Universidad Omega, Nª 108,
diciembre 2020.

 

 

   El término “populismo” hoy se adaptó al éter de muchas redes sociales y básicamente implica un desahucio mal oliente. Tiende a aproximarse a “caca” o excremento. El pintoresco y siniestro Donald Trump resulta “populista”, pero también lo es, para sus detractores, Joe (Joseph) Biden debido a su apego a la institucionalidad democrática y a sus mayorías ciudadanas, con algún énfasis en los más vulnerables y, también, por la seriedad que implica el ejercicio político en las algo, o mucho, insalubres sociedades modernas. En algún momento, ‘populismo’ quiso ser, en América Latina, vocabulario riguroso y “científico”, o al menos analítico, con los trabajos de Gino Germani (1911-1979) que lo determinó como una expresión “aberrante” en los procesos de transición desde una sociedad tradicional a una industrial. En un alcance, esta transición implicaba el desarrollo. Socialmente, la transición al desarrollo imaginada por Germani suponía movilización e integración. El ‘populismo’ falseaba esta movilización mediante la pareja caudillo-masas. En ella, la institucionalización del desarrollo se ‘seguía’ del liderazgo de caudillos carismáticos o demagogos y no era popular o masivamente protagonizada por el pueblo (en el sentido de no desplegarse el pueblo/masa desde sí mismo dando su aporte a la sociedad nueva que nace o transformada). Los populismos pueden resultar así adaptativos, críticos o revolucionarios, pero no alcanzan sus objetivos de desarrollo nacional. No toca desplegar aquí la conflictividad que para las sociedades latinoamericanas puede alcanzar la idea nacional o la de ‘desarrollo’.
   
   El ‘populismo’ de hoy no se hace problemas. El desarrollo (entendido como una generalizada mejoría en la calidad de la existencia) no pasa de eco desvaído o de memoria de mayores/abuelos anclados a sus recuerdos. Así, ‘populismo’ cambio de carácter. “Populista” pasó a ser ese otro o, mejor, el alien. El que con su mera existencia amenaza (real o ilusoriamente) lo que considero mis intereses y objetivos. Para la responsable o coordinadora de la página editorial de La Nación S.A. populistas/terroristas son los estudiantes que marchan en sus protestas por una mejor educación y se hacen notar. Al populista hay que caerle con todo. Para algún feminismo militante, los machos agresores resultan populistas. También se determina populistas a mujeres y varones informados que desean legalizar el consumo de drogas. Algunas películas estadounidenses ilustran bien el concepto. Siempre existen ciertos alienígenas que desean apoderarse del planeta Tierra o destruirlo. Los “populistas” en Costa Rica son esos alienígenas disfrazados de trabajadores públicos con sus descaros plasmados en convenciones colectivas. Si estos trabajadores públicos no existieran, Costa Rica no tendría pandemizados ni tampoco déficit fiscal.
   
   ‘Populista’ resulta así todo lo que hoy me interesa exponer contrario a lo que considero racional, verdadero y justo. Así, desenmascarar completamente al populista y perseguirlo en cada lugar que se refugie sin concederle tregua resulta condición de toda buena política. Por desgracia, la política tiene expresiones situacionales y también una determinación estructural. Los excrementales “enemigos” populistas en situación podrían resultar no serlo, o serlo solo parcialmente, en el plano estructural. Y los amigos de hoy en los planos situacionales podrían resultar enemigos en el nivel sistémico, o sea en el plazo más largo. Una de las ventajas del análisis sistémico es que facilitan paliar (o incluso resolver) dificultades o retos que la situación actual contiene, pero a la vez oculta.
   
   Por ejemplo, la situación costarricense de hoy parece clara e impone su fuerza: no se puede contra una pandemia articulada con una crisis fiscal. O sea, se puede paliar, pero no se puede vencer sin vacunas y cambios sistémicos. También se ve que la amenaza contra la salud no ha sido resuelta, pero han podido aminorarse parte de sus alcances. Una parte significativa de este achicamiento se sigue de las políticas públicas de salud del país. No son de hoy. Son parte de una historia que ahora muestra frentes positivos y también otros negativos. Hay que aprender a leerlos. Dentro de los negativos, sectores de la población que se rehúsan a cambiar comportamientos que podrían conducirlos a la muerte. Estos sectores son ciudadanos, pero no excelentes ciudadanos. Una pandemia exige excelentes ciudadanos. A una política positiva en salud la debilita una política pública que no logra producir excelentes ciudadanos: un buen ciudadano se valora producido por otros y responsable ante esos otros. Un buen ciudadano nunca sería populista con su alcance actual. Se entendería producción de otros y con responsabilidades hacia esos otros que no solo son la familia, el barrio o los negocios de cada cual sino la sociedad costarricense. El principal desafío ante la pandemia y la crisis fiscal combinadas es que esta sociedad costarricense no exista (porque no se la ha producido) y que los costarricenses vean y traten a otros costarricenses como “populistas”, o sea como ‘enemigos’. Una sociedad que cobija ‘enemigos’ no es tal sociedad. Políticamente las sociedades modernas albergan aliados y opositores. No amigos y enemigos. Quizás habría que recordarlo todos los días y muchas veces al día: no nos dividimos entre racionales y populistas, sino que nos ligamos como ciudadanos cuyos desafíos colectivos han de resolverse colectivamente. Quizás tarde o cueste, pero solo así se saldrá fortalecido de la pandemia y crisis fiscal. La salida no se logra a patadas ni mediante unos anónimos Ciudadanos Responsables publicitados por Canal 7. Un puñado de ciudadanos responsables conducirá a derrotas porque las victorias sociales son cosa de todos. Una sociedad que produce para todos el efecto de ciudadano responsable ganará siempre, aunque le tome su tiempo.
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Conversacion

Esther, Carlos (Costa Rica).-  Le agradecemos su artículo sobre populismos y ciudadanos responsables. Nos ha servido para coincidir y diferir sobre las situaciones de la actual crisis. Lo hallamos claro y refrescante. Como pareja, no advertimos sesgo politicista en su concepto: “… un buen ciudadano se valora producido por otros y responsable ante esos otros”. Las cosas de la vida nos habían hecho quizás olvidar o desdeñar esto. Vamos a reflexionar algo más el punto del carácter autodestructivo de la pareja falsa amigo/enemigo. Un abrazo. Gracias de nuevo.

HG. – Sí, la inmediatez de las situaciones y su ritmo a veces nos lleva a invisibilizar cosas que conviene pensar y repensar, y desde luego asumir, porque tienen que ver con nuestras vidas y no son ‘sólo’ conceptos. Una de las perjudicadas es la noción de ciudadanía.  Su uso constante relega o desvía su valor radical para la existencia de una sociedad moderna. Toda mujer es una ciudadana. Parte de la auto modelación de los niños se relaciona con su ciudadanía, desde que nacen. Los costarricenses en realidad son ciudadanos costarricenses y desde esta identidad devienen ciudadanos centroamericanos, regionales y mundiales. El empleo actual de ‘populismo’ esfuma ciudadanos y una parte de ellos empieza a representarse como ‘enemigo’, un giro que los convierte en la fuente todos los males y que exige su desaparición o aplastamiento. En América Latina indígenas y negros fueron primero enemigos o ‘aliens’ esclavizables que se podía usar. También ciertos sectores de mujeres. Para los ‘menores’ se tuvo el dicho “la letra, con sangre, entra”. En términos amplios podemos decir que no nos hemos permitido abandonar la oposición barbarie o civilización cuyos alcances quedan determinados por un poder político explícito o difuso que los determina. Este poder determina lo bárbaro que ha de ser usado/exterminado. Es un imaginario que nos mantiene como sólidamente desagregados. A este pasado y presente lo teñimos de heroicidad y hasta lo tornamos religión.

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