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Pensar América Latina

 

LIQUIDADOS Y LIQUIDADORES

 

 

     “Pensar América Latina” es algo que usualmente no hacemos. La damos por descontada América Latina, así, como es o como viene. Con sus talentos multiculturales, eso sí discriminados por una jerarquización rígida (e hipócrita) que proviene de la Conquista y Colonia, y sus desagregaciones sociales que nos hacen producir empobrecidos económico-culturales a quienes referimos o a políticas públicas que, en el mejor de los casos, sacan de la miseria y abyección a unos cuantos, o a organismos no-gubernamentales que formulan proyectos, realizan auditorías o promueven expectativas entre sus clientelas en el mismo movimiento en que sus funcionarios aseguran un modus vivendi y, ocasionalmente, un prestigio de ‘expertos’. Por supuesto, también está la limosna individual con la que muchos querrán ganar, pese a que la conceden con acrimonia moral, créditos para el cielo. De pobres y miserables también se encarga la policía y, más terriblemente, los escuadrones de “limpieza social”. Entre las capas medias urbanas ver a un pobre activa la orden de “cambiar de acera”. Autoridades y estas mismas capas medias no suelen escuchar si este mismo pobre, en especial si es mujer e inmigrante, llama por teléfono celular.

 

 

Más difícil es que relacionemos esta América Latina, como la vemos o como viene, con sus posicionamientos en la división internacional, hoy mundial, del trabajo. Digamos, con la articulación de sus diversas regiones y poblaciones a la acumulación global de capital. Solemos conformarnos con ‘saber’ que somos parte de la periferia de este capitalismo, países (o economías) subdesarrollados, incluso parte del Tercer Mundo. Un área con riquezas y bellezas naturales que, lástima, están pobladas por latinoamericanos escasamente competitivos, dudosamente eficientes, irregularmente eficaces: mala razas-pobre cultura empresarial. También venales, líricos, patriarcales, señoriales y, sin paradoja, obsecuentes y lambiscones. Pueblos que nunca hemos conseguido asumir el espíritu de la modernidad. Quizás porque el lambisconamiento y la sujeción formen parte efectiva de esa espiritualidad.

 

 

      La línea anterior contiene un giro expresivo que demanda, debido a la organización de este discurso, una reflexión: “Pueblos que nunca hemos conseguido asumir”. ¿Existe este “hemos”? Si se lo prefiere: ¿Hemos, desde 1492, producido un emprendimiento colectivo, entre todos, para todos? Con diferencias, por supuesto, pero, aún así, ¿para todos? El concepto en juego es incluyente. Un emprendimiento colectivo incluyente. Ya mencionamos las desagregaciones, las jerarquizaciones rígidas e hipócritas (porque nuestras legislaciones dicen que no existen), la crueldad, el odio. Entre nosotros, ¿nosotros?, hasta el cristianismo bajo su versión católica se utiliza para discriminar (a laicas y laicos y no católicos) e incluso para odiar sin remordimiento ni castigo. Cabe recordar que administradores de la Seguridad Nacional (terror de Estado) como Augusto Pinochet (Chile) o Jorge Rafael Videla (Argentina), o personalidades dictatoriales renombradas como las de la familia Somoza en Nicaragua, fueron piadosísimos fieles de la Iglesia Católica (al igual que terratenientes, banqueros, grandes comerciantes, y más humildes guías de desplazados que los hacinan y abandonan en furgones, desiertos y ríos, soldados que asesinan a los humildes y cuyo estandarte a la cabeza luce el Sagrado Corazón de Jesús o alguna Virgen María en versión lugareña). Por supuesto, “incluyente” puede predicarse de muy diversas maneras. En el ‘orden’ construido por los latinoamericanos (o sea por sus sistemas de dominación) hasta el “desechable”, figura inventada por el paramilitarismo colombiano para identificar y cazar a quien debe ser asesinado para que existan la verdad, la belleza y la justicia, puede considerarse incluido: cómo imaginar paramilitarme la existencia sin un alguien que nos repugne de tal manera que resulta un imperativo moral liquidarlo. Los paramilitares colombianos constituyen una personificación en el límite del imaginario criminal que caracteriza la espiritualidad de los sectores dominantes en América Latina.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Obviamente, el imaginario-pensamiento anterior, el paramilitar o el clerical, no puede provenir de quien es liquidado. Pertenece a quien posee la capacidad para liquidar y, sobre todo, para quien juzga que su capacidad liquidadora queda impune. Y, todavía más, le concede prestigio.

 


      Solo por esto, tal vez, habría que pensar América Latina. La referencia es: existe una América Latina de los liquidadores y otra de los liquidados o que son puestos por los liquidadores en situación o condición de ser liquidados. Para que un guía falso abandone a emigrantes pobres y no deseados en el desierto o una mujer humilde y sola llegue a solicitar un empleo en la industria de maquila de Ciudad Juárez es necesario que, antes de su vejación y ejecución anunciadas, hayan sido puestos en situación familiar, laboral y existencial de vulnerabilidad extrema, que sus necesidades se hayan transformado en pesadilla, sus horizontes de esperanza en cursos de inglés (podría ser rumano) cuya factura en moneda dura resulta humanamente imposible de cancelar. En América Latina ser miserable consiste en una de las formas sociales de la impotencia radical y también en la ostentosa manera de tornarse vulnerable: entre nosotros los empobrecidos ocupan lugares sociales que convocan la violencia.

 


      Parece suficiente razón para pensar América Latina el que entre nosotros (que no lo somos) existan naturalizadamente liquidadores y liquidados y la producción de situaciones que demanden la concurrencia de liquidadores y liquidados. No es excusa si esto ocurre también en otros lugares. A nosotros nos correspondió existir aquí. Y debiera resultar obvio que si en América Latina existen liquidadores y liquidados, entonces los liquidados no pueden, o al menos no deberían, sentir/pensar igual que los liquidadores. Con un ejemplo, los ´liquidados’, es decir los puestos día a día en condición de ser liquidados, no pueden imaginar/pensar abstracta o universalmente al hombre o ser humano que para otros, los prestigiosos, significa el que acosa, excluye y liquida y, para los liquidados, el que simula, se esconde, huye, repta, se desagrega, llora y es cazado.

 


      Es normal que para los liquidadores esta realidad parezca natural, propia, y buena. Y no debería ser valorado excepcional, ingrato u odioso que los liquidados estén en desacuerdo. Tienen no la razón, invento de los liquidadores, sino sentimientos y muchas razones (argumentos y testimonio de existencia) para disentir.

 


      En América Latina entonces se hace necesario pensar porque existen liquidados y liquidadores. Si los primeros no resienten las tramas sociales que los involucran y piensan, mueren. O no alcanzan su estatura virtual sociohistórica de sujetos, que es otra forma de ser asesinado. Una muerte doble. Quienes son puestos en condición de ser liquidados (en muchas regiones la mayoría) tienen la obligación de pensar. Escucho que alguien objeta: no, tienen la obligación de correr, de resistir, de luchar, de cambiar el mundo para que llegue a ser su mundo. Sí, pero para que la carrera no sea fuga que termina en la liquidación impune o en autodestrucción, se hace necesario correr y pensar, o pensar y correr. Y si esto es así para la oposición cercana al límite más bajo (correr, huir), entonces constituye una necesidad para resistir, luchar y cambiar el mundo. No se puede, estrictamente, tomar a mal que los liquidables piensen. En América Latina las minorías con dinero y prestigio (y poderes concomitantes) se lo toman muy a mal. Lo valoran insolencia y transgresión. “Comunismo”, “guerrilla” o “terrorismo” en lenguaje regional. Estos términos no designan nada específico: solo la insubordinación de quienes deben aceptar, y agradecidos, ser producidos como liquidables cuando los liquidadores lo estimen necesario e higiénico. O divertido.


      Para los puestos en situación de liquidación, pensar se hace con el cuerpo y el espíritu. Incluye sentir, analizar, discernir e imaginar. Pensar, acción humana, es inevitablemente social. Y, para los puestos en condición de liquidación, lo social pasa por tramas de organización. Un liquidable sin organización ya está liquidado, aunque todavía respire, sus poros suden y sus ojos miren. En el pensar, ‘sentir’ hace referencia a la subjetividad: tener impresiones, emociones, sentimientos. Para quienes están destinados a ser acosados y liquidados es muy importante tener emociones y sentimientos vigorosos. Uno de ellos, aprecio por sí mismo. En lenguaje emocional, autoestima: aprender quererse desde si mismo, cuidado de sí, integración, para ofrecerse a otros. Es uno de los criterios de la organización. La organización consiste en un espacio o ámbito donde el liquidable puede sentir y testimoniar (irradiar) autoestima efectiva, material.

 


      Cuando se es liquidable, pensar no puede quedarse en sentir. Emociones y sentimientos, aquí irritación, enojo y furia son positivos, y los sentimientos, en especial aquellos que alimentan la perseverancia (para los liquidados la memoria es un sentimiento, un tipo de afecto) deben prolongarse, vía la comunicación entre liquidables supuesta en los espacios de encuentro, mesas de trabajo y organización, en capacidad liquidable de analizar: descomponer, relacionar, explicar, prever.

      Sentir para discernir. Discernir (darse mapas mentales, conceptuales) para actuar. No se trata de tener la verdad, cuestión algo ociosa en un mundo en que el Espíritu Santo se opone a la reforma agraria campesina y hace acompañar su opción con policía, jueces, ejércitos, prensa, iglesias y ‘sentido común’. Que así es como sopla el espíritu por aquí, según los liquidadores. Entonces, mapas mentales que permitan a los liquidables llegar adonde se pretendía ir. Ojalá con economía de medios y de vidas. Para que no se entienda mal: la conversación fructífera solo es posible si se piensa desde la autoestima social. Esto para quienes desean hacer una crítica social, o sea darle un fundamento popular, al trabajo parlamentario.

 

     Sentir para discernir. Discernir para actuar. Y actuar para incidir. Incidir para liberar, que así se traduce como acabar con las estructuras que producen liquidados y liquidadores. Hoy es un sueño. Se mata a mujeres, jóvenes, niños, ancianos, indígenas, campesinos, trabajadores, empleadas domésticas, deudores, estudiantes, creyentes religiosos, emigrantes, desplazados, afroamericanos, reivindicadores de derechos humanos, cooperativistas. Y se los suprime o mata o sujeciona de muchas maneras. La muerte de los liquidables no es una metáfora. Para quienes deben ser liquidados y resisten, ya sabemos, organizados, el sueño es la imaginación que construye horizontes de esperanza. Utopía la consideran. Sentir, analizar, discernir. Hacer crecer desde la autoestima una esperanza. O muchas. Aprender a reconocer en uno mismo y en otros las capacidades, las carencias, las fuerzas, las debilidades para incidir sobre amigos y enemigos. Soñar con ser dioses, o sea testimoniar, incluso en la derrota, la espiritualidad moderna desplazada y usurpada violentamente por la dominación imperial y oligárquica en América Latina (quienes las personifican son los liquidadores S.A., estructuras especializadas de la propiedad/apropiación que excluye y degrada). Comprometerse sin romanticismo con la utopía de ser dioses no mata la trascendencia. Por el contrario, la nutre con autoestima y con furiosos, plurales, perseverantes y analíticos destacamentos populares. Dios, el de los liquidables que se resisten a ser liquidados, ofrece vida eterna a quienes testimoniaron con voluntad irreversible la aspiración al principio universal de agencia y la necesidad de constituir, lucha a lucha, combate a combate, la especie humana imaginada en su encuentro erótico con todas las cosas abiertas o en proceso de abrirse al impulso co-creativo. Si los liquidables no tuviesen sentimiento y sentido de trascendencia (utopía) no lucharían hasta el final. Irguiéndose después y desde cada una de sus muertes. Los liquidables resultan invencibles porque llegarán hasta el final del odio y la codicia. En esto consiste su vida eterna. La mirada de los liquidables atisba desde la lucha, con ella, ese final. La utopía es una región de la perseverancia. Para los liquidables, la perseverancia construye la esperanza. La perseverancia, una forma de acumular y de memoria, demanda pensar.

 

 


 

 

     PARÁBOLA DEL MOSQUITO

 

      Agradezco a los organizadores que me han invitado a compartir estas jornadas y la presencia de ustedes en esta tarde de domingo. Ha sido un buen día. Esperemos no malograrlo. Gracias por escuchar. Pero quiero decirles sinceramente que lo importante no es lo que yo diga, sino lo que ustedes producen, desde sus experiencias, desde sus historias de vida, cuando escuchan. Lo importante es lo que traen ustedes. Eso vivido que ustedes traen, en especial sus experiencias de emprendimientos colectivos, es lo que nos hará ganar la tarde.

Dos imágenes

De las muchas cosas interesantes o llamativas que han surgido en estos dos días de encuentro y trabajo he debido seleccionar, para hablarles, entre dos imágenes. El tiempo nos permite trabajar solo una. La primera remite a la fortaleza indestructible de la roca de que nos habló en la inauguración Raúl Suárez. Es la fortaleza indestructible en la que se apoya el pueblo de Cuba para perseverar en su proceso socialista. Ustedes aplaudieron mucho esa imagen que hace relación con las tramas sociales fundamentales que se ha dado este pueblo, con su cubanía y con su vínculo con el socialismo. Gran imagen para explorar y avanzar en conceptualizaciones y también en desafíos como, por ejemplo, cómo se administra la fuerza de esa roca y quién lo hace.

La otra imagen es la resistencia perseverante y testimonial del mosquito de Claudia Korol, esta argentina educadora popular y feminista. Ayer nos la refirió al contarnos de ese mosquito que la fastidiaba y que creyó atrapar en una de sus manos, una mano liquidadora. Cuando la entreabrió para solazarse con el cadáver del mosquito, éste voló, libre, atontado quizás, pero vivo. Opté por esta segunda imagen, la del mosquito de Claudia Korol. La del testimonio e identidad de resistencia perseverante. Y voy a aprovechar para saludar en la persona de Claudia y en su trabajo las luchas de mujeres populares con teoría de género en toda América Latina. Sus luchas, las luchas de Claudia, nos animan y nos obligan a reflexionar, por ejemplo, sobre la autoestima. De hecho voy hablarles sobre lucha social popular, identidad y autoestima y para eso voy a utilizar la imagen del mosquito de Claudia Korol. Yo sé que ella no me lo toma a mal. Y espero que ustedes puedan construir pensamiento popular y liberador desde este mosquito.

Necesidades y capacidades

El mosquito (el que asediaba a Claudia es en realidad hembra, pero a lo que parece hemos extendido también a ellos la dominación patriarcal. Los mosquitos machos son casi líricos, se alimentan de néctar y agua. No son agresivos y no pican), como cualquier ser vivo, tiene necesidades y para satisfacerlas se da capacidades. Si usted bloquea la satisfacción de sus necesidades, y sobre todo la necesidad del mosquito de darse capacidades en relación con sus necesidades, entonces el mosquito se irrita: esta irritación es el motor de la necesidad que tiene el mosquito de darse capacidades. Es el motor de sus acciones o prácticas..

El mosquito sabe, porque lee la prensa humana y escucha radio (la masiva comercial, la oficial y la alternativa), que él tiene, es decir que se le asigna, los seres humanos le asignamos, una identificación inercial. Si imaginamos un sistema en que coexisten solo seres humanos y mosquitos, entonces encontramos una relación de dominación, una jerarquía inmutable. Si se lo quiere, un orden político ‘natural’. Este orden, imaginamos nosotros, esta construido desde las producciones humanas y debe ser funcional a ellas. Y en este orden el mosquito ocupa el lugar ‘natural’, el sitio, que nosotros le asignamos. ¿Cuál es este sitio?

Pues el de un pequeño insecto alado, agresivo/molesto, nombrado masculino-genérico, es decir invisibilizado en su sexo-género e individualidad, porque ya sabemos que el mosquito es femenina y que cada uno de ellos no constituye la universalidad de la especie. Bueno, esto último no lo sabemos, pero hoy queremos revelar que cada mosquito tiene su individualidad, su familia mosquito, su personalidad propia, su proceso de existencia personal. Y entre ellos se llaman por sus nombres. No se hablan “Tú, mosquito”. -¿Qué, mosquito?”, sino que se dicen, “Buenos días, Ernesta”, y el otro contesta “Buenas noche, Lucía, ¿y tus hijos?”. Pero en el lugar social de este sistema a que hacíamos referencia cada mosquito es identificado por nosotros, los humanos, como idéntico a la especie (y son de variados linajes, algunos muy diferenciados entre sí). Les aplicamos una universalidad falsa a los mosquitos. Una universalidad que esfuma sus peculiaridades. Y con ello los ignoramos en su realidad, la que surge de ellos mismos. Lo mismo cuando los acusamos, indistintamente, de portar enfermedades y plagas, como la malaria y el dengue, por ejemplo, y cuando consideramos “zumbido” agresivo y molesto lo que ellos estiman un suave y tierno canto para acompañar su vuelo.

En fin, en este sistema de vida y coexistencia con imperio humano al que hago referencia no se reconoce la cultura mosquito, su trabajo esforzado, su habilidad para sobrevivir, su sexualidad, el cuidado que ponen en la reproducción de su especie, su aporte al sistema. En suma, el mosquito es valorado por nuestra mirada como un paria, un comunista, un terrorista global o un mal absoluto. A él se le aplica el dicho atribuido a los colonos estadounidenses en relación con los pueblos indígenas de las tierras que ellos querían ocupar y cultivar o llenar de ganado: “El único mosquito bueno es el mosquito muerto”.

.Bueno, al mosquito los seres humanos lo tratamos por la identificación inercial que le atribuimos. Se trata de una identificación unilateral, hecha desde una práctica de poder que no reconoce al mosquito por sí mismo, o desde sí mismo, sino por lo que creemos significa para nosotros y para nuestras instituciones.

Entonces no resulta para nada extraño que este mosquito, que comparte el sistema pero no su poder y su capacidad para significar, se irrite porque no se le reconozca por él mismo, desde sí mismo y que sólo se le entienda como complemento hostil de la existencia humana o como parte negativa de su entorno. En breve, el mosquito se irrita porque el otro componente del sistema invisibiliza que él lo que hace es buscar acceso a su fuente de vida que es la sangre de Claudia, la sangre de quien es, para él, desde él, solo un animal de sangre caliente. Y en esta búsqueda de alimento en un animal de sangre caliente al mosquito le va o se juega su existencia personal, sus amores, su familia, su prestigio entre los otros mosquitos y la vida de la especie. No se trata de algo menor, casual o efímero para el mosquito, sino de un compromiso radical. Un compromiso en el que él siente y piensa se lo juega todo.

Identidad autoproducida y sistemas de poder

El mosquito se irrita porque el sistema de dominación (tramas sociales, instituciones, lógicas) le asigna una identificación inercial y él desea o quiere que se le reconozca, y si es del caso acompañe, por su identidad autoproducida, no por cómo lo miran desde la dominación, sino como él se produce desde sus prácticas de sobrevivencia y de bien vivir. Porque el mosquito se ha producido a sí mismo en entornos ambiguos y desfavorables (que incluyen a la especie humana, un tipo de animal de sangre caliente con gran destreza en sus manos y que, además, inventa insecticidas y repelentes y mosquiteros) con esfuerzo, con lucha, con perseverancia… con aciertos y éxitos y con errores y fracasos, aprendiendo de sus errores y aprendiendo también de los aciertos, en una existencia dolorosa pero también gratificante. El mosquito quiere que se le reconozca y valore por este su gigantesco esfuerzo que es la forma en que él se ha querido a sí mismo, ha cuidado de sí mismo y se ha ofrecido a otros, para acompañarlos en un sistema compartido de vida o, si lo prefieren, en un emprendimiento colectivo. El mosquito desea se le reconozca y asuma desde su identidad autoproducida que es una forma de ser de la que el mosquito se siente, justificadamente, orgulloso. El mosquito quiere que se reconozca y se admire su historia.

Identidad autoproducida e irradiación de autoestima

La identidad autoproducida del mosquito, que enfrenta, resiste y combate las identidades inerciales que le confiere el sistema para aislarlo y destruirlo material y simbólicamente, comprende su autonomía y autoestima: esta última consiste en aprender a quererse a sí mismo para ofrecerse a otros. La autoestima no se liga con narcisismo ni con egoísmo. Pasa por cuidar de sí, integrarse, quererse a uno mismo, aprender a asumirse como parte de un emprendimiento colectivo (de la familia, de la especie, del sistema de vida)… y se sabe que uno la posee porque se la testimonia en la existencia cotidiana, o sea en la vida de todos los días, en cada acto, todo el tiempo. Es factor decisivo de la identidad autoproducida. Y puede ser muy complicado y riesgoso testimoniar esta autoestima, irradiarla, porque, ya hemos visto, puede darse en un sistema de poder que no la admite, que la invisibiliza, la persigue y acosa para destruirla. ¿Cuándo los mosquitos dejarían de resistir y de luchar, o sea de vivir desde su autoestima? Cuando el sistema les introyectara la identificación inercial con que los provee, cuando ellos se la creyeran, cuando en sus escuelas e iglesias y medios masivos, y sobre todo en sus corazones y espiritualidad, ellos repitieran que los mosquitos son (somos) una plaga. Un mal metafísico. Un error de la Naturaleza. Un proyecto imposible. Si esto ocurriera, entonces los mosquitos se abandonarían a la tristeza y languidez, se suicidarían en masa, se autodestruirían bebiendo agua o cerveza, se aniquilarían entre sí destruyéndose unos a otros, mutilando las alas que les sirven para mantener el equilibrio y abandonando su sexualidad, tanto la reproductiva como la eróticamente gratificante, condenarían a la especie a su extinción y a la infelicidad.

La autoestima es una equilibro interno que se irradia como seguridad y confianza de poder contribuir al emprendimiento colectivo. Y el mosquito ha producido o construido este equilibrio. Y quiere, por ello, contribuir con el proyecto colectivo, cósmico, de vida para todos. No le basta con ser ‘sí mismo’ mosquito para los mosquitos. Desea ser ‘sí mismo’ mosquito para los humanos.

Pero no podrá ser ‘si mismo’ para los humanos si no se autotransfiere poder (capacidad) en el sistema que lo irrita y lo obliga a luchar como parte de su proceso abierto para llegar a ser el mosquito que él quiere, con el que su familia sueña, con el que disfruta al conversar con otros mosquitos sobre el lugar social que entre todos y desde su empeño heredarán a sus hijos mosquitos.

Pareciera obvia la tarea que emprende el mosquito: su autoestima sería falsa, un simulacro, si no se autotransfiriera capacidades, poder, y al hacerlo, no transformara, en el mismo proceso, el carácter de ese poder (de relaciones institucionalizadas como hostilidad a instituciones institucionalizadas como cooperación y solidaridad). El mosquito no desea reinar sobre la invisibilización y el menosprecio de los animales de sangre caliente y de sus necesidades de vida (que incluyen evitar y erradicar la malaria, por ejemplo), no desea que “la tortilla se vuelva”, o sea que los mosquitos coman pan y los seres humanos coman mierda, según reza la canción popular española. No busca reinar sobre un cementerio de animales de sangre caliente. Lo que los mosquitos desean es que la cooperación entre mosquitos y seres humanos produzca un orden que potencie o apodere la vida para todos. Sin discriminaciones y sin sujeciones. Para que el sistema sea efectivamente una matriz de vida y de vida digna, con autoestima, para todos. Algo como lo que quieren los mosquitos es lo que dijeron los zapatistas mexicanos en 1994: “Un México donde tengan cabida todos los mexicanos”.
Y sin duda tendrán que cambiar radicalmente mosquitos y seres humanos para que en el sistema convivan sin guerra mosquitos y seres humanos. Y este cambio radical no podrá darse, como proceso, como muchas tentativas, si ambos no aprenden a reconocerse y aceptarse como diversos y encontrados procesos sociales de existencia en un sistema único de vida que los contiene a ambos y en la que ambos aportan algo. Pero, para el mosquito, que resulta el invisibilizado, el oprimido, el despreciado, el odiado en la relación… el reconocimiento y el acompañamiento no puede darse sin resistencia y lucha. Cuando “zumba” en la oscuridad de los cuartos humanos, el mosquito está realizando una acción política propia de un proceso de aliento largo pero del que se siente orgulloso y que ofrece como testimonio a otros mosquitos, en particular a sus hijos, para que perseveren en la lucha. El mosquito se está haciendo sentir, se hace sentir porque quiere significar desde sí mismo. Los mosquitos podrían disfrazarse de seres humanos, pero no lo hacen. Y tampoco los mosquitos temen a los golpes y a la derrota, por eso perseveran, aunque mueran. Temen en cambio a la desesperanza, a la pérdida o extravío de horizonte de esperanza porque ello conduce a no dar testimonio de existencia mosquita. Y el cambio debe activarse desde la acción radical de los mosquitos. Sin lucha de mosquitos no habrá cambios.

El grito preferido de los mosquitos, no van ustedes a creerlo, es “Hasta la victoria siempre”.

Movimientos sociales populares

Interesan aquí, esta tarde, solo los movimientos sociales populares, donde ‘popular’ es una categoría de un discurso analítico. Existen movimientos sociales no populares y antipopulares, como los protagonizados por las personificaciones de la lógica del capital, pero aquí solo importan los movimientos sociales populares, es decir aquellos que se integran radicalmente mediante prácticas y procesos de emancipación y liberación para que todos sean desde sí mismos. Como el mosquito.

Los movimientos sociales populares tiene entre sus antecedentes al mosquito. El sistema, por ejemplo, los provee o los ha provisto, de identificaciones sociales inerciales. “Tú ocuparás el lugar de mujer o hembra, tú el de niño, tú el de anciano, tú el de obrero, tú el de indígena, tú el de desplazado o migrante no deseado…” y con ello los ha tornado vulnerables. Todo lugar social popular, determinado por el sistema de dominaciones, atrae la violencia, los castigos, las discriminaciones, la explotación… tal como el mosquito atrae la mano que golpea, el ingenio o discernimiento que elabora un insecticida, el temor que levanta mosquiteros, muros, patrullas fronterizas,

El sistema de dominaciones provee a los sectores populares de identificaciones inerciales, que se constituyen como tramas de sujeciones e imperios, y estos sectores sociales populares se irritan, disciernen, se organizan, resisten, luchan sobreviven o pasan a la ofensiva irradiando autoestima, que es un proceso, y sosteniendo la esperanza. Enfaticemos un aspecto: como el mosquito, crean desde sus sentimientos y lucha, conocimiento, discernimiento.

Y en ese proceso desde los sentimientos que crean conocimiento y desde los discernimientos que refuerzan sentimientos, y desde su testimonio particular de lucha, convocan a otros sectores populares y a otras luchas particulares. El testimonio de lucha convoca luchas que irradian autoestima y en ese proceso de emulación, una desafío para otros sectores sociales populares, cada lucha contribuye a gestar una cultura de resistencia y lucha perseverante, perseverante y tenaz, radical, hasta la victoria final que ya está siendo avisada aquí en su autoestima y en el cariño tierno con que cuidan de sí mismos. En la calidez con que construyen el emprendimiento colectivo. Sufrirán derrotas y retrocesos, porque no está escrito en ninguna parte que conseguirán la victoria, no está escrito en ninguna parte, por ejemplo, que el Movimiento Campesino de los Sin Tierra brasileño conseguirá la victoria, pero no se logrará borrar su testimonio de resistencia y lucha. No estarán quizá en la calle con sus banderas, pero serán sentimiento y memoria popular del emprendimiento colectivo para que todos sean desde sí mismos.

Los mosquitos, perdón, los seres humanos, tienen esta necesidad capacidad de articularse (esto quiere decir sin perder o ceder identidad particular autoproducida) en sus emprendimientos colectivos (que no son exactamente el Bien Común, como se ha dicho desde esta mesa en algún momento). Que a la articulación de diversos y autónomos es que convoca la lucha popular.

Los emprendimientos colectivos… damas, señores: qué voy a decirles a ustedes de los emprendimientos colectivos. Termino:
- Vivan los mosquitos
- Vivan los movimientos sociales populares
- Vivan ustedes y la gente que aman cuando, para quererse a si mismos, luchan en la relación de pareja, en la familia, en el barrio, en el pueblo, en la nación, en el continente, en el mundo.

Hay tantos espacios populares para construir e irradiar autoestima liberadora, convocadora, socialmente humanizadora, como existen hay dolores sociales en formaciones sociales con principios de imperio. Tantos espacios materiales para luchar y perseverar y articular. Ustedes son personificaciones de ello.
__________
Tal vez algunos de ustedes, o muchos, hubiesen preferido que yo me refiriera a cosas más “sólidas”, como la lucha de clases, por ejemplo. Pero recuerden la advertencia inicial. No es lo que yo digo, sino las experiencia que ustedes traen como memoria de fuego en su corazón y en todo su cuerpo. Para esas experiencias, que son ustedes, se crearon estas palabras. Gracias.

 


 

NO SÓLO DE PAN

 

(Afghanistán, primera noche de bombardeo)

 

Militantes estructuras militares

destinadas dondequiera en todo el globo

materializan a la humanidad en su nombre

descargan explosivos

sobre pushtus, tadjicos y uzbekos terroristas

islámicos

monopólico brazo del Mal

sin dañar a civiles ni hazaras o mongoles ellos

siguen instrucciones esperar sentados en tiendas donadas

para una lenta crucifixión pastosa de petróleo

desde lo alto se las ve toldos amarillos destellando entre el polvo

diferenciándose en medio de muertos labrados de algodón

radares electrónicos ciertos aviones espías rastrean diferencian

mediante el sistema Keep You Alive (KYA)

patentado por Ian Angus para Waterfront Inc.

subsidiaria de Colgate/Palmolive permite distinguir

aguja en un pajar caries de dientes sanos demonios

de virtuosos cobardes de valientes asesinos de herejes.

Cuando se equivoca el daño es reversible

el ofendido recibe una dentadura completa por muela

demolida dos por un canino happy hour.

Se negocia premolares aparte.

 

Los explosivos cabalgan en Tomahawks

y otras bombas encaminadas por satélites

su onda expansiva es justicia infinita

nunca suficiente para quienes las construyen y descargan

contra pushtus, tadjicos y uzbekos terroristas

una terrorista de ochenta y tres años murió abrazada

a su crispada pequeña la menor de sus biznietas terroristas

tenía seis meses terroristas y diez días de terror

al ser despedazada.

 

Las ondas expansivas de las bombas

abarcan hasta un mil trescientos treinta metros en Jalalabad

solo dieciocho metros en Farah

no son democráticas insisten en discriminar no se entiende

menos de un metro setecientos veintitrés centímetros en Kabul

en Mazar-e-Sharif y Kanduz explotaron hacia adentro

del espíritu

vivamente muy hacia adentro del espíritu

aunque nunca tocan y redimen a quienes las disparan.

En Kandahar un uzbeko llora lágrimas terroristas

el proyectil determinado por satélite

terminó con la escuela donde trabajaba

“¿adonde irá ahora mi alma?” balbucea oscuramente en persa

sentado en una piedra visión perdida en la sangre e intestinos

de sus niños terroristas.

 

A los explosivos acompañan

treinta y cinco mil setecientas raciones de ayuda humanitaria

no se especifica si todas contienen alimentos medicinas suministros

o se especializan como los detonantes

esa bomba desmorona sólo cerebros deja una mirada fija

dientes pelando una sonrisa las raciones

con ellas se espera el pueblo afghano hambriento sufriente ardiendo

comprenda la generosidad de Estados Unidos y aliados Incorporated

¡sonríe pueblo afghano te visitamos en tu hogar!

dice el mensaje prendido a los humanitarios víveres

con onda contractiva ésta sí infinita.

 

Al acabar la noche del primer día

miles de murciélagos se alzaron desde Kandahar

ciudad de doscientos cincuenta mil habitantes cercana a Pakistán

fueron interceptados inteligencia militar imaginó proyectiles biológicos

gestados en las oscuras cuevas de los terroristas

murciélagos terroristas

tal vez llevaban amarrado en sus patas un único mensaje pushtu

descifrado decía

“Que las raciones contengan no sólo alimentos

sino alguna propiedad y la vida de nuestros enemigos

o una breve historia con sus desdichas

cuando perdió a alguien querido o un otro odiado tuvo éxito

queremos saber cómo contraen la cara cuando sufren

dennos un rictus de dolor de desesperanza unas lágrimas

nuestras almas exigen saber si nos asesinan seres humanos”.