El paso errático no lo pone la chicha de Curacaví.
La chicha esa famosa camina consistente
sí, ay ay ay.
El problema ocurre cuando se la bebe a solas
sin zapatos en calzones
ante un espejo en pieza oscura avisa
a gritos mal olor insuficiente oxígeno
sí, ay ay ay
frustración pedo calabozo exilio muerte.
Ay ay ay ay.
III
(Vengo a entregar mi corazón)
En la calle Viel
recuerde el nombre
Antonio Ramón Ramón encuentra a robertico
nombraron así a roberto silva renard sus tías Clara y Peteca
allá en linares estas señas puede olvidarlas
le asesta tres cuchilladas dos entre el cuello y la cara
una en el tórax
todas lisiantes de por vida
no será larga
tres cuchilladas de amor Fito Páez
promueve una solitaria
solo ofrece el corazón el Fito no lo entrega
estas puñaladas vienen en solidario grupo
cuando el general robertico desfallece
en brazos de una mujer intrusa se reclina
cree ver un cadáver
por la fosa de su nariz asoma un gusano
el cráneo acusa la entrada de dos orificios de bala
al fondo resuenan descargas de fusiles y gritos.
IV
(Hermanos)
Todo era ya oscuridad cuando el andaluz Manuel Vaca
recibió el último duro abrazo del boliviano Jesús Pedro Alanoca
ninguno escuchó la quinta descarga
ni el aullido de la muda mujer del argentino Florencio de los Santos
aferrada al suelo cubriendo a su chico de año y meses
“¡Sálvalo Dios Mío! pareció exhalar no se oyó
bien entre los turbios clamores de quienes agonizaban
convulsionados rotos cuerpos entre otros eran ya
cadáveres destrozados sueños hermanos
Humberto Parra con sus limpias botas de una sola marcha
la Mejido de quien nunca se supo era polaca peruana
sin papeles pero hacía un café duro en la madrugada
el dios de los trabajadores no tuvo tiempo para esquivar las balas
murió en el primer estruendo
un proyectil le entró por un ojo le reventó el cerebro
nueve ángeles escaparon ningún demonio entre sus sesos.
Fue un veintiuno de diciembre
el veinticuatro debía nacer el dios de roberto silva renard
arribado en blanco caballo desde Valparaíso
ordenó matar obreros le había tomado el gusto ¡insolentes
perros! refería
informado de la suerte del conflicto el presidente pedro montt
ni preguntó por el número de despedazados entremezclados rotos
pudieron ser tres mil seiscientos no los contó persona
no los contaron
montt y el obispo casanova encargado de salvar su alma brindaron
“¡Bien hecho!”. Ante el sagrario el obispo contrae crisis nerviosa.
V
(Agua en el desierto de Atacama)
En la Escuela Domingo Santa María de Iquique
el veintiuno de diciembre de 1907 fueron
ametrallados y asesinados tres o cuatro mil seres humanos
trabajadores mujeres de trabajadores hijos de trabajadores
hijas pedían mejores condiciones de trabajo vida
los juntaron en la escuela los masacraron en la luz de la tarde
bajada del desierto del mar venía un agua sucia inmensa
la oscuridad de la muerte
no todos eran chilenos los muertos hubo bolivianos argentinos
españoles peruanos judíos los criminales eran sí todos nacidos
en chile
nunca se construyó un Muro de los Lamentos
por la vida de los despedazados
ni un Corredor de la Indignación
ni un Palacio Avergonzado
o una Mediagua de los Suspiros.
Alguna literatura sí
un cantito afinado
ninguna enseñanza adolorida temblorosa terrible
capaz de impedir el sueño o quebrar para siempre
la copa de los vinos.
Los muertos hijos de los muertos carecieron de hermanos
primos sobrinos allegados.
VI
(El cartero viene volando)
En sitios de chile ciertos apellidos son comunes ruidosos
masacrator oligarchi bestiam impunigazca baquadano sacan aplausos
Antonio Ramón Ramón nació calladamente en Molvízar Granada
Andalucía a kilómetros de Itrabo donde por el frío
invernal
o la pobreza los niños no conceden a la partera su primer vagido.
Antonio Ramón Ramón vino volando lloraba y cantaba
quiso guardar tras un abrazo estrecho
luego de mucho mirarlo detenerse rumiarlo
la incompleta víscera de su medio hermano Manuel Vaca obrero
muerto barrido enterrado con otros
lo conoció en Marruecos cuando ya ambos platicaban
usaban pantalones anchos con cordel amarrados
se peinaban igual un peine para los dos bastaba
desde el primer día Manuel y Antonio callados
se miraron el rostro para sentirse siendo alguien familia
uno para el otro trabajadores con el chileno vengo
dijo el boliviano Alanoca con el chileno muero sentenció el peruano
Uchuy Condori negado a volar atendió a su primo Santiago Willka
destrozado a dos metros de Manuel Vaca de Itrabo
a tantas distancias kilómetros andadas
Antonio Ramón Ramón los trajo a todos en su corazón fueron besos
ninguno quedó rezagado atrás cual una mera sombra
vino volando Antonio ave cruzó la cordillera reconoció
las plumas de nieve de su infancia sola sin hermano
como una sangre la neblina como espíritu ¿quién te hiere?
¿Quién dispara Manuel se preguntaba dónde?
Donde producían sus cobardes balas los soldados en el barrio Viel
atacó Antonio no vengó a su hermano ni estaba loco
volando dejo un aviso dijo dejo un aviso es en serio muchachos
dame algo para el dolor de estómago Yacupaico hombre
se quejó tengo frío tengo frío me congelo
qué hermosas son las obreras murmuró finalmente
nunca dejen hermanos nunca dejen de bailar con ellas.
VII
(En el barrio la vida es más sabrosa)
Tras los zarpazos la Calle Viel devino objeto de culto
barrio viel quiso llamarse lo llamaron
junto a la fábrica para hacer disparos se alzaron estables velitas fucsias
se oró en las esquinas
la pose exaltada fue la de encogido como laucha tiritando
de toda edad el varón o la laucha y su rabo
para la mujer joven la de cuando la pasión
te agarra no te permite dejar el catre
se le pide al padre hurtado
a la virgen de elqui contra los flaites se les ruega
contra las urbanizadoras y sus grandes edificios
se les pide
en la población cifuentes hay seis lugares de rezo
en la cousiño nueve
en la Elena Barros se abrió un café
allí los varones esperan viendo tele
se apaguen algún día las velitas.
Antorchas se prendieron en cambio y banderas
vítores rugidos palmetazos
cuando la autoridad declaró al barrio monumento histórico
zona típica pintoresca arquitectónica memoria nacional
para que nunca desaparezca lo viejo lo usual
lo usado probado ejecutado con éxito
contra los edificios express se oró se maldijo
en casas y calles del barrio los ciudadanos retoman el camino
recorrido y por recorrer para ser buenos chilenos
hoy se suplica se prenden fuegos
contra un grupo del otro lado de la Avenida Matta
se reúnen de vez en cuando en esquinas para gritar como locos
¡ssh ssh bah puta la gueá a la shushe e su ma…!
¡ssh ssh bah puta la gueá a la shushe e su ma…!
como letanía aúllan cual mantra los ojos salidos
rastreando esperando algo caído del gris cielo
o del subsuelo surgido con una garra y espada
alguno alguna vez lleva una amplia bata floja
con el grabado de Antonio y su cabeza por sables rota
el frasco de veneno y la sonrisa extraviados
si le preguntan dice cree
contesta se trata de su tío el sssheee huevara él lo espera.
Reitera mueve la cabeza varias veces ese hombre llega ‘volando’.
VIII
(Me mandaron una carta. Like hell)
Ha llegado una carta sin sellar
no proviene de Iquique la carta
ni se origina
en Molvízar su sobre sin sello tampoco de calle Viel
tiene fecha imprecisa húmeda de subterráneo clandestino de gueto
en su frente una letra roja corrida destaca providencia
es un barrio al oriente de Santiago
no encontrará asiáticos pobres allí
una de sus pulidas avenidas celebra el 11 de septiembre
cuando se aplastó al comunismo
el nombre le viene al sector de unas monjas católicas
famosas por retener su meado
hasta casi treinta días you better run
agradecen entre risas a la virgen tener la peluda vulva
seca you better run chico
aunque sí defecan estas monjas con regularidad cristiana
incluso durante la misa y otras like hell liturgias.
En providencia you better run
recuerdan y celebran a miguel krassnoff martchenko
eso dice la letra de la carta
la señora gisela silva escribió parte de la existencia de miguelito
su libro va por la cuarta edición like hell objeto de culto
krassnoff en algún momento coronel del ejército de providencia
comuna de santiago chile pero con armamento propio
sus gentes le rinden honores al olor y color de su excremento
lo consideran saludable lo consumen en bolsas de té
remojadas en agua tibia
también para embadurnar bocadillos acompañar
fresas con crema lo favorece su textura con fibra alimento completo
el entonces oficial krasnoff fue condenado por el resto del país
representado por sus circuitos judiciales
a 140 años de prisión por acosar torturar violar asesinar
opositores políticos machacó a
Gabriel Salazar Vergara Patricio Bustos Streeter
Marcia Scantlebury Elizalde Erika Hennings Cepeda
Cecilia Bottai Monreal Carmen Bottai Monreal
Patricio Reyes Sutherland Ana María Arenas Romero
Pedro Alejandro Matta Lemoine Dagoberto Trincado Olivera
Elba Duarte Valle Lelia Pérez Valdés Gladys Díaz Armijo
Beatriz Bataszew Contreras Claudio Cabello Pino
Nieves Ayress Moreno Ingrid Heitmann Gigliotto Maritza Villegas Arteaga
Alejandro Núñez Soto Cristina Godoy Hinojosa Boris Lagunas León
por citar unos pocos nombres existencias personas familias cuerpos
vendados y amarrados muchas veces frente a frente con nadie
la fecha del homenaje providenciano al pávido criminal
es este veintiuno de noviembre del dosmilonce
quizás por ello la carta trae ese garrapateado rojo like hell
una cruz gamada y un ciego orificio sin párpados.
En providencia anhelan libre a krassnoff estiman
el negocio no tendría límites si él grabara comerciales
homeopáticos like hell
su mierda alcanzaría el precio del renio y más allá
a nadie golpearían las burbujas financieras you better run
krassnoff libre y cagando no tiene precio.
Solo las monjas continentes padecen de tristeza providencial
desde el auge del excremento krassnoffiano son varios años
su licor de oro casi no vende y atesorado apesta please dicen
a quien quiera escucharlas don’t run.
Tenaces estas monjas siguen sin asco ni pena con los severos
calzones tiesos los pétreos pendejos fuera de su alcance
allá en camino de tierra y húmeda pegajosa bruma
un niño con sueño se esfuerza por mantener abiertos sus ojos
no desea like hell perder mirada.
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Disculpen la violencia. Ya sé que aquí no se usa. Pero recuerden es lectura para niños y jóvenes de Chile.
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UNA REACCIÓN DESDE CHILE
Helio Gallardo: Para subir al Jomalú.
Gloria Favi Cortés [Profesora universitaria, Doctora en Literatura Latinoamerica, Universidad de Chile)
Helio Gallardo (1942), chileno, es profesor de Filosofía avecindado en Costa Rica desde 1973. Trabaja como profesor en las universidades de Costa Rica y Nacional de ese país donde se le reconoce por sus investigaciones sobre la realidad social y política popular en Latinoamérica. Algunos de sus textos, publicados en América Latina y España, son: 500 años: Fenomenología del mestizo. Violencia y resistencia (1993), Vigencia y mito de Ernesto Che Guevara (1997), Siglo XXI: Militar en la izquierda (2005), Siglo XXI: Producir un mundo (2006), Teoría Crítica: matriz y posibilidad de derechos humanos (2008) y América Latina/Honduras: Golpe de Estado y aparatos clericales (2011). Una parte significativa de su producción de artículos puede verse en su página electrónica Pensar América Latina [http://www.helio gallardo-americalatina.info/] Su producción poética no ha sido menor: Adquisición de un automóvil (2001), Para subir al Jomalú (2002), All¿together? Now(2007).
La segunda versión del texto poético Para subir al Jomalú (2012) era necesaria, según el decir de su autor, porque; “requería volver habitar Santiago para vivir el Jomalú. El Santiago finalmente requerido entrega la historia de Antonio Ramón y su barrio Viel. El solo testimonio de Antonio Ramón justifica el libro”.
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Nos preguntamos ¿Qué significado tiene la evocación real o imaginaria del Hotel Jomalú en la extensión de su abrazo protector las veinticuatro horas del día para acoger sin restricciones a miserables alcohólicos, traficantes, prostitutas y vagabundos del Norte y el Sur?
“No es posible llegar al Jomalú desde el Sur de allí vienen todos
sin papeles y cuando se les pregunta nadie escucha la respuesta
la respuesta es una tarjeta de crédito dicen los oficiales
y te abren paso tú vienes desde el Sur o sea de ninguna parte”
Una oralidad escéptica constata el fin de las utopías políticas en el Sur de nuestro continente y son los gestos y señales de superficie en el hablar cotidiano del poeta quienes refieren, con una sintaxis dislocada y desbordante, una historia circular de soledad, exilio y dolor.
“Estamos aquí
una gran familia en la que ninguno se reconoce
¡arribamos desde tantos distintos lugares¡
las empotradas pupilas muy abiertas
por los que penetra poco a poco pero intensamente la muerte.”
El poema, canto coral armado con desechos de lenguajes coloquiales, gatos muertos, cáscaras de plátanos pudriéndose, perros y orines, configura en un mismo estatus un andamiaje de “objetos reales”, una estructura, una forma, unos escalones gastados para subir a esta irrealidad, el Hotel Jomalú:
“Si logras arrimarte al Jomalú la entrada está abierta
es un boquete te conduce hacia arriba
peldaño a peldaño empeño infinito y vano
te obliga a treparlos ¿qué has dejado atrás? ¿qué te persigue?
El desarrollo del poema trabaja en varias direcciones temporales y aunque no transmite la historia lineal de la República de Chile y el fin de la Unidad Popular chilena( 1970-1973) el texto en sí configura una indagación circular colectiva sobre los efectos de la violencia e intensidad del Poder del Imperio en la función apelativa de un lenguaje premonitorio:
“Si ratas hamburguesas y plástico pueden dominar el planeta
¿cuál será el valor de este mundo? Miles de ratones y patos antropomórficos
ratón y pato con sus perros ojo manso vacuo anclado en una violencia
inhumana sobrinos fauna lavada tersa astuta nacida de la voluntad
de explotación degradación”.
Este discurso frenético abandona las antiguas técnicas retóricas y persuasivas para convencer de la veracidad de sus dichos y nombra, para conmover a su auditorio, a la víctima más hermosa del Imperio.
“Tú sabes Norma Jean así es el sistema”
Así es el sistema y la guerra a la Unidad Popular chilena se despliega en el hablar del poeta junto a voces dislocadas desde márgenes que se contradicen y niegan su ingreso a una posible linealidad y racionalidad en el relato.
“Es un gobierno de mierda pero es el nuestro”
“a mí no me la ponís” era el himno de este contingente todos abstemios héroes
pero ebrios hasta las botas”
“¡ Soy Vallejo¡¡ soy Garreta¡ soy el indio Candia ¿recuerdas?”
El desfile exhaustivo de errores tácticos, la interpelación constante a la escasa habilidad política del gobierno de Salvador Allende y finalmente la imposición a sangre y balas de la economía neoliberal en Chile, transitan a través de largos cantos de ira y dolor y configuran el escenario para una ópera trágica, la figura de Salvador Allende en el tiempo de las conjuras y traiciones.
“Tapen el cuerpo” “Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto”
El poeta se integra al coro en este decir colectivo que adquiere la ilusión de una vital energía para exorcizar la violencia y dolor en los compases de una cueca, baile nacional que se transforma en telón de fondo y acción para realizar la imitación paródica de la lucha de clases.
“La rosa y el clavel hicieron su juramento
y pusieron de testigos
a dios la Constitución y a un regimiento. La letra
cueca agrega
un pensamiento. La rosa se viste de espinas
el clavel de sentimientos. La espina acosa al clavel
y este se traga el cuento. Cuando quiere despertar
resulta violado y muerto”.
El uso del habla coloquial en el Chile de los años 70; “mayoneso” “gallo chueco” “chorear” “encachado” “ñeque”, generan la complicidad significativa con un contexto histórico situado que contrapone, en el texto, el espacio del exilio con giros lingüísticos y nominaciones de floras y faunas foráneas; (“añañuca”, “carambola” “cerrica”).
La influencia de los medios de comunicación masivos, la caída de los Grandes Relatos y en una aparente banalización del qué decir del discurso, el narrador transforma su gestualidad corporal en una interacción inmediata con los habitantes de la sociedad del espectáculo; así las alusiones indistintivas y en el mismo nivel jerárquico con personajes cinematográficos de la guerra de las Galaxias ( Darth Vader), la mitología griega (Zeus tronante), comic (los Simpson), Pedro Alarcón Ramírez, el Conchetuma (su rastro perdido en la Argentina) la pituca y el Lucho, (detenidos desaparecidos), confieren al discurso la autoridad para rescatar desde los “basurales del lenguaje”, el recuerdo, el dolor, la muerte, el exilio, los torturados, los desaparecidos.
En líneas anteriores nos referimos al desarrollo del poema en su condición de indagación circular colectiva, carga de energía constante para rearmar fragmentos del presente y pasado que construyen y reconstruyen una conciencia que nunca olvida. El canto poético, émulo de los laberintos de la memoria, se inicia y finaliza con el mismo discurso “Para subir al Jomalú” círculo infernal que sustenta la memoria en gritos de huéspedes detenidos y torturados con recuerdos y olores putrefactos.
“Nadie ha escapado nunca del Jomalú
El sol ciega y atrapa”
“Nada logra desplazar el cansancio de la memoria
Apremiada por una venta de oro y una relojería”
El poeta se desplaza en distintos escenarios pero tiene la certeza que “El Jomalú ya no es igual cuando se le abandona”.Sus mugrosos escalones tal vez aluden a los círculos del Infierno evocados por Dante:
“Si yo creyera que mi respuesta fuese
a persona que debe volver al mundo,
esta llama estaría sin más callada;
pero como ya nunca desde este fondo
vivo no volvió nadie, si lo que oigo es cierto,
sin temor de infamia te respondo."
Dante: El Infierno, XXVII
El poeta escapa del Infierno, metáfora del “Jomalú” y es quien “otra vez volviera al mundo” para sobrevivir al hondo abismo y responder:
“Este dolor lo produjimos entre todos
grotesca admiración chilena por la fuerza en el escudo de la nación
razón de clase fuerza de clase ruda inscripción para quienes cultivan otras razones”
En su condición circular el Hotel necesita ser “vivido” porque jamás se reitera en su inocente y ridícula proyección arquitectónica; “un hiriente eructo hacia adentro ardiente plátano muerto” espacio de la obsesión de fantasmas heridos en otros tiempos y lugares:
“En las piezas del Jomalú no hay ventanas ni te las imaginas
las paredes amarillas se apoderan de tus ojos
si te acostumbras lees violentamente de quienes en algún momento residieron”
Pero el sofocante eructo que es “El Jomalú”, repite dice.”Ya, deja de soñar, hermano, vamos”.
Reafirmación final para constatar que la poesía no conduce a ninguna parte, pero reivindica la seriedad del poeta en su intento para responder, sin temor de infamia, a un fragmento de la historia de Chile.
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Sabanilla, abril/mayo/ 2012
Santiago de Chile, junio/2012