1.- En el proceso más amplio del impacto de tecnologías de punta (informática e ingeniería genética) comenzado a finales de la década de los sesenta (Internet, 1969) actualmente en curso y que implican un proceso civilizatorio, se insertan un fenómeno geopolítico (la liquidación de las sociedades del socialismo histórico a inicios de la década de los noventa) y una declaratoria ideológica propia de La Sociedad sin Alternativa (inscrita a su vez en la referencia a un Final de la Historia): la doctrina de una Guerra Global Preventiva contra el Terrorismo (2001, destrucción del World Trade Center por un grupo, principalmente saudí, de Al Qaeda). Materialmente, el proceso civilizatorio contiene la transnacionalización e internacionalización del poder en lo que el periodismo llama ‘globalización’ y que aquí denominaremos, siguiendo la versión francesa, ‘mundialización’. La razón para esta preferencia es ideológica y a la vez conceptual. Un globo inflado contiene internamente puntos enteramente intercambiables, por iguales o semejantes. Nadie pretenderá igualar o asemejar, desde ningún punto de vista, Alemania con Belice, o los lugares privados de descanso de millonarios y celebridades en Costa Rica con las residencias y habitantes de La Carpio (“Costa Rica’s Worst Ghetto”) en la capital del país. Se trata de realidades a la vez paralelas y conectadas, no intercambiables. ‘Mundialización’, en cambio, remite a una totalidad (mundo) que puede contener orden y violencia, integración y desagregación/exclusión, fijeza y cambio, relacionalidad y desvinculación aparente. Resulta un concepto menos ideológico, por mejor determinado, (concreto) que globalización.

2.- La transnacionalización e internacionalización del poder con predominio del capital financiero se expresa en la vigencia, no derivada de su eficacia para todos, de instancias como la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y también en la crisis, quizás terminal, de la Organización de Naciones Unidas, entidad nacida de un mundo que se deseaba ‘pacificado’ tras la Segunda Guerra Mundial. Sin que resulte sorprendente, la crisis de la ONU no altera significativamente a sus dependencias: el BM y el FMI. Tampoco la capacidad de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para llevar la guerra a todo el planeta. Esta capacidad más bien es uno de los factores que concurre en la crisis de la ONU y específicamente de su Consejo de Seguridad. La mundialización actual contiene así, fuertísimos riesgos e inseguridad para todos los lugares del planeta y las poblaciones residentes.

3.- La sensibilidad (ethos) de la mundialización se estructura y presenta desde la universalidad de la forma mercancía (todo tiene propietario y por ello todo puede comprarse y venderse, todo tiene precio), una generalizada cultura del espectáculo centrada en dos lemas: compre, use, bote y si he pagado mi tiquete no me importa lo que ocurra en el escenario, yo no soy responsable, inscritos en una economía centrada en deseos (infinitos) y no en necesidades (cuya finitud puede discutirse).
3.1.- La expresión sensibilidad o cultura del espectáculo no hace directamente referencia a una ‘sociedad del espectáculo’ (Guy de Borde, 1967) donde lo vivido se transforma en mera contemplación (imagen) que une lo que la realidad desagrega e incomunica: ‘El espectáculo no es un conjunto de imágenes sino la relación social constitutiva en la que las personas se ligan mediadas por imágenes’. Tampoco remite a la imagen de una ‘civilización del espectáculo’ propuesta por M. Vargas Llosa (2012) que denuncia la cultura dominante actual como una forma de aborregamiento (para nada incompatible con un indisciplinado individualismo exacerbado) orientada a distraer a los públicos de los serios desafíos planteados por su mundo de existencia hasta lograr que se pierdan de vista, y desea, Vargas Llosa, algún tipo de retorno hacia pasadas autorías reconocibles y disciplinadas que reivindicaban ideas, valores y conocimientos desde su competencia, la palabra literaria, religiosa o científica, por ejemplo, y contribuían a hacerlos vivamente presentes a su tiempo ligando de esta forma ‘alta’ cultura y política. En estas notas, cultura del espectáculo designa más bien una hegemonía material internalizada, como lo hace de Borde, susceptible de ser enfrentada y superada desde una variedad de sitios epistémico-político-culturales desde los que pueden generarse sujetos sociales alternativos.

4.- La transnacionalización e internacionalización del poder (o creación de una nueva constelación mundial de poder con eje financiero) confirma la reconfiguración del papel de los Estados modernos tradicionales. Como tendencia pasan a ser de promotores y coordinadores del desarrollo nacional (entendido como proceso integrador colectivo y personal) a la función más restringida de garantizar localmente y de diversas formas los contratos inherentes a la organización capitalista de la existencia y adherir a coaliciones geopolíticas que enfrentan económica, militar y culturalmente los desafíos que la misma organización capitalista genera. Una de estas coaliciones mantiene una presencia permanente y aumenta el número de afiliados: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que se autodefine como de “defensa colectiva” y que aumentó significativamente su agresividad, por el momento incontestable, desde la destrucción del Muro de Berlín en 1989. El gasto militar de los países miembros de la OTAN (americanos, europeos y ‘casi’ europeos, como Turquía y Albania) supera el 70% del gasto militar mundial. El mando militar ha correspondido siempre a EUA.

5.- Las diversas coacciones determinadas por los diversos frentes del proceso civilizatorio denominado mundialización actual han acentuado procesos disfuncionales ya existentes en el anterior estadio de despliegue capitalista mundial y creado otros. Para dar cuenta de estas transformaciones Ulrich Beck (1944-2015) acuñó la denominación “sociedad del riesgo”. El concepto se entiende usualmente como una fase de despliegue de la sociedad capitalista moderna donde los conflictos, desafíos y riesgos sociales, políticos, económicos e industriales, tienden cada vez más a sobrepasar las políticas e instituciones de control y protección vigentes en el estadio fabril (industrias, fordismo, toyotismo, atención a una sociedad de masas) de la sociedad moderna. El estadio actual tiende a una desagregación que desencanta a la ciudadanía (de cuya participación depende la legitimidad del Estado) y genera falsos colectivos de ‘individuos’ cuyos referentes básicos son la provisoriedad (para los sectores poderosos) y la vulnerabilidad para sectores tendencialmente condenados a la impotencia. La provisoriedad se sigue del dominio del capital financiero (efectivo y especulativo), del vértigo del cambio tecnológico, de la lógica de mercados con tendencia al monopolio y de una concentración de riqueza/poder que incluye la ‘seguridad’ de un eventual respaldo militar. La precariedad, de la sistémica sustracción de medios de vida y existencia (empleo, empleo estable, radicación geográfica y familiar, por ejemplo, deterioro ambiental) tensionada por una economía-sensibilidad de deseos, es decir internalizada como apetencias frustradas. Poder potencialmente frustrado/enfrentado, es decir bloqueado, y deseo sistemáticamente frustrado generan, más que una ‘sociedad del riesgo’, una existencia social amenazada. Resulta factible enfrentar el riesgo emocional y racionalmente. En cambio la ‘amenaza’ (guerra global preventiva contra el terrorismo, ausencia de seguridad social) omnipresente resulta incalculable y se resuelve mediante acciones pseudo racionales o racionalizadas pero derivadas principalmente del temor. Un columnista costarricense escribe: “Vivimos en la sociedad de los miedos… nacidos de las incertidumbres diarias. ¿Tendré trabajo en dos años? ¿Habrá pensión cuando me retire? ¿De dónde sacaré plata para pagar las medicinas de mi papá?” (J. Vargas, LN: 17/11/2016). Sin conflicto, la ‘sociedad de la amenaza’ se torna para sus individuos tanto la sociedad del máximo disfrute individual como la del enfrentamiento desesperado de reveses y sufrimientos porque mañana o en unas horas nadie sabe lo que ocurrirá (los economistas nunca prevén las crisis, por ejemplo, sólo las ‘describen’) y existe la clara posibilidad de que el mundo de la existencia (familia, barrio, empleo, empresa, etcétera) siempre empeore y el daño resulte irreversible. En este ethos, la responsabilidad ciudadana, o sea ligada a un proyecto colectivo o comunitario de existencia del cual las gentes aunque sea formalmente se hacen responsables, tiende a resultar una referencia vacía. El éxito de políticos que estimulan los sentimientos individuales de ‘todo está mal y podría ir peor si no borramos a emigrantes, a negros, el apoderamiento de mujeres, a ecologistas, a musulmanes, mexicanos, etcétera… y, entonces, cuando eliminemos las amenazas, volveremos ser Number One (integrados y felices)’ permite entender victorias electorales (EUA, Trump) y también el retorno de neofascismos y racismos en las sociedades europeas. En sus últimas presentaciones como Presidente de EUA, Barak Obama denunció el nacionalismo y etnicismo burdos, pero también aseveró que “…la austeridad por sí sola no puede aportar prosperidad”. Se desmarcó así, al menos mínimamente, del paquete grueso de la mundialización en curso. Para las sociedades latinoamericanas, la sociedad de la amenaza apodera el carácter privado-propietarista y clientelar-rapiñero de los Estados, es decir su secuestro, lleva a cero el valor de la ciudadanía y potencia procesos de falsa radicación íntima-individual y también los más tradicionales de desagregación, fragmentación y enfrentamiento. Los medios latinoamericanos ofrecen el espectáculo de exaltadas poblaciones relacionadas constructivamente solo cuando sus selecciones de fútbol ganan camino a un próximo Mundial. Las derrotas futboleras fortalecen desagregaciones y desesperanzas y agresiones. Tanto la exaltación desmesurada de la victoria como la cólera destructiva de la derrota tornan patente la ausencia de integración personal y comunitaria. El déficit de humanidad. Señas de los tiempos.

6.- Bajo la pantalla del naufragio en derechos humanos (se elogia públicamente la tortura y el asesinato si es cometido por poderosos, se rechaza que depauperar o negar empleos sin ofrecer alternativas viole derechos humanos) y la turbiedad de los regímenes democráticos de gobierno erosionados por el superpoder de los mercados, la movilización y el voto ciudadanos pierden calidad y se autodescalifican al optar por ideológicos populismos reaccionarios (volver a tiempos que condujeron al presente amenazante) o populismos conservadores (mañana no lloverá tanto, no cambiemos nada), presentar protestas fragmentarias o erráticas, sin referente sistémico, recurrir a la violencia carente de respaldo ético y político o disolverse en falsas identidades, en realidad identificaciones, particulares. Desde las radicaciones de consumidor efectivo o potencial frustrado en un mundo que se presenta por completo ajeno no resulta factible ostentar un sello ciudadano.

7.- Las anteriores referencias esquemáticas presentan un mundo a la vez integrado (mundialización) y desagregado por una economía de deseos y una sensibilidad del espectáculo (pequeñas y falsas, por transitorias, comunidades, multiplicación de las insolidaridades y soledades, ausencia de responsabilidad básica y de conducción). Mundo propicio para Superhéroes que salvan de la hecatombe. Pero la Hecatombe sigue haciéndose presente tras cada imaginaria derrota ante los Superhéroes. La Hecatombe hace parte del Sistema. La Hecatombe efectiva exige la presencia de Superhéroes. Su Presencia enfatiza que no existe respuesta política humana para los desafíos (sentidos pero no discernidos ni politizados). Realidad opaca de un mundo sin alternativa.
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