Colegio Humanístico,
Heredia, Costa Rica,
8 de abril 2010.
Gracias por invitarme a conversar esta mañana con los estudiantes del Colegio Humanístico. Gracias por su presencia. El tema propuesto es “Humanismo desde América Latina”. Voy a referirme puntualmente a tres cuestiones en relación con este título. Primero, una aproximación al concepto de humanismo (que ustedes deben conocer de sobra). Segundo, a la región latinoamericana como un espacio privilegiado para los estudios y comportamientos humanísticos. Y, por último, a la necesidad y urgencia de un aporte humanista desde América Latina para avanzar en la transformación desde desafíos mundiales a la configuración de problemas mundiales.
1.- El término ‘humanismo’ y su concepto
‘Humanismo’ es un término genérico y también específico. Su referente inmediato es “humanus” y “humanitas” que a su vez fueron versiones latinas del griego, “filantropía”. Filo (philo) y ántropos. Simpatía o amor o cuidado por los seres humanos, incluyendo a uno mismo. Cultivar al ser humano y sus producciones. Este Colegio Humanístico es un lugar de studia humanitatis, un espacio que debería testimoniar simpatía por las producciones y cosas humanas…, distanciándose así del interés escolástico y medieval por las cuestiones teológicas (referentes a Dios). El término más preciso: humanismo, fue creación del habla germánica (Humanismus), hace poco, a inicios del siglo XIX, cuando ustedes todavía no postulaban para ingresar a este Colegio y quien habla era ya algo anciano.
La filantropía asociada con humanitatis tiene un sesgo romántico, se interesa en las cosas humanas, las pone en su centro de interés, pero ve a los seres humanos en lo que expresan de hermoso, de noble, de solidario. Exalta la fraternidad y la paz de que son capaces los seres humanos. No hay que olvidar este rasgo romántico e idealista del humanismo, tanto en su uso genérico como en el más específico. No hay que olvidarlo porque los seres humanos somos también capaces de producir guerras, comportarnos egoísta y cruelmente, de engañar, de buscar y utilizar capacidades para envilecer la existencia nuestra y la de todo el planeta. En este momento se habla de un desafío del ambiente natural (al social se le nombra menos) y se prolonga una salvaje guerra de ocupación en Afganistán. Pero también hay guerras en las carreteras de Costa Rica y frecuentes femicidios. Y abusos contra niñas y niños. ¡Y tanto comportamiento miserable! De modo que la especie humana y sus culturas tienen su lado o frente de luz y empatía y también su lado o frente de odio y oscuridad. Cuando uno dice “humanismo” está hablando de una exaltación del primer frente. Es asimismo el frente que quiere exaltar este público Colegio Humanístico que es construcción del día con día de ustedes y de sus profesores. Entonces hay que criticar y denunciar el lado odioso y negativo que tenemos los seres humanos, y su traslado a las instituciones que nos damos, y apoderar (potenciar) lo que nos hace mejores personas o parece hacerlo.
Ayer apareció en el principal medio impreso del país un artículo algo extenso del ya saliente presidente Arias. Le escribe al presidente de Uruguay, José Alberto Mujica, una carta pidiéndole que elimine el ejército de ese país. La idea de proscribir los ejércitos en todo el mundo, dificultando así las guerras, es propia de un imaginario humanista. Lo menciono no por hacer propaganda al presidente Arias, él solito se la hace y es más que suficiente, sino porque la publicación de su carta coincidió con esta charla y me pareció oportuno hacerles notar que las ideas humanistas existen, aunque en una ‘era de buenos negocios’ como los actuales, donde los seres humanos son reducidos a ‘compradores’ y ‘espectadores’, tengan escaso eco. También es cierto que en términos de relaciones internacionales es poco prudente que un presidente le pida directamente a otro en una carta pública que de un paso como ése. Se ve impropio, aunque fuesen amigos personales, que no lo son. Hay otros medios. Pero cualesquiera hayan sido las intenciones del presidente Arias, la idea de que no haya ejércitos en América Latina, y en todo el mundo, con su tonalidad romántica e idealista, es humanista.
En Occidente se llama y reconoce como Humanismo a un movimiento cultural que floreció principalmente en el siglo XV y que se inscribe como un factor de la sensibilidad que en ese momento estaba en gestación y que es la sensibilidad moderna: la Modernidad. La sensibilidad moderna desplaza a la sensibilidad medieval (feudal y absolutista) que puede ser llamada teocéntrica (Dios y la salvación como eje). La sensibilidad moderna se propone como antropocéntrica. En ella, los seres humanos son (o somos) la medida de los seres humanos. Somos nuestra propia medida. Y para ello se enfatiza, en lo que aquí interesa, la literatura (Letras) de la Antigüedad griega y latina. Y se ofrecen otras señales: se reemplaza al guerrero medieval por un caballero que combina su pericia militar con su gracia al escribir. El individuo ya no es tampoco un pecador, sino alguien a quien Dios bendice porque con sus acciones o trabajo obtiene dinero, poder y prestigio. Tal vez algo más importante para ustedes: reaparecen las discusiones, ésas que los profesores del Colegio les imponen en sus trabajos y en el aula y que ustedes despliegan, espontánea o mañosamente, en los pasillos o recreos.
Y ¿por qué reaparecen las discusiones (y con ellos las razones y La Razón humana)? Pues porque en el medioevo se imponían los argumentos o afirmaciones de la autoridad. ¡Quién va a discutir la propuesta de un cura que sostiene que por él habla Dios o Aristóteles! ¡O juzgar la propuesta (orden) de un rey cuando se es su vasallo! Obispos y monarcas tenían poder sobre la vida y la muerte. Un dicho de esa época condensa el asunto: El deseo del rey es la ley. El Humanismo como sensibilidad cultural enfrenta a señores, sacerdotes, reyes (aunque finja que les proporciona un espectáculo) porque grita (aunque se lo calle) que las producciones humanas son la única medida para estimar el valor (dignidad) de los seres humanos. Ustedes han nacido en la modernidad y también en América Latina, que es algo señorial. Ustedes deberían sentir (que es una manera de saber) que ustedes (sus acciones) son su propio medida y también la medida de la humanidad como especie. Solo tres nombres que ustedes quizás estudian en este Colegio: Francesco Petrarca (1304-1374), Dante Alighieri (1265-1321), ambos italianos, y Erasmo de Rótterdam (1469-1536), holandés. Puede considerarse también humanista y moderno a Cristóbal Colón (1450?-1506) quien abrió lo que hoy es América para la civilización europea.
2.- América Latina como espacio privilegiado para la sensibilidad humanista
Bueno, asociamos el humanismo con un imaginario de exaltación romántica antropocentrado y con los viajes de Cristóbal Colón. Ambos elementos son señales de los tiempos modernos. No las únicas señales, porque existen procesos (Renacimiento, Reforma, Revolución Francesa, Revolución Industrial, por citar cuatro de las más conocidas), señales de una modernidad en gestación. De un proceso que desde Europa comenzaba a hacerse planetario y que requería del “descubrimiento” o “invención” de América. Y con ello, de lo que hoy llamamos América Latina.
Eso que cómodamente llamamos ‘América Latina’, y que posee realidades muy variadas y enfrentadas, es una región privilegiada para los estudios humanísticos y para las actitudes y prácticas que pueden asociarse con él. O sea ustedes estudian muy oportunamente en un lugar muy adecuado porque Costa Rica está en América Latina (aunque a algunos no les agrade). Esta es la parte buena. La parte menos buena, que hasta podría considerarse tenebrosa, según se la asuma, es que América Latina es un área privilegiada para los estudios humanísticos pero porque nuestra historia y las instituciones que nos hemos dado (ustedes todavía no son enteramente responsables por ellas) se han caracterizado y caracterizan por negar al ser humano, por exaltar y recomendar su sujeción (cautiverio) y hasta su destrucción si ello resulta conveniente para el ‘orden’ social. Nuestras ‘culturas’ son fuertemente señoriales, la propiedad y la economía que de este ‘señorío’ resulta son excluyentes y, en lugar de promover la autonomía y autoestima de todos valoramos lamer las botas del amo y cargar de palos a los humildes.
Un ejemplo pintoresco y trágico tomado de Chile, mi país de origen. A quien se comporta como un tipo bien pensado, honesto, servicial, generoso, que paga sus impuestos y sigue las recomendaciones que vienen en los envases de shampoo, de ese tipo, pensamos y decimos con un mucho de burla: “Es un pobre huevón”. Hay que aprovecharse de él. Aquí, un tecnócrata diría, es un “perdedor”. Lo diría en inglés. Loser. En estas tierras lo contrario de un “perdedor” no es un ganador, sino un amo, un dueño ‘natural’ que tiene la capacidad para disponer las cosas de modo de ganar siempre.
En breve, somos un espacio privilegiado para el humanismo porque nuestras instituciones dominantes y sus lógicas han negado siempre la universalidad de la experiencia humana. Y nuestra ‘cultura’ (también dominante) ha exaltado esa negación. La considera un logro, una virtud, una fiesta. Un ejemplo: hasta 1992 los Estados y gobiernos latinoamericanos celebraron lo que llamaban el Descubrimiento de América. Y obligaban a estudiantes como ustedes a festejarlo. Como en 1992 hubo muchas protestas, le cambiaron el título al 12 de octubre. Se decidió llamarlo el Encuentro de Culturas. Pueden imaginarse este “encuentro”: se dan de frente en una vía férrea ancha un expreso que viene a 300 kilómetros por hora (la “furia” española o de Dios) y del otro una anciana india que carga leña y que imaginó la vía férrea era un obsequio (algo complicado y trabajoso de caminar) de la Pacha Mama. O, si lo prefieren, de un lado la brutal lujuria por el oro, el poder y el prestigio, y por el otro la sencillez dulce de quienes trabajaban para sobrevivir, sin demasiado espacio para la codicia.
El resultado de este “encuentro” cultural, que no implicó reconocimiento ni acompañamiento mutuos, sino conquista y sujeción, despotismo y esclavitud, crueldad y terror, soberbia y sufrimiento, opulencia y miseria, fue el mayor genocidio conocido de la historia. El pueblo judío sufrió un Holocausto en el siglo XX y se lo recuerda a todo el mundo todos los días. Tiene su Muro de Los Lamentos, cuidan la memoria de sus asesinados. Está bien. Es legítimo. Desean que ese horror (‘holocausto’ quiere decir algo totalmente quemado) no se repita. Por ello no lo apartan de su memoria. Pero en ese holocausto fueron liquidados, depende de a quienes se cuente, seis o siete millones de judíos. Si se cuenta a otros grupos (judíos no europeos, gitanos, homosexuales, polacos, eslavos, grupos religiosos, discapacitados), doce o quince millones de asesinados. Por supuesto, no se trata solo de números. Cuando se habla de víctimas de la crueldad humana, una sola víctima es un universo de dolor. Pero aquí estamos haciendo un ranking por el número de muertos, un ranking del terror y de la antihumanidad.
El siglo XX nos dejó también otra matanza masiva, de millones. Es más difícil de cuantificar porque los censos son dudosos, quienes la ejecutaron no documentaron excesivamente su trabajo y los que escriben sobre ella suelen hacerlo como parte de una propaganda político-cultural: decir lo perversos que son los ‘otros’ les permite presentarse como “benefactores de la humanidad”. Se trata de los crímenes del sistema soviético o “crímenes de Stalin”. Las víctimas (no solo muertos) de este sistema pueden elevarse a treinta o cincuenta millones de seres humanos, entre asesinados, desplazados, confinados, “purgados”, destrozados. Un horror que algunos llaman el Gulag, pero que es más amplio que el sistema de campos de concentración y trabajo forzado. Insisto en que las cifras no son fiables, pero es probable que haya habido igual o mayor número de muertos que en el Holocausto judío.
Durante la Conquista de América los muertos, por causas diversas pero cuyo común denominador es la crueldad, la codicia, el desprecio y el maltrato, calculados por estudios de demógrafos, entre los pueblos indígenas, puede llegar a sesenta o noventa millones. Algunos no aceptan que se haya tratado de un genocidio porque en esa época no existía tal tipificación jurídica. Pero los muertos sí existieron. Si se agrega a la población africana traída como esclava, la cifra supera con mucho los cien millones. Otros investigadores hablan de la mayor ‘catástrofe demográfica’ de la historia conocida (después de poco más de un siglo una población indígena de unos cien millones había quedado reducida a un millón). No falta quien valore este crimen como una “hazaña civilizatoria”. Aquí la consideraremos el mayor genocidio conocido. ¿Tenemos los latinoamericanos un Muro de los Lamentos? No, no lo tenemos. ¿Nos avergonzamos del crimen que nos fundó como sociedades? No, no nos avergonzamos. ¿Intentamos reparar el crimen solidarizando con los pueblos entonces masacrados y con sus culturas a las que se intentó arrasar (etnocidio)? Ustedes pueden investigar y formar su opinión.
¿O seguimos hipócritamente celebrando el ‘encuentro de culturas’? Porque además de criminal, la constitución de nuestras sociedades fue hipócrita. La Conquista se hizo en nombre del único Dios verdadero, la masacre tuvo inspiración piadosa y clerical. Los criminales ponían los ojos en blanco por su Cristo Jesús, Rey de los Ejércitos, y recibieron sus tierras (robadas a los pueblos originarios) por bendición/decreto papal.
Luego, somos herederos y continuadores de un crimen, o de varios, y no hemos querido reconocerlo ni repararlo. Queremos tranquilamente ser parte de la humanidad. No queremos tener memoria. Nuestras manos, en especial las de los grupos dominantes, nunca se ven teñidas por esa sangre inocente. La destrucción de los humildes entre nosotros, entonces y ahora, no deja rastros. Nos cambia más afeitarnos o peinarnos cada mañana que los millones de excluidos, muertos y despreciados que constituyen nuestra sociohistoria ‘cristiana’.
En la constitución de las sociedades que valoramos ‘nuestras’ figura un crimen monstruoso e impune. Y la sensibilidad que ayudó a cometerlo permanece entre nosotros. Nuestras poblaciones nunca han podido ni sabido darse un emprendimiento común. Nuestras mayorías sociales son múltiples minorías desagregadas y muchas veces enfrentadas entre sí. Nuestros Estados funcionan patrimonial y clientelarmente en beneficio de minorías que acaparan riqueza, poder, prestigio e impunidad. La mayor parte de los aparatos clericales bendice las injusticias más tenaces (ellos mismos son parte interesada de ellas) y convoca a la gente a la humildad personal y social y a confiar en que en otra vida los empobrecidos, los que no preguntan, los que no se organizan, los que no protestan, los que sufren el yugo sin chistar o solo gimiendo, serán los primeros. Esto quiere decir que si por azar llega algún obispo al Cielo, estará detrás del último en la fila (es broma, en la historia de América Latina existen algunos, contados, obispos que se toman en serio su fe cristiana).
Luego, esta área del planeta es un sitio privilegiado para que crezca, como obligatoria, una sensibilidad humanística. Resulta indispensable para que corrijamos cultural y políticamente esta historia de crímenes y exclusiones, y cambiemos radicalmente nuestra manera de testimoniar ‘humanidad’ al mundo. En muchas partes del planeta, especialmente en el llamado Primer Mundo, se nos desprecia porque en América Latina adulamos al poderoso y humillamos al humilde. Seríamos gentes hipócritas y oportunistas. Que proyectemos esta imagen lambiscona, pedigüeña y cobarde no es responsabilidad de ustedes. Pregunten más bien a ‘nuestros’ dirigentes políticos, a ‘nuestros’ empresarios y a ‘nuestros’ guías ‘espirituales’ cómo nos hemos ganado estos estereotipos.
Por supuesto, también damos otras señales mejores, pero no apreciadas o que lo son inadecuadamente. La gente humilde sobrevive y resiste, a veces migrando pero sin abandonar raíces. Otros se organizan y luchan, legal e ilegalmente, y producen mártires. Algunos de los nacidos aquí hacen gran literatura, maravillosa lírica, dramáticos y tiernos murales, música vital, sensual, fiesta. Los mejores equipos brasileños practican el fútbol como una danza. Nuestras mujeres populares crían a sus hijos con coraje tenaz. No siempre logran transmitirles su generosa pasión por la vida. Luego, en América Latina y el Caribe existen también muchos lugares donde apreciar la fuerza de la dignidad humana. En este Colegio se les ayuda para que ustedes quieran buscar esos lugares, los encuentren y aprecien y crezcan humanamente desde ellos. Gran lugar este Colegio Humanístico de Heredia, esta comunidad. Y mejor lugar todavía el corazón enérgico y la mente fresca y abierta de ustedes. No permitan que se los roben. Y que los transformen en monstruos.
3.- Desafíos y problemas mundiales: la tarea de construir humanamente la especie humana
Ya casi terminamos. Ustedes saben que desde hace más de treinta años se existe en una nueva fase de la mundialización capitalista. La prensa la ha vendido como ‘globalización’ y los políticos y otros formadores de opinión nos insisten en que es inevitable e irreversible y que debemos instalarnos, como individuos y como pueblos, competitivamente en ella.
Bueno, quizás por azar, quizás no, esta mundialización se ha encontrado de frente con desafíos mundiales. Un desafío es mundial si compromete a todos los seres humanos del planeta y si, además, pone en peligro la supervivencia de la especie humana tal como la hemos conocido hasta ahora. Un corolario de estos rasgos es que ningún Estado, gobierno o corporación aislados puede enfrentar estos desafíos, transformarlos en problemas y avanzar en su resolución. Se requiere la cooperación de la mayoría, ojalá de todos.
El principal desafío mundial actual (o al menos el que aparece más en la prensa), es el que plantea el ambiente natural. Es decir la capacidad de la Tierra para ser nuestro hogar o hábitat. Suele llamársele desafío ecológico. Por supuesto ‘nuestro’ hábitat no es solo natural sino también socio-cultural, pero aquí no exploraremos este último rasgo del desafío mundial. En cuanto al desafío planteado por el hábitat natural, él puede ser propuesto con una frase directa: o cambiamos nuestra actitud hacia la Naturaleza o nos quedamos sin planeta. Como somos parte ‘natural’ de este planeta, o creamos otro (u otros) o nos acabamos también.
El comportamiento humano hacia la Naturaleza en este momento puede ser descrito así: tecnología de punta sostenida y orientada hacia la banca, los servicios y la industria; producción, servicios y finanzas orientadas a su vez hacia el lucro particularizado y excluyente. Este afán de lucro tiene alcances deseados y no deseados que se combinan para generar un daño ambiental que podría resultar (o ya resultó) irreversible para la capacidad de reproducir las condiciones que permiten la vida en el planeta. A esto, la cultura no humanística dominante contesta que lo que la tecnología destruye la misma tecnología lo salva o recupera. El efecto práctico de la razón instrumental y fragmentaria que sostiene este último punto de vista es que los políticos de los diversos países del mundo (y los conglomerados económicos que ellos representan) no se ponen de acuerdo en ningún esfuerzo colectivo para avanzar en un reconocimiento común del desafío y en un programa común para resolverlo. De hecho, se existe en una crisis civilizatoria (intereses particulares contra el interés de la especie) pero no se quiere admitirlo.
El desafío mundial acabamos de describirlo como generado por el predominio de intereses particulares subjetivos (lucro, poder, prestigio) sobre el interés objetivo de la especie por sobrevivir. Parte del desafío consiste en que ni los grupos particulares que se benefician ni los sectores mayoritarios de la población que podrían perderlo todo (junto con los primeros) tienen sensibilidad cultural hacia sí mismos en tanto factores del desafío. En breve, la especie carece de una sensibilidad (cultura) ecológica planetaria. Carece de una sensibilidad humana hacia el cuidado de sí y hacia la Naturaleza. En el mejor de los casos, pone parches a su entorno más inmediato, como cuando recicla basura, por ejemplo. En el peor, destruye, vía la producción o vía el consumo (a veces meramente para sobrevivir) ‘alegremente’. Un ejemplo costarricense lo tienen ustedes en la administración Arias que internacionalmente afirma haber “declarado la paz con la Naturaleza” mientras que localmente apoya la minería de oro a cielo abierto decretando que se trata de un asunto de “interés público” y de “conveniencia nacional”. O frivolidad o maligna inconsciencia. Pero no es solo la administración Arias, el mal se da en la mayoría de dirigentes políticos y se abre hacia el gran conjunto de la población mundial aunque por razones diversas.
Ustedes dirán, ¿y esto qué tiene que ver con el humanismo? ¿Y con el humanismo desde América Latina? Es sencillo y fácil de decir. Y tremendamente complejo y difícil de lograr. Si quieren ustedes, una empresa idealista y romántica. Aquí va. Los desafíos mundiales hay que transformarlos en problemas mundiales, o sea en algo que la mayoría de la gente, desde sus diversas posiciones, considere imprescindible y urgente resolver positivamente. Esto quiere decir que lo haga un asunto de su identidad. De su manera social y humana de estar en el mundo.
Se puede ejemplificar este punto. Se acerca la hora del almuerzo. Y el expositor ha traído a esta conversación un grupo de 11 leones hambrientos. Están detrás de esa puerta. Luego la abriremos. Esos leones con ganas de almorzar constituirán para nosotros, estudiantes y profesores, un desafío objetivo. Y la mayor parte de ustedes lo sentirá, en cuanto ellos rujan y avancen hacia nosotros, como un asunto que resulta apremiante resolver. En esta resolución se les va a cada uno de ustedes su existencia y con ella su identidad. Bueno, eso es lo que debemos buscar en relación con el desafío del ambiente natural. Debemos buscar que cada persona en el planeta valore este desafío como algo que compromete su identidad existencial efectiva y para resolverlo de manera positiva y universalmente, o sea para todos porque el otro referente es la sobrevivencia humana de la especie.
Porque aquí alguien podría pensar (y actuar en consecuencia): “Pongamos a los más gordos adelante”. Los leones se los comen a ellos y luego duermen siesta. León almorzado es león que reposa. Pero esa es una respuesta desde los flacos y flacas que solo beneficia a ellos. Tenemos que buscar, en relación con La Naturaleza, una respuesta que incluya a la especie.
O sea, una respuesta humanista, es decir propia y con alcance universal, para el desafío ambiental.
Solo adelantaré la línea estratégica: transformar los desafíos mundiales actuales en problemas mundiales supone avanzar en la configuración de una única, aunque plural, especie humana. La especie es una desde el punto de vista biológico, pero nunca lo ha sido desde el punto de vista político-cultural. Nunca ha sido un solo emprendimiento que comprenda a todos. Siempre hemos sido la bíblica torre de Babel.
Hoy se hace necesaria una única especie, pero político-cultural. Cada individuo de esta especie y cada cultura y régimen político tiene que reconocer y acompañar las diversidades porque no se puede ser humano sino desde particularidades y singularidades. Esto quiere decir hay que construir una especie político-cultural que no discrimine ninguna particularidad, ni cultural ni social, que no discrimine ninguna singularidad. Y si no las puede dejar de discriminar que elimine las determinaciones sociales que potencian que esas diferencias sean transformadas en inferioridades.
¿Y cuál es el papel de América Latina en esta tarea humanística indispensable?
Nosotros, desde nuestra infame tradición señorial, que es también nuestro presente, podríamos ser un testimonio de que a los seres humanos les resulta factible cambiar y radicalmente. Si criticáramos social y políticamente nuestras instituciones en lo que tienen de señoriales, de falsamente desarrollistas, de estúpidamente tecnocráticas, seríamos ‘otro mundo’ y también otros seres humanos. Nos posicionaríamos como otro tipo de seres humanos potenciados para reconocer y acompañar en lugar de para discriminar y explotar. La solidaridad y la ternura que reconocimiento y acompañamiento contienen se abrirían sitio desplazando las violencias, los autoritarismos y las guerras. El discernimiento amable y frugal del mundo (natural y social) como totalidad a la que pertenecemos porque tenemos capacidad para construirla y para hacernos responsables por esa construcción hundiría a la racionalidad fragmentaria y consumista que hoy nos conducen a los odios, neurosis y al suicidio.
Los latinoamericanos estamos particularmente dotados para dar este testimonio de que otra manera de ser humano es posible porque hemos sido y somos muy poca cosa como seres humanos. Nos hemos producido sociohistóricamente como muy poca cosa. No es responsabilidad de ustedes, todavía.
Suena como tarea no factible, ¿verdad? En especial porque el tiempo apremia. Suena a romántico, a sueño, a ideal que no se cumplirá jamás. Suena a humanismo.
Bueno, ustedes son uno de los colectivos, con sus profesores y los trabajadores de este Colegio, que enseñan al país que los hijos de los hogares humildes y quienes los acompañan y crecen con ellos pueden día a día construir un emprendimiento colectivo sin discriminaciones odiosas y en beneficio de todos y de cada uno. Se trata de un enorme emprendimiento social y humano, aunque este establecimiento parezca pequeño y hasta diminuto en relación con la gran tarea civilizatoria que es hoy urgente. Pero es el testimonio que ustedes pueden construir y que están construyendo con sus fuerzas y debilidades día con día. Requieren mostrar y agitar este esfuerzo. Si ustedes, estudiantes y maestros pueden, también Costa Rica puede ser diferente. Y si Costa Rica puede, América Central puede. Y así. El límite para el testimonio humano es la galaxia. Todos podemos, y necesitamos crecer en humanidad. Suena grandioso pero es una tarea acumulativa y testimonial que debe realizarse en cada pequeña cosa del día todos los días. Ustedes lo están haciendo y pueden seguirlo haciendo.
Gracias por permitirme apreciar su esfuerzo y reforzar mi ilusión ¡a mi edad! de que otra manera de ser humano es posible desde América Latina, esta tierra de injusticias e infamias seculares. Suena raro, pero los veo a ustedes de pie y enérgicos como muchos millones de seres humanos en el mundo desearían estarlo. Gracias por invitarme. Gracias por estar de pie.
____________________
Referencia: Óscar Arias Sánchez: “Carta al presidente Mujica”, en La Nación (periódico), 7 de abril, 2010, p. 35A.