Universidad Omega, Nº 98,
Septiembre 2020.


   Leo, sin demasiada sorpresa, un reportaje e información de la periodista Daniela Cerdas en el periódico La Nación S.A. El título es inocuo, por general: “Pandemia potencia clases virtuales en las universidades” (5/09/2020). Bueno, la pandemia exige “burbujas”, “confinamientos” y ‘distanciamientos/separaciones en todos los campos, la venta de hamburguesas, la recolección de café y el comercio centroamericano, por ejemplo. Si no se está en esto, un horizonte probable es la enfermedad y la muerte. Y la prolongación de la enfermedad en secuelas incapacitantes. De modo que la suspensión de los cursos presenciales en los diversos planos de la educación no debía extrañar. Resulta necesario ante una emergencia o crisis. Distinto es que las actividades no presenciales (una universidad las llama ‘a distancia y sincrónicas’) resulten unilateralmente elogiadas. Por ejemplo, en el reportaje referido, Luis Paulino Méndez, presidente del Consejo Nacional de Rectores, declara, de acuerdo al texto de la periodista Cerdas: “Méndez indicó que, con el proceso a distancia que están implementando por la Covid-19, están viendo todas las “bondades” que tiene el modelo. Consideró que se podría aumentar la cobertura, reducir los costos para que los alumnos no tengan que desplazarse hasta el campus universitario y que no deban tener un apartamiento cerca de la universidad.” Méndez se está refiriendo aquí exclusivamente a las universidades públicas. Las universidades privadas en Costa Rica acostumbran darse sus propias lógicas. Juan Montañez (Director General Regional para Centroamérica de la Universidad de San Marcos) “…relató que en Colombia se realizaron pruebas sobre el desempeño de los estudiantes en la educación superior y los resultados arrojaron que los alumnos de la educación virtual tenían mejor rendimiento que los que entraron con el modelo presencial. La actual Universidad de San Marcos, privada, nació en 1922 (Costa Rica) con el nombre de Escuela de Comercio Manuel Obregón. Desde 1974 se estableció como institución para-universitaria (carreras más cortas que las universitarias y que titulan técnicos. La actual Universidad San Marcos se configura como una institución regional).

   Valeria Lentini (investigadora del Estado de la Educación, Costa Rica) no se queda atrás. Declara: “Las oportunidades que nos trae este experimento que está ocurriendo sin haberlo pedido, es que se actualiza la docencia en el uso de tecnología, mejora la infraestructura y conectividad, perdemos el temor a la tecnología para la enseñanza y el aprendizaje, promovemos la autonomía de los estudiantes, reducimos desplazamientos, y es una oportunidad para las zonas alejadas”.

   En el último y breve párrafo de su reporte, la periodista inserta un reparo. Lo presenta el presidente del Consejo Nacional de Rectores, Luis Paulino Méndez: “…el rector del tec (sic) sí admite preocupación de que el alumno pierda la experiencia de la vida universitaria en medio de la educación virtual”. Ahí termina la crónica.

   El reparo del rector Méndez no es menor. La ‘experiencia de la vida universitaria’ es la subtotalidad que hace del profesional universitario (o debería hacer) alguien distinto. No alguien superior, sino distinto por su cualificación. No deberían resultar idénticas, ni como profesionales ni como ciudadanos, una maestra de escuela que no estudió en la universidad y otra maestra que sí lo hizo. Observemos que en la existencia de todos los días la primera podría resultar maravillosa y la segunda un desastre. Pero se trataría de casos. La tendencia, en cambio, debería mostrar que las segundas y segundos consiguen con mayor economía sus objetivos que las primeras o primeros. Y la capacidad de autocrítica de las segundas/os debería hacerse más presente (se cuestionarían incluso si ‘todo’ parece marchar bien) en ellas/ellos que en las primeras/os en las que ‘todo va bien’ es un juicio que puede contener algo muy distinto, e incluso incompatible, con el ‘vamos bien’ de las segundas. Se trata de un tema complejo aquí solo indicado.

   El anterior 5 de agosto el mismo periódico, aunque en sus páginas de opinión, publicó un panorama distinto: “Por qué Zoom no puede salvar al mundo”. Lo firma un investigador Ricardo Haussmann (Cambridge) quien hizo equipo con investigadores de Harvard y de la Universidad IT de Copenhague (especializada esta última en Tecnologías de la Información). Pueden equivocarse, pero se les contrata y paga como expertos. La revista Nature Human Behaviour publicará su informe. El artículo de Haussmann indica que la tecnología (saber hacer, diseñar) se basa en tres tipos de conocimientos: “…el conocimiento incorporado en las herramientas; el conocimiento codificado en códigos, recetas, fórmulas, algoritmos y manuales de uso; y el conocimiento tácito en los cerebros o know how (saber hacer). // De los tres, las herramientas y los códigos son fáciles de desplazar, pero el know how se mueve muy lentamente de un cerebro a otro a través de un largo proceso de imitación, repetición y retroalimentación, como cuando aprendemos a hablar un idioma nuevo o a tocar un instrumento musical” (itálicas no están en el original). Haussmann no está especialmente interesado en las clases universitarias. Su tema es los viajes de negocios. Lo dice así: “Sin acceso al know how global en persona las empresas locales han tenido dificultades para construir estructuras, reparar equipos o descifrar cómo mejorar las operaciones//. Nuestra investigación concluye que el  mundo pagará un muy alto precio por la interrupción de los viajes de negocios, lo cual se tornará evidente en menos crecimiento de la productividad, menos empleo y menos producción poscrisis” (itálicas no están en el original). Es la razón por la que el zoom “no puede salvar al mundo”. Los aprendizajes se potencian por el contacto efectivo entre las personas y la imitación crítica de prácticas. Si lo que afirma Hausmann es correcto, conviene retornar a la práctica universitaria de la presencialidad. Para avanzar en aprendizajes (de estudiantes y docentes) nada la sustituye. Ahora, si lo que se quiere transmitir es autoridad y obediencia unilaterales e institucionalizadas el zoom es perfecto. No fue Hausmann quien formuló la sentencia: “El medio es el mensaje”. Luego, el mismo autor, derivó otra sentencia: “El medio es el masaje”.
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