Conversación con estudiantes, administrativos y docentes

de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional (Heredia, Costa Rica)

con motivo de su Segunda Semana de Ciencias Sociales (octubre 2006)..

 

    1.- Gracias por la invitación. Se me ha solicitado una ponencia sobre “Nuevos actores sociales en América Latina”. Lo que voy a hacer es esbozar algunos antecedentes, tratar de precisar el concepto en perspectiva latinoamericana y a mostrar algunas posibilidades de desarrollo o de frustración y derrota en relación con estos nuevos actores en tanto se expresan como movimientos sociales populares.

    2.- El antecedente matricial de estos llamados “nuevos actores sociales” está en la década de los sesentas del siglo pasado. Algunos autores, Wallerstein, entre otros, estima que en esa década se gestó la sensibilidad de lo que podría ser el siglo XXI. Aunque lo que viene de inmediato a la memoria de algunos en relación con esa década es Woodstock, los hippies, el amplio rechazo a la guerra contra el pueblo de Vietnam, que son formas de movilizaciones y pueden expresar movimientos sociales… quiero destacar aquí específicamente los movimientos de jóvenes y estudiantes, el feminismo de nuevo tipo (ligado a la revolución de los anticonceptivos de eficacia casi total y a una teoría de sexo-género desde la perspectiva de las mujeres) y al ambientalismo de rango amplio (que ahora se llamaría ecologismo radical). La constitución de estos movimientos, sus acciones e irradiación, gestaron inicialmente, por su incidencia y espectacularidad, lo que se dio en llamar “nuevos actores sociales”.

    Por supuesto no eran nuevos. Su ‘novedad’ lo era en relación con el movimiento obrero, aquí considerado ‘viejo’ o ‘tradicional’ o ‘único’ movimiento social legítimo.

    Lo nuevo de los nuevos actores no era su presencia (y su capacidad para determinar escenarios y referentes sociales), sino su carácter. Se querían revolucionarios aunque ya avisaban la tesis no de asaltar el poder sino de transformar sus prácticas y la matriz de esas prácticas, no aceptaban el criterio de la lucha de clases como determinación exclusiva y principal de las contradicciones sociales, rechazaban la administración burocrática tanto del comunismo como del capitalismo construidos hasta ese momento y hacían del tema de la identidad social, por oposición a las identificaciones inerciales, un referente central de su práctica transgresora o revolucionaria. Lo nuevo era por tanto su carácter. Y este carácter resignificaba luchas. No solo las propias.

    Desde luego estas movilizaciones y movimientos se proyectaron a América Latina y se dieron expresión entre nosotros. Tuvimos relativa suerte con ellos. Esto quiere decir que mayoritariamente los adaptamos a nuestras exigencias y desafíos y que los hicimos dialogar e interpenetrarse con nuestros entornos. O sea los asumimos desde nuestra realidad. No siempre hacemos eso. Jóvenes y estudiantes tuvieron, infortunada pero previsiblemente, su malévolo Tlatelolco, los ambientalistas más consistentes devinieron ecologistas radicales y las feministas de nuevo tipo se radicaron, principal aunque no exclusivamente, en las luchas de mujeres con teoría de género y en redes de mujeres populares. El carácter de estos nuevos actores incidió asimismo en la recalificación de algunos movimientos como el campesino (la muestra más alta es el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra brasileño) y el de los pueblos originarios o profundos de América inicialmente gestado como repulsa y respuesta de y ante los esfuerzos por “celebrar” el Quinto Centenario de la Conquista de América.

    También, como en todo fenómeno social, tuvimos (o nos produjimos) mala suerte. Algunos cientistas sociales aprovecharon la ocasión para confirmar el entierro de la lucha de clases y su meta socialista y transformaron a los ‘nuevos actores’ en moda sociológica. Posteriormente, iniciada la década de los noventas, algunos de los frentes abiertos por los nuevos actores devinieron espacio para las ONGs impulsadas por organismos internacionales, como el Banco Mundial, ONGs empeñadas en clientelas y proyectos y no en procesos liberadores de transformación. La mala suerte culmina con la conversión de las escuelas de formación de profesionales en Ciencias Sociales que hoy se preparan para ingresar a las ONGs de ese tipo o fundar alguna propia. No voy a abundar en este trayecto de desgracia porque es todavía parte importante de lo que impera en estos sectores o frentes sobre ‘nuevos actores’ y probablemente ustedes ya hayan realizado hasta tesis de grado sobre este aspecto de la realidad profesional.

    3.- En relación con esta matriz inicial nosotros (los latinoamericanos) sobrepusimos y a veces combinamos tres referentes centrales de la sociohistoria regional: la lucha revolucionaria exitosa del pueblo cubano, fuerte interlocutora de la Teoría de dependencia, la Teología latinoamericana de la liberación con su imaginario de una Iglesia Rebelde o Popular, y los regímenes de Seguridad Nacional y su terror de Estado. En todos ellos, aunque de diversa manera, resaltaba la reconfiguración de la noción de lo popular o del pueblo como movilización social, y específicamente el papel de la fe religiosa liberadora en la lucha social antiidolátrica y la posibilidad de un movimiento popular de derechos humanos. Ejemplos de estas combinaciones son la aparición de “comandantas” en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la incorporación de alguna especificidad para las mujeres campesinas en análisis tan clasistamente ortodoxos como los de James Petras, la importancia social de discernir entre los ídolos de la muerte y el Dios de la Vida como referencia de un movimiento de creyentes religiosos por la liberación, y la crítica popular y alternativa al Derecho natural y a la concepción liberal o meramente ‘progresista’ de derechos humanos. La decantación más expresiva de estas combinaciones y superposiciones es el MST brasileño, fundado en enero de 1985, y ya antes mencionado.

    4.- Por supuesto, el pensamiento único reinante de la década de los noventas, y anticipado más polémicamente en Chile desde mediados de los setentas, hace de estas movilizaciones sociohistóricas (no he mencionado entre ellas las “explosiones” sociales) y de su incidencia en interlocutores políticos institucionales, un único saco estigmatizado como “populismo”. Este ‘populismo’, también de nuevo cuño, comprende a los sectores sociales populares y a sus organizaciones y a los políticos que de una u otra manera, en especial como discurso electoral,  les prestan atención o les hacen promesas. Básicamente ‘populismo’ determina aquí el desafuero o ‘aberración’ de buscar mayores posibilidades para los sectores sociohistóricamente más vulnerables, sectores rurales, indígenas, mujeres jóvenes, trabajadores y capas medias pauperizadas… mediante una mejor distribución de la riqueza y de las oportunidades sociales, o sea haciendo descender el coeficiente de Gini, sin que aumente previamente la producción y la productividad del trabajo. Este populismo, según el pensamiento único, crea así inflación, desestabiliza la macroeconomía, interviene políticamente el mercado y hace más pobres a los más pobres con su propuesta demagógica y clientelista. Corresponde entonces rasgarse las vestiduras, denunciar las peticiones de los trabajadores como parásitas y sus derechos como privilegios y proclamar que los salarios deben estar determinados por la oferta y demanda y que la gente debe tener los servicios que pueda pagar. Igualmente las demandas sociales del ‘populismo’ movimientista generan, para este pensamiento único o neoliberalismo latinoamericano, turbulencias a la gobernabilidad y constituyen el principal factor de crisis de ingobernabilidad (como ocurre en Ecuador, por ejemplo). Sus protagonistas deberían ser perseguidos, procesados y condenados. Creo que este punto es demasiado conocido en la Costa Rica del enfrentamiento por el TLC como para abundar más en ello.

    En el contexto anterior, la prensa empezó a denunciar los triunfos electorales de candidatos no deseados por un sistema que creyó completo su triunfo, una especie de final de la historia en versión degradada, “latina” o a lo Ricky Martin, desde la década de los noventas. Lula, Kirchner, Chávez, Morales, incluso Bachelet, la amenaza de López Obrador, de Ortega, de Correa, de Humala, según la ignorancia (efectiva o fingida) periodística estarían marcando el “retorno de la izquierda”, obviamente populista. Como conjuro se celebra el triunfo de García en Perú, de Calderón en México y de Noboa (este último como menos malo) en Ecuador frente a los candidatos populistas considerados groseramente nacionalistas, psicópatas, productores de miseria y encerrados en un furioso y visceral antiyanquismo. Este “retorno de la izquierda” incluiría un Eje del Mal: Cuba, Venezuela y Bolivia. Se los liga con todo lo anterior y con cualquier insulto que se desee agregar (uno de ellos además quiere reconocer jurídicamente a sus aymaras, quechuas y tupí guaraníes como seres humanos particulares y universales) y a delirios específicos como democracia participativa, bolivarismo, sujeto jurídico colectivo y hasta socialismo.

    Adversando y criticando este pensamiento y gruñido único, que acompaña en América Latina a la globalización (o sea, en el período, a los ajustes estructurales, a la reforma del Estado, a la privatización, desrregulación, al flat tax, a la flexibilización de la oferta laboral, a la polarización social, a la precarización de los sectores medios, a los TLC con Estados Unidos, a las migraciones forzosas, al neocolonialismo oligárquico), estos ‘populismos’ han recibido asimismo el nombre de ‘nuevos movimientos populares’. El nombre designa conceptualmente una realidad compleja y seguramente disímil que contiene al menos movilizaciones electorales, y su orientación programática. Esta última se orientaría a la reducción de la desigualdad social lo que se lograría por medio de la regulación política de las relaciones económicas. El principal objetivo de la sociedad para con el individuo sería su bien vivir en sociedades que tienden a la no discriminación y a la justicia social. Sergio Reuben, aquí en Costa Rica, ha descrito la lógica básica de estos “nuevos movimientos sociales” latinoamericanos: “En una sociedad “integrada” a los flujos del comercio internacional, la capacidad de competir en ese mercado no se origina en los bajos salarios, sino en el rendimiento de la inversión. Y ese rendimiento depende más de las condiciones infraestructurales del país, de salud, de educación, de bienestar de la fuerza de trabajo, del ambiente de integración social, que del nivel de los salarios”. Este programa supone una nueva sensibilidad, opuesta al pensamiento único, por lo demás conflictivamente en decadencia pero vigente en las prácticas inconsultas de los gobiernos, nueva sensibilidad que reclama el control sobre los recursos naturales del territorio, un mejor reparto de los bienes socialmente producidos y la crítica o desahucio de las minorías dirigentes tradicionales por su incapacidad política y administrativa. La movilización agita además los temas de la integración latinoamericana, agitación que enfrenta al Tratado de Libre Comercio de las Américas, afirma la juridicidad y legitimidad del Sujeto Social, tensiona las instituciones democráticas representativas, de matriz liberal, con las tesis de democracia participativa y sustancial, y determina a los procesos enemigos como neocolonialismo. Sus expresiones mas relevantes, por motivos diversos, estarían en Ecuador, Venezuela y especialmente en Bolivia.

    5.- Se observó ya que estos últimos “movimientos sociales populares” designan más bien movilizaciones ciudadanas, electorales y sociales. Estas movilizaciones reclaman legitimidad social más que legalidad, aunque pueden considerarse dentro de los límites de la lucha parlamentaria. Ahora una movilización social no es un movimiento social popular porque este último descansa en raíces particulares, formas propias de organización, determinación de enemigos (esto es decisivo para la lucha por autoproducir identidades no inerciales y para sus articulaciones positivas), producción de teoría social particular, testimonio o irradiación de universalidad (entendida como no discriminación y producción de humanidad genérica) y un horizonte utópico antisistémico. Una movilización tiende a existir solo cuando se mueve. Un movimiento incide aunque no esté luchando en la calle o definiendo un resultado electoral. Por supuesto un movimiento también puede estar en huelgas de hambre, ocupaciones, bloqueos e incluso en alzamientos armados. El movimiento incide aunque no esté directamente luchando porque uno de los componentes de su lucha es cultural, simbólico. Entonces, está presente en la sensibilidad o espiritualidad de las gentes, aunque no salga a las calles.

    6.- Un movimiento social popular, en lo que aquí interesa, puede ser determinado por sus esfuerzos de integración hacia adentro, esfuerzo que llamaremos de consecución de autonomía, y por el testimonio de esta integración hacia otros sectores populares para que se organicen desde sí mismos como movilizaciones, explosiones o movimientos populares. La experiencia latinoamericana muestra que estas acciones o procesos populares surgen desde experiencias de contraste que convocan a espacios de encuentro, lucha y organización. Estas prácticas integradoras constituyen procesos de autotransferencias de poder y de testimonios de autoestima (que no es narcisismo) que configuran la autoproducción de identidades sociales y personales. Por supuesto estoy hablando aquí de referentes tipos o ideales, no directamente de experiencias sociohistóricas. Las principales de estas últimas experiencias, con sus fuerzas y debilidades, éxitos y fracasos, son El MST brasileño y el Pachakutik ecuatoriano.

    Uno de los supuestos sociales de esta manera de entender los nuevos movimientos sociales, nuevos por su carácter porque han existido desde la Conquista, es que el sistema vigente produce, estructural y también conscientemente, desagregaciones populares como condición para su reproducción (Alberto Binder: La sociedad fragmentaria). Las prácticas políticas populares surgen como resistencia y contestación de estas prácticas desagregadoras. En este sentido se proponen como cultura (forma de estar en el mundo y de producirlo y apropiárselo) alternativa y liberadora.

    Los ejes o principios de dominación que generan experiencias de contraste son los configurados por la economía política, la administración libidinal de la sociedad, las identificaciones inerciales e ideologías de naturalización que constituyen la existencia cotidiana, la racionalidad ideológica que domina la producción simbólica, y las instituciones politicistas.

    Como se advierte, la expresión ‘nuevos actores sociales en América Latina’ es polisémica, tiene un rango amplio que viene desde el anatema hasta su consideración como expresión plural de una sociedad civil emergente que materializa las posibilidades de una transformación radical por liberadora. Estos últimos son los movimientos sociales populares.

     Desde este punto de vista, aquí apenas apuntado, los movimientos sociales populares y los actores que los personifican pueden ser alternativos, o sea tener alcance revolucionario (que no es idéntico a hacer la revolución), a cualquier escala (desde uno mismo, desde la pareja, etc.) y en cualquier correlación politicista de fuerzas. De hecho, no es que estos esfuerzos y procesos, micros y macros, ‘puedan’ tener alcance revolucionario sino que deben exigirse tenerlo. Y por ello deben darse a sí mismos ciertas condiciones.

    Los movimientos sociales populares, descritos de esta última manera, se inscriben en la movilización popular en donde ‘pueblo’ es una categoría, es decir propia de un discurso analítico, que designa a los sectores sociales que no son dueños de su vida… y lo saben (Lalive D’Epinay). En este sentido el pueblo es plural puede articularse complejamente y la lucha social se compone precisamente de muchas luchas particulares (por autotransferencias de poder particularizadas) que desean proyectarse universalmente para que el ser humano, como libre juego de sus facultades, sea posible.

    De repente, cualquier día, las universidades les piden excusas a estos últimos “nuevos actores sociales”, por haberlos ignorado o transformado en objetos de conocimiento disciplinar (en cosas a ser tratadas, disecadas, observadas) y les solicitan permiso para, con humildad, aprender a acompañarlos.