Universidad Omega, Nº100,
septiembre, 2020.

 


   Jacques Sagot (n. 1962) al parecer no soportó que la pandemia lo desplazase, con su inquietante constancia, de atraer la atención de los costarricenses, y publica con menores intervalos de tiempo sus artículos en La Nación S.A. O al menos esa impresión deja. Puede ser que sus disonancias hayan arreciado (cada una podría valer por 3.5, de las anteriores, digamos) y esto lo torne más notorio. No terminaban todavía de drenarse/fumigarse los fluidos de sus opiniones sobre el presidente Carlos Alvarado y su familia (se dieron unos días de vacaciones en Guanacaste: los adultos de la familia pagaron transporte y hospedaje de sus bolsillos. El viaje fue privado, pero no secreto. Ningún banco estatal comprometió su situación financiera con el viaje, Celso Gamboa estaba en el Atlántico, cooperando con Limón F.C., nadie se refirió al Presidente como El Jefe, el Capo o el Chapo II o Bolaños Bis), pero Sagot, en un arranque telúrico, identificó la acción de respiro de la familia presidencial como error “del tamaño del Chirripó”. O sea, más de 3.800 metros. Para el criterio de un ratón pigmeo esto es enorme, tal vez incalculable. Para Sagot, resulta altote y extendido). Sagot además quiso imaginar al presidente siendo recibido por Ricardo Montalbán y Tattoo, una ‘creación’ marginal del imaginario pop estadounidense. Montalbán se dio la mala suerte de morir hace 13 años. Tattoo (su nombre ciudadano era Hervé Jean-Pierre Villechaize, nacido en París en 1943) se suicidó, tras una existencia difícil, el año 1993. Solo su última pareja lo trató como persona. Según Sagot, toda la familia del presidente amerita ser tratada como Tattoo. En su mirada, todos resultamos algún tipo de enanos.
   
   Liquidado el presidente Chirripó/Tatoo, Sagot se ocupó después de Derechos Humanos (nombre propio). Lo hizo el 15 de septiembre. Tal vez nervioso por la pandemia asociada con bombetas patrióticas olvidó que para referirse a algo hay que interesarse un mínimo en el asunto, esto si no se lo quiere estudiar. Sagot parte hasta equivocando nombres. La para nada desconocida Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) se llama asi como acaba de transcribirse. Sagot la llama “Declaración Universal de los Derechos humanos”, es decir le añade un “los”. Irónicamente el editor del periódico reproduce el error en un cuadrito inserto en el texto mayor: “La Declaración Universal de los Derechos Humanos reposa sobre contradicciones y aporías”. La Declaración no lleva el “los” porque los representantes de los Estados presentes no se pusieron de acuerdo sobre el carácter de estos derechos. La falta de acuerdo significaba que no se firmase la Declaración. Eliminado el “los” se pudo firmar.
   
   Una vez que no se acierta ni con el nombre de este cerro, se puede afirmar cualquier cosa. Sagot cree que en el término-concepto derechos humanos, el vocablo ‘humanos’ hace referencia al ser del hombre, o ser del ser humano. Y por lo tanto toma de algún manual lo que filósofos y otros autores con mayor o menor prestigio han dicho acerca de este ser humano. Pero ‘derechos humanos’ poco tiene que ver con esto. Se trata de un nombre y concepto modernos cuyos afluentes son un Estado de derecho de preferencia republicano y la diferenciada y conflictiva base social elevada a una sociedad civil. Son los individuos de esta sociedad civil quienes tienen derechos, no ‘los hombres’. El ‘inventor’ de este artificio es John Locke (1632-1704) y  de él lo toman tanto los revolucionarios franceses (1789) como los estadounidenses en su Declaración de Independencia (1779). Refiero la fecha posterior antes porque la declaración francesa ha tenido más resonancia en este campo, pero Locke está sosteniendo ambos documentos. Locke hace parte tanto de la cultura difusa como de la explícita de los estadounidenses. Hasta Donald Trump lo porta, aunque no lo haya leído jamás. Inicialmente derechos humanos fueron formas de oponerse a la autoridad unilateral de aristócratas y señores feudales y curas.
   
   Lo peculiar es que Locke al mismo tiempo que inventa derechos humanos crea la figura de la no-persona, o sea el individuo humano que no los tiene porque los ha perdido… o porque no es varón. Sagot no tiene por qué estar enterado de esto (ni de nada, en realidad), pero las mujeres lo tienen clarísimo. Cuando en Francia aparecen las mujeres reclamando sus derechos de la mujer y de la ciudadana… los varones ¡mandan guillotinarlas! Además de la incongruente salvajada el punto remitía a que las mujeres no eran consideradas individuas independientes en la sociedad civil. Eran dependientes o del ciudadano padre o del ciudadano-esposo o de cualquier macho que la tuviera bajo su tutela. La figura de la no-persona permite que Locke comerciara esclavos (negros). Es decir que al decirse de una sociedad civil ‘bien ordenada’ (o sea propietaria y capitalista) derechos humanos pueden tornarse selectivos. Hoy si se quiere violar impunemente derechos humanos, y hasta hacerse “popular” cuando se los viola, básicamente se habla de “terroristas”. Pero los terroristas actuales han recibido antes y ahora otros nombres. La señora encargada de cautelar que Sagot no propale sus groseras inadvertencias en la página de opinión de La Nación S.A. escribió alguna vez que cuando veía estudiantes costarricenses manifestándose en las calles (con razones o sin razones) ella experimentaba terror. Como su sentimiento, el de ella, era genuino, los estudiantes pasaban a ser “terroristas” y ya se sabe que el único terrorista bueno es el terrorista muerto. Probablemente la señora no quería que mataran a los estudiantes (no puede juzgar uno si sabe de lo que escribe), pero sí que les dieran un castigo merecido (prisión perpetua en una cárcel venezolana o nicaragüense, por ejemplo).
   
   Pero Sagot no escribe sobre derechos humanos (de los que no entiende nada) sino para atacar lo que valora como ‘nuevo paradigma’: el de la diversalidad (asi lo llama). Ubica su presencia a finales del siglo XX. Anda perdido. Su ‘diversalidad’ hace parte central del mensaje de Jesús de Nazaret, solo que éste la llama ‘projimidad’. ‘Ama a tu (diverso) prójimo. Tú eres también uno de ellos’. O sea, 20 siglos. Si Occidente y Sagot son, aunque sea difusamente, cristianos, pues en el cristianismo se encuentra la universalidad situada (es el judío herido y también el samaritano) y con ello la invención de derechos humanos. El punto tiene un corolario: con lo bello que es el cristianismo de Jesús de Nazaret, Occidente (ni nadie, o casi) nunca ha deseado ponerlo en práctica. Seríamos otros. Incluso Sagot reconocería prójimos y él sería reconocido como prójimo legítimo. Se evitaría andar mortificando la memoria de enanos cuyas tristezas y sufrimientos no conoce. Amaría y lo amarían. Y tendría como norma respetuosa para sí mismo y para los otros informarse para actuar, informarse para opinar. Su único costo sería que sus artículos no los publicaría La Nación S.A. Todo el resto serían cordialidades sinceras y encuentros, horizontes comunes. Alguna tristeza y soledad habría, pero sería superada con la voluntad esforzada de todos. Es el acercamiento, para nada gratuito que exige, por ejemplo, la actual pandemia. En tiempos de pandemia, derechos humanos. Todos los costarricenses, no solo Sagot, deberían pensarlo.
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