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Costa Rica, 3

de diciembre, 2009.

 

     
     Estados Unidos da por cerrado el proceso abierto por el golpe de Estado en Honduras (junio 2009) con la elección de Porfirio “Pepe” Lobo a finales de este noviembre. En opinión de la administración Obama se resuelve así ‘democráticamente’ el conflicto. Hay un nuevo presidente electo por el  pueblo hondureño y todos contentos. La opinión es disputable porque las elecciones son claramente ilegítimas: en un plano, el matricial, la organizaron quienes dieron el golpe de Estado y participaron en ella solo quienes apoyaron ese golpe. Fue una elección ‘en familia’, eso sí, con bendición clerical. En segundo término, la abstención ciudadana fue de un 65% o 60%. Luego se falsearán las cifras, pero este fue el cálculo inicial. Por “Pepe” votó el 55% del 35% del padrón electoral, o sea fue electo por el 18% del padrón. Tercer plano: la votación se llevó a cabo violando abiertamente derechos humanos: el de libertad de expresión e información, entre otros. Fue entonces ‘en familia’ golpista y con prohibición de hablar.

    Pese a las evidencias anteriores, con “Pepe”  “retornó” ‘la’ democracia en Honduras. En América Latina lo celebran los presidentes Uribe y Arias, curiosamente ambos “socios” de Estados Unidos, y surgen decenas de opiniones que responsabilizan a quienes, de diversas formas, fueron víctimas de un golpe de Estado y que interpretan además la acción golpista, sin mucha originalidad, como necesaria y hasta sabia. Por lo transparente, y porque en su arrogante torpeza resulta aleccionadora, detallamos aquí el comentario de un “analista político” desde la políticamente muy oscura Costa Rica.

    Nos dice Benjamín Fernández, en un artículo “La lección llamada Honduras” (LN: 03/12/09), que los sucesos hondureños ponen de manifiesto la distancia existente entre el discurso y la acción: “… ni Venezuela invadió Honduras ni EE.UU., con su cancelación de visas, restituyó al destituido”. Aunque la “invasión” de Honduras por Venezuela formó parte de la fantasía golpista, Fernández extrae la lección: una cosa es decir y otra hacer. Se trata, sin embargo, de una lección a medias: un sector del Departamento de Estado propició siempre el golpe. Después de esto ganó fuerza interna y republicana ante una inicialmente ambigua administración Obama y, finalmente, el Gobierno de Estados Unidos terminó apoyando a los golpistas. De modo que a veces el decir sí tiene que ver/no ver con lo que se hace y otras veces no. La respuesta a esta intrigante cuestión está “escrita en el poder del viento” (atribuido a Bob Dylan).

    Satisfecho con la primera lección, el autor nos receta las siguientes: no destruyamos internamente (Zelaya) las instituciones democráticas. “Ellas se salvan o perecen en directa proporción con su fortaleza”. Los sucesos de Honduras no parecen sustentar esta lección: cuando Zelaya sugirió cambios sin tocar las relaciones de fuerzas sociales, la institucionalidad oligárquica (llamada en ese territorio “democrática”) respondió con un garrote de gorila. Pero meses después, tras la “pacificación oligárquica”, la misma institucionalidad permitió “elecciones legítimas”. Es dudoso que esta respuesta a veces flaca y en otras vigorosa se encuentre en el viento. ¿O sí?

    La tercera lección de Fernández es que los propósitos bolivarianos pueden terminar siendo fuegos de artificio retórico, sin capacidad práctica de incidencia. No es clara hacia dónde apunta esta ‘lección’: ¿se podría atacar militarmente a Venezuela, con el apoyo de la administración Obama, Costa Rica y Colombia, y restaurar allí la ‘legítima’ democracia?

    La cuarta lección es que es posible existir aislado del mundo “sin muchas consecuencias en el corto plazo”. En el largo, nos dice, el autor, quién sabe. Aquí parece haber un error. En América Latina es posible subsistir con el apoyo (económico y militar) de Estados Unidos en el corto plazo, se haga lo que se haga. En el largo plazo, y en el mundo, también, como lo prueba Israel. Si el largo plazo es solo alrededor de 30 años, también se puede en América Latina como históricamente lo enseñan Chile, Nicaragua o Haití. Ahora, sin el apoyo de Estados Unidos e incluso enfrentando su hostilidad, solo Cuba. Quizás habría que preguntar a sus tormentas tropicales qué traen en su seno.

    La quinta no parece ser una lección sino una constatación: la OEA no sirve para nada. Es una opinión extrema y muy extendida. Por ello habría que cerrar la OEA y crear otra organización que cobije en el área solo a los que corren el riesgo de ser geopolítica y políticamente agredidos, organización que debería disponer de todos los medios, comenzando por la integración subhemisférica y alianzas militares extracontinentales, para defenderse. Que la OEA no es funcional para los vulnerables lo sostuvo ya en 1956 el guatemalteco Juan José Arévalo (Fábula del Tiburón y las Sardinas). Algo debe haber escuchado el hombre en el soplar del viento. Benjamín Fernández, en cambio, recita la lección al revés: la OEA debe estar compuesta solo por democracias legítimas encabezadas, imaginamos, por Estados Unidos y Canadá. Obviamente el hombre carece de oídos para el viento.

    La última lección es solo para Zelaya y “sus émulos continentales” (al parecer los tendría también en EUA y Canadá). Para Fernández, la democracia es sobre todo un “sistema de valores” que responden en la medida que sean respetados durante la gestión de gobierno y “pierden sentido” (sic) (en realidad lo ganarían) en directa proporción al menosprecio e insulto que reciben cotidianamente. “La democracia requiere de fortaleza institucional y respeto a las normas. Se debilita ante los demagogos y sucumbe cuando cotidianamente se destruyen los valores que la sustentan y fortalecen. Esa es la lección llamada Honduras”.

    Se trata de una lección interesante. ‘La’ democracia ya no es un régimen de gobierno ni una institucionalidad, sino un sistema de valores sagrados. Si se ofenden estos valores, quienes no los han perdido, por ejemplo los militares (que no son a lo interno para nada demócratas como institución), dan un golpe de Estado a los demagogos y patanes que los han maltratado. Para Fernández ya no es la administración Bush-Condoleezza la que monitorea “los valores” democráticos “sagrados” en América Latina, sino que son estos mismos valores los que se encarnan en oligarcas, militares y aparatos clericales locales (eso sí, con apoyo de EUA) con el fin de restituir el decoro social. Estos valores son Moisés redivivo.

    Bueno, sin necesidad de esforzarse demasiado, y utilizando solo su sentido común y felicidad reaccionarios, B. Fernández nos ha ilustrado sobre el fundamento de los regímenes de gobierno democráticos restrictivos (poliarquías restrictivas) en las condiciones económico-sociales, político-culturales y geopolíticas de América Latina. Se trata de un basamento sagrado y quien intenta menoscabarlo se encuentra con la furia de Dios (quien para asegurarse el triunfo pide el apoyo de Estados Unidos). Breve y claro. Deberíamos darnos por notificados.


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