OJO Censurado,

Nº 18, abril 2009.

 

 

         La aseveración de la secretaria de Estado de la administración Obama, Hillary Clinton, acerca de que el “insaciable apetito” por droga ilegal de los estadounidenses impulsaba el narcotráfico y la violencia armada en la frontera EUA/México y tornaba a  Estados Unidos en corresponsable de esa violencia criminal (25/03/09), es la primera declaración pública sensata que se escucha a un alto dirigente de su país acerca del tráfico de drogas. Podría gestar un proceso que llevase al final del negocio.

   Como se sabe, Estados Unidos ha sido tieso defensor de la posición que hace del narcotráfico un desafío criminal que debe ser extirpado (o cuidado) policial y militarmente, si amerita. Por ello ha impulsado la liquidación de los cultivos de coca, adormidera o marihuana, el bloqueo de fronteras, el acoso de los carteles de la droga y, con Clinton/Bush Jr., hasta un Plan Colombia, además de tercas agresiones contra Bolivia y sus campesinos. EUA es el campeón de la guerra total contra el narco. El problema de su tesis es que se trata de una guerra perdida de antemano, una guerra extraviada, un conflicto ganable nunca debido a la existencia, como señala ahora la señora Clinton, de una “insaciable demanda de drogas”. Estos “voraces” compradores de droga constituyen el vigor del narco/negocio y de la narco/industria.

   Cazados y liquidados todos los productores y traficantes de droga (que no son campesinos humildes ni tampoco, por fuerza, guerrilleros, sino empresarios) de origen latinoamericano, el mercado estadounidense se abastecería de drogas sintéticas (o asiáticas), precisamente porque se trata de una demanda ávida y no solo de andrajosos  drogodependientes en ghettos o áreas marginales, sino de estrellas de cine, ejecutivos millonarios, deportistas célebres, estudiantes, ‘opulentos y famosos’, etc.

   Por supuesto una guerra derrotada ya al momento de iniciarla no puede ser una guerra en serio. Analistas estiman que EUA nunca ha pretendido ganarla y que sus políticos usan el narco como excusa/herramienta para incrementar y solidificar su poderío geopolítico y militar en el hemisferio. Puede ser porque tampoco es que por allá todos sean brutos y todo el tiempo. Así, no sorprende que en el mismo momento en que Clinton daba su promisorio testimonio, en Washington se anunciara que una fuerza de 400 policías federales reforzaría a los más de 1.000 que ya “trabajan”, con venia mexicana, a ambos lados de la frontera. Otras voces gringas exigen la presencia de su Guardia Nacional en la guerra. Por ahora se les ha dicho no.

   Pero aunque ella no lo sepa, las palabras de Clinton apuntan hacia otro horizonte. Si la droga ahora ilegal se legalizara, se acabaría el negocio para las mafias criminales. Y si, además de ilegal, fuese gratuita y de gran calidad (proporcionada por los Estados y grupos privados cooperantes a cambio de rebajas en impuestos) nadie moriría o quedaría inválido por droga impura (crack, bazuco, ‘improvisada’, para el caso de los más pobres en América Latina) y no se podría lucrar con la afección de los drogodependientes. Si se legaliza la droga y se la ofrece gratis, junto a opciones de rehabilitación, a quien quiera utilizarla (joven o anciano), la policía se ocuparía más y mejor de la prevención y castigo de otro tipo de delincuencia y utilizaría más racionalmente sus presupuestos y equipos. Se suprimiría asimismo un escenario de guerra. Un reposicionamiento con varios cambios significativos, por tanto. Y todos ellos positivos.

   Si EUA, el Estado de las guerras, varía su enfoque represivo/militar sobre la drogodependencia por uno que lo aprecia como desafío para la salud social, tal vez el siglo XXI sea menos turbio de lo que hasta hoy ha pintado. Una sórdida mafia menos no nos hace más felices pero sí menos infelices. Y podría marcar una tendencia.

II


   La reciente declaración (marzo del 2009) de la señora Hillary Clinton acerca de que la demanda de droga ilegal por parte de los estadounidenses era un factor que concurre en los problemas de guerra y criminalidad que enfrenta México en su frontera con Estados Unidos entreabre al menos la posibilidad de que a futuro estas drogas sean legalizadas universalmente, provistas gratuitamente por Estados y empresarios privados y producidas con las más altas normas de calidad. El punto favorece a los campesinos productores tradicionales de las plantaciones que están en la base de estas drogas y a la investigación química y médica en el campo y su resultado sociopolítico más relevante es la eliminación de los circuitos criminales que se ocupan de su tráfico y la erradicación de al menos un escenario de confrontación policial y militar en las Américas (guerra).

   Se beneficiarían directamente los drogodependientes de todos los estratos sociales al ser considerados población meta de políticas de salud y a quienes además se podría ofrecer programas voluntarios de rehabilitación. El planteamiento conceptual, que reposiciona un hasta hoy criterio penal/policial/militar represivo sobre el consumo y tráfico de drogas tornándolo un desafío de salud social, es fácilmente defendible desde un punto de vista ético, ya sea que se vea el asunto desde criterios económicos, culturales, sociales e individuales.

   La tesis de tornar no solo legal sino gratuito el acceso a las drogas busca evitar tanto que corporaciones privadas lucren con la adicción de personas y sectores sociales como el que se generen mercados segmentados según la capacidad de compra de los demandantes: alta calidad y variedad para los drogodependientes opulentos y basura para ser inhalada por los menesterosos.

   La medida que legaliza y torna gratuita las drogas tendría que ser universal (todos los Estados del planeta o una gran mayoría de ellos). De esta manera el drogodependiente no se vería tentado a desplazarse de su lugar de residencia y, a la vez, cuando lo hiciera, sabría que en su nuevo destino recibiría, en tanto drogodependiente, un mismo tratamiento no discriminatorio.

   Conviene enfatizar que el acceso a las drogas hoy determinadas como ilegales o ‘controladas’ debe ser gratuito porque existe una corriente de opinión que busca despenalizar parcialmente el tráfico sin llegar a legalizarlo completamente. Por el camino de despenalizar al consumidor se puede llegar a legalizar su comercio controlado para el consumo individual con lo cual coexistirían paralelamente dos ámbitos: uno regulado por la legislación y que cubrirían corporaciones farmacéuticas y de servicios médicos que obtendrían un lucro legal (asunto que, para el caso, reforzaría a un grupo que ya actúa como mafia en el campo específico de la salud), y otro ilegal saturado/atendido por el crimen organizado y que se encargaría  principalmente de los sectores empobrecidos o con acceso áspero a servicios sociales. Este tipo de ‘salida’ no resuelve ninguna de las dificultades actuales y agrava las brechas, y con ello las tensiones, sociales.


   Es asimismo previsor recordar que la situación que generó las declaraciones de la señora Clinton comprende varios frentes: la guerra que entre sí disputan mafias de narcos en la frontera mexicana, la que ellos sostienen contra las fuerzas policiales y eventualmente militares de ambos países, los conflictos internos en el seno de las ‘fuerzas del orden’ de México y EUA por proveer seguridad a los narcos (esto se sigue de la inevitable corrupción), y el tráfico de armamento que se mueve desde Estados Unidos (suministrador muy cómodo de armas de asalto) hacia México y que conforma en al menos un 90% el arsenal de destrucción de los diversos grupos en conflicto.

   El punto de la “asesoría armada” policial estadounidense a estas guerras continúa siendo política oficial de la administración Obama, gobierno del que es funcionaria la señora Clinton. De hecho, la presencia de agentes federales,  antidrogas, de control de armas y explosivos, y de migración, se incrementaba significativamente en el mismo momento en que ella daba su testimonio de “corresponsabilidad”. En sencillo, lo que parece interesarle a Estados Unidos no es el control del narcotráfico (de hecho una guerra que no puede ganar), sino la seguridad de su frontera sur, un tema geopolítico que, en el límite, podría precipitar una intervención estadounidense en México, con la excusa de que se trata de un Estado “fallido”.

   Que el aspecto geopolítico sigue formando parte de la cuestión del narcotráfico (sus principales ejemplos actuales son el Plan Colombia y la Iniciativa Mérida. Al primero la administración Clinton le asignó 1.3 mil millones de dólares. Bush Jr. le inyectó anualmente una media de más de 400 millones y extendió el “plan” a una Iniciativa Andina contra las Drogas con un financiamiento separado al colombiano. La Iniciativa Mérida (que se alarga a América Central), es enteramente de Bush Jr. Su base inicial es de 1.6 mil millones de dólares. Se agregan 65 millones para los países centroamericanos y Belice, Haití, Panamá y República Dominicana) se advierte en el interés de funcionarios como el Subsecretario para el Hemisferio Occidental (T. Shannon, 03/04/09) por describir a Venezuela como ‘casi’ un narcoEstado. Combina este riesgoso juicio político con el inconsistente criterio represivo ‘tradicional’ con el que su país dice mirar el narco:

 

   “… mejorar la capacidad de las instituciones civiles, especialmente la policía, para enfrentar el problemas de los carteles y el crimen organizado. Vamos a trabajar con Colombia y México para buscar formas en que ellos puedan trabajar con América Central”, enfatiza el subsecretario al puntualizar cómo va a “ayudar” EUA a América Central y el Caribe insular hoy penetrados por este comercio. Shannon no busca parecer sarcástico al mencionar a México y Colombia (en donde su ‘política’ y ‘ayuda’ sigue fracasando y en uno de ellos con serios alcances para derechos humanos) como gobiernos que “trabajarán” con América Central. Se trata de sus aliados/súbditos geopolíticos en el área, no de gobiernos “exitosos” en la lucha contra el narcotráfico (como tampoco lo es EUA).

   Como se advierte, este último aspecto, el geopolítico, carcome lo promisorio de las palabras de la señora Clinton. Pero estas últimas han sido pronunciadas. Corresponde a quienes ven en ellas una posibilidad de avanzar en la eliminación de las mafias de la droga darles continuidad y fuerza social hasta que formen parte de una política mundial. El planeta legalizó la droga y la tornó gratuita y libre, incluso para menores. Y vio sin sorpresa, tras algún tiempo, que era bueno.

                                                        III


   El planteamiento de legalizar la droga hoy ilegal, proporcionarla gratuitamente a quien la requiera y dotarla de la más alta calidad se sigue de y contiene una apreciación básica que puede sintetizarse así: las sociedades modernas, bajo la fórmula determinante de la acumulación de capital, no pueden ‘controlar’ ni erradicar la búsqueda de los llamados literariamente “paraísos artificiales”. Existe una razón de fondo para ello que aquí se indicará sólo secuencialmente.

   La lógica estructural de las sociedades modernas centradas en la acumulación de capital no puede universalizar la plenitud humana (propuesta moderna) y también fracasa al escindir y estratificar/polarizar a las poblaciones en sectores ciegos codiciosos opulentos y sectores precarizados que no pueden satisfacer sus necesidades básicas, polarización que se pone de manifiesto bajo las formas de una segmentada economía orientada tanto a los deseos (que por definición no pueden ser satisfechos) como a la expulsión de no consumidores y no productores significativos y a la manipulación de sectores medios que anhelan insertarse establemente en el círculo de los opulentos y temen caer en el de los pobres y miserables. El común denominador de toda esta materialmente variada miseria humana es la frustración. Dentro del sistema y su reproducción no existe posibilidad de superar este común denominador. Los opulentos como sector deben seguir las ‘normas’ insolidarias de la acumulación y el destructivo frenesí del derroche. Los pobres y miserables deben cuidarse, con éxito azaroso, de no ser agredidos y muertos y de no morir y los sectores medios sufren entre la provisoriedad (dependencia) y la precariedad (endeudamiento).

   A estos efectos derivados de una propiedad/apropiación no universalizable y excluyente global deben agregarse los procesos de reificación e individualismo derivados del mundo mercantil (que todo tenga precio), un chato empirismo que manifiesta la voluntad de no pensar críticamente el sistema y un imaginario que torna a la expresividad artística (imaginación), alguna vez subversiva, en cosmética que adorna y disimula la antihumanidad del conjunto de la existencia. Todos estos referentes carenciales se expresan en un marco de ‘contacto’  (efectivo o virtual) generalizado hecho posible por los medios masivos. De esta manera los sectores, aunque no se ‘rocen’ materialmente, se contienen (admiran/odian, repelen, convocan, etc.) unos a otros mediante efectos de demostración. La base genética y libidinal se abre así a la tensión entre la posibilidad del libre juego de las facultades y el disfrute gratuito, y la angustia e irritación, el apartamiento, el temor, la desesperanza y la guerra. En el conflicto, la agresión y la muerte se instalan como factores de un dominio unilateral (control aparente o falso) de los segundos sobre la diversidad de las formas de vida y su exaltación. La ceguera cultural generalizada resultante (ethos dominante) llama a esta dependencia de las cosas y humores perversos el “triunfo de la libertad” y del individuo-sujeto.

 El punto ciego puede ser sintetizado en el juicio de un cientista eminente: “Soy optimista en cuanto al futuro. Hace cien años no había TV, ni aviones, ni autos. No había naves espaciales. Hoy la tecnología informática está al alcance de todos; la gente vive dos veces más en promedio. A la Humanidad le ha ido increíblemente bien y en un lapso breve de su historia” (Robert Langer, del Centro de Ingeniería Química del Massachussets Institute of Tecnology). Para el doctor Langer, con independencia de cualquier otra consideración, la universalidad de la tecnología y sus productos es idéntica a la universalidad de su acceso social. La imagen de que ‘la’ Humanidad no exista no cruza por su ‘fértil’ imaginación (Declaraciones de Langer en OJO, Año VII, Nº 163, abril-mayo 2009, San José de Costa Rica. El texto periodístico le asigna 400 patentes de invenciones).  

   Los discursos de éxito y logro (deportivos, profesionales, religiosos, políticos, científicos, etc.) corren paralelos a la insatisfacción de la vida cotidiana. Se aprende rápido que “no hay de otra”. Buscar otro mundo o incluso sugerirlo implica convocar los poderes políticos efectivos que se encargan de la destrucción y la muerte en nombre de que “a la Humanidad le vaya bien”. Ahora, empeñarse en el temor y la destrucción bloquea el despliegue vital de una libido personal y socialmente integradora. El afecto (apego) tiende a manifestarse como violencia (posesiva, reificante), o sea como su contrario. La factura se aprecia en el desafío del ambiente natural (el planeta como mero objeto de dominio operacionalizado mediante fragmentarios costos) y la bobería social generalizada mediante una cultura cosmética del “nada va a pasarme a mí” si uso desodorante, me entretengo comprando, voto republicano o demócrata, rezo con fe, viajo en mi yate por el mundo o consulto Wikipedia.

   Un mundo radicalmente extranjero y desconocido que no puede, pese a su opulencia material (o por ella), universalizar ni la apropiación ni la integración personal, universaliza bajo figuras variadas la frustración y el rencor. La drogodependencia, en sentido lato, se torna necesaria. Consiste en cultivar la precariedad, la ansiedad y la destrucción vía el consumo desagregador (úselo y bótelo), el ‘éxito’ efímero y ostentoso (espectacular) y las diversas formas abiertas de violencia/guerra.

   Estos rasgos se muestran, por ejemplo, en los cultos a la televisión y los dispositivos tecnológicos, en el ‘éxito’ independizado de los medios para lograrlo, en el dinero que no otorga satisfacción plena aunque sí poder para agredir, en el status y la fama que distancian de los otros. En la cosmética que disfraza poderes obscenos, como el empresarial/militar o el clerical, orientados hacia la vejación, la destrucción y la muerte. La espiritualidad frustrada hace florecer templos, ‘religiosos’ y seculares, sin cuyos ritos y adoraciones mucha gente internamente rota no soportaría el letal peso de sentirse infeliz, culpable y sola. La libido determinada por la no factibilidad del juego y el goce (todavía posible en los niños) se vuelca en video 'diversión', pornografía, consumo, telenovelas, desapego por los ancianos,  violencia social y guerras. Es el administrado mundo ‘ordenado’ de los adultos. En él se puede vender y comprar tanto el asco como el ‘amor’. La “murderabilia” expresa una omnipresente sensibilidad de suicidio, una sensación de riesgo y desintegración experimentada como ‘levedad del ser’, es decir como experiencia de no ser nunca, de no poder llegar a ser porque algo (“poderes”, lo frustran o arrebatan) horrible, a lo que se debe agredir antes que nos mate, observa y controla. Eso “horrible” presentido es nuestra libido (presentada por el cine de Hollywood como Alien) trastrocada por el mundo del flujo de las mercancías. Pero no lo apreciamos como la lógica de acumulación del capital, sino bajo las figuraciones del terrorista, la memoria, otras razas, el distinto, lo ‘otro’ obsceno (en positivo, un mundo liberado de pesadillas, donde el ser humano en tanto manifestación plural, con sus riquezas, tanteos y errores, sea universalmente deseable y posible, reconocido, saludado, acompañado), como agresión o salvación que provienen desde fuera del sistema.

   Es en este universo que se gestan, entre minorías (en cifras, probablemente abultadas, 232 millones en el mundo consumen drogas ilegales; no todas son adictas. De esta cantidad, unos 165 millones fuman marihuana. El gran consumidor de drogas es el Primer Mundo: Estados Unidos y España, por ejemplo) y por razones sociohistóricas variadas, las adhesiones a la coca, la heroína, el bazuco, la pasta, la marihuana, el crack. Generan adicción, pero también lo hace el dinero, conseguido contra los otros, y son, en especial algunas de ellas, autodestructivas, pero también lo son hoy sin excepción los productos tecnológicos y el poder político y los aparatos y doctrinas clericales en tanto circulan como mercancías. El tabaco es legal y eso parece ‘natural’, tanto como el que los bancos capitalistas solo presten a quienes ya tienen y no a quienes necesitan (cuestión valorada no solo ‘natural’, sino extremadamente ‘racional’, o sea no solo inevitable sino ‘buena’).

   En este universo no resulta para nada deschavetado, sino más bien ‘natural’ y óptimo que se legalicen las drogas hasta ahora caracterizadas como ‘ilegales’. Su legalización y gratuidad disolvería conflictividades sin, quizás, crear otras.

   Por supuesto la legalización y gratuidad de estas drogas no resuelve los desafíos radicales que las sociedades modernas capitalistas han producido al trastrocar la energía libidinal y ofrecer desagregación, inviabilidad del sujeto, reificación, violencia, destrucción y autodestrucción resultantes como cultura, democracia, libertad y progreso.

   Pero si hay algo que no se puede legalizar dentro de la experiencia humana es la cordura. Ésta hay que cultivarla y testimoniarla. Una manera de empezar a hacerlo es que la gente común, y la gente ‘buena’, ‘normal’, ‘saludable’, ‘virtuosa’ y ‘científica’ empiece a ver en los drogodependientes y aliens una expresión de su propia degradación y violencia.