Solidaridad Global,

Universidad Nacional Villa María,

Argentina, noviembre 2011.

 

     En el inicio de este siglo, la declaratoria de guerra global preventiva contra el terrorismo, decretada por la administración estadounidense de Bush Jr., implicó geopolíticamente la quiebra de Naciones Unidas. No es que la ONU fuese una instancia muy sólida antes, pero al menos fingía. La invasión de Irak (2003), resuelta por EUA, la liquidó hasta en sus formas al violentar su Consejo de Seguridad. La agresión quedó impune y el Estado transgresor siguió siendo parte de ese mismo Consejo y con capacidad de veto en él. Los funcionarios de la institución han seguido cobrando sus salarios. Se recordará que la Carta de la ONU obliga a sus miembros a arreglar sus controversias internacionales “por medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro ni la paz y la seguridad internacionales ni la justicia” (art.2). En la invasión de Irak concurrieron la mentira (Irak ni poseía armamentos de destrucción masiva ni tampoco sostenía grupos terroristas) y la devastadora concentración unilateral de poder (Irak carecía de capacidad para atacar a EUA u Occidente; invadirlo tumultuosamente era como castigar a garrotazos a un niño). Ni siquiera debería mencionarse aquí, por intelectualmente indecente, la pretensión de ‘llevar la democracia a los iraquíes’.
 
    La mentira orquestada y el ejercicio del ‘derecho al garrote’ quedaron internacionalmente impunes. Tras las masacres, las desagregaciones, el dolor y las furias (que permanecen y explotan) nadie, o casi, dijo nada. El Estado agresor y sus socios ocupan sus butacas en Naciones Unidas. Es posible imaginar a sus embajadores y representantes acudir a sus diversas sesiones en el organismo agresiva y ferozmente armados mientras funcionarios prolijos despojan hasta de sus cepillos y cremas dentales, como en los aeropuertos, a los diplomáticos de los Estados que carecen de garrote. Sus utensilios podrían contener gas letal o explotar mientras los criminales hacen discursos acerca de por qué sus matanzas no les manchan con sangre y son en cambio el camino para darle eterna paz al mundo.

    Este 2011 (y tras los fracasos de las expediciones militares en Afganistán e Irak) asistió a otro paso de la escalada brutal con que se intenta controlar el planeta, posesionarse de sus riquezas naturales y diezmar pueblos y culturas o, si se prefiere, aniquilarlos del todo. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acordó primero el uso de la fuerza militar (EUA, Reino Unido, Francia) contra el gobierno de Libia que enfrentaba a grupos insurreccionales. Se afirmaba que el régimen libio había causado 2.000 víctimas en el conflicto interno. [Aunque cada víctima es un mundo de dolor, y en este rubro, el del dolor humano, no es pertinente cotejar, en Guatemala, entre 1978-86, la represión estatal militar causó 250.000 muertos y un millón y medio de indígenas desplazados. El genocidio incluyó 667 masacres y la desaparición total de 443 aldeas. En Guatemala también existía un alzamiento contra dictadores militares y su ‘orden’ social. Pero nadie intervino a favor de las víctimas y para potenciar a los insurrectos. En Ruanda (1994), el genocidio a cargo de militares y milicias hutus causó la muerte de al menos 800.000 tutsis. El genocidio fue en parte financiado por el Banco Mundial y el FMI, agencias de la ONU. Contó asimismo con la ‘negligencia’ cómplice de Francia y EUA]. Como la primera decisión de la ONU no fue suficiente para fulminar al gobierno libio, apoyado por una parte significativa de su pueblo, se abrió paso a la intervención de la OTAN (marzo del 2011) que resolvió cruentamente el conflicto civil en este reciente mes de octubre. La intervención armada en Libia tuvo objetivos geopolíticos: restablecer el nivel de seguridad regional de Israel tras la caída del régimen de Mubarak en Egipto, y económicos: la participación occidental, rusa y china, en los contratos de petróleo, gas natural, minerales e infraestructura que “requiere” Libia tras su destrucción.

    Los hechos descritos son señales de la barbarie que se avisa en este siglo XXI. Todas las instituciones están en peligro de ser resemantizadas en términos de intereses geopolíticos y la concurrente acumulación mundial de capital. No habrá defensa factible contra el garrote si lo esgrime un poderoso. La opinión y razones de los no-poderosos no serán tomadas en cuenta en absoluto. Rechazando una eventual aceptación de un Estado palestino por la Asamblea General de Naciones Unidas, el presidente Obama sentenció, despreciativo: “La paz no vendrá a través de comunicados y resoluciones en las Naciones Unidas” (21/09/2011). El conflicto, a su juicio, se resolverá mediante el ‘dialogo’ entre los etnocidas dirigentes de un Israel armado nuclearmente y los dirigentes palestinos, quienes aportan sus mártires y las piedras. Tutela la plática, EUA.

    Hasta aquí las señales obscenas.

    En un frente diverso, la prolongada crisis económico-social del ‘orden’ capitalista ha decantado movilizaciones pequeñas, pero persistentes, de “indignados” en Europa y EUA. Además de minoritarias, las protestas reúnen motivaciones con alcances variados: desde quienes desean un lugar propio en el sistema hasta quienes resienten el sistema mismo pasando por los que exigen castigo para los responsables del desempleo, las deficientes prestaciones sociales y la inatención a las necesidades de la población. Los manifestantes han sido reprimidos y silenciados. Las protestas en el mundo musulmán son legítimas, pero irracionales y desproporcionadas en el mundo occidental y cristiano. ¿Representan los ‘indignados’ una señal de cambio, una necesaria re-politización de minorías? Probablemente no. Si lo fuesen, y aumentaran su número, los manifestantes serían masacrados. Por ello, parecen signo de otro proceso que algunos ya habían advertido: los malestares del subdesarrollo y del Tercer Mundo durante el siglo XX no fueron generados por poblaciones que estuvieran retrasadas o a la zaga del Primer Mundo: eran su anticipación. No es que el futuro tecnológico irrumpa entre los condenados de la tierra. Es que estos condenados, las poblaciones ‘sobrantes’, eran y son el futuro del planeta si éste no cambia de rumbo radicalmente.

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