Universidad, N° 2005,

agosto 2013.

 

   El suceso más pintoresco, y al mismo tiempo de mal gusto, de las últimas administraciones políticas costarricenses había sido, hasta agosto del 2013, la cesión que, como regalo de noche de bodas, hizo de la Presidencia el entonces presidente de la República, Miguel Ángel Rodríguez, a la señora Astrid Fischel, una de sus Vicepresidentas. El asunto, que se prestó para ruidosos chistes nupciales, algunos machistas y otros no, pareció derivarse de que el señor Rodríguez entendía su cargo como un sello de su patrimonio y no como investidura temporal que le había sido concedida, sufragio y legislación mediante, por la ciudadanía costarricense. O sea, se sintió rey, o al menos duque, y no el ciudadano presidente que era. El traspaso “monárquico” o feudal fue por supuesto jurídicamente nulo porque la Constitución local solo autoriza reemplazos en el cargo de Presidente en casos de ausencia absoluta o temporal del titular. Como se advierte, el ciudadano-Presidente del momento se sentía por encima de la ley y la cultura republicana le resultaba extraña o molesta. Nada demasiado extravagante en sociedades con sensibilidad oligárquica y pre-moderna. Para un criterio moderno, pintoresco y grosero. Por varias causas entonces, la señora Fischel, debería haber rechazado el “presente”. Era una mala señal.


   El reciente 2 agosto del 2013 tres funcionarios públicos, la ciudadana Presidenta del país, la ciudadana Presidenta de la Corte Suprema de Justicia y el ciudadano Presidente de la Asamblea Legislativa, hicieron pública la consagración religiosa de sus mandatos y pusieron en manos de la Virgen de los Ángeles sus responsabilidades al mando de los poderes que dirigen. Como se sabe, la Virgen de los Ángeles es ficha de la Iglesia Católica aunque acepte solicitudes de cualquier persona con problemas o agradecida. La católica consagración en manada de los poderes públicos, porque detrás de los altos jerarcas venían incluidos todos los funcionarios estatales y gubernamentales, superó largamente el pintoresco y chirriante “obsequio nupcial” que hizo Rodríguez a su Vicepresidenta. Y lo fue no solo en su aspecto cuantitativo, sino por su forma y contenido. Destaquemos tres detalles: el texto de la consagración solemne ni siquiera fue iniciativa de las señoras Laura Chinchilla y Zarela Villanueva o del señor Luis Fernando Mendoza. Les fue redactado e impuesto por un miembro de la Conferencia Episcopal, un cura de apellido Girardi. La autoridad eclesial quizás consideró que ellos como laicos no tenían la capacidad espiritual ni intelectual para consagrar adecuadamente sus mandatos ciudadanos. Los tres funcionarios públicos que debieron recitar la advocación pertenecen al extinto Partido Liberación Nacional. Su cadáver, tras la ofrenda, mezcla los hedores de la putrefacción con este spray de agua bendita. Tercero, el actual Ministro de Imagen y Propaganda ni siquiera fue informado del show. Ello impidió que descendieran del cielo blancas palomas para bendecir la ceremonia. Oportunidad perdida.


    El espectáculo consagratorio se torna más delirante si se observa que quienes emboscaron con éxito a los principales dirigentes públicos del país, reduciéndolos a “ovejas” laicas, carecen ciudadanamente de legitimidad para redactar consagración alguna a los jerarcas de los poderes públicos. Sigue abierto contra algunos obispos, aunque languidece y se añeja porque los circuitos judiciales miran para otro lado, un proceso por funcionar como “garrotera” sin atenerse a la ley. El local de la Conferencia Episcopal fue allanado ¡en julio del 2008! Las cifras en dólares son millonarias. Uno de estos obispos atribuyó el delito a un empleado ya fallecido. Como se sabe, la iglesia católica no falla nunca, sus funcionarios sí lo hacen, especialmente si ya están muertos y no se los puede encausar. En casos como éste, Dios resolverá.


    La señal que enviaron este agosto los obispos taimados es que ellos mandan en el país. La ciudadanía, gracias a la fragilidad y mediocridad de sus dirigentes políticos, se enteró que existen en Costa Rica tres poderes absolutos, ninguno de ellos elegido por sufragio: el dinero, venga de donde venga, la argolla obispal-vaticana y la “producción” del programa televisivo Combate. Si alguien se encuentra con alguno de sus personeros en la calle, cruce de acera o corra como diablo. Si se cae en sus dominios, nadie se salva.

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