Costa Rica, 17
de diciembre, 2009
Me acercan una opinión sobre los artículos que versan sobre algunos aspectos del proceso electoral costarricense. Dice así: “Creo que ese esquematismo es lo que tiene arrinconada a la izquierda: ninguna idea nueva, ninguna propuesta, ninguna lectura del entorno. Lo encuentro demasiado maniqueo. ¿Por qué Uruguay? ¿Por qué Lula? ¿Por qué Correa? ¿Y Sarkozy? En fin. Debo andar perdido.”
Bueno, los artículos sobre el actual proceso electoral nacional en Costa Rica (presidente y diputados) tienen el formato de textos para periódico y una de sus finalidades fue que el lector de fuera del país tuviera acceso a un panorama menos estereotipado que el que “se vende” de Costa Rica ya para el turismo, ya para las relaciones internacionales y, también, para el “consumo” interno. En este caso, ‘la’ democracia ejemplar para América Central y para América Latina. En realidad, el Estado costarricense es fácilmente polemizable y también su régimen de gobierno. Y con ellos el ámbito político y las sensibilidades, instituciones y actores que lo conforman. De hecho, casi todas las candidaturas embarcadas en el proceso electoral (y desde luego las que encabezan los sondeos, incluyendo la candidatura “continuista”) cuestionan, desde diversos ángulos, dicho ámbito. En términos básicos, el conjunto de artículos no ofrece, en este aspecto, originalidad ninguna.
Sin embargo el énfasis de los trabajos está puesto en aspectos que no aparecen tan claramente determinados por las candidaturas ni por la percepción que los costarricenses tienen de su existencia política. Destacamos dos.
El primero es que se ha venido configurando en el país un proceso de concentración de poder empresarial y político, que no es de los últimos días, que constituye el principal desafío sustancial para el régimen democrático costarricense y también para la tradición político-cultural que ha hecho de Costa Rica un país ‘diferente’, en el sentido de poder mostrar logros en salud y educación, por ejemplo, que otros países no tienen. Para el despliegue de esta concentración de poder han colaborado la fase actual de mundialización, con sus alcances sobre la propiedad, distribución de riqueza y carácter del Estado, la flacura ideológica de los partidos políticos, la fragilidad y desagregación de la sociedad civil y la poca incidencia de las movilizaciones sociales (que existen), por su fragmentación y discontinuidad, en la cultura política del país.
La concentración de poder (financiero/económico, cultural, político) ha tomado la forma de un bloque operado en el último tiempo por la conducción política del “arismo” y la red de intereses privados que los hermanos Arias encabezan. Aunque las argollas siempre han existido en Costa Rica, ésta es la primera, después de la guerra civil del 48, que articula gran poder empresarial con poder político y que se extiende, con tendencia a capturar, al conjunto de las instituciones que, constitucional y socialmente, deberían ser independientes. Este consorcio, fundamentalmente neoligárquico, su continuidad y reforzamiento, es el que los trabajos estiman debe ser enfrentado y derrotado. ¿Quiénes deberían buscar y procurarle esta derrota? Los trabajadores, las capas medias propietarias y no propietarias, la ciudadanía activa, que podría valorarse “decente”, y que podría interesarse en "la Costa Rica que queremos” (slogan de una de las candidaturas). El Consorcio Arias es un nombre propio para un complejo social que reúne a empresarios, medios masivos, instituciones estatales y autónomas, organismos técnocráticos, actores internacionales y transnacionales, y clientelas constantes u ocasionales.
El referente ideológico de este consorcio rompe el pacto social entre acumulación de capital (global) y fuerza de trabajo, que caracterizó por mucho tiempo a Costa Rica, a favor del dominio unilateral del primero. Disimula este referente bajo el discurso de un rechazo a todas las ideologías y la práctica de un “pragmatismo”. El pragmatismo no estaría ni a la izquierda ni a la derecha ni al centro. Es únicamente el sentido común de lo útil y beneficioso en una realidad determinada. En relación con este proyecto se mueven todas las fuerzas de derecha incluyendo el ‘cultural’ aparato clerical católico. El que alguna vez fue Partido Liberación Nacional pone (además de sus fichas políticas y empresarios) su base clientelar de masas al servicio de un proyecto claramente derechista y excluyente. El Movimiento Libertario, o mejor su candidato, atiza, desde el oportunismo y el aventurerismo, este consorcio de derechas. Por su pequeñez, podría añadirle connotaciones facistoides. Si la política fuera un espacio de deseos e intenciones, y no de fuerzas, ambos “partidos”, Liberación y Libertario, por lo que representan, deberían ser derrotados en estas elecciones como condición para detener el consorcio que expresan, hacerlo retroceder y generar condiciones para una Costa Rica de integración social, que es lo que está en juego.
El subtema de este aspecto del planteamiento básico es que Costa Rica posee un Estado y Gobierno patrimoniales (mercantilistas, en el vocabulario neoliberal) y clientelares lo que supone la corrupción del ámbito político y la potenciación de la venalidad pública y privada. Por eso es que la campaña contra el Consorcio Arias debería tener como referente inexcusable la vivencia existencial por parte de la gente y la ciudadanía de esta corrupción y venalidad.
El segundo criterio básico que queremos destacar de los artículos es que la cuestión electoral (con su ritmo y campos temáticos) tiene importancia pero no es decisiva en términos políticos. Lo decisivo es la cultura política de la población. Como la fuerza del consorcio a combatir y derrotar es poderosa y amplia sin dejar de ser excluyente, y se anida en las instituciones y sensibilidades, no solo los temas de la campaña son importantes, sino también y sobre todo cómo se los trabaja en y desde los diversos sectores sociales. De aquí los corolarios:
a) cuando la ‘oposición’, cuya debilidad es bosquejada en los artículos, enfatiza solo los temas o las personalidades a elegir, está equivocando el camino. Lo central es el tipo de trabajo que se realiza desde la población y la ciudadanía (conceptos distintos) y con ellas para apoderarlos (autoapoderarlos) como fuerzas sociales. En este sentido, llamar a la abstención es también un error. La no incidencia por inacción ciudadana es un sueño derechista en las sociedades modernas. Pero la solo incidencia ‘ciudadana’ (o sea sin diversificado rostro social) constituye todavía un error estratégico más grave porque no desplaza el eje de sentido de la existencia política;
b) desalojar al consorcio de poder que se ha ido estructurando y se ha apoderado de la lógica de las instituciones y de la sensibilidad de una parte significativa de la población no es algo que pueda hacerse en un solo gobierno (ni tampoco solo desde el gobierno) o administración (para Costa Rica, cuatro años). Demanda una concertación amplia y duradera de fuerzas sociales (sectores, clases, partidos, organizaciones civiles, etc.). Va mucho más allá de un gobierno y de un partido. Las elecciones deberían servir para educar y educarse en este punto.
Conviene terminar. La pugna electoralista (politicista) conviene al consorcio en el poder y su continuidad. El enfrentamiento político conviene a una eventual oposición. Lo que sostienen los artículos es que esta ‘oposición’ no consigue desprenderse de la camisa de fuerza de la pugna electoralista (que tiene importancia pero no es decisiva). Y un último punto: en Costa Rica se dio una movilización social significativa recientemente (decantada por el referéndum sobre un Tratado de ‘Libre’ Comercio con EUA), pero quienes querrían enfrentar al Consorcio Arias (aun sin demasiada claridad) la tradujeron o negativa o medrosamente (PAC), electoralmente (Alianza Patriótica) o tácticamente desde sí mismos (Frente Amplio). Por desgracia esto significa que el 2010 los sectores ciudadanos y sociales ‘decentes’ sufrirán una nueva derrota, gane quien gane. El consuelo está en asumir que las derrotas electorales no constituyen todo el universo político y que la lucha debe y puede seguirse. Pero será más ardua y más larga. Pero también ojalá se entendiera que tiene que ser distinta.
Mi criterio es que los planteamientos anteriores no son tan esquemáticos ni desde luego “comunes” en la izquierda latinoamericana. Esté ella como esté, no es por proponerse estas discusiones, sino más bien por ignorarlas. Tampoco reconozco en los planteamientos maniqueísmo alguno. Las polarizaciones tienen que ver con exigencias de estilo, no con el trabajo político efectivo que se propone, que tiene que ser diversificado y específico. Y el contexto internacional no ingresa en estos comentarios (excepto por las referencias insoslayables a la mundialización) porque en economías/sociedades de la periferia capitalista y con poca población, como es el caso costarricense, este factor resulta un capítulo (y no de los más gratos) por sí mismo.
Pero la opinión crítica es bien recibida porque se la entiende como diálogo. Y es claro que las palabras nunca o casi nunca, hablan por sí mismas.
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