Artículos en el semanario

Universidad, marzo 2008.

 

 

 

    LA COLOMBIA DE URIBE 

 

    No existe motivo especial para pensar que el presidente Álvaro Uribe fingió, en la reunión del Grupo de Río, al disculparse con el mandatario de Ecuador, y conciliar con el de Venezuela, avanzando así la conclusión de una crisis surgida por la agresión del ejército colombiano al territorio ecuatoriano. En cambio está fuera de toda duda que o mentía o hablaba desde información falsa cuando aseveró al presidente Correa, que la acción ‘defensiva’ se había realizado en suelo colombiano. Si lo mal informaron, debió exigir la renuncia de los funcionarios y militares responsables. Si mintió, se le puede aplicar el criterio de ‘razón de Estado’ por el cual un gobernante no miente sino que es eficaz (o ineficaz) en la reproducción del orden social (Estado) que le incumbe administrar.

   El problema es que Uribe no defiende el orden de Colombia (la de “todos”, en el imaginario liberal), porque éste no ha existido nunca, sino su tercera candidatura presidencial, hoy día inconstitucional, para el 2010. Y la defiende buscando el “éxito” como sea. Por ello no puede pedir la salida de sus generales violadores de fronteras, ni aceptar que mintió y que mentirosos fueron también sus cargos contra los gobiernos de Ecuador y Venezuela cuya “prueba” son archivos que el Ejército colombiano atribuye al ejecutado dirigente Raúl Reyes. Reyes negociaba la liberación de Ingrid Betancourt con el gobierno de Francia. Su misión facilitó su detección y liquidación. Como Uribe no puede reconocer estas turbiedades, abraza aunque no resarce. Sigue en campaña.

   Lo anterior es solo un detalle de los hechos. Lo central es que Uribe está empeñado en su reelección y liga ésta con acabar militarmente a las FARC. Para ello utiliza el terror de Estado cuya última gestación en Colombia (no la más antigua) proviene del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (dirigente liberal) en 1948. Gaitán fue ejecutado por grupos conservadores, gente decente, católica, no por comunistas, narcos o guerrilleros, toda esa tropa de no-personas que se debe extirpar como a perros rabiosos para que existan la Verdad, el Bien y la Belleza. Los liberales se defendieron de la masacre en el 48 organizando guerrillas. Y los conservadores aprovecharon la ocasión para liquidar no solo a liberales, sino llevar la matanza a campesinos, indígenas, sindicalistas, “comunistas” y cualquier bicho que no oliera a agua bendita. ‘La Violencia’ incluyó una rebelión (1948, más de 21 mil víctimas en cálculo oficial), una dictadura transicional y un posterior pacto entre pulcros propietarios conservadores y liberales. Se repartirían la administración del país y su riqueza y todos contentos. Pero a los dueños de Colombia, y a sus militares, les quedó la maña por la sangre.

   Por eso el terror de Estado (al que se sumó el paramilitar) se ha prolongado y llega hasta Uribe. El enemigo no es solo las FARC. Los ejecutables son campesinos, trabajadores, sindicalistas, luchadores por derechos humanos, dirigentes populares, gente humilde. Esta violencia oligárquica no es creación de Uribe. Él, un disidente liberal y muñeco de los medios masivos, es simplemente su demagógico rostro actual.